La historia conoce una cincuentena de casos verídicos de niños selváticos o ferales, criados por lobos (o, mejor dicho, entre lobos u otros animales). Algunos de estos Rómulos y Remos son nuestros coetáneos, como el andaluz Marcos Rodríguez Pantoja, que hoy tiene 78 años y que estuvo 12 abandonado en Sierra Morena. Llegó allí porque a los 5 su padre lo vendió a un cabrero para que le ayudara (tal como suena: lo vendió).
Las aventuras de Marcos Rodríguez Pantoja se han contado mil veces en artículos de periódico, programas de radio y platós de televisión. Su vida ha inspirado tesis doctorales (La problemática educativa de los niños selváticos, de Gabriel Janer Manila), novelas (He jugado con lobos, del mismo autor) e, incluso, una película, Entre lobos (2010), dirigida por Gerardo Olivares y protagonizada por Juan José Ballesta.
Hoy hablaremos de otro niño lobo que también inspiró a escritores y cineastas, aunque su historia es mucho menos conocida. A diferencia de Marcos, no sabemos casi nada de este otro Mowgli de carne y hueso. Se le conoce como el niño salvaje de l’Aveyron o Víctor de l’Aveyron, el nombre que le puso su tutor legal. Para François Truffaut, que explicó su tragedia en una gran película de 1969, era simplemente El pequeño salvaje.
En 1798, en la Francia revolucionaria, unos cazadores encontraron a una criatura sucia y desnuda en los bosques de l’Aveyron, en el Languedoc (Avairon en occitano, la lengua de oc). Inicialmente pensaron que era un animal, una fiera, un ser salvaje. Pero era solo un niño, que creció milagrosamente solo, alimentándose de lo que le daba el bosque y los animales que allí vivían. Calcularon que tendría entre 8 y 9 años.

Truffaut y el niño actor de su película
Truffaut, que dirigió y coprotagonizó El pequeño salvaje junto al niño actor Jean-Pierre Cargol, refleja muy bien la desazón de la sociedad de la época ante aquel enigma. El pequeño no sabía hablar. Gruñía y se comportaba como un animal. Los hombres que dieron con él llegaron a pensar que era un mono. Quienes tuvieron conocimiento del hallazgo en su día también pensaron que un ser tan asilvestrado no podía ser humano.
Lo que no era humano fue lo que hicieron con él, antes y después de su captura. Los cazadores lo encerraron en una cabaña la primera vez, mientras decidían qué hacer. El niño aprovechó la oscuridad de la noche y sus conocimientos de aquellas tierras para huir. Las fechas difieren, en función de las fuentes, pero meses después lo capturaron una segunda vez y de nuevo logró escaparse. No quería ayuda, sino seguir solo.
El juego del ratón y el gato entre el niño y quienes lo buscaban duró hasta el año 1800, cuando se produjo su última y definitiva captura. Estaba delgado, pero no desnutrido gracias a los frutos, raíces y bayas con los que se alimentaba (además, probablemente, de carroña y carne en semidescomposición que cualquier otro estómago menos habituado habría rechazado). A partir de entonces no pudo huir de la civilización.
La pregunta sigue abierta y ya nunca sabremos la respuesta. ¿Quién era? ¿Cómo acabó en el bosque? ¿También a él lo vendieron, como a nuestro Marcos Rodríguez Pantoja? Quizá todo sea más sencillo, como en un cuento de los hermanos Grimm. Tal vez unos padres que no podían mantenerlo lo abandonaron a su suerte en el bosque, convencidos de que se caería por un barranco o que pronto sería pasto de las alimañas.
¿Humano o simio?
“Habla, y yo te bautizo”
Los cazadores que confundieron al niño de l'Aveyron con un mono no fueron los primeros en cometer tamaño error. Un siglo antes, en 1630, le pasó al cardenal de Polignac, pero en sentido inverso. Mientras visitaba la colección de animales del príncipe Federico Enrique de Orange-Nassau, vio a un gran simio, posiblemente un orangután, entonces una especie desconocida en esta parte del mundo. El religioso le dijo: “Habla, y yo te bautizo”.
O quizá era un niño autista que comenzó a vagar y vagar, cada vez más lejos de su casa, sin que su familia quisiera o pudiera encontrarlo. Su destino parecía la muerte. Pero contra todo pronóstico, como en todos los mitos de los niños del bosque, el salvaje de l’Aveyron logró sobrevivir. Entre su penúltima captura y la definitiva logró superar un gélido invierno con tan solo una tela desgarrada, comiendo bellotas y poco más.
Jean Itard, un pionero de la pedagogía que se centró en la enseñanza y rehabilitación de sordomudos y personas con oligofrenia, plasmó sus intentos de educar al niño salvaje en Víctor de l’Aveyron. El sello Alianza Editorial publicó este libro con notas de Rafael Sánchez Ferlosio, pero lamentablemente el título está hoy descatalogado y solo es posible encontrarlo en algunas bibliotecas y en librerías de segunda mano.

Víctor de l'Aveyron y el doctor Itard
El doctor Itard, a quien interpretó Truffaut en la gran pantalla, se dio al final por vencido. Su pupilo no llegó a hablar nunca y fue exhibido en el salón literario de madame Récamier. Francia le concedió una pequeña pensión y lo dejó al cuidado de familias y de instituciones de beneficencia. Murió con 40 años, llevándose consigo todos sus secretos y, muy posiblemente, echando de menos los árboles, los arroyos, los barrancos...
El pequeño salvaje del Languedoc, el Mowgli de l’Aveyron, el niño lobo de la Francia revolucionaria y napoleónica acabó sus días en un instituto de personas sordas y sin capacidad de comunicarse. Puede que su casi total afasia no se debiera a una minusvalía, sino a la falta de estímulos en una etapa crucial de la vida. Las dudas sobre él son hoy tantas como en su época. Solo tenemos una certeza: amó la soledad del bosque.