Vicente Arráez, médico: “La muerte es un cambio de la conciencia, que se expande cuando el cuerpo se apaga; en ese instante, que no es final, se revela la lucidez más pura de la vida”

Longevity

El doctor Arráez ha trabajado en el Hospital General Universitario de Elche, donde fue coordinador de trasplantes durante más de quince años

Actualmente, participa en proyectos internacionales sobre la conciencia y el proceso de morir, y preside la Fundación Metta-Hospice, dedicada al acompañamiento de pacientes terminales y sus familias

El doctor Vicente Arráez.

El doctor Vicente Arráez. 

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Vivimos sabiendo que morir es lo único cierto y que el tiempo que nos toca vivir nadie lo sabe. Cuando le preguntamos al doctor Vicente Arráez cómo puede prepararse uno para morir bien, responde que nada tiene que ver con la edad ni con el tiempo, porque ambos, dice, “son solo una construcción de la mente”. No habla desde la teoría ni desde la fe, sino desde una sabiduría de la experiencia y de la observación profunda. Por eso, cuando afirma que “la muerte no es un final, sino una expansión”, no suena a idea filosófica, sino a una verdad que ha presenciado muchas veces en la mirada de quienes parten. “La muerte y la vida son dos caras de la misma moneda. Y este mismo instante, incluso este, ya es una despedida”.

Fue coordinador de transplantes durante 15 años en el Hospital General Universitario de Elche y actualmente participa en proyectos internacionales sobre la conciencia y el proceso de morir, además de presidir Metta-Hospice, fundación dedicada al acompañamiento de pacientes terminales y sus familias. Precisamente, en su libro Morir no es lo que parece. El viaje entre la mente y la conciencia (Grijalbo, 2025), Arráez profundiza en ese tránsito invisible entre la vida y la muerte. Habla de la mente y del cerebro, de la materia y de la conciencia, de los sueños y del misterio, como quien ha cruzado un umbral del que pocos regresan para contarlo. Este médico e investigador lleva más de cuatro décadas observando la muerte de cerca, no para alejarse de ella, sino para comprenderla. Escucharlo es una invitación a soltar el miedo, a mirar la vida sin huir, a entender que cada instante es una forma de morir… y de nacer.

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¿Qué es para usted la muerte?

La muerte es una construcción humana, una forma que tiene la mente de nombrar lo que no comprende. No es un suceso, sino un proceso, una transformación de la conciencia. Lo que muere es la forma, no la esencia. Cuando el cuerpo se apaga, la conciencia se expande. En ese instante, que no es final, sino un tránsito, se revela la lucidez más pura de la vida.

Pero, ¿por qué nos da tanto miedo la muerte?

Porque tememos lo desconocido, cuando en realidad forma parte de lo que somos. El miedo, cuando se comprende, deja de paralizar, es un buen maestro que nos muestra dónde somos vulnerables. Aparece cuando nos resistimos al cambio, pero la vida es cambio constante. Y cuando aceptamos esa fragilidad, la existencia se vuelve más ligera. La vida y la muerte son, al final, las dos caras de una misma moneda.

La muerte es una transformación de la conciencia 

Vicente ArráezMédico

Usted dice que el miedo es un maestro, ¿cómo podemos superarlo?

Observándolo. El miedo tiene un mensaje, pero solo lo revela cuando dejamos de huir. No hay que luchar contra él, sino escucharlo. Cuando lo miras de frente, se disuelve. Al atravesarlo, cambia de forma, ya no es obstáculo, sino energía. El miedo es atención pura; una fuerza que, si la comprendes, te empuja hacia la vida.

Y, sin embargo, tendemos a controlar todo, incluso lo que no depende de nosotros. ¿Por qué el control genera tanto sufrimiento?

Queremos que todo ocurra según nuestros planes, pero la vida no responde a nuestras expectativas. Controlar es negar el flujo natural de la existencia. Cuando soltamos, la vida nos sorprende, la incertidumbre deja de ser amenaza y se convierte en aprendizaje. La vida no se domina; se acompasa.

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¿Cómo se aprende a soltar de verdad?

Aceptando. Pero aceptar no es resignarse, es comprender. La aceptación no paraliza, libera. Cada momento que vivimos es una despedida: del que fuimos hace un segundo, de lo que ya no está. Cuando lo entendemos, dejamos de resistirnos y empezamos a confiar.

¿Y qué ocurre cuando alguien deja de resistirse a morir?

Aparece la lucidez terminal. Es un instante de claridad absoluta, en el que todo encaja. Se disuelve el miedo y surge una comprensión profunda: que no somos el cuerpo ni los pensamientos, sino la conciencia que los observa. Es el momento en que el ego se rinde y la vida se abre, luminosa, como un todo.

[Al morir] se disuelve el miedo y surge una comprensión profunda, es el momento en el que el ego se rinde y la vida se abre

Vicente ArráezMédico

¿Qué ocurre en ese instante de lucidez, cuando el miedo se disuelve y la vida se abre?

La mente es una herramienta del cerebro para orientarnos en el mundo físico. Nos permite pensar, analizar, comparar, decidir. Pero hay algo más profundo que la mente: la conciencia. La mente razona, la conciencia comprende. La mente observa fragmentos, la conciencia percibe la totalidad. Cuando la mente se calla, la conciencia empieza a hablar. Eso es lo que en realidad somos.

Entonces, ¿la conciencia sobrevive al cuerpo?

Sí. El cerebro es solo el receptor, no la fuente. Cuando el cuerpo muere, se apaga el instrumento, pero la melodía continúa. La conciencia no está dentro de nosotros, nosotros estamos dentro de ella. No habitamos la conciencia, somos conciencia.

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Usted dice que la conciencia es como el agua del océano y la muerte la botella que se rompe.

Exactamente. Somos botellas llenas de agua creyendo que somos la botella. Cuando la forma se rompe, el agua vuelve al océano. Morir no es desaparecer, es regresar. La muerte no es pérdida, es regreso al lugar del que nunca nos fuimos.

En su libro dice que dormir es una forma de morir un poco cada noche. ¿Por qué?

Porque al dormir se disuelve el yo. El cuerpo descansa, los sentidos se apagan, pero la conciencia permanece activa. En el sueño dejamos de ser el personaje que llevamos puesto y entramos en otros planos de realidad. Es un ensayo diario del desapego: morimos simbólicamente para renacer cada mañana.

¿Qué nos revelan los sueños sobre nosotros mismos?

Los sueños son el espejo donde la conciencia se contempla. En ellos seguimos aprendiendo, incluso cuando el cuerpo descansa. Hay quienes sueñan desde la superficie, reviviendo lo vivido, repitiendo pensamientos o emociones del día; otros que logran observar lo que sueñan con cierta lucidez, y unos pocos que alcanzan un estado más profundo, donde ya no hay dualidad ni relato, solo presencia. Ese nivel es el más cercano a lo que ocurre al morir.

Dormir es un ensayo diario del desapego: morimos simbólicamente para renacer cada mañana

Vicente ArráezMédico

¿Y las pesadillas?

Son emociones densas que buscan liberarse. No hay que huir de ellas, sino abrazarlas. Representan lo que no hemos sabido expresar: el miedo, la rabia, la angustia. Cuando las aceptamos, dejan de ser amenaza y se transforman en energía limpia. Detrás de toda pesadilla hay una llamada al equilibrio.

¿Podemos trabajar con los sueños para expandir la conciencia?

Sí. El sueño lúcido es una puerta magnífica. Podemos prepararlo con intención antes de dormir, observando la respiración, agradeciendo el día, recordando que somos más que el cuerpo que se va a descansar. Tradiciones como el yoga nidra, los rituales de ensueño o la meditación antes del sueño lo enseñan desde hace siglos: el cuerpo duerme, pero la conciencia se mantiene despierta.

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Habla también de otras puertas para expandir la conciencia: la meditación, la naturaleza, los enteógenos...

Todas son caminos hacia el mismo lugar. La meditación, el contacto profundo con la naturaleza, los rituales chamánicos o el uso sagrado de enteógenos, siempre desde el respeto, nunca desde la parte lúdica, permiten disolver los límites del yo. Son formas distintas de recordar que la realidad no se agota en lo que percibimos. Lo visible es solo la superficie; lo esencial sucede en lo invisible.

Comenta que la despedida es el último acto de amor. ¿Por qué?

Porque soltar es amar sin poseer. Cuando acompañamos a alguien que se va, no debemos retenerlo, sino ayudarle a marchar con paz. Amar, en su forma más pura, es permitir que el otro siga su camino. La despedida es el momento en que comprendemos que el amor verdadero no ata, libera.

Cuando acompañamos a alguien que se va, no debemos retenerlo, sino ayudarle a marchar con paz

Vicente ArráezMédico

¿Cómo se acompaña bien a alguien que está muriendo?

Estando presente. No hay que llenar el silencio, sino habitarlo. Una mirada, una mano, una respiración compartida dicen más que mil palabras. Acompañar no es salvar, es compartir el tránsito con respeto y ternura. La muerte no necesita ruido, necesita presencia.

¿Cómo se prepara uno para despedirse?

Diciendo lo que quedó por decir. Gracias, lo siento, te quiero. Esas tres frases cierran el círculo del amor. Cuando están dichas, el miedo se disuelve y la muerte deja de doler. La verdadera despedida ocurre cuando ya no hay pendientes entre los corazones.

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¿El amor trasciende la muerte?

El amor no muere. Todo lo que amamos permanece en otro nivel de conciencia. El amor es la huella de lo eterno en lo humano, la forma que tiene la vida de recordarnos que nada se pierde, solo cambia de forma.

Usted habla de trascender más que de transformar. ¿Por qué?

Porque transformar implica querer controlar el proceso, cambiar lo que no aceptamos. Trascender, en cambio, es comprender. No se trata de modificar lo que ocurre, sino de elevar la mirada y percibirlo desde otro nivel de conciencia. Cuando trascendemos, todo cobra sentido, incluso el dolor. Es el paso de la lucha a la rendición, de la resistencia a la confianza.

Vivir no es acumular experiencias, sino habitarlas con presencia; es aprender a morir en cada instante, sin miedo a desaparecer

Vicente ArráezMédico

¿Qué papel juega el tiempo en ese proceso?

El tiempo es una creación de la mente. No existe más allá de nuestra percepción. Lo que llamamos pasado o futuro son solo proyecciones mentales; lo único real es este instante. Y este instante ya es, en sí, una despedida. Morimos a cada momento que pasa, y en esa muerte sutil se renueva la vida.

Entonces, “morir bien” nada tiene que ver con la edad.

Exactamente. Morir bien no depende de los años, sino de la conciencia con la que vivimos. Hay jóvenes que ya están muertos en vida, y mayores que aún despiertan cada día con la inocencia de un niño. Morir bien es haber vivido despierto, sin miedo al final.

Después de todo lo vivido, ¿cómo entiende hoy el verbo “vivir”?

Vivir no es acumular experiencias, sino habitarlas con presencia. Es aprender a morir en cada instante, sin miedo a desaparecer. Vivir es soltar una y otra vez, comprender que no poseemos nada. Morir bien no tiene nada que ver con el final. Es dejar de intentar sobrevivir y empezar, por fin, a vivir de verdad. Y uno comprende que habla, en realidad, de cómo vivir.

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