El equipo médico habitual

El equipo médico habitual
News Correspondent

Si a usted, lector o lectora, el título de este artículo le resulta familiar, seguramente es porque le evoca los noticiarios de hace cincuenta años, que invariablemente citaban a ese “equipo médico habitual” como su fuente de información sobre Francisco Franco a lo largo del mes y medio que duró su agonía en el hospital universitario La Paz. Es decir, que usted (como yo, nacido en 1960) forma parte de ese 20% de españoles con edad suficiente para recordar al menos los últimos años del franquismo. El 80% restante (¡qué envidia!) Tuvo la suerte de no sufrir la dictadura.

(FILES) A file picture taken on January 9, 2025 at the cemetery of Mingorrubio-El Pardo, northern Madrid, shows a bust of Spanish dictator Francisco Franco's at his mausoleum, decorated with flags and messages left by worshippers. Spanish youth are increasingly seduced by General Francisco Franco 50 years after the dictator's death. Disinformation on social media has credited the Spanish dictator with social achievements that present his iron-fisted rule in a nostalgic light. (Photo by Thomas COEX / AFP)

 

THOMAS COEX / AFP

Está claro que el cincuentenario de la muerte de Franco no pueden vivirlo de igual modo unos que otros. Lo que para ese 80% es ya arqueología, para mi 20% es todavía biografía. A mí me ha ayudado mucho a recordar el final del régimen la lectura del libro de Miguel Ángel Aguilar No había costumbre, que toma el título de una frase del diplomático Julio Cerón, fundador del Frente de Liberación Popular o Felipe, una de las organizaciones antifranquistas más activas en los años sesenta. “Cuando murió Franco, el desconcierto fue grande: no había costumbre”, escribió Cerón, y es verdad que no estábamos acostumbrados, porque el franquismo se alargaba y se alargaba y parecía que fuera a ser eterno.

En mis recuerdos de infancia, España era un país en el que nunca pasaba nada. Bueno, sí, pasaban algunas cosas pero siempre buenas, como las copas del Madrid, los triunfos del Cordobés o el petróleo de Burgos. Las cosas malas pasaban siempre en el extranjero: el asesinato de Kennedy, la guerra de Vietnam, las revueltas parisinas, la pobre gente que moría acribillada tratando de saltar el muro de Berlín… España era un país en el que nunca pasaba nada, hasta que de repente empezó a pasar.

En realidad, las cosas empezaron a pasar no en España sino al lado, en Portugal, con la revolución de los claveles, el espejo en el que querían verse reflejados los antifranquistas. Eso ocurrió en abril de 1974, y muy poco después, en julio, una tromboflebitis sugirió la posibilidad de que el Caudillo no fuera inmortal. Franco se recuperó en el hospital que llevaba su nombre (¡a ver quién supera eso!), pero el franquismo estaba ya herido de muerte.

A los 75 o los 100 años de su muerte, Franco y el franquismo habrán dejado de importar a la sociedad

Hubo entonces una breve pausa y, de golpe, las cosas se aceleraron. En agosto de 1975, un decreto ley canceló las escasas garantías consagradas por el Fuero de los Es pañoles y devolvió al país a los años de la represión pura y dura. En septiembre, Franco, que más de medio siglo antes se había iniciado en el gusto por los fusilamientos mandando ejecutar a un legionario descontento con el rancho, envió al paredón a cinco personas. A principios de noviembre, con el dictador ya ingresado, Marruecos metió más presión con la marcha verde. Un par de semanas después, España se despertó con la imagen de un compungido Arias Navarro pronunciando aquello de: “Españoles, Franco ha muerto”.

Dentro de una semana se cumplen cincuenta años de ese 20-N: un número redondo que ha favorecido la aparición de buen número de libros sobre Franco, el franquismo, la transición. La próxima conmemoración, sea a los setenta y cinco o a los cien años, está lo bastante lejos para pensar que Franco y el franquismo, convertidos en materia de estudio para los historiadores, habrán dejado de importar a la sociedad.

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Ignacio Martínez de Pisón
AME4552. LIMA (PERÚ), 02/10/2025.- Una persona sostiene una bandera de Perú con la imagen de la presidenta, Dina Boluarte, durante una manifestación este jueves, en Lima (Perú). El Congreso de Perú propuso un proyecto de ley para crear un grupo de élite con el fin de enfrentar la extorsión contra las empresas de transporte urbano, tras una reunión con líderes de los gremios de transporte de Lima y Callao que acataron un paro y realizaron una multitudinaria marcha hacia la sede del Legislativo para protestar contra la criminalidad, que los tiene sometidos a sicarios y extorsionadores. EFE/ John Reyes Mejia

El libro de Miguel Ángel Aguilar es todavía el de un testigo privilegiado que, por su condición de periodista, vivió todo aquello de muy cerca. Su lectura me ha hecho recordar que, entre los invitados a las exequias del dictador, estaba el siniestro Augusto Pinochet, “envuelto en un capote gris y parapetado tras unas gafas negras”. Por ahí cerca andaba también Imelda Marcos, la mujer del dictador de Filipinas: ese era el nivel.

Entre las cosas que ignoraba y de las que me acabo de enterar gracias a No había costumbre está la improvisación del entierro en el Valle de los Caídos. Franco había dispuesto que se le inhumara a ocho metros de profundidad. Como si de verdad las autoridades creyeran en la inmortalidad del dictador, no se avisó hasta última hora a los operarios, que, cuando empezaron a cavar, se encontraron, a solo tres metros, con una conducción de aguas fecales imposible de desviar en tan poco tiempo… Sí, ese era el nivel.

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