Quien ha tenido hijos alguna vez seguramente haya deseado que el tiempo se detuviera. En un abrir y cerrar de ojos pasan de ser recién nacidos a bebés, de bebés a niños y de niños a adolescentes, hasta que, casi sin darte cuenta, inician su propia vida, con sus propios sueños y responsabilidades.
Sin embargo, con el ajetreo del día a día, el trabajo y la rutina, muchas veces es complicado atender todas sus necesidades y encontrar esos ratos de tiempo libre para jugar con ellos. Por ello, Álvaro Bilbao, neuropsicólogo y divulgador científico especializado en el desarrollo cerebral de los niños, recuerda a los padres algo que muchos pasan por alto: “Conocerás a tus hijos como adultos durante la mayor parte de su vida. Solo por un instante los conocerás como niños”.

Una persona que se convierte en padre a los 30 y vive hasta los 80 años habrá conocido a su hijo como niño solo durante el 22 % de su vida
De hecho, si consideramos que la niñez termina a los 18 años —momento en que se alcanza la mayoría de edad—, una persona que se convierte en padre a los 30 y vive hasta los 80 habrá conocido a su hijo como niño solo durante el 22 % de su vida. Y si miramos únicamente los años que padre e hijo comparten (desde el nacimiento hasta los 80 años del padre), la niñez representa apenas el 36 % del tiempo que pasan juntos.
Conocerás a tus hijos como adultos durante la mayor parte de su vida. Solo por un instante los conocerás como niños
Por eso, dicen los expertos, es fundamental detenerse y aprovechar cada instante junto a los más pequeños. Álvaro Bilbao invita a los padres a leerles ese cuento extra antes de dormir, permitirles construir cabañas en el salón y no temer tirarse al suelo a jugar con ellos mientras dure la infancia. “No hay en la vida un regalo más hermoso y fugaz que este. Disfrútalo. No tengas prisa porque pase”, enfatiza.

Al jugar, se fortalecen las conexiones neuronales y se estimula el aprendizaje de habilidades clave como la empatía
Diversos estudios también han demostrado que el tiempo de juego compartido es mucho más que una actividad recreativa: es una inversión directa en el desarrollo cerebral de los niños. Al jugar, se fortalecen las conexiones neuronales y se estimula el aprendizaje de habilidades clave como la empatía, la resiliencia y la regulación emocional. Estas experiencias cotidianas no solo les ayudan a crecer más seguros y confiados, sino que también construyen recuerdos duraderos, cimientos de una relación sana y cercana que acompañará a padres e hijos durante toda la vida.
Los expertos coinciden en que no hace falta disponer de horas enteras para crear recuerdos valiosos con los hijos. Bastan pequeños gestos diarios para marcar la diferencia. Dedicar al menos diez minutos de juego o conversación exclusiva sin pantallas ayuda a reforzar el vínculo y a que los niños se sientan escuchados.