La noche de la lencería roja

Tengo entendido que esta noche no solo hay que engullir doce granos de uva con semillas en tiempo récord, sino que también imperan la lencería roja y esos tubos de cartón enroscado llamados matasuegras, dos singularidades de la nochecita sin relación entre sí.

Lencería roja fin de año.

 

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Y la gente aún tiene el valor de pedir salud, dinero y amor al año que entra...

Lo de la lencería roja me parece eurovisivo y la mar de emocionante dado que si los toros entran al trapo –rojo–, no les cuento otros ejemplares de la fauna ibérica. Tiene, además, la ventaja semafórica de transmitir un mensaje nítido a la ciudadanía, sobre todo a los maridos despistados que siempre cruzan la calle por donde no deben: ¡rojo, peligro!

El origen de esta tradición de la lencería roja en España es incierto y, por una vez, ajeno a influencias externas, a diferencia del black friday, el panettone –menuda perra nos ha entrado estas Navidades– o el concierto de Año Nuevo de Viena, ese al que todo el mundo anhela asistir aunque parezca reservado a matrimonios que no han discutido en su vida.

Lástima que no exista, en correspondencia, una tradición similar en el bando masculino. No sé yo, unos gayumbos para entrar con buen pie en el año, de color no binario, satinados o con mensajes impresos aunque fuesen futbolísticos – “ No surrender, “Nunca caminarás solo” o “La fuerza de un sentimiento”– aun a riesgo de chuflas.

Además de engullir uvas, esta noche imperan la lencería roja y el matasuegras

–Tú de león solo tienes el carnet del Athletic de Bilbao.

Algo, en definitiva, que transmitiera valores estéticos masculinos en Nochevieja porque ya les avanzo que ningún hombre alegará:

–Yo no llevo estos flamantes gayumbos para gustar a ninguna mujer, sino para sentirme bien conmigo mismo.

 Tenemos por delante una noche diferente, emocionante e ilusionante porque no hay que madrugar, se impone el hedonismo y los más picajosos siempre pueden telefonear a la Guardia Urbana para denunciar el ruido que les impide ejercer su derecho al tedio.

–Oigo alaridos en el piso de arriba y es raro porque son una pareja muy discreta. Esta noche, todos rojos...

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