En el corazón del Eixample de Barcelona, en un centro nuevo y luminoso, la mañana arranca con energía entre los usuarios: ejercicios de fuerza, equilibrio, marcha y respiración, seguidos de estimulación cognitiva. Pero quienes acuden no se definen por su diagnóstico, sino por todo lo que aún pueden hacer, compartir y disfrutar.
En Cataluña, más de 44.000 personas viven con alzheimer —el 71 % son mujeres— y cada año se diagnostican cerca de 10.000 nuevos casos, según el Departament de Salut (2023). Si se suman las fases leves o moderadas de deterioro cognitivo, la cifra supera las 150.000 personas, en línea con la prevalencia española estimada por la Sociedad Española de Neurología (14–18 % de los mayores de 65 años). En el conjunto de España, más de 800.000 personas padecen alzheimer y cerca de dos millones presentan algún grado de afectación cognitiva, según el Observatorio alzheimer de la Fundació Pasqual Maragall.
Frente a esta realidad, la Fundació Catalunya La Pedrera ha impulsado un modelo pionero de prevención y acompañamiento frente al deterioro cogntivo que combina cinco pilares esenciales: estimulación cognitiva, ejercicio físico, socialización, nutrición equilibrada y descanso reparador. Con el apoyo de hospitales, CAPs y entidades como la Fundació Pasqual Maragall y la Fundació ACE, el programa demuestra que la enfermedad no es solo pérdida, sino también oportunidad: la de seguir siendo uno mismo el mayor tiempo posible, acompañado y con dignidad.
Ángel, de 63 años, habla despacio, pero con una fuerza que desarma. Encontró esta fundación casi por casualidad cuando pasaba por delante con su mujer, entró y se quedó. “Al principio pensé que no era para mí, lo mío no era la memoria, era el cuerpo; pero aquí descubrí un lugar donde volver a sentirme útil, acompañado y vivo.”
Aunque haya perdido facultades en mi cuerpo, he ganado otra manera de mirar la vida
Hace cinco años, un ictus lo derrumbó de un día para otro. “Tenía 58 años, hacía deporte, corría… nadie esperaba que me pasara algo así.” Pero después de ducharse tras salir a correr, comenzó a tambalearse. “Notaba que no podía moverme, mi mujer y mi hijo reaccionaron rápido y llamaron a la ambulancia. Esa rapidez me salvó la vida.”
El diagnóstico fue brutal: un ictus muy grave en la carótida. Lo operaron de urgencia y lo mantuvieron un mes en coma. “Cuando desperté, la mitad de mi cuerpo había desaparecido.” Ocho meses en el Institut Guttmann le devolvieron poco a poco lo esencial: hablar, comer, caminar. “Me dijeron que no volvería a hacerlo, pero soy muy cabezón, fui recuperando todo lo que me daban por perdido.”
Hoy sigue con secuelas: el brazo y la mano izquierda apenas responden, y no puede conducir porque su cerebro ignora ese lado del cuerpo. Pero su espíritu sigue entero. “Camino, nado, hago deporte como puedo, juego con mis nietos, que me piden fútbol y voleibol; para ellos, soy un referente, y eso me da vida.”
El ictus lo cambió para siempre. “Me hizo más sensible, más empático. Antes vivía con prisa: el trabajo, un buen coche, los viajes, y ahora valoro un paseo con mi mujer o un abrazo de mis hijos”. Perdió amigos, pero ganó nuevas personas que le devolvieron la fe. Ahora acompaña a otros pacientes como voluntario. “Les digo que se puede mejorar, que no todo se acaba; cuando los animo, me siento útil otra vez”. Sonríe, y remata con una calma que conmueve: “Me siento afortunado, aunque haya perdido facultades en mi cuerpo, he ganado otra manera de mirar la vida”.
Usuarios de uno de los centros donde la Fundació Catalunya la Pedrera lleva a cabo su programa.
Cuando Marta Torras, directora del ámbito de Envejecimiento Digno de la Fundació Catalunya La Pedrera, habla de memoria lo hace con la autoridad de quien lleva más de una década en primera línea. “En 2013 vimos que las fases iniciales del alzheimer quedaban desatendidas: la familia recibía el diagnóstico, vivía un shock y no sabía por dónde empezar: ahí podíamos marcar la diferencia”.
Desde entonces, la fundación ha tejido una red de 23 centros en toda Cataluña, donde equipos de psicólogos, neuropsicólogos y fisioterapeutas acompañan cada caso de forma integral. Más de la mitad de los participantes llegan derivados de hospitales y CAPs. “Al principio costaba, pero ahora los médicos confían porque ven resultados”.
Subvencionamos entre un 65 y un 70 %, nadie queda fuera por falta de recursos
El programa se financia en gran parte gracias a la propia fundación. “Subvencionamos entre un 65 y un 70 %, nadie queda fuera por falta de recursos”. El reto, dice, es crecer: cada año se diagnostican más de 9.000 nuevos casos en Cataluña. “Queremos estar allí, acompañando desde el primer día, porque con prevención se puede ganar calidad de vida”.
Ignasi Granés lleva nueve años como fisioterapeuta en el centro del Eixample de esta fundación. Sus clases mezclan fuerza, equilibrio y respiración. “Usamos botellas de agua, aros, ejercicios por imitación… lo importante es que nadie quede al margen.” El movimiento es una medicina en sí misma: mejora la circulación, oxigena el cerebro, previene caídas y mantiene la autonomía. “La diferencia entre quien ha sido activo y quien no, se nota muchísimo”, asegura.
El desafío, dice, está en la diversidad de los grupos. “En una misma sesión hay personas fuertes y otras muy limitadas. La clave es que todos se sientan capaces, adaptamos cada ejercicio para que encuentren su ritmo. Lo bonito es ver cómo, poco a poco, cada movimiento se convierte en confianza”.
Laura tiene 72 años y una energía que desmiente su edad. Hace un tiempo empezó a notar que algo no iba bien: olvidaba dónde dejaba las cosas, necesitaba notas para recordar lo que debía hacer. “Yo, que siempre había tenido una memoria impecable, de repente me encontraba con vacíos”, explica.
La clave es que todos se sientan capaces, adaptamos cada ejercicio para que encuentren su ritmo
El diagnóstico fue claro: demencia, no alzheimer, pero sí una pérdida de memoria que debía vigilar. Lo asumió sin dramatismo. “Pensé que lo mejor era ponerme manos a la obra”. Un médico de su mutua le recomendó acudir a un centro de la entidad. “Me dijo: ‘Prueba, te irá bien.’ Y acertó. Desde el primer día me sentí acogida y tranquila”.
En el programa descubrió que todavía podía mejorar. “Antes veía la vida como una película borrosa; ahora distingo escenas, momentos, matices”. Ha recuperado fuerza gracias a la gimnasia, mantiene la mente despierta con ejercicios cognitivos y, sobre todo, ha encontrado un grupo humano que le da calma y confianza. Pero también tiene una reflexión crítica: “Me parece una lástima que uno tenga que llegar a una situación de pérdida para poder acceder a un recurso tan valioso, estos programas deberían existir antes, como prevención, como un espacio social donde cualquiera pudiera ejercitar la memoria y sentirse acompañado.”
Me parece una lástima que uno tenga que llegar a una situación de pérdida para poder acceder a un recurso tan valioso, estos programas deberían existir antes
Laura ha sido activa toda su vida. Empezó a trabajar a los 15 años, y tras jubilarse siguió formándose, pintando, cultivando amistades. “Sigo con la misma idea: quiero estudiar, aunque sean cursos pequeños. Si pudiera, estudiaría medicina. Me encanta ayudar; siento que ellos mejoran y yo también”. A pesar del diagnóstico, se siente con ganas, con proyectos, con ilusión. “Y estoy convencida de que eso, la ilusión, es lo que realmente nos mantiene vivos”.
Francesc Gonzalo, coordinador del centro del Eixample, conoce cada detalle de la dinámica diaria. “Cuando llegan, la bienvenida ya forma parte de la terapia”, cuenta. Las jornadas se estructuran en tres bloques de 50 minutos: estimulación cognitiva, ejercicio físico y actividades creativas o expresivas. “Aquí nadie viene a escuchar, vienen a implicarse, a moverse, a seguir sintiéndose parte de algo”.
Participantes de uno de los centros donde la Fundació Catalunya la Pedrera lleva a cabo su programa.
Las familias también forman parte del proceso. Desde el primer día participan en grupos de apoyo mensuales, donde comparten experiencias y aprenden a convivir con la enfermedad. “Se reúnen con la psicóloga, hablan de lo que viven y se dan fuerza unos a otros”, explica Francesc. Su labor va más allá de coordinar: teje redes con hospitales y entidades del barrio, acompaña, escucha. “No me gusta hablar de vocación, esto es un trabajo. Pero es gratificante acompañar a las personas en este camino. Para mí, ahí está el valor”.
Laia Farràs, psicóloga del programa Refuerzo de la Memoria, es quien recibe a las nuevas incorporaciones. Su trabajo empieza con una conversación tranquila: explora su historia de vida, gustos y aficiones. “Así diseñamos actividades que les signifiquen algo. Si un grupo ama el cine, trabajamos la memoria con películas. Un día alguien pidió filosofía y pensé que no funcionaría… fue un éxito. Ahora todos quieren repetir”, sonríe.
Muchas familias llegan perdidas, sin saber qué hacer tras el diagnóstico; aquí encuentran herramientas, pero sobre todo compañía
Además de dinamizar las sesiones cognitivas, Laia acompaña a las familias en grupos de apoyo. “Muchas llegan perdidas, sin saber qué hacer tras el diagnóstico. Aquí encuentran herramientas, pero sobre todo compañía”. Lo que más la sorprende es el humor con el que muchos enfrentan la pérdida. “Se ríen de sus despistes, y eso aligera todo”. Aun así, reconoce momentos difíciles: “Cuando alguien es consciente de lo que olvida, duele. Pero estamos aquí, para que ese dolor se sienta acompañado”. Para ella, lo esencial es escucharlos. “No vienen a ser pacientes, vienen a seguir siendo protagonistas de su vida”.
Más que un programa: una manera de entender la vida
Cuando la sesión termina, algunos se quedan a comer un menú revisado por la dietista; otros se llevan su cena preparada, para no perder el hábito. Afuera, la ciudad sigue su curso, pero aquí dentro la vida se mide de otra forma: en ejercicios, en risas, en conversación, en movimiento. En gestos pequeños que devuelven grandeza.
Porque la vida continúa. Con apoyos, con memoria fragmentada, con alguna torpeza… pero continúa. Y lo hace sostenida por algo más poderoso que cualquier tratamiento: la ilusión. Los problemas de memoria en fases iniciales son uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Pero también una oportunidad: la de cambiar la mirada, cuidar de otro modo y seguir viendo la vida desde lo que aún permanece.








