Ya sabemos gracias a las redes que los pandas “lo tendrían muy mal para sobrevivir en el mundo real”: si alguna vez le han dado un like o se han entretenido con el vídeo de un panda cayéndose de una rama mientras duerme la siesta o dándose un trastazo contra un árbol al deslizarse por la nieve, el algoritmo les habrá premiado con unos cientos más. Son entretenidos y no hacen pensar. Esta escribidora se hizo tan adicta que casi se tuvo que borrar la cuenta.
En dura competición con los pandas torpones encontramos a los gatitos, ahora navideños. A los voluntariosos propietarios que visten a sus mininos de Papa Noel se suma la IA: villancicos protagonizados por felinos montados en trineos, comilonas con docenas de comensales gatunos, chimeneas de las que cuelgan calcetines con bigotes... Charles Dickens revisitado en forma de gato.
Nico vino de la calle; le dio a esta escribidora mucho más de lo que jamás podra contar
Hay otros vídeos, claro. Y mucho menos agradables. Animales abandonados a su suerte por demasiado viejos, por demasiado jóvenes, por demasiado enfermos, por demasiado caros, por demasiado difíciles de transportar... Por todos los demasiados por los que lo que un día pareció una buena idea regalar resulta que ya no lo es.
Las redes son lo que las personas hacemos con ellas, lo mejor y lo peor. En X encontramos bulos y bulas, también se denuncian casos de maltrato animal, se crean o se animan conciencias, se ponen en contacto personas que tienen una aspiración común: ayudar a los más débiles de los débiles, los que no pueden quejarse ni protestar por nada.
Las redes están llenas de animalitos humanizados, pero también de los que han abandonado y maltratado seres deshumanizados
Personas maravillosas que dan lo que tienen y lo que no tienen, grupos que se crean para rescatar a un perro o un gato cuyos dueños se han marchado y los han dejado solos en casa, a veces por meses, para avisar a las autoridades, para sufragar entre todos los gatos de la operación de un gato al que han apalizado y dejado con las carnes abiertas, al perro al que le han sacado un ojo por diversión.
Suelen ser personas sin demasiados recursos, pero con una amplia reserva de humanidad y aún más valor para mirar el horror a la cara. Porque aquí, entre sus vídeos, sí encontramos el lado más oscuro, infame, de seres que se dicen humanos. No, ellos nunca lo harían.
Aquí se encuentran campañas para abolir algo tan cruel como la vivisección, para mantener santuarios con los animales que escaparon de ser desechos, para protestar por la ejecución de perros callejeros en numerosos países, para adoptar a mascotas víctimas de la guerra en lugares como Ucrania. La plaza global de la denuncia del horror sí funciona.
Por supuesto que hay cuentas y personas de las que no te puedes fiar, como las hay en cualquier lugar donde estemos involucrados los humanos. La gran mayoría son casos reales.
Casos cercanos de abandono y maltrato que duelen especialmente por lo cercanos. Este debería ser el momento para acercarse a esas cuentas, las de quienes no miran para otro lado. Las que miran a Zeus, Jerry, Damián, Hobo, Mini, Marina, Toby, Zoe, puestos en la calle después de haber tenido una familia y un hogar.
Cuentas y casos que dejan muy claro que cuando se abre las puertas a un integrante no humano de la familia, ese compromiso ha de ser para siempre. No son un regalo de Navidad.
También hay vídeos celebratorios, del antes y el después del salvamento, la adopción de un gato, un perro, una mascota rescatada del horror. De todo lo que el amor puede hacer, del auténtico cuento de Navidad, sin IA ni trineos, ni villancicos ni cascabeles.
