Carlos tiene 22 años, acaba de graduarse en Psicología y nunca ha tenido relaciones sexuales. Lleva una vida social muy activa: sale casi cada fin de semana, tiene un grupo de amigos cercano con quien sale dos o tres veces por semana a tomar algo y no se considera exageradamente tímido. Sin embargo, cuando se trata de sexo, la cosa se complica. No le faltan oportunidades, pero nunca llega a dar el paso.
“No es que no me atraiga nadie. Al revés, me gustan muchas chicas, pero me da miedo no estar a la altura”, cuenta Carlos. Como muchos jóvenes de su generación, ha crecido rodeado de estímulos sexuales; con todo el porno disponible a su alcance y metido en redes sociales hiperestésicas, repletas de perfiles con cuerpos perfectos y vidas compartidas donde el deseo es la ley. Sin embargo, en su experiencia personal, el sexo ha sido más una fuente de presión que de placer.
“En mi grupo somos varios vírgenes, no es tan raro. Es verdad que, hace unos años, era un motivo de burla; porque se suponía que ya tendríamos que haber hecho de todo. Pero cuando empiezas a abrirte, te das cuenta de que es algo normal y que le pasa a mucha gente”, explica Carlos.
Tal y como cuenta Carlos, la suya no es una excepción. Según datos de una encuesta realizada por el Instituto Kinsey y Lovehoney, uno de cada cuatro adultos de la generación Z nunca ha tenido relaciones sexuales en pareja. Además, los datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades en Estados Unidos muestran que, en 2023, alrededor de un tercio de los estudiantes de educación media superior dijo que había tenido relaciones sexuales, frente al 47% en 2013.
Incluso la masturbación está en declive. En ese mismo informe se observa que el 61 % de los varones y el 74 % de las mujeres de entre 14 y 17 años no se masturbaban habitualmente, frente al 44 % y 50 % respectivamente en 2009. Pero, ¿cómo puede ser que, en una sociedad cada vez más libre de tabúes, cada vez tengamos menos relaciones sexuales?

La generación Z utiliza cada vez menos apps de citas como Tinder.
¿Son las redes las culpables?
El efecto Instagram
“Hay una bajada clara de la actividad sexual entre los jóvenes. Pero no es una falta de deseo en el sentido clásico, sino una dificultad para conectar con él, sostenerlo y traducirlo en experiencia. El deseo sigue existiendo, pero no encuentra un contexto habitable”, cuenta Ximena Duyos, psicóloga, sexóloga y terapeuta de pareja. “Muchos llegan a consulta diciendo que creen que tienen bajo deseo, pero cuando tiramos del hilo, descubrimos que lo que tienen es ansiedad, autoexigencia, agotamiento o miedo. El deseo se queda en la pantalla, en la fantasía, pero no baja al cuerpo”.
Las declaraciones de Duyos coinciden con la experiencia de Claudia, de 22 años, que ha tenido muy pocas experiencias sexuales y reconoce llevar tiempo “bloqueada” en este aspecto: “Sí que tengo vida sexual conmigo misma, pero me cuesta sacarla afuera. Me paraliza mucho el tema. Por un lado, creo que me da miedo; pienso que cualquier hombre puede ser un depredador sexual. Y por otro, a la mínima que me gusta alguien le busco defectos. Creo que porque temo que la cosa no salga bien y me quiero ahorrar problemas”.
Muchas chicas no se atreven a disfrutar si no sienten que están ‘listas’, si no han llegado a su peso ideal, si no tienen el abdomen plano
El problema no parece ser tanto una cuestión de falta de deseo como de una consecuencia directa de la vida hiperconectada en la que nos encontramos. Así lo ve, también, Núria Jorba, terapeuta de pareja y psicóloga sanitaria: “Realmente, lo que conlleva tener una relación sexual es conectar con el deseo, pero el deseo tiene que ver con autoestima, autoconocimiento, empoderamiento… y en todo eso, los jóvenes de la generación Z van muy perdidos”.
Tanto Duyos como Jorba coinciden en que las redes sociales —desde Instagram, que prima los cuerpos perfectos y el lifestyle envidiable, hasta apps de citas como Tinder, que son directamente un catálogo de cuerpos— son actores clave de esta tendencia. “El cuerpo ya no se vive como un espacio de placer, sino como un escaparate”, explica Duyos. “Muchas chicas no se atreven a disfrutar si no sienten que están ‘listas’, si no han llegado a su peso ideal, si no tienen el abdomen plano. Y lo mismo les pasa a ellos, aunque lo verbalicen menos: si no están musculados, si creen que no durarán suficiente, si sienten que no van a dar la talla, directamente prefieren no exponerse”.
“Han empezado a encontrar su identidad a través de las redes sociales, a través de la tecnología, de la hiperestimulación tecnológica”, añade Jorba. “Entonces, van muy perdidos, ya desde su propio yo, quién soy, qué quiero, qué siento, cómo me posiciono, cómo pongo límites, qué es lo que necesito. En todo esto van perdidísimos. Y la sexualidad no deja de ser un factor más en esta línea”.
Solo hay que irse a los orígenes de las redes sociales para darse cuenta de que su hipersexualización no es casual. Tal y como retrata a la perfección David Fincher en la película La red social, Mark Zuckerberg —también dueño de Instagram— creó el primer prototipo de la plataforma como una red social para conectar universitarios… y que puedan ligar entre ellos. De hecho, antes creó Facemash, una web donde los estudiantes de Harvard votaban quién era más atractivo entre dos compañeras elegidas al azar. Ese fue el germen de lo que después sería Facebook: una red donde mostrar quién eres es menos importante que parecer deseable a los demás.
Acabé mal con mi ex y empezó a decir a todos nuestros amigos que era malo en la cama, que la tenía pequeña y cosas así… Luego, me lo comentaban en TikTok
Por más que hayan pasado los años, esta filosofía se ha instaurado en el pensamiento colectivo de una forma más global, y está afectando directamente a las expectativas de los jóvenes con el sexo. “Muchas chicas retrasan tener sexo ‘hasta lograr el cuerpo de Lola Lolita’. No es que alguien se lo exija, es que no se sienten suficientes. Quieren llegar ‘listas’. Los chicos también lo viven: se comparan, sienten que si no tienen abdominales marcados o no aguantan X minutos, van a decepcionar”, argumenta Duyos. “Piensa que hoy fallar en la cama no es solo un momento tenso, es correr el riesgo de acabar en un ‘storytime de cuando quedé con un chico y tuvo un gatillazo’”.
Un caso similar es el que pasó Diego, un joven de 19 años que, tras su primera relación, sufrió un caso de acoso que le ha paralizado a nivel sexual desde entonces: “Acabé mal con mi ex y empezó a decir a todos nuestros amigos que era malo en la cama, que la tenía pequeña y cosas así… Luego me pidió perdón, lo hizo por puro enfado, pero desde entonces se meten conmigo. Hubo una época que me comentaban en TikTok con mierdas de esas y todo”.

La influencer Lola Lolita en una de sus fotos subidas a redes sociales.
Desconexión con uno mismo
La generación del “no lo sé”
Las redes sociales no solo dictan cómo debe ser tu cuerpo o cómo debes hacer las cosas a la hora de dar el salto a las relaciones sexuales. También propicia un abanico enorme de posibilidades que, en realidad, están provocando que los jóvenes se encuentren más perdidos que nunca. “La generación Z vive atravesada por una búsqueda constante de identidad. ‘Sé quien quieras ser’ suena liberador, pero si no hay un acompañamiento adecuado, lo que genera es vértigo. ¿Quién soy? ¿Cómo tengo que ser? ¿Cuánto me tengo que querer? ¿Estoy eligiendo bien? Cuando vives en un estado de cuestionamiento permanente, es muy difícil conectar con el cuerpo y dejarte llevar”, explica Duyos.
“La digitalización está generando un bloqueo. Hay muchas apps de citas, muchos perfiles en redes… pero eso da tantas posibilidades, provoca tal saturación, que nos genera el efecto contrario”, añade Jorba. “No les permite fluir de una manera natural. Ya no es tanto tener relaciones con alguien, sino también consigo mismo. Hay que pensar que la sexualidad de uno mismo también tiene que ver con conectar con el cuerpo, con sentir, descubrir… Si estás tan saturado con la tecnología; ahora abriendo WhatsApp, ahora poniéndote una serie de Netflix, ahora otra cosa… la corporalidad acaba hiperbloqueada”.
De hecho, Jorba ha bautizado a esta generación de una forma que resume a la perfección su estado: “Yo les llamo la generación del no lo sé, del ‘estoy hiperperdido’. ¿Qué sientes? No lo sé. ¿Qué te dice tu cuerpo? No lo sé. ¿Cómo fluyes? No lo sé. ¿Qué quieres? No lo sé. Creo que aquí lo que está faltando es los jóvenes se vinculan consigo mismo”.
De hecho, ni siquiera cuando tienen esa supuesta norma instaurada en sus vidas, parecen estar mejor con sus relaciones. Es el caso de Romina, una joven de 20 años que cuenta con más de 100.000 seguidores en Instagram y TikTok. “La gente cree que soy supersexual por cómo me visto o por las fotos que subo. Y vale que subo fotos bikini y tal… pero para nada. Solo tuve una pareja durante unos meses y ya está. Cuando alguien me entra pienso ‘solo busca lo que busca’ y lo rechazo. Me cuesta mucho”.
A pesar de que, cada vez que sube una foto o vídeo, recibe “más de 300 mensajes”, esta sobresaturación ha acabado generando en ella un efecto de rechazo: “Al final veo que todos son iguales. No hay nadie que me llame la atención. Si me encuentro a una persona que me haga gracia en la vida real, bueno… pero en redes estoy completamente out”.
Romina reconoce que haberse creado esta misma imagen distorsionada sobre sí misma en redes le ha perjudicado a nivel personal. Porque, aunque se “vea guapísima” en lo general, sigue recibiendo comentarios que le hacen tener inseguridades constantes: “Gorda no me lo han dicho nunca, pero flaca sí; todo el rato. Está en los huesos, parece una superviviente de Auschwitz… este tipo de cosas. Y, claro, siempre hay quien te llama guarra. Intento que no me afecten, pero es cierto que me genera mucho complejo. Pienso que nunca soy suficiente”.
“Nunca ha habido tanta diversidad teórica en redes, pero en la práctica, seguimos estando controlados por la imagen, y cada vez más”, defiende Duyos.. “Puedes encontrar vídeos que celebran todo tipo de cuerpos, pero cuando una chica sube uno con acné, sin depilar o enseñando su abdomen no-normativo, los comentarios siguen siendo del tipo: ‘qué asco’ o ‘me gustaría tener tu autoestima’”.
Este entorno abierto y cruel acaba propiciando, claro, problemas graves autoestima o incluso trastornos de la conducta alimentaria. Que, entre otras consecuencias, propician un alejamiento del sexto por la propia visión que se tiene de uno mismo. “Yo ni me hago fotos. Me da mucha vergüenza que me vean, y menos desnudo”, comenta Carlos. “Al final, me he conformado; prefiero quedarme solo y en paz que entrar en una situación en la que no voy a estar a gusto”.

¿Por qué la Generación Z aplaza cada vez más su primera vez?
Abrumados
Cansados de la hipersexualización
Otra gran causa de la pérdida de deseo en la generación Z es, según las expertas, la integración del sexo en las vidas de los jóvenes desde muy corta edad. A pesar de la censura inherente de plataformas como Meta, las redes sociales están hipersexualizadas, premiando a perfiles de cuerpos perfectos y poca ropa. Además, el porno está presente en la adolescencia de cualquiera, ahora sin filtros y con un acceso más fácil que nunca a cualquier tipo posible de prácticas. Todo ello genera una saturación que, al parecer, abruma y cansa.
“Están hiperestimulados sexualmente, pero desconectados del verdadero deseo. El deseo no surge de lo inmediato, sino del conseguir, del descubrimiento, de la sorpresa”, cuenta Núria Jorba. “Muchos no han vivido la sexualidad como un proceso propio, sino a través del porno y redes como Instagram, donde todo parece perfecto. Esto genera inseguridad y baja autoestima”.
“Hay una saturación visual tan bestia que muchos necesitan estímulos cada vez más extremos para excitarse”, añade Duyos. “Es como con los vídeos de comida que arrasan en redes: la oferta es cada vez más guarra, más saturada, más grotesca… Con el sexo pasa lo mismo. Lo que debería calentarte, te abruma. Y lo que debería darte ganas, te agobia. Todo esto genera una desconexión profunda. No saben qué les pone, porque nunca lo han explorado sin público”.
“A mí me cuesta mucho ‘ponerme’ si no es con un vídeo. O sea, he tenido sexo con varias chicas y ha ido guay, pero me cuesta mucho concentrarme. Con el porno no me pasa, funciona perfecto”, cuenta Joel, de 18 años.
Así, ya no parece quedar hueco para experimentar con tu cuerpo y el de tu posible pareja. Todo, desde los tipos de relación hasta las filias más extrañas —“como las chicas que suben vídeos sexualizados con filtros de infancia”, explica Duyos—, están disponibles desde que tienen acceso libre a internet. Y eso genera una imagen distorsionada sobre lo que se espera de ellos en el sexo, así como genera un rechazo instantáneo hacia ciertas prácticas.
“Me lo decía una chica en terapia de pareja: ella se niega a hacer la postura del perrito porque siente que pierde poder”, cuenta Duyos. “No porque la postura le resulte violenta en sí, sino porque la interpreta como una cesión de control. Hasta en la cama, están negociando su identidad. Ya no saben si están sintiendo o actuando, y eso deja al sexo vacío. No pueden improvisar, probar, fallar”.
Núria Jorba:
Las causas de la decaída de las relaciones sexuales en la generación Z
1. Desconexión de uno mismo.
2. Hipercomparación, por culpa de las redes, que lleva a una gran inseguridad.
3. Cansancio de la sexualidad que lo rodea todo.
4. Gran exigencia a la hora de tener encuentros, idealizados por culpa del porno.
Falta de educación sexual
El problema del consentimiento
Por último, otra causa clave por la cual la generación Z parece más desconectada de las relaciones es el propio consentimiento. En los últimos años, gracias al feminismo se han dado pasos de gigante en lo que al consentimiento se refiere. En España, la aprobación en 2022 de la Ley Orgánica 10/2022 de garantía integral de la libertad sexual —conocida como la “ley del solo sí es sí”— marcó un antes y un después: el consentimiento explícito se convirtió en el centro de toda legislación sobre delitos sexuales. Desde entonces, cualquier relación sin consentimiento afirmativo puede ser considerada agresión. Es un marco legal pionero en Europa, que ha ayudado a visibilizar el derecho a decidir sobre el propio cuerpo, especialmente para las mujeres.
Sin embargo, ese marco legal no siempre se traduce fácilmente a la experiencia cotidiana de los jóvenes. “Muchos entienden el consentimiento como una especie de examen constante”, explica Ximena Duyos. “Sienten que, si hacen algo mal sin querer, pueden ser cancelados. Y eso, lejos de empoderar, paraliza”. También lo cree así Núria Jorba, que cree que estamos más coartados que nunca a nivel sexual: “Los límites del consentimiento han llegado a un punto de colapso. Frena a todos, hombres y mujeres, aunque sobre todo a ellos, por el miedo a equivocarse. El deseo, así, se enfría antes de empezar”.
Aun así, el conflicto no parece estar tanto en los avances legales que se han dado como en la visión equivocada que se tiene sobre el consentimiento. Según un estudio de Save the Children de 2023, el 83 % de adolescentes españoles reconoce haber recibido escasa o nula formación sobre consentimiento en su educación formal, y casi el 60 % admite no saber cómo aplicar esas ideas en una relación real.
“No hay educación sexual bien organizada desde la emoción, desde la autoestima, desde el autoconocimiento, desde la conexión real, desde la intimidad, desde el deseo”, explica Jorba. Y esto acaba propiciando una parálisis evidente: no se atreven a tener relaciones sexuales porque no saben cómo hacerlo bien.
La generación Z no está teniendo menos sexo por falta de ganas, sino por exceso de ruido. Entre la hiperconexión, la autoexigencia estética, la presión por hacerlo “bien” y el miedo a equivocarse, el deseo se ha convertido en algo frágil. Por lo tanto, la solución no pasa por más estímulos sexuales en la pantalla, sino por todo lo contrario: más vínculos reales, más educación afectiva y, sobre todo, más espacios donde equivocarse esté permitido y sentir deje de ser una amenaza.