En una época en que el liderazgo se confunde con poder y la inteligencia emocional con frases de autoayuda, Alfred Sonnenfeld reivindica algo esencial: liderar es servir. Este doctor en Medicina y Teología, formado en Alemania, fusiona ciencia y espiritualidad para demostrar una verdad incómoda: que la ética no es solo filosofía, es biología. El cerebro se fortalece cuando actuamos bien, la bondad mejora la salud y servir al otro resulta, literalmente, sanador. A sus 74 años, ha publicado dieciséis libros —cinco de ellos desde la pandemia— movido por un único impulso: ayudar. Su última obra, Liderazgo ético. Cómo influir con el ejemplo (Espasa, 2025), va más allá del manual de liderazgo convencional para convertirse en una brújula de vida.
Con serenidad y pasión a partes iguales, el pensador, apasionado de la neurobiología y maestro de la neuroética, habla de longevidad activa, de plasticidad neuronal y de la urgencia de educar el corazón. Cuando menciona el cerebro, sus ojos se encienden: “Es mi pasión”. “Somos una versión raquítica de lo que podríamos llegar a ser”, advierte. Pero también cree que nunca es tarde para cambiar, ilusionarse o aprender a amar. Su mensaje es contundente: vivir bien es liderar la propia vida.
Al cerebro le resulta más fácil pensar en negativo y eso genera ansiedad y estrés
Ha escrito cinco libros desde la pandemia. ¿Qué le impulsa a escribir tanto?
Ayudar a la gente. Soy un forofo de ayudar. Creo profundamente en la medicina psicosomática, en esa conexión entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que el cuerpo expresa. He visto en mi consulta, y en mi propia vida, cómo el estrés, las emociones no resueltas, la falta de coherencia interior, acaban manifestándose en síntomas físicos. Por eso escribo: para que la gente entienda que cuidar la mente es cuidar el cuerpo.
¿Cómo actúa realmente el cerebro?
El cerebro siempre busca ahorrar energía. Por eso, pensar en negativo —quejarse o criticar— le resulta más fácil que mantener una actitud positiva. Pero esa comodidad tiene un coste: genera estrés y malestar. En cambio, cuando aceptamos lo que nos pasa y pensamos en positivo, el cerebro trabaja más, sí, pero también produce serenidad. La felicidad llega cuando logramos esa coherencia interior.
¿Y cómo se mantiene esa actitud positiva frente a las dificultades?
Con actitud. Estando siempre a favor de la vida. Hay personas que viven en resistencia contra lo que les ocurre y eso solo desgasta. Aceptar no es rendirse: es decidir no gastar energía inútilmente. Si me atasco en la M-30, ¿de qué sirve enfadarme? Escucho música, un podcast… y sigo. Esa forma de pensar influye directamente en la salud y la longevidad.
La aceptación como medicina...
Es una medicina sine qua non. Conozco a la mujer de un amigo que trabajó 15 años como médico en un lugar estupendo. Llegó un líder tóxico y empezaron a salirle sarpullidos, extrasístoles, taquicardias. Tomaba siete pastillas al día. Cuando decidió dejar ese trabajo, los síntomas desaparecieron. Ahí está la diferencia entre un mal líder y uno bueno.
Conozco a muchos que han triunfado en lo laboral, pero no en lo humano. El éxito no es lo mismo que una vida lograda
¿Qué le llevó a escribir sobre liderazgo ético?
La ausencia de verdaderos líderes. Para mí, un buen líder debe cumplir dos requisitos esenciales. Primero: estar en armonía consigo mismo. Conducirse a sí mismo antes de conducir a otros. Y créame, esto es precisamente lo que falta en muchos directivos. Segundo: querer genuinamente a las personas de su equipo. Desde el punto de vista neurobiológico, esto es fascinante: el buen líder desea el desarrollo pleno de quienes trabajan con él.
¿El liderazgo es solo cosa de directivos y empresas?
En absoluto. Siempre pongo el ejemplo de Nancy, la madre de Thomas Edison. Cuando en el colegio le dijeron que su hijo era “incapaz de aprender”, ella le respondió: “Dicen que los profesores no están a tu altura, así que te enseñaré yo”. Años después, Edison descubrió la verdad al leer aquella carta, pero su madre ya le había enseñado lo esencial: creer en sí mismo. Eso es liderar: despertar lo mejor del otro.
Entonces, ¿la diferencia entre un buen y un mal líder es...?
La coherencia. A mucha gente le falta armonía entre lo que es, lo que hace y lo que dice. El orden es ese: primero ser, después hacer y, por último, decir. Un buen líder no impone, inspira. Es alguien en quien confías porque sabes que te quiere, que busca tu desarrollo y que puedes aprender de él. Esa es la verdadera autoridad.
¿Podemos liderarnos a nosotros mismos en cualquier etapa de la vida? ¿Aunque no tomemos conciencia hasta los 60?
Por supuesto. El cerebro no está determinado por los genes, conserva su plasticidad toda la vida. A no ser que aparezca una demencia, siempre puede crear nuevas conexiones, aprender y reinventarse. Nunca es demasiado tarde. Siempre cuento el caso de un hombre de 82 años que aprendió chino porque se enamoró de una mujer china. No lo hizo por disciplina, ni por estudios, sino por amor. Nueve meses después ya lo hablaba con fluidez. ¿Por qué? Porque tenía un “para qué”. Cuando el cerebro encuentra propósito, florece.
Uno puede dejar su profesión, pero no su curiosidad ni su propósito; la pasividad es lo peor para el cerebro
¿Y cree que una persona llega a su mayor liderazgo en alguna etapa de la vida?
Sí, cuando no se jubila de la vida. Uno puede dejar su profesión, pero no su curiosidad ni su propósito. La pasividad es lo peor para el cerebro. En la presentación del libro estaba Antonio Garrigues Walker, con 91 años, lúcido y activo. Escribe, pinta, crea. ¿Por qué? Porque sigue interesado por todo. Ese es el verdadero liderazgo: seguir aprendiendo hasta el final.
La vitalidad no entiende de edades.
Exacto. Y nunca hay que decirse: “Ya no estoy para esto”. Claro que estás. Una de las cosas que suelo decir a mis alumnos es que somos, muchas veces, una versión raquítica de lo que podríamos ser. Pero nunca es tarde para crecer.
Alfred Sonnenfeld.
En su libro habla de la vida lograda. ¿Qué ingredientes son imprescindibles?
La vida lograda, lo que Aristóteles llamaba eudaimonía, abarca a toda la persona, no solo el éxito profesional. Puedes ser un gran empresario y, sin embargo, fracasar en tu familia o en tus relaciones. Conozco a muchos que han triunfado en lo laboral, pero no en lo humano. El éxito no es lo mismo que una vida lograda.
El propósito vital también es clave...
Fundamental. Mire ejemplos de empresas: BMW dice “conducir con alegría”. No hablan del último modelo, sino de alegría. Johnson & Johnson: “Care company”, el cuidado. Boeing: “poner a gente junta”. No hablan de tecnología, sino de sentido. Encontrar el sentido de tu vida es siempre muy personal.
¿Se envejece mejor con propósito vital?
Esa es la clave. En Okinawa, una isla japonesa, hay más gente centenaria porque tienen ikigai o propósito de vida, aunque sea pequeño. Es vital tenerlo.
Usted dice que la felicidad nace de una ilusión.
La ilusión es estar abierto a más, vivir el presente y disfrutarlo. Es una fuerza que impulsa y protege la salud. Una persona con ilusión ve las dificultades como oportunidades. En cambio, el pesimista pierde ese “élan vital”, es decir, esa energía interior que nos hace avanzar, y con ella se apaga la esperanza.
La esperanza es lo que falta hoy...
Sí. Muchas veces pienso en El grito de Edvard Munch: un rostro suspendido en un torbellino de miedo y sin rumbo. Así se sienten hoy muchos jóvenes que se quitan la vida: desorientados, sin meta. Cuando una persona no sabe hacia dónde va, aparece el vacío. No hace falta tenerlo todo claro, pero sí un horizonte. Sin dirección, la vida se paraliza.
Cuando una persona no sabe hacia dónde va, aparece el vacío; sin dirección, la vida se paraliza
A veces, ¿no será que nos obsesionamos demasiado con encontrar “el propósito”?
Sí, totalmente. A veces el propósito no hay que buscarlo fuera, sino en lo que ya estamos haciendo, pero haciéndolo bien, con pasión. La psicóloga Angela Duckworth lo explica en su libro Grit: El poder de la pasión y la perseverancia, no se trata de talento, sino de ilusión sostenida. Cuando alguien trabaja con entusiasmo, se nota. Y eso, además, da sentido a la vida
El amor y el servicio ocupan un lugar central en su libro.
Sí, porque el cerebro humano es profundamente relacional. Necesitamos a los demás para desarrollarnos. Como decía Martin Buber: “Por el tú me convierto en yo.” Cuando una persona es marginada, el cerebro lo siente como un dolor físico. Hoy muchas personas hablan del “fear of missing out”, el FOMO o miedo a no pertenecer, a quedarse fuera. Y es lógico: estamos diseñados para vincularnos y para amar.
Por eso dice que liderar es servir y que esto tiene efecto sanador.
Exacto. La discípula de Viktor Frankl, Elisabeth Lukas, contaba una historia preciosa. La esposa del presidente alemán Lübke visitó una residencia y un hombre, dolido, le dijo: “¿A qué viene usted aquí? Me han abandonado, tengo dolor y ya no me queda nada.” Ella le respondió: “Busque a alguien que esté peor que usted y ayúdele.” Eso es la logoterapia: salir de uno mismo y sanar ayudando a otro. Servir cura.
Entonces, ayudar y servir al otro es literalmente sanador.
Las personas que sirven, que acompañan, que cuidan, suelen vivir más. Sus genes actúan mejor. Una persona que hace el bien duerme mejor, digiere mejor, respira mejor. El bueno no es el tonto, como nos han hecho creer.
Cuando los mayores se implican, transforman vidas y mejoran su salud; hacer el bien fortalece los genes y protege de muchas enfermedades
Usted defiende que la prudencia es la virtud más importante del liderazgo.
Sí, porque transforma el conocimiento en acción acertada. No basta con saber, hay que saber decidir. El prudente no improvisa ni reacciona: observa, escucha y actúa en el momento preciso. Es la virtud que equilibra a todas las demás. Sin prudencia, la valentía se convierte en temeridad; la justicia, en rigidez; la generosidad, en ingenuidad.
¿Cómo se entrena la prudencia?
Haciendo el bien. Las acciones prosociales mejoran incluso la expresión de nuestros genes. El líder prudente ya no dirige con el viejo sistema del palo y la zanahoria, sino cuidando a las personas. Donde el trabajador se siente querido y escuchado, el lunes no pesa. El liderazgo que propongo es el “supportive leadership” (o liderazgo de apoyo), basado en cuatro verbos: invitar, animar, inspirar y entusiasmar.
Muchos mayores sienten que ya no son escuchados. ¿Qué papel deberían tener?
Un papel activo. Los séniors pueden aportar muchísimo si son prosociales, si siguen haciendo cosas buenas. Tengo una prima abogada en Kiel que lleva treinta años ayudando a jóvenes inmigrantes a integrarse en Alemania. Conoció a una familia libanesa que vivía en un garaje; su hijo mayor, Tony, acabó ingeniería, llegó a ser jefe en Audi y luego lo fichó Tesla. Cuando los mayores se implican, transforman vidas… y también mejoran su salud. Hacer el bien fortalece los genes y protege de muchas enfermedades.
¿Qué líder encuentra usted inspirador?
Beethoven. Me emociona hablar de él, no solo por su música, sino por su vida. A los 33 años ya no oía el canto de los pájaros, y aun así siguió creando. En su testamento de “Heiligenstadt” escribió: “No he acabado con mi vida gracias a la virtud y al arte que me ha dado Dios.” De ese sufrimiento nació la Tercera Sinfonía y, más tarde, la Novena. Una persona a la que se le negó la alegría regaló al mundo la “Oda a la alegría”. Eso es liderazgo: transformar el dolor en belleza.
Si tuviera que resumir su mensaje en una frase...
Liderar es servir. Y servir es sanador.










