Diez años del dieselgate, una oda al gamberrismo alemán

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Las empresas del país se ven obligadas ahora a desafiar lo establecido

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Un punky de la RDA

Un punky en la RDA a finales de los años setenta

LV

Estos días se cumplen diez años de la publicación de un informe de ámbito universitario en el que se acusaba a Volkswagen de utilizar un software para enmascarar las emisiones de sus vehículos. La noticia salió un sábado por la tarde y no llamó la atención. Apenas media columna en los periódicos que la recogieron en un esfuerzo por abrir las apretadas aguas de la información dominical. A nivel informativo, no era más que una bolita de nieve que se desprendía de las gélidas y aburridas cimas de la información empresarial. Solo que la bolita fue engordando al rodar por la pendiente hasta provocar en pocos días un alud que amenazaba con sepultar la industria alemana de la automoción. Con el tiempo, otros fabricantes y proveedores alemanes como BMW o Bosch se vieron implicados de forma directa o indirecta en acusaciones relacionadas con las emisiones de lo vehículos diésel. Ein, zwei, drei… Kaput!

¿A qué viene todo esto? Visto con perspectiva, este y otros escándalos empresariales parecen configurar un contrapunto a la antológica disciplina y virtuosismo alemanes: las dotes para el gamberrismo de alta precisión. Al margen del balconing, las borracheras de Magaluf y otras exhibiciones al por mayor, el gamberrismo alemán, a diferencia del español, es de elevada sofisticación y calidad. Más aun, la historia empresarial reciente del país también se puede escribir a golpe de destrozos y actos vandálicos de este tipo, muy pequeños en número, pero de enorme trascendencia. Los hay no solo en la automoción, sino también en los sectores de la energía y la tecnología.

Antes de nada, un rapidísimo resumen del dieselgate. Lo que se halló en aquel septiembre del 2015 fue un software ilegal instalado en 11 millones de vehículos. Emitían cuarenta veces el estándar legal de óxido de nitrógeno, pero cuando se sometían a las pruebas el tubo de escape se presentaba impoluto y cumplidor. Por cierto, el español Vicente Franco estuvo al frente de la investigación de la ONG ICCT y de la Universidad de West Virginia que destapó el asunto. Volkswagen no solo sufrió sus primeras pérdidas trimestrales en quince años, sino que acabó pagando cerca de 30.000 millones de euros en multas y compensaciones. El legado del hombre a quien se le atribuye el éxito global del grupo, Ferdinand Piëch, resultó empañado al menos en sus últimos años de gestión, a lo que se sumó la dimisión de su sucesor, Martin Winterkorn. De forma más amplia, el diésel quedó proscrito y convertido en una tecnología perdedora, pese a emitir menos CO2 que la gasolina. Estigmatizado y abandonado, ha seguido en Alemania, salvando las distancias, la misma suerte que la energía nuclear (por ahora en España las centrales atómicas tienen parecido diagnóstico, a juzgar por lo que cuenta aquí Pilar Blázquez).

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Martin Winterkorn, ex consejero delegado de Volkswagen

AFP

La gamberrada del dieselgate puede interpretarse de forma más amplia, sobre todo en estos días en los que Alemania parece inmersa en uno de esos achaques noventayochistas. Puestos a enmendar una época, este tipo de prácticas se figuran ahora, con la perspectiva del tiempo, como el envés de aquella ortodoxia económica que tantos éxitos aportó al país. Si ya en la asfixiante RDA surgió un particular subgénero del punk para acabar con lo establecido, el Ostpunk, en la Alemania del estricto cumplimiento de las normas también aparecieron pulsiones destructivas, en forma de precisas artimañas ingenieriles, bien tramadas y mejor ejecutadas. Nada que ver con la burda rudeza de poceros y afinsas de nuestras latitudes.

A mediados de la década pasada también fue sonado el caso de Deutsche Bank, acusado por Bruselas de manipular los mercados de deuda durante la crisis del euro, la misma que obligó a España a pedir un rescate para la banca. En el 2015, el año mágico del dieselgate, se supo que el banco había participado en el blanqueo de rublos rusos a través de transacciones de acciones. En el 2013, fue la entidad que mayor sanción recibió de la Comisión Europea por alterar el Libor, la tasa de interés de referencia en los préstamos interbancarios.

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También a mediados de la década pasada otras cosas comenzaban a torcerse en el panorama empresarial alemán. Un año antes Rusia se había anexionado Crimea, lo que no impidió que Gazprom, en un intercambio de activos con Basf, se hiciese también en el 2015 con la mayor planta de almacenamiento de gas de Alemania.

Por entonces, la figura de Gerhard Schröder ya destacaba en lo que a diabluras empresariales se refiere. El excanciller (1998-2005) facilitó una peligrosa dependencia del gas ruso entremezclada en intereses personales, urdida en torno a su sintonía con el gamberro en jefe, Vladimir Putin. Impulsó encuentros empresariales, el patrocinio por parte de Gazprom del Schalke 04 y acabó dirigiendo el consejo de supervisión del Nord Stream 2. La apuesta por el gas barato ruso se reveló tiempo después como un error de resonancias históricas.

Según el libro Kaput, de Wolfgang Münchau, el desgaste de la locomotora alemana tiene causas identificables. Helmut Kohl (1992-1998) no mostró ningún interés por las tecnologías digitales y Schröder propició el desastre energético, a lo que se sumó un inoportuno apagón nuclear ya con Angela Merkel al frente y con Rusia convertida en una gran amenaza. Con todo a su favor, el Gobierno y las empresas de automoción apenas destinaron recursos al coche eléctrico en los años en los que podrían haber logrado una ventaja decisiva. También salta a la vista la pérdida de competitividad frente a China, el gran rival en el ámbito de especialización del país: las exportaciones. El crecimiento se fiaba a esta única variable, la balanza comercial, mientras que se descuidaban otras. El consumo interno no era el fuerte de los ahorradores alemanes ni tampoco el gasto público ni, lo que es más llamativo, la inversión empresarial, constreñida por la complacencia de sus grandes corporaciones, el esclerótico sistema bancario y un ecosistema de emprendimiento demasiado conservador.

In this file photo taken on September 29, 2017 former German chancellor Gerhard Schroeder, then newly elected chairman of the board of directors of Russia's oil giant Rosneft, reacts as he attends a briefing in Saint Petersburg. - Germany on May 19, 2022 removed official perks accorded to former chancellor Gerhard Schroeder, assessing that he has failed to uphold the obligations of his office by refusing to sever ties with Russian energy giants

Gerhard Schroeder, excanciller alemán 

Olga MALTSEVA / AFP

¿Cómo es posible tamaño despiste innovador en un país como Alemania? Una vez más, fruto de algunas gamberradas. Como también cuenta Münchau en su libro, el pinchazo de las puntocom a comienzos del siglo fue más sonado en Alemania que en otros países. Tras la quiebra de empresas tecnológicas y la mala experiencia inversora, el país se conjuró contra la digitalización. Fue otro error mayúsculo. Por castigar a los especuladores, Alemania quedó descabalgada de la vanguardia tecnológica. Liquidó el Neuer Markt, el mercado bursátil de valores tecnológicos, y de paso no desarrolló ningún entusiasmo por el ecosistema de startups. Súmese a eso la habilidad de China para arrebatarle delante de sus narices el conocimiento, empezando por la compra de la empresa de brazos robóticos Kuka y continuando con la automoción. Las alarmas no empezaron a escucharse hasta que China se hizo con el 9% de Daimler. Ya era tarde. El gran modelo industrial alemán, basado en el llamado neomercantilismo --desde las relaciones diplomáticas hasta los flujos de financiación se orientan a la labor exportadora de un puñado de empresas-- quedaba sentenciado.

El año del dieselgate ocurrió otra cosa más: Alemania empezó a recibir a más de un millón de refugiados sirios. “Podemos hacerlo”, afirmó Merkel para acuñar el eslogan de la Willkommenskultur (cultura de bienvenida), cuenta aquí María-Paz López. Ahora en cambio, con la ultraderecha en auge y el gamberrismo polarizador desatado en las redes sociales, el país parece haber agotado el capital político para recibir emigrantes, lo que es un problema. Un camino diferente al de España, cuyo crecimiento se debe en buena parte a este factor, de lo que habla aquí Jaume Masdeu. Alemania también envejece y debe atraer talento del exterior, pero ocupa el puesto 52 a nivel mundial en las clasificaciones de bienestar de los expatriados.

Todo este mejunje explica el reciente retoque de la Constitución alemana para eliminar el freno de la deuda e impulsar el gasto público, en forma de 500.000 millones de inversión para la defensa. Es la gran apuesta de Merz y su coalición con los socialistas para reanimar lo que Lluís Uría califica aquí de motor gripado. Llega mientras el otro gran socio europeo, Francia, transita en dirección opuesta: con una deuda y un déficit rampantes, se encamina a traumáticos recortes del gasto público.

Rebeldía en estado presupuestario. En Alemania, el sistema se prepara ahora para desafiar lo establecido. Va a hacer falta lo que hace diez años se consideraba la mayor gamberrada de todas: disparar el déficit fiscal (con permiso de la cláusula de escape aceptada por la UE para la inversión en defensa). Con un sector de servicios por desarrollar y una industria herida, el desajuste contable deja de ser un anatema. Algo impensable hace apenas un par de lustros. Parece llegado el momento de dejar atrás la austeridad presupuestaria y la rigidez de sus empresas para abrazar nuevas fórmulas de crecimiento. Llega a su fin una etapa que comenzó con la posguerra mundial, cuando el país, como cuenta aquí Enric Juliana, tuvo la suerte de contar con la asistencia necesaria para prosperar. Los ganadores de la guerra desistieron de aplicar el plan Morgenthau, un doloroso castigo, consistente en dividir el país entre norte y sur, y condenar a parte de él a un destino “ganadero y pastoril”.

Los últimos dibujos del cardiograma alemán son los siguientes: la economía se contrajo en el segundo trimestre más de lo previsto debido a un retroceso en las exportaciones. Sin embargo, las expectativas bursátiles y empresariales en torno al plan del canciller Merz son elevadas, y más tras el acuerdo comercial de la UE con Estados Unidos, pese a las críticas y al desgaste sufrido por Ursula von der Leyen. La confianza de los empresarios alemanes se ha disparado a los niveles más altos desde el inicio de la invasión de Ucrania.

¿Y las empresas? Pese al buen momento de la bolsa, las grandes corporaciones acusan la pérdida de pujanza industrial. Volkswagen vale ahora un 57% menos que en abril del 2015, BMW un 24% menos, Mercedes un 29% menos y ThyssenKrupp un 58% menos. De los grandes grupos industriales, el que parece estar de veras en forma, al menos en rendimiento bursátil, es Siemens.

Mientras, el país sigue pendiente de resolver una de las afrentas corporativas más candentes, la escalada accionarial de Unicredit en Commerzbank. El banco italiano, dirigido por Andrea Orcel, un gamberro en su vertiente fiestera en cuanto a organizar operaciones corporativas se refiere, ya tiene el 26% y es el principal accionistas, con la firme oposición del Gobierno y del propio banco. Mientras las fusiones bancarias bullen en Europa pese a las resistencias política, el BBVA ya ha activado el periodo de aceptación de su opa por el Sabadell, informa Eduardo Magallón.

En fin, diez años han pasado del dieselgate y sobre sus vestigios se asienta ahora otro estado de ánimo. Puede apreciarse en el salón de automóvil de Múnich, del que han informado estos días Luis Federico Florio y Noemi Navas. Allí ya nadie habla del diésel, que pasó de incentivarse fiscalmente --”el Olimpo de los diésel”, decían aquí-- a quedar proscrito a nivel europeo, a modo de penitencia. La industria parece haber entendido que no puede ir arrastrando los pies ante las exigencias de Bruselas. La competencia china y los aranceles de Trump le obligan a acelerar. Ya no hay complacencia posible en este nuevo orden mundial electrificado. A estas alturas, la transición ecológica debería estar completada y los gigantes de la automoción alemanes, adaptados. ¿Habrían sobrevivido si en aquellos días del 2015 Tesla y los fabricantes chinos ya hubiesen estado funcionando a pleno rendimiento?

Nada más. ¿Es posible concebir algo más punky que el Ostpunk y el déficit fiscal alemán? Si alguien se atreve, aquí el LP 'DDR von unten' (La RDA desde abajo), grabado de forma clandestina por las bandas de Ostpunk de Alemania del Este Zwitschermaschine y Schleim-Keim a comienzos de los ochenta. Está considerado el primer álbum punk de la RDA y viene cargado al parecer de mala bilis y desafección política. Nunca se editó en el país, donde este tipo de incursiones musicales quedaron reprimidas, pero llegó de forma clandestina a la Alemania Occidental. Escucharlo es un suplicio envuelto en deseos de libertad.

Otras noticias de la semana

La presidenta de Inditex, Marta Ortega, durante la primera convocatoria de la Junta General de Accionistas de Inditex, en la sede corporativa de la compañía, a 12 de julio de 2022, en Arteixo, A Coruña, Galicia (España). Se trata de la primera junta general de accionistas con Marta Ortega, hija del fundador de la firma, Amancio Ortega, al frente de la multinacional textil. El consejo de administración de Inditex someterá a la junta la ratificación y nombramiento de Marta Ortega Pérez como miembro del órgano de dirección de la compañía, con la calificación de consejera dominical, y de Óscar García Maceiras, con la calificación de consejero ejecutivo, así como la modificación de la política de remuneraciones. En el orden del día también figura el nombramiento de EY como auditor de sus cuentas para los siguientes tres ejercicios sociales, en sustitución de Deloitte. 12 JULIO 2022;ACCIONISTAS;ECONOMÍA;INDITEX;ZARA; M. Dylan / Europa Press 12/07/2022

La presidenta de Inditex, Marta Ortega 

M. Dylan / EP

· Inditex crece más despacio, pero sube un 6% en bolsa. El gigante de la moda ha confirmado esta semana la ralentización de las ventas con el menor crecimiento semestral desde la pandemia. Ganó 2.791 millones de euros durante los primeros seis meses de su ejercicio fiscal 2025-2026 (entre el 1 de febrero y el 31 de julio), un incremento de apenas un 0,8% respecto a un año antes. La facturación avanzó un 1,6% con 18.357 millones de euros, unos resultados menores de los previstos por los analistas, informa Maite Gutiérrez. Sin embargo, las acciones subieron un 6% en bolsa.

· Aviso de las eléctricas. La asociación que representa a Iberdrola, Endesa y EDP, Aelec, ha avisado de que el 83% de la red está saturada y no admite más conexiones de proyectos de generación, informa Pilar Blázquez. Están en riesgo inversiones millonarias. El mensaje llega mientras pide que se le mejore la retribución por la distribución de electricidad.

· Puig eleva los beneficios. La multinacional de fragancias, moda y cosmética obtuvo un beneficio neto ajustado de 247 millones de euros en el primer semestre de este año, lo que supone un aumento del 3,9% sobre el mismo periodo del año anterior. Las ventas netas de la compañía con sede en Barcelona crecieron un 5,9%, hasta situarse en 2.299 millones, informa Elisenda Vallejo.

· Glovo se rodea de personalidades. La empresa ha creado un consejo asesor en el que se sentarán Raül Blanco, expresidente de Renfe y exsecretrario general de Industria del ministerio de Industria con el gobierno del PSOE; José Manuel García-Margallo, exministro de Asuntos Exteriores con el gobierno del PP entre 2011 y 2016, ex eurodiputado y vicepresidente de la Comisión de Asuntos Económicos y Monetarios en el Parlamento Europeo; y Natàlia Mas, exconsellera de Economia i Hisenda de la Generalitat entre 2022 y 2024 con el gobierno de ERC y actual directora general de Respira Energía, entre otros.

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