Érase una vez una cepa de xarel·lo. Su historia empezó allá por el año 1940, cuando se plantó junto con el resto de plantas que constituían la parcela. Como en cualquier otra finca agrícola tradicional en aquella época, la viña se colocaba en los aledaños de la casa. Así se facilitaba el cuidado de la parcela y también el transporte de la uva hasta la bodega, situada en la misma casa o en algún edificio colindante.
La planta formaba parte del denominado viñedo del peral (la vinya de la perera, en catalán original) porque compartían espacio con este árbol frutal, y la masía era la casa de la familia Llopart, viticultores desde el siglo XIV y elaboradores de vino espumoso desde 1887. Poco se podía imaginar esta planta que más de 80 años después seguiría en el mismo sitio imperturbable y que se convertiría en testigo de la historia vitivinícola del Penedés y símbolo de una bodega centenaria.
Aproximadamente diez años después de su plantación, la bodega experimentó un impulso importante de la mano de Pere Llopart, y esta expansión y apuesta por los vinos espumosos artesanos y de alta calidad supuso cambios importantes en la finca. A finales de los años 80 la producción se había incrementado y la bodega necesitaba nuevos espacios para ubicar las botellas. Se diseñaron unas nuevas cavas donde los vinos espumosos pudieran reposar los meses (más adelante se convertirán en años) que necesitaran para convertirse en aquello que sus elaboradores se habían imaginado.
Se tomó la decisión de ubicar las nuevas cavas cerca de la casa solariega. Se iban a sacrificar dos parcelas de viñedo, se “vaciaría” una montaña en un terreno con pendiente, para permitir una construcción horizontal que finalmente se soterraría y quedaría cubierta por una nueva plantación de viña. Las dos parcelas que iban a perecer en estas obras eran vecinas del viñedo del peral y al iniciarse el movimiento de tierras se convirtió en zona de paso. Involuntariamente y como consecuencia del ajetreo propio de esta actividad, algunas plantas se iban quedando en el proceso. El paso del tiempo tampoco jugaba a favor del mantenimiento del viñedo, hasta que un día quedó sólo una planta. Una planta que ella sola legalmente, constituye un viñedo, con su propio número de registro.
“Seguramente es un atrevimiento decir que es el más pequeño del mundo. No lo hemos comprobado, pero lo que tenemos claro es que al tener una sola planta no puede haber ninguno más pequeño que nuestra viña del peral”, relata medio en broma Jordi Bort, director de Llopart.
Tenemos claro que al tener una sola planta no puede haber ninguno más pequeño
Es una sola planta, ubicada en una especie de alcorque rodeado de piedras en el campo, justo en el punto intermedio entre la casa donde nació Llopart y la nueva bodega. Podría parecer que se la ha dejado sola, pero no lo está. Seguramente es el viñedo más mimado de las más de 100 hectáreas con las que cuenta la finca. Cuando se tiene que podar se poda y se vendimia cuando le toca. Eso sí, el mosto no se vinifica porque apenas se extrae una botella.
Más que en una planta, “se ha convertido en una especie de símbolo, una promesa de protección de la tierra y el viñedo, un compromiso con el legado familiar y con las generaciones que antes que nosotros trabajaron esta misma tierra”, afirma Bort.
Los visitantes que lo desean pueden acercarse al viñedo del peral. De hecho, la mayoría de las propuestas enoturísticas que se ofrecen desde Llopart —que forma parte del colectivo Corpinnat— contemplan una visita a esta planta emblemática de más de 80 años.
Es la niña de los ojos de la familia Llopart, y para demostrarlo, justo al lado, se ha construido una reproducción de una de las dieciséis barracas de piedra seca que se encuentran en la finca. Una construcción con una pequeña ventana, desde donde se dice que se vigila el viñedo más pequeño del mundo.



