Detrás de una botella de vino hay mucho trabajo, un esfuerzo quizás mucho mayor al que nos podamos imaginar, pero también mucha ilusión por proyectar una idea sólida y un producto que goce de la mejor calidad posible. Por eso hay proyectos que, lejos de producir miles de botellas y hacer un gran negocio, se impulsan de la pasión y las ganas de seguir cultivando tradición e historia, porque ven en el vino mucho más que un cometido empresarial.
Esa es la razón de ser de la propuesta de Joan Piñol, enólogo y pequeño productor del municipio de Poboleda, en el Priorat, que junto a dos compañeros impulsaron Les Rampoines, un vino que producen con las uvas que habían empezado a plantar, por separado, sus abuelos. Su primera añada fue en 2016, hace casi diez años. “Antes muchas bodegas privadas compraban esta uva, y ahora las bodegas tienen plantaciones nuevas, pero raramente tienen líneas viejas, a no ser que las compren”. Y vieron que eso les daba una oportunidad para desmarcarse y producir algo propio, con la voluntad de ser locales.
En ese sentido, su apuesta no fue producir en exceso, sino crear un símbolo de proximidad y moverlo por la zona, tanto en restaurantes como en ferias, o a particulares cercanos al Priorat encantados con el proyecto. Y es que, pese a pertenecer a este territorio, Poboleda tiene unas características diferenciales respecto a otros productos. “Estamos más al norte de la comarca, y aunque no lo parezca, la madurez de la uva varía y la vendimia empieza 15 días más tarde; además, nuestro vino tiene uva del sud y del norte, uno te aporta más calidez y el otro más frescura, con acidez marcada, y técnicamente esa es su gracia”, explica Joan. De hecho, el nombre de su vino proviene de esa mezcla: en catalán, las rampoines son trastos viejos que pueden (o no) tener valor, una palabra muy usada en su zona para referirse a la poca producción.
Pero, a aparte de crear un producto diferencial, lo que más pesa para mantenerlo es el componente emocional de un proyecto que funciona al margen del trabajo de cada uno de sus impulsores, los tres dedicados al mundo de las bodegas. En el caso de Joan Piñol, trabaja en la bodega Perinet. “Nos impulsó seguir lo que empezaron nuestros abuelos, trabajando la tierra en los ratos libres y los fines de semana; muchos de nuestros clientes son colegas, y esta también es la gracia, porque llevar el vino a una comida y compartirlo con ellos es muy chulo”.
Una sensación que, a ratos, también choca con la presión de hacerlo bien y que lo que elaboran cause una buena impresión en sus consumidores, pero que se compensa con la sensación de comunidad y de crear emociones alrededor de su vino. “Muchos te la piden porque tienen una cena importante, y a veces se la regalas, y es bastante enriquecedor; te alegras de que la botella no es solo abrirla y beberla, sino que seguramente va a generar cosas”, insiste este enólogo.
Nos impulsó seguir lo que empezaron nuestros abuelos, trabajando la tierra en los ratos libres y los fines de semana para hacer un vino que llegara a la gente
Les Rampoines es un vino del Priorat.
Sin embargo, Joan también reivindica que Les Rampoines pretendía dar respuesta al acceso a uno de los bienes más preciados de la DOQ Priorat. “La idea era hacer nuestro vino, de nuestros viñedos, y con un precio que pudiera llegar a la gente”, matiza Joan, haciendo énfasis en el tema del precio. Y es que, al ser el Priorat una zona privilegiada por sus características en cuánto al terreno y al microclima, y tener vinos muy potentes y de gradación alta, causa que muchas botellas no sean accesibles para sus habitantes. “Mucha gente de por aquí no puede permitirse comprar vino de aquí, porque se acaban vendiendo a un precio muy elevado”.
Por ejemplo, una botella proveniente de un viñedo muy viejo del Priorat, con uvas seleccionadas y de poca producción, puede dispararse hasta los 80 euros la unidad. Por el contrario, estos productores se mueven en otros precios, algo que también pueden permitirse porque Les Rampoines no es su principal fuente de ingresos. El caldo habitual es de garnacha y cariñena, y vale 20 euros, mientras que añadas excepcionales se atreven con una sola bota solo de cariñena, previa selección de viñedos más viejos, que sale a 38 euros.
Un amor por el vino que ha evolucionado con el tiempo
Tradicionalmente, en el Priorat existía el negocio de hacer vinos propios, incluso de poder hacer los embotellados. Se llevaba a las cooperativas con un precio estipulado relativamente bajo, sin selección y con sacos de plásticos, algo que ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. “Ahora todo va con cajas seleccionadas, con poco peso para que no se chafe la uva y respetar más el producto; nuestros abuelos no tuvieron la oportunidad de hacerlo así y, además, no tenían la posibilidad de vivir de la uva, era imposible”, matiza Piñol, que explica que sus antecesores hacían un poco de todo a través del policultivo, cuidando desde cepas a oliveras o almendreros.
Y de la cooperativa a la mesa, ya que todo el mundo tenía una bota en casa. “Iban con garrafas o bidones y los llenaban del vino que las cooperativas daban a los socios, cada uno llenaba la bota e iba consumiendo de ahí”, aunque sí que hacían vino rancio. “Tenían la bota de vino que no consumían durante el año e iban guardándolo en el carretell, una bota algo más pequeña, para que el líquido se oxidara”. Se trata del típico vino rancio del Priorat, que es un vino de postre con una gradación más elevada, icónico en el territorio.
El cambio climático está apretando fuerte, llevamos unos años en que las cepas van tirando y aguantando, pero ha causado algunas bajas y varias se han muerto
Tras casi una década defendiendo su proyecto y reivindicando un vino de proximidad, Joan también es cauto y alerta de los problemas que acometen factores como el cambio climático. “Está apretando fuerte, llevamos unos años en que las cepas van tirando y aguantando, pero ha causado algunas bajas y varias se han muerto, sobre todo las más jóvenes”, argumenta. Una situación que, junto a políticas arancelarias como las que ha impulsado recientemente el presidente americano Donald Trump, hacen peligrar no solo su proyecto, sino el futuro del sector. “El Priorat exporta mucho a los Estados Unidos, así que habrá que estar alerta a ver hacia dónde va todo esto”, concluye.



