Algo está cambiando de forma profunda en cómo nos relacionamos. No es solo que aumente el número de personas que viven solas (en los países de la OCDE ya representan cerca del 19% de los hogares, según Social Connections and Loneliness in OECD Countries) o que las aplicaciones de citas hayan transformado la búsqueda de pareja. Hoy, más del 40% de las parejas heterosexuales en Estados Unidos se conoce online, y la mitad de los menores de 30 años ha usado estas plataformas, según el Pew Research Center. El cambio es más trascendental: la relación de pareja ha dejado de ser el centro de la vida adulta.
The Economist habla incluso de una “gran recesión de las relaciones”. En The rise of singlehood is reshaping the world muestra que cada vez más adultos viven sin pareja y que matrimonios y natalidad siguen cayendo. La tendencia es clara: la soltería crece con rapidez. En Estados Unidos, entre los jóvenes de 25 a 34 años, la proporción que no convive con cónyuge ni pareja se ha duplicado en cinco décadas, hasta llegar al 50% de los hombres y el 41% de las mujeres. No es un rechazo al amor, sino el efecto combinado de factores económicos, culturales y tecnológicos que facilitan y normalizan la vida independiente.
A esto se suma otro fenómeno en fuerte desarrollo: el auge de las parejas artificiales o sintéticas. Se trata de modelos de chatbots (“modelos”: no confundir con personas de una determinada belleza), diseñados para conversar y adaptarse al usuario, ofreciendo compañía sin conflicto. Que esta alternativa gane terreno, ¿responde al cansancio que genera el proceso actual de buscar o mantener una pareja de carne y hueso? Empeorando el problema tenemos a los Tinder, Hinge o Bumble que incorporan inteligencia artificial para mejorar la compatibilidad entre perfiles y reducir la fatiga derivada de su propio funcionamiento. Es tecnología empleada para corregir los límites de la tecnología previa, conocerse en el colegio, un bar, el gimnasio o el velatorio de tía abuela Cristeta.
En conjunto, estas situaciones revelan un desajuste en la sociedad para el que no sé si estamos preparados: esperamos mucho de las relaciones, pero crearlas y mantenerlas resulta cada vez más difícil. Queremos estabilidad, comunicación y valores compartidos, pero vivimos con menos tiempo, más incertidumbre y en entornos que no facilitan vínculos duraderos. Disponemos de múltiples herramientas para conectar, pero la sensación de soledad sigue aumentando. La tecnología, aunque facilita muchos aspectos de la vida afectiva, no elimina la soledad: simplemente la transforma. Permite vivir sin pareja, supuestamente con más comodidad pero con la misma plenitud que una buena relación de pareja? Todo ello hace tomar forma una ida: la pareja ya no es el destino predeterminado de la vida adulta. Es solo una posibilidad más. Esta nueva libertad invita a replantear cómo queremos relacionarnos en un mundo donde es más fácil que nunca estar acompañado… y, aun así, sentirse solo. Mientras tanto, yo invito a mis hijas, mis amigos, la gente que aprecio a que constantemente salgan a la calle, cine, fiestas o ferreterías para relacionarse con personas que quieran una vida como la que les propongo a ellos, de roce físico.
Más ideas, en el próximo No Lo Leas del profesor Foncillas

