Fiona Lauriol y la historia del viaje en autocaravana con su abuela de 100 años: “Dejó de resignarse a morir, volvió a reír y a hablar”

Longevity

A Dominique le dieron siete días a los 100 años, pero vivió hasta los 103, y su nieta Fiona transformó el último tramo de vida de su abuela en un viaje en autocaravana lleno de aventuras; hoy continúa al volante, luchando contra la soledad de los mayores

Fiona Lauriol y su abuela Dominique.

Fiona Lauriol y su abuela Dominique.

Fiona Lauriol. Cedida

Todo empezó hace siete años. Fiona Lauriol fue a visitar a su abuela Dominique a una residencia parisina y allí escuchó una frase que lo cambió todo: los médicos le dijeron que solo le quedaba una semana de vida. Su abuela, de 100 años, había dejado de comer y ya no encontraba sentido a nada. Fiona, que entonces tenía 36, sintió que no podía dejarla morir así, así que tomó una decisión que cambiaría la vida de las dos: sacarla de allí, subirla a una vieja autocaravana y recorrer Europa juntas.

Acabaron viajando tres meses y tres semanas, hasta que Dominique cumplió 103 años y falleció el 29 de junio de 2020. Y de esa aventura nació el libro 101 ans, mémé part en vadrouille (“101 años, la abuela se va de aventura”), publicado en francés e italiano. Hoy, Fiona sigue recorriendo Francia en roulotte con un nuevo propósito: visibilizar la soledad de los mayores y recoger iniciativas locales que la combaten. Su viaje no terminó con Dominique; ahora continúa para dar luz a quienes envejecen solos.

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Estás de nuevo de ruta en autocaravana, ¿cierto?

Sí, sigo viajando. Hoy estamos en Mâcon, en Francia, pero esta vez no voy con mi abuela, sino con mis padres. Recorro el país con un proyecto que he llamado “Tour de la Soledad”, una ruta para visibilizar la soledad de las personas mayores y recoger iniciativas locales que la combaten. En cada pueblo encontramos gente que hace cosas extraordinarias por sus vecinos, pequeñas soluciones que merecen ser contadas. Yo solo intento darles voz. Es otra forma de seguir rodando, con un motor distinto: el de la empatía y la acción social.

Si tu abuela pudiera verte hoy, ¿qué crees que te diría?

Creo que estaría profundamente orgullosa. Vivió en un pequeño pueblo, lavando en el río, criando hijos y trabajando sin descanso. Siempre soñó con ser reconocida, con existir un poco más allá de su cocina. Y hoy su historia se conoce en Francia, en España, en Italia… Estoy segura de que, donde esté, sonríe al ver que su vida no se perdió en silencio, que su manera de vivir sigue ayudando a cambiar la mirada hacia la vejez.

Mi abuela siempre soñó con ser reconocida, con existir un poco más allá de su cocina, estoy segura de que sonríe al ver que su vida no se perdió en silencio

Fiona Lauriol

¿Sientes que ella de algún modo te sigue acompañando?

Sí, absolutamente. Siento que sigue conmigo, como una presencia tranquila que me acompaña y me protege. Cuando dudo o estoy cansada, me sorprendo preguntándome: “¿Qué haría ella ahora?”. Y entonces todo se ordena. Es como una brújula interior que me recuerda que siempre hay un paso más, incluso cuando parece que el camino se acaba.

¿Cómo nació la idea de sacar a tu abuela de la residencia?

Todo empezó con la frase del médico: “A su abuela le queda una semana de vida”. Estaba en una residencia a quinientos kilómetros de mi casa y fui a verla con mis padres. La encontré muy delgada, llena de medicación, con la mirada perdida, como si ya no quedara nada de ella. Pero en medio de ese apagón sentí una chispa, un gesto mínimo que decía que aún estaba ahí. En ese instante entendí que no podía dejarla morir así, que solo necesitaba un motivo para volver a encenderse.

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Fiona Lauriol y su abuela Dominique.

Fiona Lauriol y su abuela Dominique.

Fiona Lauriol. Cedida

¿Qué hiciste entonces?

Me la llevé a Vendée, donde vivo. Empezamos desde cero. Le enseñé a volver a caminar con el andador, recuperó peso —sobre todo gracias al chocolate (ríe)— y poco a poco fue renaciendo. Cada pequeño avance era una victoria: volvía el apetito, la curiosidad, el humor.

¿Qué te hizo decidir que el final de su vida debía ser distinto?

Me impactó verla allí, entendí que en esa residencia solo estaba esperando la muerte. Había dejado de comer, de hablar, de sentir… era como si le hubieran quitado la vida antes de que muriera. Entonces me puse en su lugar: “¿Yo querría acabar así, entre cuatro paredes, o viendo el mar, escuchando música, sintiendo el sol en la cara?”. La respuesta fue inmediata. Decidí que su final tenía que valer la pena vivirlo.

El médico dijo que le quedaba una semana de vida, la encontré muy delgada y con la mirada perdida, pero en medio de ese apagón sentí una chispa

Fiona Lauriol

¿Y cómo le propones el viaje en autocaravana?

Un día la miré y le dije: “Abuela, ¿y si nos vamos en autocaravana a dar la vuelta al mundo?”. Me miró sin entender: “¿Qué es una autocaravana?”. Nunca había visto una. Le expliqué que era una casa sobre ruedas. Me escuchó en silencio, no dijo que sí, pero tampoco que no. Y en ese silencio cabía toda una aventura.

¿Cómo reaccionó el resto de la familia?

Mi madre fue la más escéptica: “¿Llevar a mi madre en una vieja autocaravana de viaje? ¡Es una locura!”. Pero yo ya lo había decidido. Adapté la roulotte, puse protecciones, una cama baja, lo esencial. Al final se unieron mis padres que nos siguieron detrás con su furgoneta durante todo el trayecto. Éramos tres generaciones viajando juntas.

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¿Qué cambió en tu abuela cuando empezasteis a viajar?

Cambió todo y fue enseguida. Hicimos una prueba de 40 días para ver si se adaptaba a la autocaravana. Pasamos por Lourdes y allí vi cómo algo se encendía dentro de ella. En esos días volvió a reír, a hablar, a interesarse por todo. Sentí que la vida regresaba a su cuerpo.

¿Tuvisteis momentos difíciles al principio?

Sí, claro. Una noche, a las dos de la mañana, se cayó y se abrió la ceja. Le dieron ocho puntos. Pensé que querría volver a casa, pero, al contrario, quería seguir. Descubrí que, cuando recuperas el sentido de la vida, nada te detiene.

¿Hasta dónde llegaron juntas?

Recorrimos más de 15.000 kilómetros, sobre todo por España. Cruzamos la costa mediterránea hasta Almería, donde cantó con músicos callejeros. En Gandía empezó a bromear diciendo que “se iba a robar coches”. Le gustaba posar junto a los vehículos y fingir que los conducía, mientras la gente del paseo se reía con ella. Era su forma de jugar, de sentirse viva otra vez. Tenía más de 100 años y una curiosidad infantil, quería probarlo todo. A los 102 años asistió al primer concierto de su vida en el desierto de las Bardenas y completó el Camino de Santiago en autocaravana.

Cada experiencia la transformaba; cuanto más veía, más se abría al mundo, era como una flor que se despliega tarde y de verdad parecía que rejuvenecía

Fiona Lauriol
Fiona Lauriol y su abuela Dominique.

Fiona Lauriol y su abuela Dominique. 

Fiona Lauriol. Cedida

¡Su primer concierto fue con 102!

¡Sí! Dijo que se acostaría un rato antes del concierto para estar descansada… pero estaba tan nerviosa que no durmió ni un minuto. Pasó la tarde abriendo el armario, probándose vestidos, preguntándome si estaba guapa. Parecía una adolescente antes de su primera cita. Verla así, con esa ilusión a los 102 años, fue uno de los instantes más hermosos de mi vida.

¿Y cómo afectó ese viaje a su manera de vivir?

Cada experiencia la transformaba. Cuanto más veía, más se abría al mundo. Era como una flor que se despliega tarde, pero con fuerza. De verdad parecía que rejuvenecía.

Vivisteis la pandemia en la autocaravana. ¿Cómo fue el confinamiento con ella?

Estuvimos dos meses encerradas en un camping. Para mi abuela fue eterno, no entendía por qué no podíamos movernos. Yo decidí no hablarle del coronavirus, había nacido en plena gripe española y no quería reabrir ese miedo. Me inventé otra historia: que en el resto del país llovía sin parar, que había tormentas terribles y que debíamos esperar allí a que escampara. Ella lo aceptó con calma, como si fuera una pausa del viaje. Para ella no fue un encierro, fue simplemente otra etapa de nuestra aventura.

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Cuidarla durante tanto tiempo debió de ser también muy duro…

Tuve la suerte de no estar sola. Mis padres nos acompañaban con su furgoneta y nos turnábamos. Cuando yo estaba agotada, mi madre dormía con ella y yo podía salir a caminar con mi padre, respirar un poco y volver a empezar. Pero, sobre todo, me sostuvo una promesa: había decidido cuidar de mi abuela hasta el final, pasara lo que pasara. Y cuando tomo una decisión, voy hasta el final.

¿Cómo afectó todo aquello a tu vida personal?

Fue difícil. Antes de este viaje estaba comprometida y hablábamos de casarnos. Le conté mi idea de viajar con mi abuela y él aceptó, pero creo que pensó que sería algo breve, que ella moriría pronto. Tres meses después me pidió que eligiera entre los dos. Elegí a mi abuela. Fue una ruptura dolorosa, pero también liberadora. En ese momento entendí que cuando eliges cuidar, eliges también una forma de amor más grande.

Antes de este viaje estaba comprometida, le conté mi idea de viajar con mi abuela y él aceptó; tres meses después me pidió que eligiera entre los dos, y elegí a mi abuela

Fiona Lauriol

¿Qué aprendiste de tu abuela en esos tres años de viaje?

Aprendí que la edad no existe. Ni a los 40, ni a los 80, ni a los 100. En lugar de envejecer, ella rejuvenecía. A los 100 empezó a arreglarse, a elegir su ropa, a interesarse por el mundo, a reírse de nuevo. Descubrí que la vejez no empieza en una cifra, sino cuando se pierde la curiosidad. Lo que realmente envejece no son los años, sino dejar de tener un mañana.

¿Qué crees que la mantuvo viva cuando ya la daban por muerta?

Volver a tener un porqué. Al principio estaba completamente apagada, sin energía ni interés por nada. Pero cuando descubrió que cada jornada podía traerle algo distinto —un paisaje, una charla, una historia— empezó a despertarse por dentro. Dejó de resignarse a morir y volvió a orientarse hacia la vida. Y cuando alguien tiene un mañana al que asomarse, siempre encuentra fuerzas para seguir.

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¿Qué te enseñó tu abuela sobre la vida?

Muchas cosas, pero, sobre todo, me enseñó a mirar el tiempo de otra manera. Su generación criaba hijos, cuidaba de la casa y aun así encontraba tiempo para todo. Nosotros, con todas las comodidades que tenemos, repetimos siempre que no llegamos a nada. Ella me mostró que la libertad no está en grandes cosas, sino en las pequeñas y en poder elegir cada día: qué ponerse, a quién ver, qué historia compartir. Y también me enseñó que el amor no es perfecto, sino una forma de cuidar, perdonar y volver a empezar, incluso cuando parece tarde.

¿Qué opinas sobre cómo tratamos hoy a las personas mayores?

Creo que en cuanto alguien se jubila, la sociedad lo coloca en un rincón, como si ya no fuera útil. Se les aparta justo cuando más tienen que ofrecer: tiempo, perspectiva, experiencia. El problema es que muchos jóvenes solo conocen una imagen de la vejez ligada a la dependencia, y es una visión incompleta. Necesitamos desmontar esos estereotipos y mostrar otras formas de envejecer.

En cuanto alguien se jubila, la sociedad lo coloca en un rincón, como si ya no fuera útil; se les aparta justo cuando más tienen que ofrecer

Fiona Lauriol
Dominique, leyendo un mapa

Dominique, leyendo un mapa. 

Fiona Lauriol. Cedida

¿Cómo podemos cambiar esa mirada?

Integrándolos de nuevo en la vida social. Hay que crear vínculos entre generaciones, llevarlos a las escuelas, dejar que cuenten sus historias. No solo para enseñar, sino para conectar. Son sabiduría acumulada, un tesoro que no deberíamos dejar en silencio.

De esta aventura con tu abuela has publicado un libro que lo podemos encontrar en francés e italiano, pero aún no en español. ¿Te gustaría que llegara aquí?

Muchísimo. 101 ans, mémé part en vadrouille se editó en Francia e Italia, y casi toda la historia transcurre en España: Almería, Gandía, el Camino de Santiago, las Bardenas, el camping de Bellús… Me encantaría encontrar una editorial española. España fue el gran escenario de nuestro viaje, y quiero que la historia regrese al lugar donde realmente cobró vida.

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¿En qué proyectos estás trabajando ahora?

Escribo dos libros: uno sobre el vacío que sentí tras la muerte de mi abuela y otro sobre el “Tour de la Soledad”, es en el proyecto que estoy ahora, para dar voz a los mayores que envejecen solos. Además, preparo una película inspirada en nuestra historia. Mi abuela soñaba con ser reconocida, y me emociona pensar que su deseo se está cumpliendo.

Aún eres muy joven, pero ¿cómo te gustaría envejecer a ti?

Como mi abuela al final de su vida: con proyectos, rodeada de gente y siempre en movimiento. Creo que se envejece de verdad cuando ya no se tiene nada que esperar. Mientras tenga algo que preparar para mañana, una historia que contar o una persona a la que escuchar, seguiré sintiéndome viva. No temo cumplir años, temo perder la curiosidad. Porque, al final, lo que mata no son los años, es no tener futuro.

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