Yo no miraba Águila Roja porque, cuando se emitía, ya me había independizado. Si no, me la habría tragado entera porque mi madre era (y es) una gran fan de David Janer. La serie, que se emitió en TVE del 2009 al 2016, obtuvo un éxito abrumador y situó a David en todas las alfombras rojas. Otra cosa es que, su moderada fobia social, no le permitiera pisarlas.
Quién podía saber que, la vida y el vino, nos iba a hacer coincidir a David y a mí en la misma aula de Riudellots de la Selva, donde se realizan las formaciones organizadas por la Asociación Catalana de Sommeliers y que, a partir de ahí, haríamos buenas migas. Y es que David se formó como sumiller y, actualmente, presenta Enológica en Prime Video y otras plataformas, un programa que viaja por puntos vinícolas claves del territorio y en el que desentraña las historias que se esconden detrás de cada copa.
Él es de Granollers, ciudad donde actualmente reside, así que vivimos lo suficientemente cerca como para poder compartir conversaciones regadas de buena gastronomía y mejor vino. Aunque pueda parecer una contradicción por su profesión de actor, David es una persona introvertida y recelosa de su intimidad, así que le agradezco muchísimo la concesión de esta entrevista.
¿Crees que alguna vez dejarás de ser el Águila Roja?
Cada vez tengo más claro que no y, en parte, tiene sus cosas positivas porque significa seguir manteniendo el cariño de la gente por el recuerdo de la serie. Por otro lado, es una especie de San Benito que no me quito de encima. Ahora, lo que me gustaría es que esa notoriedad de Águila Roja se supliera por otra serie con igual o mayor éxito. Tiempo al tiempo, esperemos tener suerte con eso.
Empecemos por el principio. ¿De dónde viene tu pasión por la interpretación?
De pequeño ya era una persona amante de mi intimidad. Soy más bien introvertido, así que, de joven, en vez de salir de fiesta y estas cosas típicas de la edad, yo me quedaba en casa viendo mucho cine, sobre todo clásico. Digamos que me críe con películas clásicas americanas de James Dean, Marlon Brando, Montgomery Clift, John Wayne o Humphrey Bogart. Mis padres me aconsejaron que saliera un poco, que socializara, y me pareció una buena opción apuntarme a clases de teatro en La Saleta de Granollers. Yo tenía 18 o 19 años. No sé si ahora mismo sigue existiendo esa sala, la verdad. Ahí tuve la suerte de tener como profesor a Ever Martín Blanchet, que me animó a no dejar la interpretación, así que seguí estudiando en diferentes escuelas en Barcelona, mientras trabajaba en el Ayuntamiento de Granollers para pagarme las clases.
¿Cómo fue tu trayectoria en televisión antes del “gran papel”?
Mis inicios fueron haciendo figuración en una serie de TV3. Más adelante, obtuve un papel que duró unos 6 meses en otra serie de la misma cadena de televisión. También había hecho una TV Movie que se llamaba Atrapa’m. Y, al cabo de un tiempo, surgió la oportunidad con la segunda parte de Compañeros.
Me da rabia no recordarte en esa época ¿Crees que de ahí aparece la visibilidad para Águila Roja?
Seguramente sí, al menos a nivel nacional, pero en Laberint d’Ombres ya tuve un papel relevante durante un tiempo. Fue en ese momento cuando una representante de Barcelona se ofreció a llevarme, ya orientada al casting que había en Madrid para Compañeros. Fue el primero que hice con ella y conseguí el papel de protagonista de mi primera serie de ámbito nacional. Águila Roja surge de la misma manera, yendo de casting en casting en Madrid y luchando, como nos toca hacer a los actores, conseguí esa oportunidad.
No me gustan las multitudes, me cuesta estar en sitios donde hay mucha gente; he tenido que hacer muchos esfuerzos por mi trabajo en relación con este tema
2010 y 2011 fueron tus grandes años, artísticamente hablando. Nominado y ganador de distintos premios como mejor actor por Águila Roja. ¿Qué significaron para ti?
La mayor satisfacción para mí al recibir un premio es el reconocimiento al trabajo, pero, sobre todo en esa época, lo que me llenaba era la aceptación por parte del público de la serie. Al principio no estábamos muy seguros de si iba a tener éxito o no, por lo extraño y arriesgado del planteamiento. Ver que la idea funcionaba era nuestro mejor premio. Porque, la verdad, hay premios y premios. En aquellos años, también me llamaron de dos organizaciones diferentes para concederme un par, pero iban condicionados a mi obligación de ir a recogerlos personalmente. En ese momento, no iba yo diciendo públicamente que tenía cierta fobia social y que me podía pasar dos noches sin dormir pensando que debía asistir a un evento multitudinario así que en esos casos no me interesaba porque creo que, si realmente me lo hubiesen querido dar a mí, así lo habrían hecho, fuera en persona a recogerlo o no.
Un día, comiendo juntos, me confesaste que jamás asististe a la gala de los Goya, ¿Por qué?
Pues está relacionado con lo que te acabo de comentar. No me gustan las multitudes, me cuesta estar en sitios donde hay mucha gente. He tenido que hacer muchos esfuerzos por mi trabajo en relación con este tema y me ha pasado factura. No me da pereza compartir una mesa con una o dos personas si me llevo muy bien con ellas, pero cuando ya son más de tres, el diálogo no fluye y a mí me encanta el arte de la conversación. Si hay demasiadas personas, es difícil, porque se entremezclan demasiados mundos.
Supongo que también el del espectáculo.
Lo de ir a fiestas nunca ha sido lo mío. Me gusta la tranquilidad, la lectura, pasear, los pequeños comités, charlar para arreglar el mundo y para arreglarme a mí mismo. Las fiestas suponen un exceso de exposición que yo creía que no me aportaba nada. Y, ahora, aún salgo bastante ¿eh? Piensa que, en la época de Águila, iba a pocas entrevistas y lo pasaba realmente mal. Aún recuerdo mi visita a El Hormiguero… Pero bueno, soy actor, así que, aunque por dentro no me sintiera cómodo, sabía interpretar. Había ocasiones en la que mi presencia era imprescindible porque, negarme a ir a algunos programas, conllevaba ciertos “castigos”. La verdad es que mi fobia social no me ha beneficiado mucho, pero es lo que hay. En su momento, es un tema que trabajé bastante porque, por mi profesión, necesitaba encontrar un equilibrio. Ahora, intento asistir a aquellos eventos donde realmente estoy a gusto.
¿Qué hay del teatro, de tus inicios?
Pues he participado en algunas obras, tanto en Barcelona como en Madrid pero, por distintas circunstancias, el medio en el que más he trabajado y con más relevancia ha sido la televisión.
David Janer se ha formado como sumiller.
¿En qué momento se cruza en tu camino la idea de hacerte sumiller?
Mira. Hay actores que empiezan su carrera y no paran, su trayectoria es como un tren de alta velocidad. La mía, en cambio, se parece más a los trenes estos de cercanías que se estropean cada dos por tres. Mi carrera como actor ha sido intermitente. Un año de mucho trabajo y, luego, parón de un año o dos. Y así sucesivamente. Con estas pausas, o te vuelves loco y empiezas a maldecirlo todo, o te preparas. Me di cuenta de que era muy importante amueblar la cabeza y decidí que aprovecharía ese tiempo libre para formarme. Mi “mala suerte” es que nunca he sido un hombre práctico, podría haber buscado otra profesión que me sacara de apuros, un plan B a la vida de actor, pero, lo que hice, fue sacarme la carrera de filosofía y, luego, un máster en Filosofía Moral y Práctica. Tardé 7 años. Cuando terminé, me planteé hacer el Doctorado, pero significaba invertir 3 o 4 años más, así que opté por buscar algo que también me llenara y que pudiese combinar más pragmáticamente, uniendo la profesión de actor con el vino. Decidí matricularme en el CETT de Barcelona para cursar el diploma de sumillería, una formación que dura dos años.
¿Habías tenido ya algún vínculo con el vino?
Sí, en mi casa siempre hemos sido muy hedonistas. Muy de reuniones familiares, de conversar en la mesa los vinos que nos bebíamos, sin tener excesiva cultura pero con mucho disfrute. Entonces, al estudiar la carrera de filosofía, me apasionaba todo lo relacionado con Grecia y Roma, todas mis optativas fueron por ese camino. Los simposios, la difusión del vino, cómo inspiró a poetas y dramaturgos. Estudiar sumillería me pareció interesante para disfrutar del vino más allá de la parte histórica. Quería aprender a catar, saber lo que había detrás de cada botella.
El amor es como el vino, cuando amas a alguien deseas conocerlo y todo te parece digno de ser descubierto
¿Qué aporta el mundo del vino a tu vida?
Placer y conocimiento. Y cuanto más conocimiento, más placer. Es como el amor: cuando amas a alguien, deseas conocerlo. Pues con el vino igual. Te llama la atención todo, todo te parece digno de ser descubierto. Si amas al vino, quieres saber como se elabora, conocer lo bueno y lo malo, los diferentes territorios. Es un mundo que nunca se termina, así que siempre vas aprendiendo, porque se va renovando, va cambiando.
Ahora mismo, tu proyecto principal relacionado con el vino es el programa Enológica. Exactamente, ¿en qué consiste?
Es un programa que se emite en diferentes plataformas, entre ellas Prime Video, Filmin, Sun Channel o Renfe. Estamos consiguiendo una media de siete millones y medio de audiencia, tanto en España como en Latinoamérica. Es un proyecto personal, que surgió cuando me contactaron unos chicos de Zamora que tenían un programa de viajes llamado En Claves. Se les ocurrió hacer un programa de viajes y vino, conmigo como presentador, uniendo mis facetas de actor conocido y sumiller. Así nació la idea, un intento de promocionar el vino y la enogastronomía de diferentes zonas vitivinícolas. Está hecho con una visión didáctica, pero también para que la gente se divierta, que es lo que piden las plataformas: nada técnico pero divulgativo, abierto a nuevos exploradores. No es un programa dirigido a expertos, sino todo lo contrario, buscamos que al público en general le pique el gusanillo por la cultura del vino y todo lo que lo rodea: turismo y enoturismo, gastronomía, tradición, historia, duro trabajo en el campo. En definitiva, establecer un puente entre el consumidor y los elaboradores.
Enológica no es un programa dirigido a expertos, sino todo lo contrario, buscamos que al público en general le pique el gusanillo por la cultura del vino
¿En cuántas zonas habéis grabado ya y qué es lo que más te ha impresionado?
Hemos estado grabando en Rioja, Extremadura, Canarias, Penedès, Bages, Castellón o Asturias. También hicimos un programa sobre la feria Fenavin, en Ciudad Real. Lo que más me ha impresionado siempre es el esfuerzo y el amor que hay detrás de todo elaborador. Sus ilusiones, sus pequeñas victorias, sus derrotas, todo lo que va conformando su duro trabajo. Todo ello, sumado al paisaje y la gastronomía, convierte el programa en una excusa perfecta para conocer y aprender. Ese fue el motivo por el que acepté la propuesta. Igual que tú aprendes con los artículos que escribes, en el programa yo puedo poner en práctica los conocimientos adquiridos en el CETT porque, una cosa es el papel, el PDF, la pantalla, etc. Y otra es pisar terreno, hablar con la gente, vivir de primera mano la viticultura heroica, ver como un fuego casi arrasa un viñedo. Eso fue realmente impresionante. Hay mucho humanismo en el vino.
Esto que comentas del fuego, ¿dónde sucedió?
En Cangas, en Asturias, en Bodegas la Verdea. Aún recuerdo la cara de preocupación del viticultor. El primer día de rodaje, hicimos las tomas con dron de los viñedos y del entorno donde íbamos a rodar la entrevista. Ese día, había un incendio muy importante en Castilla y León y, a la mañana siguiente, el fuego se había extendido mucho y se había acercado al borde de ese viñedo asturiano. Entonces, el propietario nos enseñó hasta dónde habían llegado las llamas. Se habían quemado árboles y parte del camino, la viña se salvó de milagro gracias a la ayuda de todo el pueblo. Pero fue muy impactante ver el contraste del primer día, tan verde y, al cabo de pocas horas, ese paisaje desolador.
¿Qué planes de futuro tienes en estos momentos?
Pues seguir con mi carrera de actor, a pesar de la aparición, de vez en cuando, de noticias no contrastadas de que he dejado el mundo de la interpretación por ser sumiller. Bueno, suelen equivocarse llamándome enólogo. Pero no es así para nada. Son dos mundos que se pueden unir, de hecho, es lo que estoy haciendo justamente ahora con Enológica, así que mi idea es seguir siendo las dos cosas, actor y sumiller. El tema está en que, sobre la faceta sumiller, tengo un mayor control de lo que puedo hacer y lo que no. En cambio, con la interpretación, es más difícil, porque depende de que me seleccionen, de que me elijan, y eso cada vez está más complicado. Y ya si le unimos lo poco dado que soy a las fiestas y lo que me cuesta relacionarme… Aun así, mi sueño de futuro sería compaginar un buen papel en una gran serie con el mundo del vino, y poder usar la popularidad obtenida para que mi mensaje a favor de la cultura del vino pueda tener la máxima repercusión posible. Eso es lo que deseo y espero que se produzca, pero en parte no depende de mí.
Escuchándote, me da la sensación que, con Enológica, ese sueño se está cumpliendo. ¿No es así?
Realmente no, porque ahí comunico más que interpreto. Es decir, en Enológica hay 90% comunicación y solo 10% de interpretación, falta mucho de lo que a mí realmente me apasiona, que es ponerme en la piel de un personaje, ver cómo va evolucionando, va cambiando, cómo se enfrenta a retos, ir haciendo cosas nuevas. El mundo del vino te ofrece todo esto, cambio y evolución constante, y el de la interpretación también, para mí hay mucho paralelismo entre ambos. No olvidemos que Dionisio es, a la vez, el dios griego del vino y del teatro.
El mundo del vino te ofrece cambio y evolución constante, y el de la interpretación también, para mí hay mucho paralelismo entre ambos
Entonces, la ilusión que te queda pendiente de cumplir como actor la tenemos clara. Cómo sumiller, ¿cuál sería?
Poder visitar todos los territorios vinícolas. Recientemente, he estado recorriendo Burdeos y, en breve, me gustaría volver a Italia porque me encantan sus vinos, me fascina la diversidad de sus variedades, pero, sobre todo, me interesa la historia que se encuentra entre las ruinas. En definitiva, visitar y perseguir, de alguna manera, la historia del vino en los lugares donde se originó. Georgia ya me queda un poco más lejos, pero todo se andará.








