Los ciudadanos que hemos crecido en Occidente hemos estado siempre convencidos de que vivíamos en el lado correcto de la historia. Que Europa y Norteamérica estaban regidos por gobiernos democráticos, con todas sus imperfecciones, y el resto del mundo, salvo contadas excepciones, estaba en manos de dictaduras o autocracias. Con cierto aire de superioridad, porque estábamos encantados de nuestro modelo de sociedad, intentamos exportar la democracia a países de Asia, África o Sudamérica. A veces, de forma no muy acertada, como prueba la etapa del colonialismo.

Vladimir Putin, Narendra Modi y Xi Jinping
Bajo el liderazgo de Estados Unidos, Occidente intentó colaborar con estos países y forzar cambios de régimen en defensa de los derechos humanos y, también, para hacerlos más permeables a su influencia. Frente a esta estrategia, ha aparecido en los últimos años el nuevo poder de China, que extendía también su mano abierta para ayudar e invertir en estos países, pero no pretendía a cambio ninguna transformación de modelo. Daba igual que el país de turno
estuviera en manos de un dictador sanguinario o fuera una incipiente democracia. “Gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”, como decía el expresidente chino Deng Xiaoping.
La hábil diplomacia china fomentó la aparición de los Brics, organización que suponía una alternativa a la hegemonía occidental y que ha evolucionado con países de peso como Brasil, Rusia, Sudáfrica, India, China, Egipto o Indonesia. Solo faltaba la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, con sus polémicas políticas arancelarias, para consolidar un frente antioccidental de todos estos países.
La culminación de todo ello ha sido la cumbre de dos días que China ha organizado en Tianjin y donde Xi Jinping se ha exhibido como garante del multilateralismo frente a Trump. Quizás es el momento para que Europa apueste por una tercera vía y se distancie de la estrategia actual de los Estados Unidos, pero sin caer en brazos de China o de Rusia. El apoyo de Xi a Putin confirma que tampoco el país asiático está en el lado correcto de la historia. China saca partido de los errores de Trump y aumenta su liderazgo, pero su modelo no debería ser la alternativa.