La visita de Kai y Bruc a Fabiana (23 años) y Judit (18), pacientes con trastorno de la conducta alimentaria (TCA) en el Hospital Universitari Sagrat Cor, se ha convertido en un auténtico “chute emocional”. Cada semana, estos dos perros de intervención terapéutica entran en la sala de tratamiento y, en cuestión de segundos, transforman un ambiente cargado de ansiedad y desgaste emocional en un espacio de alivio, ternura y conexión. Para las jóvenes, que participan en el programa Miradas que curan, impulsado por el hospital y la Fundación Affinity, la presencia de los animales es un punto de apoyo efectivo que les ayuda a regularse, abrirse emocionalmente y sostener un proceso de recuperación largo y complejo.
El impacto de este tipo de intervenciones cobra aún más relevancia si se tienen en cuenta las dimensiones de problema. Según la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), en España existen alrededor de 400.000 personas con trastornos de la conducta alimentaria, de las cuales el 90% son jóvenes. Los estudios más recientes estiman que estos trastornos afectan entre el 4,1% y el 4,5% de los adolescentes de 12 a 21 años. En chicas de esa franja de edad, la prevalencia de anorexia ronda el 0,3%, la de bulimia el 0,8%, y el TCA no especificado alcanza el 3,1%, según datos de la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia (ACAB).
En Catalunya se está haciendo una muy buena prevención de los TCA, pero aún hay que insistir: la presión social o mediática, o incluso el simple hecho de ser mujer, son aún factores de riesgo en nuestra sociedad
Según la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), en España existen alrededor de 400.000 personas con trastornos de la conducta alimentaria.
Es en este contexto donde las terapias asistidas con animales nacen como una herramienta complementaria capaz de ofrecer regulación emocional, motivación y un espacio seguro para trabajar aspectos profundos del trastorno. “Complementan de forma muy positiva el tratamiento terapéutico y buscan ofrecer un espacio donde los jóvenes puedan trabajar distintos aspectos como la gestión de las emociones— sobre todo las negativas—, la creación de experiencias más positivas, el manejo de la frustración o el aumento de la confianza en uno mismo”, señala Rocío Rosés, directora del Institut de Salut Mental del Hospital Universitari Sagrat Cor i Centre Mèdic l’Eixample Sagrat Cor.
Terapia pionera con alto impacto
Ese efecto que los animales provocan en la sala no solo es una percepción del equipo profesional: lo viven de forma directa los jóvenes que participan en el programa. Para muchas de ellas, la terapia asistida se ha convertido en un punto de apoyo real dentro de un proceso largo y exigente. El Hospital Universitari Sagrat Cor y la Fundación Affinity fueron pioneros en incorporar perros como parte del tratamiento para mejorar el estado de ánimo de los pacientes y reducir su ansiedad y estrés, una iniciativa por la que ya han pasado más de 135 jóvenes.
Fabiana, de 23 años, es una de ellas. Ingresó en marzo con varios trastornos y descubrió entonces que uno de ellos era un TCA. “Ha sido un camino complejo, pero muy bueno. He visto muchos cambios positivos”, explica. Asegura que la terapia asistida es una de sus favoritas: “Me ayudan muchísimo a regularme. Son muy buenos y cariñosos, nunca harán nada que nos incomode. Ni ellos ni los profesionales que están ahí”.
Salir sola de esto es muy difícil, los pensamientos te juegan malas pasadas. Y si estás pensando en hacer terapia con perros, hazlo
Cuenta que, aunque el equipo terapéutico le ofrece apoyo, el afecto físico de los perros tiene algo distinto: “Yo veo uno y quiero abrazarlo. Si llego de bajón y vienen a saludarme, me sube el ánimo”. Fabiana tampoco tenía una relación especial con los animales antes de llegar al hospital; ahora convive con un gato y ha participado en actividades con caballos o visitas a granjas. “Me purifica el alma. Ellos conectan contigo. Y tener un animal en casa también me ha ayudado: él depende de mí y quiero darle una vida buena”.
Judit, de 18 años, es otra de las participantes. Ella llegó al hospital con 15 debido a un TCA. Ya antes de su ingreso se realizaban terapias con canes, aunque se interrumpieron durante un tiempo. “Yo insistía siempre porque me encantan”, recuerda. De hecho, es voluntaria en una protectora. Para ella, el trabajo emocional que hacen con los animales es liberador: “Tratamos cómo estamos, cómo nos afectan las emociones… Cuando llegan ellos podemos desconectar un poco, pero a la vez seguimos trabajando”.
El vínculo que se ha generado es profundo. “Vicky es quien nos trae a los perros. A veces no son siempre los mismos, pero los conocemos a todos, sabemos su historia, ellos nos reconocen… El vínculo es muy cercano”. Por eso, Judit anima a cualquiera que esté pasando por algo similar a pedir ayuda: “Salir sola de esto es muy difícil, los pensamientos te juegan malas pasadas. Y si estás pensando en hacer terapia con perros, hazlo. Te beneficia y además te lo pasas bien mientras trabajas”.
Las terapias asistidas con animales nacen como una herramienta complementaria capaz de ofrecer regulación emocional, motivación y un espacio seguro para trabajar aspectos profundos del trastorno.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), una problemática creciente
Lo que Fabiana y Judit relatan tiene una explicación terapéutica precisa. Según Rocío Rosés Gómez, la complejidad creciente de los TCA ha llevado al centro a incorporar nuevas herramientas. “Los pacientes cada vez viven la enfermedad de forma más compleja y heterogénea. En las terapias grupales solemos trabajar con la palabra, pero en la terapia asistida con perros el vínculo es el animal. Llega de una forma más experimental, más vivencial, y eso facilita la mejoría durante el tratamiento”, apunta.
Esa perspectiva también explica por qué este tipo de intervenciones ha ido ganando espacio en los últimos años. Maribel Vila, responsable de los programas de terapias de la Fundación Affinity recuerda que cuando arrancaron en el hospital eran prácticamente pioneros en aplicar la terapia con perros en pacientes con TCA. “Hace unos años generaba sorpresa, pero hoy forma parte de los recursos habituales de muchos centros porque la evidencia ha demostrado su utilidad”, explica. Ese cambio, añade, responde a una apuesta creciente por humanizar la atención y cuidar también la parte emocional.
Muchos de estos jóvenes son muy autoexigentes y sienten mucha culpa. El perro los acepta tal y como son, sin importar su aspecto o cómo estén ese día
Para Vila, uno de los factores que mejor explica su impacto es la ausencia de juicio. “Muchos de estos jóvenes son muy autoexigentes y sienten mucha culpa. El perro los acepta tal y como son, sin importar su aspecto o cómo estén ese día. Esa aceptación les permite bajar barreras y mostrarse tal cual se sienten”, señala. Ese vínculo, dice, es la base de todo: si no se establece, la intervención pierde fuerza. Además, la presencia del animal también permite que los jóvenes frenen el bucle mental que suele acompañar a los trastornos alimentarios. “El perro vive en el aquí y ahora. No está pensando en lo que pasó hace diez minutos ni en lo que pasará luego. Su manera de estar frena ese runrún constante y les ayuda a centrarse en el presente”, explica.
En la práctica, las sesiones se adaptan a cada paciente. Trabajan habilidades como la confianza, la comunicación o la colaboración con actividades muy concretas, pero también incluyen ejercicios de coordinación o dinámicas en pareja. “La clave es que lo que hacen con el perro puedan aplicarlo luego en su vida cotidiana. Empiezan trabajando con el animal, pero el objetivo siempre es humano”.
El programa se realiza normalmente en el Hospital de Día, aunque también se programan excursiones y paseos para exponer a los jóvenes a entornos más cotidianos.
El programa se realiza normalmente en el Hospital de Día, aunque también se programan excursiones y paseos para exponer a los jóvenes a entornos más cotidianos.“Hemos ido a la playa con pacientes que tienen dificultades para exponerse a ese entorno, visitado un refugio e incluso hemos trabajado con los propios perros de los pacientes y con sus familias”, destaca Rocío Rosés. De esta manera, pueden observar las mejoras reales en la regulación emocional, la autoestima y la adherencia al tratamiento. “Aquí el perro actúa como un facilitador que romper barreras. Siempre son perros con cualidades muy concretas, extremadamente sociables, que disfruten trabajando y que busquen el contacto con personas”, añade Vila.
Más allá de ese trabajo en entorno, la presencia del perro actúa como puente emocional, explica la terapeuta. “Muchas veces los jóvenes se resisten a la terapia; no siempre es fácil sentarse a hablar con alguien con bata blanca. Con el perro pueden llorar, mostrarse eufóricos o apáticos, y él los acompaña igual. Eso abre la puerta y facilita el trabajo del equipo profesional”. Y ese efecto se nota especialmente en los momentos de mayor vulnerabilidad. “Legan desbordados después de una sesión difícil, sin ganas de participar. Pero al encontrarse con el perro su estado cambia: lo buscan, interactúan con él y salen sonriendo”. En cada sesión, explica, les piden que valoren cómo se sienten del 1 al 10: “Muchos empiezan en un 2 o un 4 y terminan en un 7, un 8 o incluso un 10. Ver ese cambio en tan pocos minutos es muy revelador”.
Además del impacto emocional en el día a día, el hospital cuenta con datos que respaldan la eficacia del programa. Según explica Rocío Rosés, realizaron una pequeña recogida de datos para medir si la intervención reducía la ansiedad y mejoraba la cohesión grupal. “Vimos que sí: aunque la muestra era pequeña, observamos que los pacientes reducían alrededor de un 30% su ansiedad estado —la que sienten en ese mismo instante— después de interactuar con los perros”, señala. Aun así, los resultados son claros: la terapia es más efectiva que los grupos sin perros y existe una evidencia de su utilidad tanto en trastornos del neurodesarrollo, especialmente en el espectro autista, como en los propios trastornos alimentarios
Sin embargo, a pesar de los avances, en el Hospital Universitari Sagrat Cor creen que queda mucho por hacer. “Hace falta romper estigmas. Uno de los más extendidos es pensar que todas las personas con TCA tienen bajo peso, cuando no es así: muchos cursos son con normopeso o sobrepeso. Son trastornos complejos y multicausales que requieren un abordaje multidisciplinar”, apunta Rocío Rosés. La clave para reducirlo, según la directora, está en la prevención universal: desde las escuelas, desde el aula, y también con las familias. “En Catalunya se está haciendo una prevención muy buena, pero hay que seguir insistiendo, porque factores como la presión social y mediática —o incluso simplemente el hecho de ser mujer— son riesgos añadidos en nuestra sociedad”.


