Enric Garcia pertenece a esa nueva generación de sumilleres que ha decidido sacudir el polvo del vino y abrir las ventanas para que entre aire fresco. A sus 25 años recién cumplidos ya se ha colado en el top 5 de sumilleres de Cataluña y ha construido una trayectoria que impresiona por talento, disciplina y una intuición que pocos tienen de tan jóvenes. Pero él sigue definiéndose como camarero, porque empezó desde abajo —sirviendo cafés en el bar del pueblo— y porque esa raíz humilde es la que ha moldeado su manera de entender el vino: sin pedantería, sin tecnicismos innecesarios y sin barreras.
Formado en la JOVIAT, curtido en el restaurante Els Casals y ahora emprendedor con un proyecto propio centrado en Languedoc-Roussillon, Enric defiende una idea que lo atraviesa todo: democratizar el vino. Lo explica con una naturalidad contagiosa, como si lo complejo dejara de serlo cuando pasa por su voz. Habla del vino como paisaje, como identidad, como una forma de viajar con la nariz en la copa, y lo hace desde un rigor que combina escuela, práctica y pasión. Entrevistarlo es asomarse a un futuro del vino más abierto, más diverso y —sobre todo— más cercano. Enric es la prueba de que la excelencia también puede tener 25 años y una sonrisa que quita solemnidad a todo.
He visto toda tu trayectoria, con lo joven que eres es abrumadora. Pero vamos a intentar hacer una entrevista sencilla, para los que no somos entendidos.
(Ríe) ¡Totalmente de acuerdo! En este mundillo hay demasiadas palabras raras, y también es algo que a mí me gusta rebajar. Siempre defiendo bastante lo de democratizar un poquito el vino. No me gusta que sea algo complejo que solo entendemos cuatro, sino que todo el mundo pueda hablar de ello. Además, como sumiller —y quizá por mi edad—, es un poco el enfoque que siempre busco.
Precisamente, tu edad convierte en uno de los sumilleres más jóvenes de Cataluña. Y además no solo eso, sino que quedaste en el top 5 de sumilleres el año pasado. ¿Qué fue lo que te atrajo del mundo del vino, siendo tan joven?
Mira, yo empecé cuando tenía 16 años, desde que acabé la ESO. Empecé a estudiar bachillerato, y pronto vi que ahí no era. Eso no era para mí. En ese momento no me apetecía estudiar. Yo soy una persona que cuando me pongo, me pongo, y de hecho creo que tengo mucha capacidad de trabajo. Pero necesito ver un porqué detrás de todo. A mí ponerme a estudiar matemáticas, por ejemplo, sin saber una finalidad que luego pudiera aprovechar, no me motivaba. Y en cuanto dejé bachillerato mis padres me dijeron “aquí estudias o trabajas”.
¡Es normal!
Totalmente (ríe). Por suerte, mi tía tenía un bar en el pueblo, y me dijo que me contrataba. Empecé a trabajar en el bar y… me gustó. Por eso no me gusta definirme como sumiller, aunque lo soy. Pero me defino como camarero, como persona que trabaja en la hostelería… porque he nacido en este mundo desde abajo. Yo no empecé en la enología a través de unos estudios ni prácticas en un restaurante Michelin. Yo me he ido construyendo desde abajo. Empecé haciendo cafés a los abuelos del pueblo y de ahí, pues fui creciendo.
Me defino como camarero, no empecé en la enología a través de unos estudios ni de prácticas en un restaurante Michelin; yo me he ido construyendo desde abajo
¿Y cuándo te das cuenta de que esto de ser camarero no es algo pasajero, sino que es tu camino?
Fue una decisión que, al final, yo no tenía. La otra salida que tenía para mí era ponerme a estudiar, y no me apetecía hacerlo porque había encontrado algo que me gustaba. Había encontrado mi pasión.
Pero te especializaste en vinos.
Sí, hubo un punto en el que dije: ya tengo 20 años, voy a tener que especializarme en algo que me apasione, porque el hecho de solo ser camarero y no tener estudios hoy en día es complicado. Vi que dentro de la sala los vinos me empezaban a llamar la atención. En el restaurante que estaba los probaba y me gustaba entender por qué este era de una forma y el otro de otra. Por eso hice el curso de sumiller de la JOVIAT.
Los sumilleres tradicionales que conocemos no tenían escuelas especializadas en la cata y tecnicismos del vino. ¿Qué se aprende en una escuela como esta?
Para mí lo más importante que aprendí fueron las catas técnicas. Es decir, cuando empecé a estudiar en la JOVIAT me contrataron en Els Casals, y ya tenía un poco de idea del mundo del vino. Había aprendido un poquito autodidácticamente. Aprendí a diferenciar muy rápido si un vino me gustaba o no me gustaba, ¡que en realidad creo que es algo superimportante! Entonces, de entre aquello que me gustaba o no me gustaba, decía: ¡ostras, esto es más afrutado, este vino tiene notas aromáticas, este oteo me recuerda a alguna especia…! Pero no sabía identificar bien qué. Me faltaba la técnica. En la escuela JOVIAT me enseñaron a ordenar una cata. Primero, visualmente; luego, la nariz; después, la boca; acto seguido entender los aromas primarios, los secundarios y los terciarios que predominan más en uno u otro vino… o sea, entender el porqué de todo esto. Para mí es lo más importante que me dio la escuela de sumiller.
¿Y a nivel zonas vitivinícolas o historia del vino? ¿También se enseña eso?
Sí, sí. Luego también está toda esa parte. Ahí aprendí todas las zonas y a tocar un poquito todos los vinos. Es importante entender que, por ejemplo, en Alemania se hace el ice wine, que es algo de lo que no tenía ni idea hasta que lo estudié. O cómo llegaron todas las variedades a través del comercio de Europa hacia América. La historia del vino te hace tener una visión amplia de todo el mundillo para aplicarlo a la hostelería.
La historia del vino te hace tener una visión amplia de todo el mundillo para aplicarlo a la hostelería
Y, aun así, hace tres meses has dejado la hostelería y te has lanzado a emprender. ¿Qué te ha empujado a dar ese salto ahora?
Es algo que ha sido progresivo. Cuando trabajé en Els Casals, mi jefe, que era el cocinero del restaurante —y para mí uno de los pocos cocineros en España que realmente se interesan por el mundo del vino— fue quien me dio alas. Claro, yo empiezo en Els Casals como jefe sumiller, no tenía un sumiller por encima. Y todo eso sin nada de experiencia y sin todavía tener el título de la JOVIAT, que me lo sacaba mientras trabajaba en el restaurante. Mi persona de referencia en el mundo del vino, la primera persona de quien aprendí, fue él. Y sobre todo, no lo que aprendí, sino lo mucho que me dejó aprender equivocándome.
¿Equivocándote en el vino?
Claro, uno puede fallar al elegir un vino. Él me dio la confianza de decir: bueno, venga, compra el vino que tú quieres y luego vemos si funciona o no con los platos que queremos maridarlo. Así veíamos si mi elección era consecuente, si funcionaba o no, y si lo volvíamos a comprar. Eso a mí me ayudó mucho.
Garcia es sumiller con solo 25 años.
Pero, ¿el salto a emprender ahora y dejar Els Casals a qué se debe?
A Els Casals, sin duda. A la libertad que me dieron en todas mis elecciones. Pues juntos, con mi jefe, hacíamos viajes a Francia para visitar bodegas. Descubrimos que en Montpellier se hace una feria de vinos enorme y a su alrededor se hacen diferentes microferias más alternativas que nos parecieron superinteresantes. Empezamos a subir cada año a verlas. Ese fue el inicio de lo que hoy en día ha sido mi salto al emprendimiento.
Pero hay más.
Siempre. Creo, y espero que esto no suene muy mal (ríe), que en general, en España, la pequeña distribución de vino no está muy bien enfocada. Ostras, tú si vas a un restaurante y le preguntas al cocinero a quién le compra el pollo, el pescado o los tomates… ¡Seguro que son tres distribuidores distintos! Aunque todos son “alimentos que se cocinan”. En el mundo del vino esto no pasa. Ahí vi mi oportunidad de negocio. Si un pequeño distribuidor, en lugar de querer tener todos los vinos, se enfoca en una zona pequeña, la trabaja a fondo y le extrae muchísimo partido, pone conocimiento, se patea la zona, conoce a fondo a sus viticultores, visita muchas bodegas y entiende el clima, ¡es brutal! Por eso yo estoy constantemente a Languedoc-Roussillon. Voy ocho, diez o doce veces al año. De esta manera creo que puedes aportar muchísimo más valor al restaurante con el que trabajas, porque le das una información mucho más completa. Y, a su vez, también ayudas mucho más a la bodega, porque conoces mejor tu proyecto no solo alrededor de conocer el suyo, sino de conocer el contexto en el que se mueve. ¡Eso al cliente final o al sumiller del restaurante que va a vender el vino, es lo que realmente le ayuda!
Es buenísimo escucharte, pero me resulta muy curioso que la zona que hayas elegido para especializarte sea Languedoc-Roussillon. Cuéntame, ¿qué tienen estos vinos?
Bueno, mira, es importante saber un poco el contexto. Languedoc-Roussillon es la región que más viñedo tiene en Francia, sobre unas 240.000 hectáreas. ¡Es cinco veces el Penedés! Hay viñas para aburrirte y la conocen tradicionalmente como “la despensa del vino de Francia”. La mayoría de vinos que se hacían eran vinos de granel, pero en los últimos años ha habido un cambio de tendencia muy grande. Ahora Languedoc-Roussillon es una zona, para mí, con un potencial altísimo. Uno es que yo creo que estamos todos cansados de ver Borgoña, Burdeos, o ahora el Jura. Sus precios son cada vez más absurdos. Creo que hay que democratizar mucho más el poder beber grandes vinos, ¡y que los podamos pagar! No puede ser que la gente no pueda costearse un alquiler en Cataluña y tengamos que pagar un vino de 70 euros en un restaurante. Entonces, creo que en Languedoc-Roussillon hay grandes viñedos que han estado camuflados dentro de estas cubas de millones de hectolitros, de estas cooperativas.
Qué interesante...
Al final hay grandes viñedos que si se vinifican por separado son vinos preciosos. Entonces, al final, esta diferencia hace que al cliente final le lleguen los precios brutales. Esto también ha hecho que haya mucha gente, y esto me he ido dando cuenta más recientemente, que ha venido de fuera de esta región. Además, en el Mediterráneo las oscilaciones de temperaturas son menos variadas. Todo es más equilibrado. Siempre va a haber años secos, cálidos o va a haber un poco de lo que hay en todos los sitios… pero todo es más menos drástico en las tierras mediterráneas. A la larga, eso va a hacer que los viticultores de Languedoc-Roussillon puedan tener grandes vinos. ¡Por eso aposté por emprender en ellos! Es una oportunidad de negocio superincipiente.
Yo ya empecé con la moda del vino natural, si me gusta comerme un tomate con el mínimo de productos químicos posible, ¡me gusta que el vino también lo sea!
Escuchándote ya lo has dejado caer… pero me gustaría que me contases un poco cuál es tu filosofía para elegir un vino.
Cuando yo compro un vino para venderlo tengo una filosofía que siempre digo “que aún se está construyendo”. A lo mejor hoy te doy un discurso y si hablamos dentro de tres años te doy otro porque habré aprendido más cosas, habré evolucionado. Seguramente no significa ni que esté mal ahora, ni que esté peor luego, simplemente habrá cambiado. Pero, hablas con mucha gente que te dice “yo empecé viviendo vino convencional y luego me pasé al vino natural”. Eso se oye mucho en mi mundillo. Yo ya empecé con la moda del vino natural, eso de irme al restaurante y beberme un Rioja clásico, prácticamente, no lo he hecho nunca (ríe). Si me gusta comerme un tomate con el mínimo de productos químicos posible, ¡me gusta que el vino también lo sea! Pero sobre todo primo que el producto sea bueno. Es decir, yo quiero vinos bien hechos, vinos que estén buenos. ¡Que pueden ser más de mi gusto o no, ojo! Pero vinos que, cuando el sumiller los abra, no tenga un problema. Lo importante es que sean vinos que nos emocionen, que estén bien hechos, que identifiquen un paisaje, que usen variedades adaptadas y que también se note sobre todo el paisaje y el sitio donde vienen. Para mí el vino es el producto gastronómico más complejo que existe.
¿Acostumbras a fijarte en el productor del vino?
¡En la personalidad del productor, más bien! Que cuando pruebes vinos de una bodega veas una línea argumental entre los diferentes productos que haya. Por ejemplo, a veces pruebas bodegas y dices “este vino me ha encantado”, pero luego hay cuatro que no. Yo eso lo veo muy importante también. La bodega tiene que tener personalidad.
Por último, me gustaría preguntarte por una recomendación. Dime un vino que tú digas “yo esta botella la disfruto, me gustaría que la gente la conociera”.
Pues mira, yo trabajo con una bodega que se llama Les Davoche. Esta bodega hace un blanco de macabeo 2023, el Peychourigue. Yo siempre digo que es la máxima expresión de un macabeo que he probado últimamente, sin ninguna duda. Es una añada que fue muy seca con un final un poquito lluvioso. Por eso, el Peychourigue es un vino con una identidad de territorio brutal. Lo malo es que hay poco, pero me parece algo sublime.






