“Desde que soy madre le he cogido manía a mi suegra”. Así comienza uno de los vídeos de Alicia González, psicóloga especializada en terapia familiar, que ha logrado poner en palabras lo que muchas mujeres sienten tras el parto y no se atreven a decir. Su reflexión ha dado en el centro de una herida silenciosa: la compleja relación entre nueras y suegras tras la maternidad, cuando todo cambia, incluso los afectos.
El cuerpo reacciona antes que la mente
La psicóloga explica que la tensión puede aparecer incluso sin motivos conscientes: es biología al servicio del cuidado
“Tras el parto estás extremadamente sensible, con una necesidad imperante y biológica de proteger a tu bebé”, explica. “La figura de la suegra, por muy buena voluntad que tenga, la puedes percibir como una invasión”. Según la terapeuta, esto no responde tanto a un conflicto personal como a una reacción visceral: es tu olor, tu mirada, tu cría. “Todo lo que venga de fuera de tu propio sistema no tiene por qué encajarse bien. Eso lo notas cuando de repente entra la suegra y tu cuerpo responde poniéndose tenso”.
Pero hay más. Esa tensión también puede simbolizar lo que no se dice. “Es como que todo lo que no expreso actuase en mi nombre sin pedir permiso”, señala González. Un malestar que brota en forma de rabia: ese “no quiero darte a mi bebé ahora” que no se verbaliza, el “quiero hacer BLV aunque a ti no te parezca bien” que no se atreve a expresar, el “no te he pedido opinión” que se traga una y otra vez. Todo eso se acumula. Y cuando no se ponen límites, termina saliendo.
La clave, según la psicóloga, está en el lugar que ocupa la pareja. “En la mayoría de los casos, los límites debe ponerlos en primer lugar la pareja. Cuando te conviertes en madre entras en una danza inconsciente entre linajes, un conflicto simbólico entre lo mío y lo suyo”. No se trata de proteger al bebé de una persona concreta, sino de lo que esa figura representa: estilos de crianza que no compartes, valores que rechazas, dinámicas familiares que no quieres repetir con tu criatura.
Desde una perspectiva más amplia, González recuerda que esta tensión también es cultural. “En otras culturas, cuando una mujer se convierte en madre, la jerarquía se retoca y ella adquiere un puesto de autoridad. En la nuestra no está del todo definida y no queda muy clara”. A veces las suegras no quieren abandonar su papel central y las nueras no sienten que tengan la legitimidad suficiente para ocupar su nuevo lugar.
No se trata de culpabilizar a nadie, insiste, sino de entender que “esto va de percepciones, no de malos y buenos”. La psicóloga invita a revisar el papel que juega la pareja para mediar entre la familia de origen y la nueva familia, a entender los silencios como una forma de rabia contenida, y a observar el conflicto con una mirada más amplia: la que reconoce que, muchas veces, el rechazo no es a una persona, sino a una historia no dicha.