A favor del final de temporada de 'The Morning Show'
Crítica
Está diseñado para emocionarse y aplaudir

Jennifer Aniston se come cada escena.

No necesito que todas las series que veo intenten ser la mejor serie de la historia. A menudo tengo suficiente con encontrar una serie que esté bien estructurada y entienda cómo entretenerme. No quiero que esto suene como una defensa de la mediocridad o de la mala televisión pero es que en el contexto televisivo a menudo hay prejuicios y malentendidos. Se confunde sacar provecho de la unidad episódica con ser menor. Se piensa que tener un presupuesto estratosférico implica tener pretensiones elevadas. Y, en esta era Post-Quality TV en la que vivimos, agradezco encontrarme con series como The Morning Show. Lo que ha hecho con el final de la cuarta temporada es, de verdad, un festival.
No hace falta entrar en detalles. Reese Witherspoon y Jennifer Aniston hace años que se forran con este drama periodístico sobre dos presentadoras de un canal generalista de los Estados Unidos. Cobran dos kilos por episodio por protagonizar y producir una serie que, en el fondo, tampoco intenta ser buena-buena pero que sí consigue ser muy buena televisión. O sea, la sala de guionistas no es precisamente sutil al cocer las tramas de los personajes pero, al ver cada episodio, uno se encuentra eficientes ejercicios dramáticos, entre el drama periodístico (que a veces se les olvida) y el culebrón de toda la vida.

Porque, de acuerdo, podemos criticar que las tramas aparecen y desaparecen a voluntad según el capítulo; que Greta Lee tuvo una trama sexual que aparecía de la nada, por simple necesidad, sin ocultar los guionistas sus intenciones; que Marion Cotillard fue contratada para ser la villana, sin matices, posiblemente porque a la actriz oscarizada le apetecía un pastizal y trabajar con Aniston y Witherspoon; y a veces parece que los secundarios están perdidos, esperando su turno. Pero es que The Morning Show no quiere desarrollar todas las tramas en todos los episodios. Es mucho más clásica.
En la cuarta temporada, cada episodio tiene una trama dramática distinta, intentando un híbrido entre el culebrón y el formato procedimental, como era tanta ficción del siglo pasado. ¿Qué importa si la trama de Christine Hunter, la de la madre de Cory Ellison o el viaje de Bielorrusia de Bradley Jackson no se desarrollan en múltiples episodios, casi aparecen de la nada y se resuelven con relativa rapidez? ¿Qué más da que no las seguimos durante diez episodios? Los guionistas liderados por Charlotte Stoudt aprietan el acelerador sin miedo, apostando por la emoción, por el giro, por hacerte llorar. Si Lucy Ewing podía ser secuestrada y liberada en un episodio de Dallas, el mayor trauma de Christine se puede presentar y explotar en sesenta minutos.

En el último episodio, no buscan el realismo. No buscan asentar cada suceso inesperado. Lo que buscan es interrelacionar todos los personajes en un conflicto superlativo para mayor satisfacción del espectador, incluso si esto significa obviar detalles como cómo iba a funcionar el momento teléfono, por qué en la sala de control hacen caso a Mia o por qué el padre de Alex Levy está en la rueda de prensa (la razón es simple: es Jeremy Irons). Vibras y te emocionas y compras todas las licencias previsibles que funcionan tan bien porque The Morning Show quiere ser más Anatomía de Grey que Succession, con su canción de Moby puesta en el momento oportuno y sus momentos crowd-pleasers, y acabas que no sabes si aplaudir o llorar.
Y, al enfrentarte a este torbellino de eficiencia dramática, te das cuenta que quizá hacía años que no estabas delante de un final de temporada tan solvente y tan final de temporada, con un diseño de producción que es un descaro y un elenco que devora cada línea de guion como si les fuera la vida en ello. Qué bien sienta ver una serie que, a pesar de exprimir las arcas de Apple, tiene claro que tiene que darnos revelaciones, villanos, traiciones y diálogos pensados para permanecer en nuestra memoria emocional. Quizá dije que era irregular, quizá he dicho que no es buena-buena pero, oye, The Morning Show sí que es buena televisión.