Vimos La Palma en Netflix. Es un despropósito de las dimensiones del tsunami que aparece, y no merecería ni mención si no fuera porque ofrece un buen retrato de cómo ven los turistas a los habitantes de los lugares donde van de vacaciones. O mejor dicho, de cómo no los ven. Somos invisibles. La trama fantasea sobre lo que pasaría si Cumbre Vieja entrara en erupción y se desprendiera un trozo de isla, un argumento que no impacta igual en quien tiene un vínculo recreativo con el lugar que en quienes perdieron su casa bajo la lava en el 2021.

El tsunami, a punto de barrer La Palma, en la serie homónima
El volcán arrasó buena parte de la economía y el entorno, destruyó 1.300 viviendas. La Palma tiene unos 85.500 habitantes, pero en la serie, de producción noruega, se salvan casi únicamente los noruegos porque se han alertado entre ellos. Los palmeros son meros figurantes. Pasaría lo mismo si la serie fuera alemana y hubiera un tsunami en Mallorca, o si fuera británica y un terremoto sacudiera Alicante, o –me temo– si fuera española y una catástrofe azotara Tailandia. Los residentes, pobres aborígenes, no tendrían protagonismo porque son insignificantes.
La guía Fodor’s incluye Mallorca, Barcelona y Canarias como destinos desaconsejados
La guía de viajes americana Fodor’s incluye Mallorca, Barcelona y Canarias en la lista de destinos desaconsejados. Dice que su popularidad es insostenible por culpa de gobiernos que “priorizan las experiencias del visitante por encima del bienestar del residente”. Añade que recorrer ciudades llenas de turistas es frustrante, ir a pueblos donde se resienten con tu presencia es perturbador, y pasear por una naturaleza plagada de basura deprime.
Mientras, las cifras pulverizan récords. En el 2024, España obtuvo 94 millones de visitantes, un 10% más que en el 2023. El gasto fue de 126.000 millones de euros. Y, sin embargo, la noticia preocupa. La desestacionalización, lejos de evitar la masificación en temporada alta, la mantiene todo el año, haciendo que la única actividad rentable sea la relacionada con el turismo (que, de momento, no parece revertir en educación, sanidad, investigación o transporte público). Pero es que, al identificarnos como destino turístico, nos despoja de identidad, nos vuelve simples locals cuyas circunstancias no importan a nadie. Hasta el punto de que tu casa da nombre a un producto de alcance internacional (una serie, una marca) en el que tú ni siquiera existes.