Hace casi 93 años que las mujeres pudieron acudir por primera vez a votar en unas elecciones generales en España. O sea, muchas de nuestras abuelas no podían expresar su opinión política en una papeleta cuando eran jóvenes. A ello hay que añadir el largo período del franquismo, en el que las mujeres fueron recluidas al ámbito de lo doméstico. No hace tanto de todo eso. Conviene recordarlo como punto de partida.
El hito del primer voto femenino en España vino precedido de muchas discusiones. Pese a lo que pudiera parecer, no toda la izquierda pedaleó con la misma intensidad para conseguirlo. Existía el sufragio pasivo, es decir, las mujeres podían ser elegidas, pero no podían votar. En las Cortes había, sin embargo, muy pocas diputadas cuando se discutía sobre la conveniencia del voto femenino durante la Segunda República.
Una de esas mujeres era la diputada Clara Campoamor, principal defensora del voto femenino. La izquierda más radical apoyaba la medida de manera conceptual, pero abogaba por posponerla en la práctica por motivos tácticos: consideraban que las mujeres decantarían el resultado hacia el lado conservador, influidas por la Iglesia católica y por sus maridos. En aquellas elecciones de 1933 ganaron las derechas, ciertamente, aunque los expertos aseguran que el comportamiento femenino en las urnas no fue tan distante del masculino. Fueron otros los factores más determinantes, como la unidad de las fuerzas de centro derecha.
A partir de la transición, el voto de las mujeres recibió escaso interés. No parecía que su comportamiento provocara grandes seísmos políticos, a diferencia, por ejemplo, de los mayores. Las pensiones han formado parte relevante de la disputa electoral en las últimas décadas, puesto que suponen un pastel apetecible para los dos grandes partidos españoles, el PP y el PSOE. Pero eso está cambiando. El sexo del votante ha cobrado especial significación, como pudo apreciarse en las últimas elecciones generales.
El CIS hizo un estudio basado en los comicios del 23 de julio del 2023 en el que concluyó que la decantación del voto de las mujeres fue determinante en el resultado y en la supervivencia de Pedro Sánchez. Según ese sondeo realizado a 27.000 electores, la voluntad de las mujeres de votar a partidos de izquierda (PSOE y Sumar) fue del 44%, casi 13 puntos más que a la derecha (31,4%), mientras que entre los hombres esa diferencia apenas llegaba a un punto.
El estudio abundaba aún más: el primer partido elegido por las mujeres fue el PSOE (31%), seguido del PP (25%), Sumar (13%) y Vox (6%). Los hombres prefirieron el partido de Santiago Abascal el doble que las mujeres. Aquella campaña empezó un mes antes con Sánchez en Onda Cero enmendando la política de su ministra de Igualdad, Irene Montero, de Podemos. El presidente explicó que tenía amigos de “entre 40 y 50 años” que se habían sentido a veces “incómodos” con los discursos de Montero, “más de confrontación que de integración”.
Pero el acuerdo de Carlos Mazón con Vox en la Comunitat Valenciana hizo girar la campaña en torno a esos pactos del PP con la extrema derecha, aprovechando además que uno de los candidatos de Vox había sido condenado por maltrato a su exmujer y que Alberto Núñez Feijóo lo justificó porque había tenido “un divorcio duro”. Así que Sánchez se olvidó de aquellos “amigos” e insistió en el mensaje de la connivencia de los populares con el machismo de Vox. El PP se dio cuenta del cariz de los acontecimientos y Feijóo mantuvo encuentros con feministas durante esos días, pero la corriente del voto de las mujeres hacia el PSOE ya se había consolidado.
Vivimos en un mundo en el que todos formamos parte de un mercado segmentado. Nos venden igual un producto o una ideología mediante algoritmos que diseccionan nuestras preferencias para acertar hasta en esos deseos que ni siquiera sabíamos que albergábamos y que hábilmente convierten en necesidades. Los partidos escarban en los nichos de voto y han detectado que el de las mujeres es uno de los que puede cambiar de cesta en estos momentos.
Sánchez confía en conservar ese apoyo electoral femenino. Para contrarrestar la mala imagen derivada del caso Ábalos, el PSOE llevará al Congreso la ley para la abolición de la prostitución, a pesar de que no cuenta con apoyo suficiente para salir adelante (a su izquierda abogan por la despenalización) y de que, aun en el caso de que se aprobara, su aplicación práctica sería más que complicada. Sí tiene más posibilidades de recibir luz verde parlamentaria la ley integral contra la trata, que ya pasó por el consejo de ministros en la primavera del 2024.

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se fotografía con unas mujeres durante un acto en Cádiz
En la derecha también se han puesto manos a la obra para revertir lo que ocurrió en 2023. Competir en feminismo con el PSOE resulta difícil, pero la estrategia del PP es denunciar la supuesta hipocresía del presidente del Gobierno en esta materia. Así, Feijóo ha encontrado un filón en el exministro José Luis Ábalos y su escudero Koldo García, de los que se ha ido conociendo que manejaban catálogos de prostitutas y los audios comentando esos servicios.
Feijóo no deja pasar casi ninguna intervención pública de relevancia para identificar a los socialistas como “puteros” y para acusar al presidente de haber “vivido de prostíbulos”, en una referencia a los negocios de dos saunas regentados por familiares del padre de Begoña Gómez, la esposa de Sánchez. Hasta hace poco este tipo de expresiones se dejaban para los escuderos del líder del PP, pero en ese partido saben que esos casos han hecho mella en la bolsa de votantes mujeres del PSOE. Según el CIS de julio pasado, una de cada cuatro mujeres habría abandonado a los socialistas de haberse celebrado entonces elecciones, mientras la pérdida de apoyo entre los hombres no era tan acusada. Si aquellas no llegan a cambiar de partido, al menos Feijóo espera que el enfado o el desencanto les haga quedarse en casa el día de las elecciones. El mismo estudio desvelaba un incremento del voto joven femenino hacia Sumar/Podemos y hacia Vox.
Incluso Santiago Abascal se ha percatado de que estaba dejando de lado a la mitad de la población. Vox vivió un notable crecimiento en buena parte gracias a una corriente de voto joven masculino y las mujeres parecían reacias a comprar su discurso machista. Pero también ahora la extrema derecha está adentrándose en el voto femenino, también joven. Abascal se concentra igualmente en vincular a los socialistas con la prostitución y, en concreto, al presidente del Gobierno, al que tildó el fin de semana de “chulo de putas”.
Pero la principal receta de Vox consiste en difundir mensajes alarmistas según los cuales ellas prácticamente no pueden pisar la calle sin exponerse a ser violadas por algún inmigrante, en especial de religión musulmana. Para dirigirse a las mujeres e incluirlas en su discurso, Abascal también emplea un lenguaje particular que incluye un posesivo nada inocente: “Nuestras esposas” o “nuestras hijas”. Se trata de protegerlas a ellas pero sin molestarlos a ellos.
Lo mejor será mirárselo desde el optimismo y pensar que Clara Campoamor estaría feliz de la atención (por llamarlo así) que ahora prestan los partidos al voto femenino que a ella tanto le costó conquistar. Pero tampoco hay que engañarse. Lo del interés político hacia las electoras suele consistir más en fogonazos verbales que en políticas reales.