Un biólogo molecular del estado de Missouri (Estados Unidos), aficionado a hacer números de magia, se implantó un microchip en la mano, entre el índice y el pulgar, con el que se propuso hacer trucos con objetos electrónicos que interactuaran con el microdispositivo invisible. Una gran idea para sus espectáculos.
Si no fuera, claro, por el que fuera el primero de sus trucos: hacer desaparecer la contraseña. Adiós chip. El mago se ha olvidado de cómo desbloquear el sensor, así que ya no lo puede programar ni usar para nada. Se ha convertido en una especie de piercing que ni siquiera se ve.
“Estoy viviendo mi propia distopía ciberpunk, sin acceso a la tecnología de dentro de mi cuerpo, y además por mi culpa”, escribe Zi Teng Wang, conocido artísticamente como Zi el Mentalista, en un post de Facebook.
A primera vista, parece una anécdota bastante graciosa, pero mientras empresas como Neuralink, del multimillonario Elon Musk, implantan chips cerebrales al público, la historia personal de Wang sirve como advertencia. Los riesgos de tener cualquier tecnología, ya sea privada o pública, incrustada en el cuerpo, son evidentes: las empresas pueden quebrar, las líneas de productos pueden descatalogarse o, en el caso de Wang, olvidar por error la contraseña.
Zi Teng Wang, el mago.
Wang explicó en la publicación de Facebook que tenía un microchip de identificación por radiofrecuencia (RFID) insertado en la mano “hace siglos” para divertidos trucos de magia, pero que requería que un espectador acercara su teléfono inteligente a la mano de Wang para activar cualquier truco que hubiera desarrollado.
Sin embargo, llegado el momento de ponerlo en práctica, se dio cuenta de que no era tan sencillo como parecía. “Resulta que tocar repetidamente el teléfono de otra persona con la mano del chip intentando averiguar dónde está el sensor no resulta tan misterioso, mágico ni asombroso”, escribió. “Además, mucha gente suele tener ese lector desactivado, y claro, si uso mi propio teléfono para escanear el del espectador, el número pierde toda la gracia”.
En España también es posible implantarse chips NFC.
Dejó de usar el dispositivo para sus trucos, y al cabo del tiempo volvió a experimentar con el chip, le escribió una dirección de Bitcoin y luego lo vinculó a una imagen meme en Imgur, la plataforma para compartir imágenes en línea. “Pero resulta que hace unos años, ese enlace de Imgur dejó de funcionar, y cuando intenté reescribir el chip, me horroricé al darme cuenta de que había olvidado la contraseña con la que lo había bloqueado”, confiesa.
El desenlace de la historia: sus amigos tecnológicos le dijeron que la única forma de desbloquear el chip era por el método de fuerza bruta e ir probando todas las combinaciones posibles durante días o semanas. Así que el chip sigue ahí en su mano, con la contraseña perdida y todo. “Al menos el enlace de Imgur volvió a funcionar”, escribió Wang. “Pero sigo sin poder acceder a la tecnología de mi propio cuerpo, y eso es un inconveniente, pero divertidísimo”.
No es la primera vez que ocurre algo así. Daniel Oberhaus, exguionista de Vice, contó en 2018 cómo, borracho, le implantaron un chip NFC en la mano. Pero, al igual que Wang, olvidó la contraseña, lo cual convirtió al escritor en lo que él llamó el “cíborg más inútil del mundo”. Por no hablar de James Howells, el ingeniero informático que tiró 950 millones de dólares a la basura por accidente y se pasó años buscando el monedero bitcoin perdido en un vertedero. Nunca apareció.

