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Bill Atkinson, ingeniero: “Lo más importante que aprendí en Apple fue que la tecnología puede ser una herramienta de expresión humana, no solo una máquina que hace cálculos”

Apple

Pionero silencioso de Apple, Bill Atkinson redefinió la manera en que interactuamos con la tecnología: inventó la interfaz moderna, anticipó la web y demostró que la innovación también puede ser un acto de humanidad

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Bill Atkinson, ingeniero de Apple.

Mac Magazine / 1984

Cuando hablamos de Apple siempre pensamos en la misma persona. Steve Jobs parece el alfa y el omega del éxito de la empresa, pero la realidad es que su mayor talento fue saber rodearse de la gente adecuada.

Los mayores éxitos de Jobs se debieron a tener la gente más brillante a su lado, y sus mayores fracasos fue no tenerlos o no escucharlos. Es una constante en la vida de cualquier líder, pero especialmente en la de Jobs, que supo apoyarse en algunos de los genios más influyentes de su generación en campos como la ingeniería informática y el diseño gráfico.

Una de esas grandes mentes fue Bill Atkinson. Fallecido tristemente el pasado 5 de junio, Atkinson no solo revolucionó la forma en que interactuamos con los ordenadores y los teléfonos móviles —fuesen o no de Apple—, sino que también llevó una vida marcada por ideas tan brillantes como singulares. Por eso, hoy merece la pena recordarlo.

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Atkinson nació el 17 de marzo de 1951 en Ottumwa, una pequeña ciudad del estado de Iowa, aunque creció en Los Gatos, una localidad bastante más grande en California. Tercero de siete hermanos —hijo de un anestesiólogo y una obstetra—, creció en un entorno acomodado que le permitió dedicarse por completo a sus estudios. 

Ingresó en la Universidad de California, donde se graduó sin dificultades y donde, casi sin saberlo, comenzó su vínculo con Apple. Y es que uno de sus profesores fue Jef Raskin, quien años más tarde dejaría la docencia para unirse a Apple y liderar el desarrollo del Macintosh. Aquella conexión marcaría el futuro profesional de Atkinson… aunque sus caminos no se cruzarían de inmediato.

Fallecido tristemente el pasado 5 de junio, Atkinson no solo revolucionó la forma en que interactuamos con los ordenadores y los teléfonos móviles , sino que también llevó una vida marcada por ideas brillantes

Antes de recaer en Apple, Atkinson continuó su formación. Ya graduado, se especializó en neuroquímica en la Universidad de Washington, donde destacó por su talento y curiosidad científica. 

Todo apuntaba a que seguiría una carrera académica o de investigación. De hecho, esos estudios influirían profundamente en su manera de pensar y en su visión del mundo años más tarde. Sin embargo, el destino le tenía preparado otro rumbo. Como ya mencionamos, uno de sus antiguos profesores creyó que conocía el lugar perfecto para él… y ese lugar era Apple.

Después de graduarse, Jef Raskin invitó a Atkinson a visitar la nueva empresa en la que trabajaba. En ese momento, Atkinson estaba realizando su doctorado en neuroquímica, por lo que aquella invitación no parecía más que una visita cordial a un antiguo profesor al que respetaba profundamente. Sin embargo, aquel encuentro marcaría un punto de inflexión en su vida.

Bill Atkinson.

CHM

Durante esa visita conoció a Steve Jobs, quien, al parecer, percibió de inmediato el talento excepcional de Atkinson. Tanto fue así que insistió personalmente en que se uniera al equipo. Poco después, Bill Atkinson se convirtió en el empleado número 51 de Apple.

Dejando atrás su doctorado, Bill Atkinson se incorporó oficialmente a Apple el 27 de abril de 1978. Sus primeras tareas consistieron en adaptar el lenguaje USCD Pascal al Apple II, un trabajo fundamental que permitió comenzar a prototipar los sistemas operativos del Apple Lisa y el Macintosh, lanzados en 1983 y 1984, respectivamente. Aquello ocurrió incluso antes de que existieran los primeros prototipos físicos de los equipos.

No obstante, lo que realmente consolidó su legado no fue su labor como programador, sino su papel como diseñador visionario, responsable de algunas de las innovaciones más influyentes en la historia de la informática personal.

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Un trabajo excepcional

Aunque hoy damos por sentado cómo funcionan los ordenadores, a finales de los años setenta todo estaba aún por inventar. La forma en que se abren las ventanas, cómo se despliegan los menús o incluso el modo en que usamos un teclado o un ratón eran conceptos en plena gestación. Y uno de los principales artífices de esa revolución fue Bill Atkinson.

Su aportación fue decisiva porque entendió antes que casi nadie la importancia de algo que hoy consideramos esencial y que, en aquel entonces, apenas se valoraba: la interfaz de usuario. Atkinson fue uno de los pioneros en colocar la experiencia del usuario en el centro del desarrollo tecnológico, transformando la manera en que las personas interactúan con las máquinas.

Fue el responsable del desarrollo de la interfaz gráfica de usuario del Apple Lisa, además de formar parte del equipo de diseño del Apple Macintosh

Él fue el responsable del desarrollo de la interfaz gráfica de usuario del Apple Lisa, además de formar parte del equipo de diseño del Apple Macintosh. No en vano, solía autodefinirse como “un cruce entre un artista y un inventor”.

Entre sus principales contribuciones destaca la creación de QuickDraw, una innovadora librería de gráficos 2D acompañada de su propia API, que permitía dibujar imágenes en pantalla con una fluidez sin precedentes. Sin QuickDraw, el Classic Mac OS —el sistema operativo que acompañó a los ordenadores de Apple desde el System 1 (lanzado el 24 de enero de 1984) hasta Mac OS 9 (publicado el 23 de octubre de 1999)— simplemente no habría sido posible.

Pero esas no fueron sus únicas aportaciones. Atkinson también es recordado por haber creado algunas de las aplicaciones más queridas y emblemáticas en la historia de Apple. Entre ellas MacPaint, la revolucionaria aplicación de dibujo que se distribuía junto al procesador de texto MacWrite.

Bill Atkinson, ingeniero de Apple.

Terceros

MacPaint aprovechaba la potencia de QuickDraw para permitir a los usuarios dibujar libremente en sus ordenadores, algo impensable hasta entonces. Y aunque hoy pueda parecer una herramienta primitiva, en su momento fue sorprendentemente avanzada y potente; una demostración brillante de cómo la tecnología podía ser también una forma de expresión creativa.

Otra de las grandes contribuciones de Atkinson —tanto a Apple como a la historia de la informática— fue la creación de HyperCard. Lanzado el 11 de agosto de 1987, este software fue el primer sistema de hipervínculos verdaderamente exitoso del que se tiene registro, y se mantuvo en desarrollo hasta 1998, cuando se publicó su última versión (2.4.1).

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Aunque los hipervínculos alcanzarían fama mundial pocos años después con la llegada del World Wide Web y el protocolo HTTP, que acabaría transformando Internet en lo que conocemos hoy, Atkinson se adelantó dos años a esa revolución. Con HyperCard, demostró un talento visionario, capaz de detectar y materializar una idea brillante mucho antes de que el mundo estuviera preparado para comprender su verdadero potencial.

Eso no impidió que el propio Atkinson fuera muy crítico con sus propios logros. En una entrevista con Wired, llegó a reconocer: “Con el tiempo me he dado cuenta de que me quedé corto con HyperCard (…) podría haber sido el primer navegador web.” Una reflexión que revela una autoconciencia poco común entre los pioneros tecnológicos de su generación.

Esa actitud resume buena parte de su trayectoria: Atkinson no siempre buscaba inventar desde cero, sino reimaginar lo que ya existía, encontrar su verdadero potencial y hacerlo accesible para todos. Esa capacidad de detectar lo valioso en lo cotidiano sería, precisamente, la base de su siguiente aventura empresarial.

Bill Atkinson junto a Steve Jobs.

Terceros

El mayor fracaso de su carrera

General Magic: Apple sin ser Apple

Aunque su paso por Apple fue brillante, Bill Atkinson no era de los que se conformaban con permanecer en un mismo lugar. Por eso, en 1990 decidió emprender un nuevo camino, buscando un proyecto que le permitiera ir más allá del universo de Steve Jobs… aunque, en realidad, no se alejaría tanto de él.

Ese mismo año, en mayo de 1990, fundó junto a Andy Hertzfeld y Marc Porat la empresa General Magic, dedicada al desarrollo de software y electrónica. Curiosamente, su principal cliente era la propia Apple, lo que convirtió a la compañía en una especie de laboratorio independiente de innovación donde algunos de los ingenieros más brillantes de Silicon Valley exploraban el futuro de la comunicación digital.

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De hecho, la idea de General Magic nació cuando Marc Porat convenció al entonces CEO de Apple, John Sculley, de que la próxima generación de ordenadores requeriría una colaboración estrecha entre las industrias de la informática, las telecomunicaciones y la electrónica de consumo.

Porat bautizó aquella visión como el Proyecto Paradigma, y la creación de General Magic fue la forma en que Apple decidió mantener cierta influencia sobre ese futuro inevitable. Con tres de sus ingenieros de confianza —Atkinson, Hertzfeld y el propio Porat— al frente, y manteniendo una participación minoritaria en la nueva compañía, Apple apoyó la fundación de una empresa oficialmente independiente, pero estratégicamente alineada con sus intereses.

Apple apoyó la fundación de una empresa oficialmente independiente, pero estratégicamente alineada con sus intereses

Pero General Magic no nació para ser un simple spin-off de Apple. Desde el principio, la empresa tuvo ambiciones propias y contó con el respaldo de algunas de las mayores corporaciones del planeta, entre ellas Sony, Motorola, Matsushita, Philips y AT&T Corporation. Sus primeros años se desarrollaron en un hermetismo absoluto: nadie sabía con exactitud en qué trabajaban, pero todos querían invertir en ellos.

De aquel período surgieron dos creaciones muy ligadas al genio de Bill Atkinson. La primera fue Telescript, un lenguaje de programación diseñado para facilitar la comunicación entre distintos dispositivos tecnológicos. La segunda, Magic Cap, un sistema operativo basado en objetos que permitía al usuario moverse por una especie de oficina virtual, desde la que podía acceder fácilmente a diferentes aplicaciones.

Bill Atkinson fue contratado personalmente por Steve Jobs

Terceros

Ambos proyectos compartían una misma visión: crear un ecosistema que integrara los ordenadores personales con las entonces populares PDA, anticipando —años antes de su tiempo— el concepto de conectividad móvil que más tarde definiría la era de los smartphones.

Aunque la idea era brillante —y, con el tiempo, acabaría sentando las bases de lo que hoy son Internet, los teléfonos móviles, las tablets y la comunicación entre dispositivos—, General Magic llegó una década antes de lo que el mundo estaba preparado para aceptar.

Muchas de las tecnologías y conceptos que hoy damos por sentados nacieron, en gran medida, del espíritu visionario que Atkinson

Esa brecha temporal se hizo evidente muy pronto. Para 1995, la empresa ya mostraba señales de fragilidad: grandes ideas, pero un mercado que aún no existía. Aun así, logró mantenerse en pie unos años más, resistiendo con ingenio e ilusión hasta que, finalmente, el 17 de septiembre de 2002, General Magic cerró sus puertas.

Su legado, sin embargo, no se perdió: muchas de las tecnologías y conceptos que hoy damos por sentados —desde los asistentes digitales hasta los ecosistemas móviles interconectados— nacieron, en gran medida, del espíritu visionario que Atkinson ayudó a forjar en aquella compañía adelantada a su tiempo.

“Lo más importante que aprendí en Apple fue que la tecnología puede ser una herramienta de expresión humana, no solo una máquina que hace cálculos”, resumió en su momento. 

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Tras el fracaso —o, mejor dicho, el éxito de haber llegado demasiado pronto— de General Magic, Bill Atkinson se retiró de la primera línea tecnológica. O, al menos, lo más cerca que un emprendedor visionario puede estar de jubilarse.

En 2007, colaboró durante un tiempo con Numenta, una startup centrada en desarrollar inteligencia verdaderamente real en los ordenadores, un proyecto que él mismo describía como “fundamentalmente más importante para la sociedad que los ordenadores personales y el auge de Internet”. Una frase que, vista hoy, demuestra una vez más su capacidad para anticipar el futuro, incluso el auge de la inteligencia artificial que vivimos en la actualidad.

Bill Atkinson, ingeniero de Apple.

Diseño: Selu Manzano

En sus últimos años, Atkinson se dedicó a dos pasiones: la fotografía y la exploración psicodélica

Más allá de esa incursión, su vida tomó un rumbo más personal y contemplativo. En sus últimos años, Atkinson se dedicó a dos pasiones: la fotografía, a la que aplicó su sensibilidad artística y su obsesión por la precisión técnica, y la exploración psicodélica, que consideraba una vía legítima para comprender la conciencia humana y la creatividad.

A partir de 2002, Atkinson se volcó por completo en una nueva pasión: la fotografía artística. Fascinado por la precisión y las posibilidades de la fotografía digital, centró su mirada en la naturaleza, especialmente en los detalles invisibles a simple vista.

Fruto de esa dedicación nació, en 2004, su libro Within the Stone, una colección de primeros planos de minerales y formaciones rocosas que revelan patrones y colores casi abstractos. 

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La obra solo fue posible gracias a la tecnología digital, que le ofrecía el nivel de control, nitidez y fidelidad cromática que necesitaba para capturar la belleza microscópica de la materia. Una vez más, Atkinson unió arte y ciencia para mostrar que la tecnología, bien empleada, puede ser una herramienta de contemplación y asombro.

En esta etapa, Atkinson también desarrolló una aplicación para teléfonos móviles llamada PhotoCard, que permitía a los usuarios crear postales personalizadas a partir de sus propias fotografías digitales. Podían añadir mensajes y enviarlas tanto por correo electrónico como por correo postal tradicional, uniendo lo digital y lo físico en una misma experiencia. 

Con ello, Atkinson reafirmaba una constante en toda su trayectoria: su búsqueda de conexión humana y su convicción de que la tecnología debía servir, ante todo, para acercar a las personas.

Bill Atkinson, ingeniero de Apple.

Wikimedia Commons

Esa misma filosofía impregnó su última gran pasión vital: los psicodélicos. En sus últimos años, Atkinson se convirtió en un defensor del 5-MeO-DMT, conocido popularmente como “la molécula de Dios”, una de las sustancias psicodélicas más potentes que existen. Esta molécula se encuentra en un pequeño anfibio del suroeste de Estados Unidos, el sapo del desierto sonorense, cuya secreción ha sido utilizada con fines rituales y terapéuticos durante siglos.

Para Atkinson —y para muchos otros psiconautas—, el uso consciente de estas sustancias ofrecía una vía hacia una comprensión más profunda del ser y del universo, una forma de liberar la mente creativa y sanar heridas emocionales. 

Era, en cierto modo, una extensión espiritual de todo lo que había buscado a lo largo de su vida: trascender los límites de la percepción humana a través de la tecnología, el arte o la química.

Para Atkinson, el uso consciente de estas sustancias ofrecía una vía hacia una comprensión más profunda del ser y del universo

Esta relación no es baladí. El 5-MeO-DMT provoca un viaje intenso pero breve, de unos 20 minutos de duración, durante el cual muchos usuarios experimentan lo que se conoce como “la muerte del ego”: una disolución temporal de la identidad individual que genera una sensación de unidad con el entorno y con todo lo que existe. 

Esa experiencia, según quienes la han vivido, puede abrir la puerta a una expresión más libre, una comprensión ampliada del yo y una profunda sensación de conexión espiritual. Sin embargo, no todo son luces. El consumo irresponsable o en contextos inadecuados puede derivar en malos viajes que agravan trastornos previos o provocan crisis emocionales intensas. 

Bill Atkinson, ingeniero de Apple.

LinkedIn

Consciente de ello, Atkinson dedicó sus últimos años a promover un uso responsable y seguro del 5-MeO-DMT. No solo divulgó sus posibles beneficios terapéuticos, sino que también apoyó activamente la investigación científica sobre la sustancia y facilitó el acceso a variantes sintéticas más seguras, especialmente para personas sin experiencia previa con psicotrópicos. 

Incluso, colaboró en la elaboración de manuales sobre cómo preparar dosis seguras para el autoconsumo, siempre con un enfoque educativo y preventivo. En definitiva, hasta el final de su vida, Bill Atkinson mantuvo una misma inquietud: explorar los límites de la conciencia humana —ya fuera a través de la tecnología, el arte o la química— y buscar nuevas formas de conexión y comprensión entre las personas y el mundo que las rodea.

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Bill Atkinson falleció el 5 de junio de 2025, a los 74 años. Según se ha informado, el consumo de psicodélicos desempeñó un papel importante en los últimos años de su vida, ayudándole a sobrellevar el cáncer de páncreas que acabaría provocando su muerte. Por tanto, su final fue coherente con toda su trayectoria: hasta el último momento, Atkinson se mantuvo fiel a sus principios de curiosidad, creatividad y búsqueda de sentido.

Desde sus días en Apple hasta sus exploraciones artísticas y espirituales, favoreció siempre el pensamiento disruptivo, buscó la conexión humana y desafió los límites de lo que se consideraba lógico o posible. Atkinson fue —y sigue siendo— una de esas mentes que recordamos no solo por lo que crearon, sino por cómo imaginaron un mundo diferente.