Corina Amor (Madrid, 1993), licenciada en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, y doctorada por el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York, es una joven prodigio de la ciencia. Después de completar estancias en el CNIO, en la escuela de medicina de Harvard, la Universidad de Oxford, el Laboratorio Europeo de Biología Molecular y el Insituto Karolinska de Suecia, en 2020, con apenas 27 años, esta inmunóloga presentó una tesis doctoral que acabó dando lugar a un revolucionario artículo publicado en la prestigiosa revista Nature.
En él, bajo la dirección del reconocido biólogo oncológico Scott Lowe, Amor planteó una terapia experimental para eliminar las células senescentes, cuya acumulación a partir de determinada edad —cuando el funcionamiento del sistema de destrucción propio del organismo empieza a deteriorarse— se asocia una gran cantidad de enfermedades relacionadas con el envejecimiento, entre ellas el cáncer.
Para el estudio, realizado en ratones con adenocarcinoma de pulmón, Amor extrajo los linfocitos T de los roedores y los rediseñó en el laboratorio para que fuesen capaces de identificar y destruir a las células senescentes. ¿El resultado? El tratamiento prolongaba considerablemente su esperanza de vida.
Los resultados del estudio y de esta técnica de terapia de células CAR-T para el cáncer revolucionaron, por contagio, el campo de la medicina antienvejecimiento, convirtiendo a Amor en una especie de Lamine Yamal de la ciencia. A los 29 años ya tenía en uno de los epicentros de la ciencia, el Laboratorio Cold Spring Harbor de Nueva York, su propio grupo de investigación, el Amor Lab, que en el mundo científico vendría a ser algo así como lucir la camiseta con el número 10 del Barça con solo 18 años.

Bryan Johnson se inyecta plasma de su hijo como parte de su protocolo antienvejecimiento.
“Fue un poco abrumador y me dio un poco de agobio, porque como científica estás más acostumbrada a una vida tranquila, pero yo he intentado centrarme en mi trabajo de cada día y ya está”, explica por videollamada.
Cuando aparece en la pantalla son las 15:00 horas de la tarde en España, todavía las 9:00 en Nueva York, pero Corina Amor, 32 años en la actualidad, atiende a La Vanguardia con su mejor sonrisa y una presencia que destruye de golpe el arquetipo de científico. Cuenta que estudió Medicina, pero que pronto se dio cuenta de que le gustaba más la investigación que la clínica. “En la investigación tienes la flexibilidad de poder investigar lo que te interese y si cambias de opinión o hay una idea que se te ocurre de repente, pues la puedes hacer y no tienes que dar explicaciones”, se justifica.
Ella es el mejor ejemplo de ello: llegó a Nueva York queriendo trabajar en el campo del cáncer, pero como la ciencia celular es un proceso que es importante tanto en cáncer como en envejecimiento, al final se vio seducida por este último campo.
No es la única: la medicina y la ciencia antienvejecimiento están en pleno auge y, con ello, se ha incrementado también el interés de medios de comunicación y de la sociedad en general. Muchos de los grandes millonarios estadounidenses vinculados a las más potentes empresas tecnológicas, de hecho, están invirtiendo grandes sumas de dinero para la inversión en esta área y están detrás de algunas de las empresas referentes del sector.
“Estos millonarios tienen todo lo que puedan soñar, pero al final se van a morir igual que todos, así que yo creo que están intentando ver si pueden alargar los años de vida. A mí me parece bien, porque al final es algo bueno para la sociedad en conjunto que podamos desarrollar tratamientos para enfermedades crónicas y demás, pero no veo factible que podamos vivir muchos años más, no desde luego hasta los 150 o los 200 años”, argumenta.
Estos millonarios tienen todo lo que puedan soñar, pero al final se van a morir igual que todos, así que yo creo que están intentando ver si pueden alargar los años de vida
En los estudios realizados en ratones se ha visto que las técnicas para eliminar las células senescentes y evitar su acumulación pueden aumentar la vida de los roedores entre un 15% y un 20%, “que tampoco es una locura”, pero el objetivo de Amor, más que aumentar la esperanza de vida, pasa por incrementar la calidad de vida durante la vejez, que ésta se pueda vivir en plenitud y libre de enfermedades. “Luego, si incrementamos el número de años vividos, genial, pero para mí no es lo prioritario”, añade.
Avances en la investigación
En estos tres años con su propio grupo de trabajo, Amor ha seguido avanzado en su investigación, buscando nuevas aplicaciones y desarrollando nuevas formas para aplicar su terapia de forma más efectiva. Son varios los trabajos ya publicados en revistas científicas y otros tanto los que están pendientes de ver la luz. El reto sigue siendo replicar en humanos los resultados obtenidos en ratones. “Ahora mismo la financiación en biotecnología está un poco difícil, así que nos está costando bastante conseguirla”, apunta.
No obstante, es optimista sobre el resultado de su terapia en humanos: “El trabajo que hemos hecho nosotros también lo han replicado otros grupos y se ve que funciona muy bien. Nunca sabes con una seguridad cien por cien lo que va a pasar en humanos, pero cuando hemos mirado en tejidos parece que se parecen bastante a nivel molecular, así que yo creo que va a funcionar”.
Ahora mismo, la FDA no nos dejaría hacer ningún ensayo para el envejecimiento, porque no se considera una enfermedad. Aquí entran en juego muchos dilemas legales y éticos
De momento, en todo caso, la aplicación de esta terapia en humanos estará limitada al abordaje de determinadas enfermedades crónicas graves asociadas al envejecimiento que hasta la fecha no tienen tratamiento. En el caso del grupo de trabajo de la investigadora madrileña, están enfocados en la fibrosis pulmonar, una enfermedad crónica potencialmente mortal que se caracteriza por la cicatrización y el endurecimiento del tejido pulmonar, lo que dificulta la respiración y el intercambio de oxígeno en la sangre.
“Ahora mismo, la FDA no nos dejaría hacer ningún ensayo para el envejecimiento, porque no se considera una enfermedad. Aquí entran en juego muchos dilemas legales y éticos, porque al final hablamos de tratar a personas que realmente todavía no están enfermas, así que lo que hacemos es tratar una enfermedad asociada a la edad para ver cómo funciona el tratamiento”, explica.
Este tipo de terapia de células CAR-T requiere la extracción de los linfocitos de cada paciente y su posterior modificación en laboratorio, lo que provoca que, por el momento, se trate de un tratamiento caro e inaccesible para la mayor parte de la población e, incluso, de los sistemas sanitarios públicos. “Hay mucho interés en general en expandir la forma en la que se hacen las CAR-T para que sea más accesible”, sostiene Corina Amor.
Una de las alternativas que se está probando en la actualidad, según la científica, está inspirada en la tecnología utilizada para las vacunas de la COVID-19. De esta forma, los pacientes podrían recibir una inyección con las CAR-T y que los linfocitos se rediseñasen y se programasen para destruir a las células senescentes de forma autónoma dentro del propio organismo del paciente. “Hay un par de papers publicados hasta ahora que muestran que es posible hacerlo y eso ha despertado mucho interés, porque que esto funcione sería fantástico, ya que al final el objetivo es que de estos tratamientos se pueda beneficiar el mayor número posible de gente”, concluye.