Cuando terminó la carrera de Periodismo, Publicidad y Relaciones Públicas en la Universitat Jaume I, Rocío Vidal (Benicàssim, 1992) —más conocida como La Gata de Schrödinger— vio con claridad que el periodismo se precipitaba irremediablemente hacia la inmediatez, los titulares fugaces y las noticias que se consumen en segundos. Ella no quería formar parte de esa rueda, sino apostar por algo más pausado y especializado. “Siempre he sido muy curiosa con todo lo relacionado con la ciencia y con aprender cosas nuevas”, comenta.
En torno a 2014, mientras trabajaba en una exposición científica, encontró la forma de juntar su interés por la ciencia con un periodismo más reposado y riguroso. Su canal natural fueron las redes sociales: primero una página de Facebook, después uno de YouTube. Lo que empezó casi como un hobby, sin intermediarios y con total libertad creativa, se fue convirtiendo poco a poco en uno de los proyectos de divulgación científica más influyentes del ámbito hispanohablante.
La Gata de Schrödinger es ya toda una referente en el arte de suministrar antídotos contra la estupidez. Desde terraplanistas hasta gurús de las —no tan— nuevas masculinidades ya han sufrido sus certeros zarpazos dialécticos, de modo que era cuestión de tiempo que en Neo charláramos largo y tendido con esta creadora de contenido de 32 años comprometida con una necesaria rebeldía intelectual.
Tras la carrera, estudiaste y luego un máster en Comunicación Científica en la Universitat de Barcelona, pero tu base sigue sin ser una “ciencia dura”. ¿Sentiste vértigo por eso mismo al empezar con la divulgación?
Algo sí, claro, pero también mucha claridad sobre cuál iba a ser mi papel. Nunca he pretendido explicar física teórica o biomedicina al nivel de quien ha estudiado esas carreras. Para eso están mis compañeros científicos. Sé un poco de todo y mucho de nada, y eso tiene pros y contras. Cada vídeo exige un trabajo grande de documentación para no meter la pata, pero a cambio tengo muy presente la pregunta clave: “¿Cómo le cuento esto a alguien que no sabe nada del tema?”. Ese chip te obliga a traducir, sintetizar y ordenar.
Cada vídeo exige un trabajo grande de documentación para no meter la pata, pero a cambio tengo muy presente la pregunta clave: “¿Cómo le cuento esto a alguien que no sabe nada del tema?”
¿Crees que esa mirada periodística te ha ayudado entonces a comunicar mejor que otros creadores de contenido de tu área?
La formación periodística me ha dado ética profesional, códigos de comunicación y sensibilidad por el impacto de lo que publicas. Y ahora, además, estudio el Grado en Filosofía, porque entender el comportamiento humano y nuestros sesgos me parece clave para los contenidos que hago.
Este año has ido a varios conciertos de La Raíz, un grupo muy reivindicativo y claramente de izquierdas. ¿Crees que en España el pensamiento crítico y científico está culturalmente asociado a la ideología progresista frente a un pensamiento conservador más ligado históricamente al conservadurismo religioso?
El eje izquierda-derecha se nos queda muy corto para entender cómo pensamos, pero sí hay algo que la evidencia respalda. Lo que muestran los estudios es que los discursos basados en dogmas rígidos y en el miedo irracional a colectivos como las personas migrantes o LGTBI tienden a ir acompañados de menos pensamiento crítico. Parte de la derecha y la ultraderecha, también desde púlpitos religiosos, ha llegado a decir que habría que revocar el voto de las mujeres porque “somos más emocionales y votamos a la izquierda”.
¿No hay encefalogramas planos en el espectro de la izquierda?
Carencias de pensamiento crítico hay en todo el espectro ideológico. En redes se ve clarísimo: si tu líder político dice X, da igual de qué color sea, mucha gente se va a X sin cuestionar nada. La polarización genera comportamientos casi sectarios en todos los bandos.
En muchos de tus vídeos analizas el pensamiento conspiranoico y pseudocientífico, que se presenta como “escéptico”, “rebelde” o “antisistema”. Sin embargo, el escepticismo filosófico consiste en examinar y no dar nada por sentado. ¿De dónde viene esta inversión de valores que presenta a la ciencia como autoridad opresora?
Tiene mucho que ver con una ruptura de confianza. La pandemia de la COVID fue un punto clave: llegó un virus nuevo, los científicos no tenían respuestas inmediatas, la gente exigía certezas y eso generó frustración. Ahí los discursos conspiranoicos encontraron un caldo de cultivo perfecto. En paralelo, la precariedad y las promesas políticas incumplidas han dejado a mucha gente joven muy cabreada. En ese contexto, lo “rebelde” se desplaza hacia discursos populistas que incluso se jactan de no carecer de conocimientos básicos.
Lo “rebelde” se desplaza hacia discursos populistas que incluso se jactan de no carecer de conocimientos básicos
La ignorancia se ha vuelto arrogante.
Cuanto más disparatada es la barbaridad que sueltas, más posibilidades tienes de hacerte viral. El contenido mediocre y antiintelectual se percibe como “auténtico”, frente a una ciencia y unas instituciones que muchos viven como distantes o elitistas, y ahí se cuela la idea de que la desinformación te libera y la ciencia te oprime.
¿Hasta qué punto merece la pena debatir con terraplanistas y otros conspiranoicos? ¿Cuándo dialogar ayuda y cuándo es darle altavoz?
Depende muchísimo del contexto. En general, me parece muy mala idea plantear debates en televisión tipo “un físico contra un terraplanista, que gane el mejor”. Poner al mismo nivel una posición basada en siglos de evidencia que una ocurrencia sin fundamento es injusto y engañoso. Pero luego están los casos en los que esa persona ya tiene un altavoz enorme.
Rocío Vidal, en una imagen reciente.
¿Has debatido alguna vez con alguien así?
El año pasado participé en un debate en The Wild Project con Javi Santaolalla frente a un conspiranoico que había ido a podcasts con millones de visitas sin que nadie le rebatiera de verdad. Ahí sí pensamos que era necesario que, por primera vez, se encontrara con alguien que supiera del tema y le plantara cara. Lo que no tiene sentido son los circos mediáticos en los que todo el mundo grita, nadie escucha y solo se genera ruido. Esos formatos me parecen tóxicos e inútiles: no sirven para informar ni para convencer, solo para alimentar el espectáculo.
Tanto las teorías de la conspiración como el éxito de gurús tipo Llados parecen calar sobre todo en chicos jóvenes. ¿Por qué crees que esta deriva es especialmente masculina?
Por lo que he visto por dentro, porque he estado en sus masterclass y he escuchado a los chavales hablar, es un fenómeno multifactorial. Hay una juventud que se siente engañada y abandonada, con mucho malestar acumulado. Y, además, muchos chicos están viviendo una crisis de masculinidad. Muchas chicas jóvenes han encontrado empoderamiento en el feminismo bien entendido y eso es algo muy positivo, pero deja a algunos chicos en posiciones incómodas, sin un modelo claro de qué significa ser hombre hoy.
Entonces aparece el gurú de turno y les ofrece una identidad prefabricada.
Exacto. Mansiones, músculos, mujeres y dinero. Ves a chavales que empiezan a hablar como él, a aislarse de su familia y de sus amigos, a darle su dinero. Es un drama grande, porque se aprovecha de su vulnerabilidad y de esa falta de referentes sanos de masculinidad no tóxica.
Muchos de tus vídeos que desmontan bulos o pseudociencias funcionan muy bien. ¿Te preocupa que ese éxito te empuje a producir más contenido de este tipo que divulgación científica basada en nuevos hallazgos?
Esa tensión la tengo muy presente. A mí me encantaría poder hablar mucho más de ciencia “pura y dura” y que bastara con eso, pero la realidad es que hay demasiadas cosas que están mal y demasiados vendehúmos haciendo daño. Siento la responsabilidad de alzar la voz y he asumido en parte ese papel, aunque no sea el cien por cien de mi trabajo. Intento alternarlo con contenidos más positivos o más de curiosidad. Por ejemplo, publiqué un reel sobre las “voces” en nuestra cabeza, sobre cómo nos hablamos a nosotros mismos, a raíz de un comentario de Rosalía, y funcionó muy bien.
¿Cómo gestionas ese equilibrio, también en relación con el impacto de las pantallas y el “scroll infinito” que tanto criticas?
No alejándome de mi objetivo: ayudar. Me escriben familias que me dicen que han puesto mis vídeos a sus hijos porque estaban metidos en ciertas movidas y necesitaban otra voz. Eso compensa. En paralelo hago muchos contenidos sobre cómo las pantallas y el scroll constante están friéndonos el cerebro. Yo misma he notado un declive en mi capacidad de concentración, y hay estudios que apuntan a una pérdida de atención y hasta de cociente intelectual. Como lo sufro en primera persona, intento compartir estrategias para recuperar foco y cuidado mental.
Me escriben familias que me dicen que han puesto mis vídeos a sus hijos porque estaban metidos en ciertas movidas y necesitaban otra voz
Hablemos de Historia de la Ciencia: cada vez hay más voces que piden revisar el relato clásico e incorporar a las científicas olvidadas. ¿Crees que es necesario ese revisionismo histórico o es más útil centrarse en motivar a las mujeres jóvenes a estudiar ciencia hoy?
Ambas cosas, porque no son excluyentes. Por un lado, es fundamental revisar el pasado y recuperar trabajos científicos hechos por mujeres que quedaron enterrados. Gracias a investigadoras e investigadores que se han puesto a mirar archivos se han encontrado casos de científicas que llegaron antes que hombres a los mismos descubrimientos, pero a las que nadie reconoció. Esa reparación histórica es necesaria. Pero no podemos quedarnos solo ahí. El objetivo último es que las nuevas generaciones, chicas y chicos, puedan ser lo que quieran sin trabas ni estereotipos de género. Que una niña que quiera ser física o ingeniera no sienta que está ocupando un territorio que “no le pertenece”.
¿Qué hace falta para lograr al fin esa equidad?
Los referentes actuales son clave. El caso de Sara García Alonso es muy ilustrativo. Es un ejemplo de cómo una mujer visible en ciencia puede cambiar imaginarios: desde que apareció en medios se ha visto que muchas más niñas dicen que quieren ser astronautas. Eso demuestra hasta qué punto tener referentes tiene un impacto real. También entender cómo funcionan los algoritmos. Si a los chicos les gusta un poco más la física que a las chicas, aunque sea por una diferencia mínima, el algoritmo lo exagera: les enseña sobre todo canales de física a ellos, y a ellas casi no les llegan. Por eso que haya canales de divulgadoras con porcentajes altos de audiencia femeninas es importante: somos mujeres hablando de ciencia, y eso abre puertas.
Que haya canales de divulgadoras con porcentajes altos de audiencia femeninas es importante: somos mujeres hablando de ciencia, y eso abre puertas
En tus últimos contenidos hablas mucho de la “sociedad del cansancio” y del papel de la tecnología, en línea con autores como Byung-Chul Han.
Así es. Creo que el uso que en general le hemos dado a internet y ahora a la IA, en lugar de expandir nuestro conocimiento, están contribuyendo a que pensemos peor y dependamos más de lo que otros piensan por nosotros.
Hay quien diría que es algo natural. Incluso Platón proponía una división de castas sociales con una minoría intelectual al mando. ¿Crees que aún es posible aspirar a una sociedad donde todos tengamos acceso real al pensamiento crítico, la ciencia y las artes liberales, o estamos condenados a repetir ese esquema entre quienes crean conocimiento y quienes lo consumen pasivamente?
Es una muy buena pregunta… Me gustaría decir que sí sin parecer ingenua, que la utopía es posible. Es verdad que, si miramos la historia, vemos una y otra vez cómo el conocimiento y el poder se concentran en pocas manos. Y ahora mismo creo que nos acercamos a un punto bastante límite. Entre el contenido basura, la saturación informativa y la irrupción de la inteligencia artificial, entramos en una fase en la que va a ser muy difícil discernir qué está hecho por humanos y qué no, qué fuente es fiable y cuál no, qué vídeo es real y cuál está manipulado.
Entramos en una fase en la que va a ser muy difícil discernir qué está hecho por humanos y qué no
Rocío Vidal, divulgadora científica.
Quizá llegue también un momento en que todo colapse a nivel digital.
Paradójicamente, eso podría acarrear algo bueno. En cierta manera, el móvil es nuestra esclavitud. Las pantallas nos tienen enganchados. Quizá ese colapso nos obligue a acercarnos de nuevo a lo humano: a la conversación cara a cara, a los vínculos reales, a espacios donde recuperemos el control sobre nuestra atención. Tengo claro es que a los poderes les interesa tenernos tranquilos, entretenidos y dominados. La auténtica rebeldía hoy es intelectual, es el pensamiento crítico. Y el pensamiento crítico de verdad no se conforma con dudar de si la Tierra es plana; cuestiona la autoridad religiosa, la política, la económica… todas.
¿No sería más sencillo optar por la pastilla azul de la ignorancia, como en Matrix?
Si renunciamos a la rebeldía intelectual, nos convertiremos definitivamente en masas doblegadas, anestesiadas por una tecnología que nos atonta y por un mundo cada vez más populista que solo nos lanza mensajes simples. Tengo la sensación de que estamos cerca de un punto de inflexión. Veremos hacia dónde se inclina la balanza en los próximos años.



