En medio del silencio, un desconocido atravesó el pasillo de la residencia de ancianos armado con un cuchillo. A aquella hora, los octogenarios dormían, ajenos al horror que, poco después, estarían a punto de vivir. El individuo se deslizó con sigilo en el dormitorio de Ann. En su mente brotaba una única y terrible idea: violarla.
La víctima se despertó desorientada y, tras soltar un grito de auxilio, el homicida la acalló seccionándole el cuello y apuñalandola sin tregua. Cincuenta veces, una tras otra, hasta casi decapitarla. Fue una matanza salvaje y monstruosa, que dejó un cuerpo irreconocible y a una comunidad sumida en el terror. Este fue el punto de inflexión y el nacimiento de un asesino en serie en Baton Rouge.
Orígenes de un mal dormido
Sean Vincent Gillis nació el 24 de junio de 1962 en Baton Rouge, Luisiana. El padre, Norman Gillis, con graves problemas de alcoholismo y enfermedad mental, protagonizó un incidente dramático cuando Sean era apenas un bebé: le puso una pistola en su cabeza.
Desde aquel momento, Norman abandonó el hogar; estuvo internado periódicamente en instituciones mentales y reapareció de modo intermitente en la vida del muchacho. Por su parte, la madre, Yvonne, crio sola a Sean con la ayuda de sus propios padres en uno de los barrios más humildes de la localidad.
Sean Gillis, en su infancia
Con diez años se mudaron a otro vecindario, y ya allí los residentes recuerdan que el niño “daba mala espina”, aunque para Yvonne era “un hijo normal, al que apenas castigaba alguna vez”. Sean estudió en escuelas católicas, tal como su madre exigía, y fue alumno regular. Se mostraba discreto, callado y cumplidor en clase.
Llegada la adolescencia, Sean tuvo episodios ciertamente inquietantes. Como la fase de curiosidad por el “satanismo”, sus salidas nocturnas para explorar rituales con otros amigos, además del consumo de marihuana.
Sean Gillis, el asesino en serie de Baton Rouge
Por no mencionar sus estallidos de agresividad. Hay vecinos que todavía recuerdan un episodio en plena madrugada. “A eso de las tres de la madrugada oí ruidos en el patio; miré por la ventana y vi a Sean golpeando basura con furia”, afirmó Carolyn Clay.
Su etapa en el instituto pasó desapercibida, al igual que la universitaria, de la que no concluyó estudio alguno. Trabajó en empleos modestos y, durante años, vivió con su madre hasta que Yvonne se mudó a Atlanta por un nuevo trabajo. Sean se quedaba solo por primera vez en su vida y ese sentimiento de abandono derivó en arranques de ir hacia su propia casa. Corría el año 1992.
Sean Gillis y su novia Terri Lemoine
La desazón por una soledad impuesta le llevó a obsesionarse con la pornografía y los contenidos extremos. Su consumo era exacerbado. Asimismo, Sean empezó a frecuentar lugares con violencia, muerte y desmembramientos, e incluso, a mostrar fotografías perturbadoras -cadáveres sin vida- a la que fue su pareja Terri Lemoine. Ella, aterrada, lo confrontó, pero él lo justificó con un: “Era solo morbo”.
El inicio sangriento
En la madrugada del 20 de marzo de 1994, Sean Gillis perpetró su primer asesinato documentado. Tenía 31 años. Aquella noche, nuestro protagonista irrumpió en la residencia de Ann Bryan con la única intención de agredirla sexualmente. Ese era el plan inicial.
Sin embargo, al escuchar su grito, la degolló y la apuñaló desenfrenadamente. Dejó el cadáver allí, en su cuarto, y huyó. Sean no volvió a actuar dejando un largo periodo de enfriamiento que duró cinco años.
Ann Bryan, primera víctima asesinada por Sean Gillis
Hasta que, en enero de 1999, apareció el cadáver de Katherine Hall, de 29 años. Hall fue encontrada desnuda, con marcas de ligadura en el cuello y cortes precisos por todo el cuerpo. Sus párpados habían sido arrancados.
Al mismo tiempo, emergieron tres casos más que presentaban una misma firma: estrangulamiento con bridas plásticas y mutilaciones y cortes post mortem, es decir, cuando las víctimas ya estaban muertas.
Johnnie Mae Williams fue hallada en octubre de 2003 con las manos seccionadas del torso. La autopsia reveló que las mutilaciones fueron realizadas después de la muerte. En el caso de Donna Bennett Johnston, fue estrangulada, y los investigadores encontraron restos de uñas, cortes en muslos y torso, y pezones extirpados.
En cuanto a Hardee Schmidt, de 52 años, fue atropellada mientras practicaba running en mayo de 1999. Aquí el asesino la metió en su coche, la violó y luego la estranguló. Días después, se deshizo del cadáver desnudo en un pantano.
Donna Bennett Johnston, Johnnie Mae Williams y Ann Bryan, víctimas de Sean Gillis
Ante el hallazgo de tantos cadáveres, los investigadores definieron un patrón común de víctimas: mujeres vulnerables, la mayoría dedicadas a la prostitución, violentadas de forma extrema - violencia sexual, necrofilia y mutilación- y encontradas en zonas aisladas. Con estos indicadores, la policía inició las pesquisas en busca de un perfil claro: un asesino en serie cuya pulsión homicida central era pervertir el cadáver.
A esto se sumaba una parafilia que se descubrió tras su detención: Sean guardaba partes del cuerpo de sus víctimas a modo de “trofeos”. A veces para obtener fotografías de los restos, y otras, para comerse fragmentos de sus víctimas.
Doble sombra: otro asesino en la ciudad
Durante los años en que Sean Gillis actuó, otro asesino en serie también estuvo activo en Baton Rouge. Se trataba de Derrick Todd Lee. Las similitudes llevaron a que, en un primer momento, los crímenes fueran atribuidos todos a Lee.
Pero los análisis genéticos revelaron que había al menos dos depredadores simultáneos. Por ese motivo, Baton Rouge se convirtió en uno de los escenarios más escalofriantes de crímenes seriales en los Estados Unidos.
A la izquierda la huella de la rueda del vehículo de Sean Gillis, a la derecha el neumático original
El punto de inflexión para identificar a Sean Gillis se produjo en el escenario del crimen de su última víctima. Agentes de la científica hallaron una huella de neumático lodosa: se hizo un molde de la huella y se descubrió que correspondía a unos neumáticos Goodyear de venta bastante limitada.
La Policía solicitó a la empresa que entregase el listado de compradores recientes de ese neumático. Había unas 200 personas y, entre ellas, constaba el asesino en serie, quien accedió voluntariamente a entregar una muestra de ADN.
Sean Gillis antes de ser detenido
El resultado dio positivo con el material genético encontrado en los escenarios de varios crímenes y los agentes procedieron a su arresto. Era la mañana del 29 de abril de 2004.
Equipos SWAT irrumpieron en la casa que Sean compartía con su novia Terri Lemoine. Ella, sorprendida, preguntó: “¿Qué sucede?”. Él, con frialdad casi familiar, contestó: “Sorry, honey-bunny” (“lo siento, cariño”). El asesino en serie de Baton Rouge fue detenido sin oponer resistencia y, durante el interrogatorio, hizo una confesión pormenorizada de los crímenes.
El interrogatorio
A las preguntas de los investigadores sobre la motivación de sus crímenes, Sean contestó de forma desinteresada: “No lo sé… estrés, quizá”. Después, añadió con una frialdad aún más inquietante: “Es como si ya estuvieran muertas para mí”.
La aparente indiferencia se mezclaba con momentos de detalles macabros. En una carta enviada a un conocido de una de sus víctimas, Sean escribió: “Estaba tan borracha que solo tardó un minuto y medio en perder el conocimiento y morir. Sinceramente, sus últimas palabras fueron: ‘No puedo respirar’”.
Sean Gillis, durante el primer interrogatorio policial tras su detención, explica cómo se sintió al matar a sus víctimas
Cuando los agentes insistieron en saber qué había sentido al matar, el carnicero se limitó a describirse sin eufemismos: “Estaba en una situación realmente mala. Esa noche era pura maldad. Sin amor, sin compasión, sin fe, sin misericordia, sin esperanza”.
En otro momento del interrogatorio, el asesino miró al detective principal y pronunció una frase que heló la sala: “Yo era el maestro del ajedrez, entonces. No va a ganarme”.
Pero fue durante una de sus últimas declaraciones, recogida en 2004 y citada años más tarde en el expediente judicial, cuando dejó ver la magnitud de su vacío moral. “Siento haber hecho daño a la gente. Pero lo volvería a hacer”, afirmó con una tranquilidad devastadora.
Llegados a este punto, los investigadores comprendieron que no hablaban con un hombre arrepentido, sino con alguien que había aceptado su naturaleza homicida como una parte inseparable de sí mismo.
Momento en el que Sean Gillis afirma que, pese al daño causado, “lo volvería a hacer”
En una frase final, casi susurrada, el criminal selló su propio epitafio moral: “Si me dejan salir a la calle, encontraré a alguien antes de que se ponga el sol”. Aquella declaración selló la certeza de que la rehabilitación era imposible.
La perpetua
Durante el juicio por el asesinato de Joyce Williams, celebrado en la 18th Judicial District Court del estado de Luisiana, Sean Vincent Gillis se declaró culpable de asesinato en segundo grado y fue condenado a cadena perpetua obligatoria.
Al salir de la sala, el 21 de julio de 2008, un periodista lanzó una pregunta al denominado carnicero de Baton Rouge para saber cómo se sentía. Este sorprendió a los presentes al soltar un frío y seco: “No comment” (“sin comentarios”). Posteriormente se le juzgó por las muertes de otras mujeres en distintas jurisdicciones, donde los fiscales presentaron pruebas fotográficas y fragmentos de sus confesiones.
Sean Gillis, de camino al juzgado
En julio de 2008, la justicia lo condenó a múltiples cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional. Y, aunque evitó la pena de muerte gracias a un acuerdo de culpabilidad y a su cooperación parcial con las autoridades, Sean Gillis jamás mostró remordimiento alguno por los crímenes cometidos.
Desde entonces, el asesino en serie de Baton Rouge permanece recluido en la Penitenciaría del Estado de Luisiana, conocida como Angola, en régimen de máxima seguridad y sin posibilidad alguna de salida ni de libertad condicional.



