A finales del siglo XIX, Friedrich Nietzsche advirtió sobre un fenómeno que hoy parece haberse convertido en el motor invisible del mundo contemporáneo: la prisa. En una época marcada por los primeros signos de la modernidad industrial, el filósofo alemán señalaba irónicamente que el hombre moderno confundía la velocidad con la virtud y el movimiento con el sentido.
Más de un siglo después, su diagnóstico parece haber sido una advertencia. Hoy en día, el tiempo lo es todo, el éxito se mide en clicks y la automatización se ha convertido en el vellocino de oro al que adoramos. Por eso, y aunque su filosofía sea en muchas ocasiones polémicas, no está de más repasar las palabras que el filósofo y poeta alemán nos brindó en su momento.
Filosofía para tiempos de IA
Tras las palabras de Nietzsche
“Os falta el ocio: la maldita prisa os arrastra de un lado a otro. Creéis que la prisa es una virtud. Vuestro apresuramiento os impide pensar”, contaba Nietzsche en Así habló Zaratustra, ensayo de 1883 que se convirtió, para muchos, en la brújula moral del siglo XX.
Lo que quería decir con estas palabras es que la velocidad tiene un efecto irremediable sobre el pensamiento. Y cuanto más rápido intentamos comprender el mundo, menos capaces somos de hacerlo en profundidad.
Friedrich Nietzsche.
De este modo, el filósofo veía en la aceleración (que ahora todos celebramos) una forma de empobrecimiento espiritual. La prisa, decía, no solo erosiona el descanso o el ocio, sino también la posibilidad de juicio. Pensar requiere lentitud, distancia y una cierta resistencia al ruido. Pero la cultura contemporánea, sin embargo, parece construida en sentido contrario.
Os falta el ocio: la maldita prisa os arrastra de un lado a otro
Hoy en día vemos directamente que el flujo constante de información, la economía de la atención y la lógica de las redes sociales han favorecido lo inmediato y lo efímero. Es una clara arma del capitalismo que, sin embargo, lleva más de 100 años haciendo mella en nosotros.
Porque Nietzsche vivió el nacimiento del capitalismo industrial, pero sus intuiciones encajan sorprendentemente bien con el capitalismo digital. La “maldición de la prisa” que describía se ha multiplicado con la irrupción de los algoritmos, que determinan lo que vemos, leemos o pensamos en función de la velocidad con que reaccionamos a los estímulos.
La frase de 1883 parece una profecía: cuando la velocidad se convierte en virtud, el pensamiento se vuelve imposible. Y la tecnología, con toda su promesa de eficiencia, ha exacerbado justo aquello que Nietzsche temía: un mundo que corre sin dirección, sin profundidad y sin descanso. El reto ahora es: ¿vamos a escuchar las palabras del filósofo o a dejarlas pasar como tantas otras cosas?


