Noche de Reyes

Noche de Reyes
Staff Writer

Ahora que, tras el segundo advenimiento de Donald Trump, ha quedado claro que Europa es poco más que una nebulosa de estados en decadencia para el presidente estadounidense y su Administración, es cuando hay que empezar a resistir la colonización gringa que hace ya demasiados años que soportamos. Así que ya saben, olvídense este año de Santa Claus, Rudolf, los renos y los elfos, y regresemos todos nosotros a la costumbre y práctica de la noche de Reyes, con esos tres sabios que pasan por magos y que, al principio de la tradición, representaban las tres edades del hombre: juventud, madurez y vejez. Precisamente las tres genera­ciones que ahora están presentes en la familia real española, el anciano rey Juan Carlos, el maduro rey actual, Felipe VI y la princesa de Asturias, Leonor, joven y llamada a ser nuestra futura reina.

Ya sabrán ustedes –toda España lo sabe– que el emérito (él detesta ese supuesto título) acaba de publicar sus pseudomemorias, dictadas a una periodista francesa, admiradora de nuestro anterior monarca y de estirpe izquierdista –es hija de Régis Debray– y que ha jugado y juega muy a favor de nuestro Juan Carlos, su rey caído (sic).

Juan Carlos no debería haber dado a imprenta su libro, que no es más que una exculpación extemporánea

La primera mitad del libro en cuestión, dicho sea tirando de trazo grueso, puede llegar a ser apreciable porque explica algunas de las interioridades de un cambio de régimen. Todo, por supuesto, a mayor gloria de una personalidad que, si aquí aparece fuerte y sólida, al final de la lectura se desvela débil y dubitativa. Es el rey que ayudó a conseguir y consolidar la democracia, aunque él mismo sitúa, tal vez inadvertidamente, ese principio de evolución en la persona del general Franco, el mismo dictador que murió matando y que, sin embargo, pudiera ser que ya intuyese que España acabaría siendo una democracia liberal. Extraño y hasta rocambolesco. A fin de cuentas, algo que desmerece la mismísima restauración de la monarquía. Y que la ancla inevitablemente con la dictadura. Flaco favor a su hijo y a la continuidad dinástica.

La segunda mitad del libro es, directamente, un vehículo de deslucimiento personal. Ninguna revelación de peso y un arrepentimiento de boquilla empalagosamente enmarcado por una supuesta dedicación al pueblo español que brilla por su ausencia.

MADRID, 03/12/2025.- El libro de memorias del rey Juan Carlos I, padre de Felipe VI, titulado 'Reconciliación', llega este miércoles a las librerías en español, casi un mes después de su publicación en Francia, una obra en la que repasa su vida desde su nacimiento en el exilio en Roma el 5 de enero de 1938. Unas memorias narradas en primera persona que publica la editorial Planeta y cuyo contenido llenó ya páginas de periódicos y horas de tertulias en radios y televisiones españolas, después de que el pasado 5 de noviembre saliera la edición en francés. EFE/ Mariscal

 

Mariscal / EFE

En mi muy personal opinión, jamás debería haber dado a imprenta y difusión don Juan Carlos este libro, que no es otra cosa que una exculpación extemporánea y que atenta contra, muy evidentemente, el principio básico de la monarquía, que es la ya mencionada continuidad y permanencia de la dinastía. Y no comento lo del vídeo casero pretendidamente promocional del pasado 1 de diciembre porque me despertó mucha más compasión que indignación.

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Cuando la penúltima restauración monárquica, tras la Gloriosa y el exilio de Isabel II, su hijo, Alfonso XII, supo jugar sus cartas auxiliado por Cánovas. No hay más que releer el Manifiesto de Sandhurst para comprender que finalmente se lograse la Constitución de 1876, hasta ahora la más longeva de nuestra historia, superada en duración por nuestra vigente Constitución de 1978. Pese a su fama de juerguista y su breve reinado, Alfonso XII pasa por un buen rey. No entraré ahora en ello. Pero no me resisto a explicar una anécdota que se atribuye tanto a un corresponsal extranjero como, según otras fuentes, al propio rey. El caso es que Alfonso XII llega por primera vez al palacio Real de Madrid y es aclamado por la multitud. Un majo, gato viejo madrileño, se desgañita especialmente gritando “¡Viva el Rey!” A pleno pulmón. Tanto y con tanta pasión que ese periodista o el mismísimo monarca se asombra de su furor realista y, al comentárselo, el majo replica: “¡Esto no es nada! ¡Tenía que haberme oído gritar muera’cuando echamos a su madre!”.

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Cuando crecemos, hay un momento en el que dejamos atrás la infancia y alguien nos dice que los Reyes son los padres. No sé si don Juan Carlos aún lo cree, pero está claro que ya no es un Rey Mago y que ha olvidado que el gran mérito de no someter la jefatura del Estado a disputas partidistas también debería valer para las rencillas familiares o los ataques de melancólica soberbia.

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