Formada en endocrinología y medicina interna, Carme Valls Llobet (Barcelona, 1945) prefiere identificarse como experta en medicina con perspectiva de género. Lleva varias décadas señalando los vacíos de una medicina históricamente androcéntrica, que ha ignorado las diferencias biológicas, sociales y clínicas que afectan a las mujeres.
Desde la dirección del programa Mujer, Salud y Calidad de Vida del Centro de Análisis y Programas Sanitarios (CAPS), ha impulsado la investigación con perspectiva de género y defendido una atención sanitaria equitativa. “Se nos ha enseñado una anatomía, una fisiología masculina, pensando que sería igual para todos. Pero no es así. Faltan estudios que contemplen las diferencias entre los sexos”, afirma. Y es que una misma enfermedad no siempre tiene los mismos síntomas o consecuencias para mujeres y hombres.
Premiada con la Creu de Sant Jordi y doctora honoris causa por la Universidad de Girona, Valls es también una reconocida divulgadora científica y autora de títulos como Mujeres invisibles para la medicina (Capitán Swing) o Medio ambiente y salud (Cátedra). En esta entrevista repasa cómo la ciencia médica ha llegado tarde —y mal— a las patologías femeninas, y qué se debería empezar a hacer para que la longevidad y la calidad de vida vayan parejas. Porque, a pesar de ser más longevas que los hombres, durante esos años ‘extra’ sufren más enfermedades crónicas y menos atención específica.
Las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte de las mujeres mayores, pero se ha investigado muy poco cómo prevenirlas
¿Qué se entiende en medicina por sesgo de género?
Son vacíos en la investigación sobre cómo ciertas enfermedades afectan de forma diferente a mujeres y hombres. A menudo, se han tomado los síntomas, diagnósticos y tratamientos masculinos como referencia universal. En el caso de la mujer, el sesgo más paradigmático es el cardiovascular. Es la primera causa de muerte de las mujeres mayores, pero se ha investigado muy poco cómo prevenirla en ellas. Y no basta con hacerse un electrocardiograma a los 60 o los 70; hay que vigilar las causas y estas son de años anteriores. La prevención debe empezar mucho antes. Aquí la brecha se produce porque no se había pensado que los problemas de corazón de las mujeres tienen unas causas diferentes a las del hombre.
¿Cuáles son esas causas?
La pérdida crónica de hierro en la menstruación a lo largo de toda su etapa fértil o las alteraciones tiroideas –tanto por exceso como por déficit–, más frecuentes en las mujeres, pueden estar detrás de esta mayor mortalidad por enfermedades cardiovasculares. Esto no se tenía en cuenta ni se relacionaba hace años. Además, se ha visto que la fisiología del corazón de la mujer presenta algunas diferencias respecto a la de los hombres en la enfermedad cardiovascular. La forma de hacer una angina de pecho o infartos es distinta, y no solo por los síntomas. El daño en las arterias coronarias femeninas afecta más a la capa íntima, la más interna y fina, mientras que en los hombres se compromete más la capa muscular, el miocardio.
¿Los síntomas del infarto varían según el sexo?
Completamente. En mujeres, el dolor suele ser precordial (en la parte anterior del tórax, debajo del esternón), con sensación de opresión, como si les cayera una piedra, pero también puede ir acompañado de mareos, náuseas o dolor en la mandíbula. A menudo se confunde con un trastorno digestivo o cansancio. En cambio, en los hombres el síntoma más típico es el dolor que se irradia en el brazo izquierdo. Por eso es clave no minimizar nunca un dolor torácico, sobre todo a partir de los 60. Mejor pasarse de precavidas e ir a urgencias que quedarse en casa y esperar a ver qué pasa.
¿Por qué las mujeres reciben un diagnóstico más tardío?
Suele darse un doble sesgo: el propio y el del sistema sanitario. Muchas veces, las mujeres restamos importancia a los síntomas y priorizamos otras cosas. Pero suele pasar también que cuando vamos a consultas se subestimen esos síntomas. Es común que se atribuya a ansiedad o se recomiende un antiácido, sin pensar en un infarto. Eso retrasa la atención y reduce las posibilidades de aplicar tratamientos clave a tiempo.
Las mujeres restamos importancia a los síntomas y priorizamos otras cosas, pero en las consultas se suele subestimar lo que nos ocurre

No se debe pasar por alto ningún dolor torácico, en mujeres mayores de 60 años, según la doctora Valls.
¿Por qué se suelen subestimar los síntomas?
Por prejuicio. Durante años se creyó que las mujeres no tenían infartos. Esa idea sesgada hizo que en las investigaciones cardiológicas de los 80 y 90 directamente no se incluyera a mujeres. El resultado fue una investigación mal planteada desde el inicio. Por eso, cuando una mujer explica lo que le pasa, con una sintomatología más confusa, se la etiqueta más como psicosomática que como orgánica, mientras que al hombre se le remite inmediatamente a urgencias o al cardiólogo.
¿Aparte de las patologías cardíacas, hay otras enfermedades que se han diagnosticado mal sistemáticamente por sesgo de género?
Muchísimas. Tengo un libro escrito sobre eso. De hecho, un grupo de investigación de Dinamarca identificó hasta 700 enfermedades en las que el diagnóstico se retrasaba o se hacía peor en las mujeres. A lo largo de la vida, se nos etiqueta de ansiosas o psicosomáticas, lo que distorsiona el dictamen real. Y esto desde la adolescencia. A las jóvenes no se les diagnostican bien los trastornos menstruales ni las consecuencias de un sangrado excesivo, como la anemia por déficit de hierro. En la mediana edad se subestiman problemas como los trastornos tiroideos, que afectan a cerca del 20% de las mujeres, y las enfermedades autoinmunes. También se infravaloran dolencias crónicas de las mayores, como la osteoartritis o la artrosis. Y no solo hay mal diagnóstico, sino también muy poca investigación.
¿Qué enfermedades crónicas, además de los problemas cardiovasculares, afectan más a las mujeres mayores?
En primer lugar, las enfermedades relacionadas con el dolor, como la artrosis, la artritis o la osteoartritis. No matan, pero obligan a vivir con molestias constantes e incluso invalidan. Además del dolor en caderas, espalda, pies o manos, se suman deformaciones articulares y problemas de movilidad. Si se buscan estudios sobre tratamiento para estas patologías, apenas hay avances. Todo son aproximaciones. Faltan ensayos clínicos, inversión e interés real. También son especialmente frecuentes en las mujeres las enfermedades autoinmunes.
¿A qué se debe que las enfermedades autoinmunes afecten más a las mujeres?
La mujer tiene un sistema inmunitario más potente desde el nacimiento. Es una ventaja frente a infecciones. Por eso, por ejemplo, durante la pandemia la mujer cogió más el virus, pero murió menos. Sin embargo, esa mayor defensa puede volverse en contra y provocar autoinmunidad, alterando los tejidos y atacando al propio cuerpo. Esto explica por qué enfermedades como la artritis reumatoide o la tiroiditis autoinmune son más comunes en mujeres. El hipotiroidismo, por ejemplo, sigue sin tratarse con la seriedad que merece. El cansancio crónico que provoca, junto a otros síntomas, suele minimizarse o confundirse. Falta concienciación y diagnóstico precoz.
Faltan ensayos clínicos, inversión e interés real para investigar las enfermedades relacionadas con el dolor, como la artrosis o la artritis
¿La enfermedad de Alzheimer también afecta más a las mujeres?
Sí, está dentro del grupo de enfermedades que afectan más al sexo femenino. Podría tener también una base autoinmune, pero creo que falta más investigación para saber por qué afecta tan masivamente a mujeres. También hay estudios, como el realizado en Rotterdam, que lo relacionan con déficits crónicos de hierro, algo común en mujeres por el sangrado menstrual prolongado. Sin embargo, sigue siendo necesario profundizar en las causas específicas que expliquen esta desproporción.
¿Qué papel juegan las hormonas en el envejecimiento femenino comparado con el masculino?
Se ha tendido a exagerar el papel de las hormonas, como si fueran responsables de todo en el envejecimiento femenino. Y no es así. Tras la menopausia, las hormonas sexuales disminuyen, pero no desaparecen. Quedan pequeñas cantidades de estrógenos y progesterona. Si no quedaran, no se justificaría, por ejemplo, el uso de tratamientos anti-hormonales en mujeres mayores con cáncer de mama. A partir de los 60 años, las diferencias hormonales entre hombres y mujeres se reducen mucho. Lo que sí cambia es que dejamos de perder hierro con la menstruación, y eso puede traducirse en más energía. En cuanto a los huesos, su calidad depende más de nutrientes como el calcio, la vitamina D, el magnesio o el colágeno que de las propias hormonas. Este último es fundamental y quienes no comen carne deberían considerar tomar suplementos con colágeno, ya que ni las verduras y el pescado tienen. Llevar una buena alimentación, hacer algo de ejercicio muscular moderado y añadir ingredientes como la cúrcuma (algunos estudios sugieren que la curcumina ayuda a reducir el dolor en la artrosis) en la dieta puede mejorar notablemente la salud articular y muscular en esta etapa.
Algunos estudios recientes apuntan a un posible sesgo de género también en la investigación del sueño y señalan que las mujeres necesitaríamos dormir más que los hombres.
En efecto, se dice que las mujeres podríamos necesitar alrededor de una hora más de sueño que los hombres. Dormir bien no solo es bueno para el bienestar general, sino que también actúa como factor preventivo en enfermedades como el cáncer de mama. Un sueño de calidad es esencial, y cuando no se logra de forma natural, la melatonina puede ser una ayuda útil.
¿Sin embargo, parece que las mujeres sufren más insomnio, sobre todo con la menopausia?
En el momento de la perimenopausia y menopausia puede haber más dificultades para dormir por la bajada de progesterona, que ayuda a conciliar el sueño, pero con el tiempo, esta alteración tiende a estabilizarse. La disminución de los estrógenos en esta etapa también se ha asociado a alteraciones del sueño. Más allá de las hormonas, hay que mirar también las causas emocionales y sociales del insomnio. Muchas mujeres hacen una doble o triple jornada: la laboral, la doméstica y la emocional. Cuidar implica mucho más que atender necesidades básicas; también es sostener emocionalmente, y eso agota.
Dormir bien no solo es bueno para el bienestar general, sino que también actúa como factor preventivo en enfermedades como el cáncer de mama
¿Es cierto que el consumo de psicofármacos está más generalizado en mujeres?
Sí, especialmente entre las mujeres mayores. Se recetan con mucha facilidad antidepresivos y ansiolíticos, a menudo sin investigar a fondo qué les ocurre realmente. Hay una tendencia a medicalizar el malestar con rapidez en lugar de abordar sus causas. En España, el uso de estos fármacos es especialmente elevado: somos de los países que más receta en el mundo. Se estima que un 16% de la población toma ansiolíticos y un 10% antidepresivos, y las mujeres consumen cinco veces más antidepresivos, y dos veces y media más de ansiolíticos que los hombres. Es un claro ejemplo de mala praxis de una sociedad pudiente que puede recetarlos y que la gente puede comprar, pero no resuelve los problemas.
¿Qué controles médicos deberían priorizarse en la salud de las mujeres a partir de los 60 años y que muchas veces se pasan por alto?
Lo primero es la revisión del corazón y de los riesgos cardiovasculares, que idealmente debería empezar ya a partir de los 45 años. A los 60, eso es imprescindible, así como valorar el estado general de energía. En mi práctica, priorizo vigilar los niveles de ciertos nutrientes como el hierro, vitamina B12, ácido fólico, calcio o vitamina D, que ayudan a mantener huesos y cartílagos en buen estado, antes que otras cosas. Porque, por ejemplo, el colesterol no es el primer problema que produce problemas de corazón en las mujeres; hay otros factores a tener en cuenta, como son las carencias. En el CAPS tenemos un programa llamado Salud para disfrutar, donde damos orientaciones más concretas. Cada vez vivimos más años, y eso lo cambia todo. Antes, la medicina no estaba preparada para este alargamiento de la esperanza de vida, pero hemos de pensar que muchos de los que nacen ahora van a vivir 100 años con calidad de vida. Y para ello hay que prevenir el deterioro y las enfermedades crónicas antes de que se manifiesten y abordar las diferencias biológicas con más profundidad.