Hace muchos años que Antoni Puigverd (La Bisbal de Empordà, 1954) intenta pensar el país y explicarlo, como bien saben los lectores de este diario, y por eso al publicar un libro no podía limitarse a reeditar y ampliar algunos artículos: este miércoles presenta en la librería +Bernat Emboscado (Libros de Vanguardia), la edición en castellano de Ocell de bosc, publicado ahora hace un año y donde ha buscado la manera de ir más allá ofreciendo su mundo en pequeñas dosis, con un revestimiento culinario que se va diluyendo a medida que avanzan las páginas.
¿Gastronomía, literatura, personajes y anécdotas?
Por suerte la literatura catalana tiene un maestro, Josep Pla, que inventó un género nuevo, aunque él viene de Montaigne y de otros como el Zibaldone de Leopardi. Me encuentro cómodo y forma parte del oficio, de 40 años de escribir en diarios, reciclar materiales e introducir aspectos de dietario y de memoria sin que aún sea ninguna de las dos cosas propiamente. El libro anterior, La finestra discreta (Libros de Vanguardia, 2014) lo estructuré sobre la rueda del tiempo, y cuando pensaba este vi que había hablado mucho de cocina y lo convertiría en el pretexto, la excusa que lo vertebra, para hacer una especie de almanaque con todas las partes de mi vida, el ámbito familiar, dentro de una contención porque no soy exhibicionista, mis manías de lecturas, con autores que leo y a los que vuelvo, mis paseos, con la parte más evolutiva del paisaje...
También explica su relación con Maragall o con Carles Puigdemont...
Este capítulo de vivencias con personalidades más o menos relacionadas con el momento del procés hace como de bisagra entre una parte más memorialística y de experiencia propia y otra más objetivada, de la vida social. Maragall solo ya me daría para un libro, y lamento no poder mantener la relación, pero el procés empezó con su Estatut. Con respecto a Puigdemont, necesitaba explicarme ante las acusaciones que me hace él mismo.
Para los independentistas es un botifler, y para los españolistas, un catalanista...
Yo soy muy partidario del punto medio. Intento que mi vida tenga coherencia, y si eso me trae problemas, pues me sabe mal, y eso que algunos me han sido bastante duros, como cuándo a raíz de una crónica sobre el juicio del proceso recibí mucho acoso por Twitter, con mucha agresividad, y Enric Juliana me ayudó. Ya tuve suficiente. Los puentes son lo primero que se bombardea en una guerra, y yo siempre he tenido vocación de puente, no de negar las diferencias sino de buscar la unidad y, sobre todo, el consenso.
La expresividad de Antoni Puigverd durante la entrevista
Defender la tradición cristiana no está muy de moda...
La tradición cristiana, para mí, es muy importante. Me fui redescubriendo, porque como todos los miembros de mi generación, yo también había roto, pero me ayudaron varias cosas, como no poder soportar que haya diferentes varas de medir, como en los juicios donde hay una gente que está bajo la lupa, antes los independentistas, ahora los socialistas, mientras que a otros no se les aplica el mismo rigor. Empecé a ver mucha crueldad contra el mundo católico y cristiano, empecé a posicionar y eso me hizo pensar.
¿Volver a la fe?
“En la misa antes de un cónclave para escoger Papa empecé a sentirme interpelado”
Volvió a la fe...
Tras la muerte de Juan Pablo II, Guyana Guardian me envió, con otros periodistas, al cónclave que más tarde escogió Ratzinger. Fui a la misa de antes del cónclave para hacer una crónica de ambiente, y durante la homilía del futuro Papa yo tomaba notas y, ostras, empecé a sentirme interpelado y eso me llevó a un proceso de búsqueda que todavía no he acabado. Toda persona que ha pasado por el materialismo histórico y dialéctico lo tiene complicado para aceptar la trascendencia, pero me esfuerzo.
La espiritualidad vuelve...
Hablé de eso hace poco en un artículo a raíz de la película Los domingos, que me gustó mucho, pero también están las Tarta Relena, o Rosalía, que ha puesto sobre la mesa lo que dice Simone Weil, simplificando mucho, que estar atento a una cosa y rezar vienen ser lo mismo. El problema en nuestra época es que no podemos estar atentos porque tenemos 50.000 solicitudes en cada instante a través del teléfono. Vivimos una vida de dispersión, de fragmentación, de zapping, que se decía antes. La sociedad nos va llevando y el teléfono nos ha cambiado la vida, y hay gente que dice “no puedo más”, y en vez de poner parches, ir a psicólogos y terapias para volver a ponerse en la rueda, algunos dicen: “Me aparto y busco la serenidad y la contemplación”. Eso, inevitablemente, te lleva a una cierta experiencia que tiene que ver con la experiencia de la trascendencia. Es inevitable que pase y me gusta que esté pasando.
Vuelve la espiritualidad
Rosalía pone sobre la mesa lo que dice Simone Weil: estar atento a una cosa y rezar viene a ser lo mismo”
Tenemos que centrarnos.
Sin estas molestias, puedes contemplar, y la contemplación no tiene por qué ser solo mística, puede ser paisajística y, por lo tanto, un poco panteísta. Es verdad que puede ser una vulgarización, una banalización de la mística, un fenómeno de moda, pero yo lo veo como signo de un momento de una inflación tan grande de experiencias y de vivencias que la gente dice: “No puedo más, necesito serenarme y centrar la atención”. Incluso a la gente de la cultura le cuesta leer, hoy. No es que no tengas tiempo, es que estás completamente disperso, y quizá simplemente habría que ir a dar una vuelta y sentarse en un margen y mirar el cielo.
Dedica dos secciones a los aforismos, una escondida bajo la forma de un diccionario...
Alguien me había hecho notar una vez que tengo un cierto tono sentencioso, que acabo con frases que condensan una idea, aunque yo no tenga esta voluntad. Debe de ser mi estilo. Después de releer mis artículos de política empecé a encontrar como unas sentencias, o refranes. Los retoqué y me aficioné. Es como coger los artículos, ponerlos en una trituradora y pasar por un filtro, y sale mi pensamiento sin tener que hacer todo el proceso.
¿Cuál cree que es el secreto de su estilo?
Tengo voluntad de estilo tanto cuando hablo de política como cuando hablo de mis nietos o de viajes. Siempre intento buscar el adjetivo adecuado, que la frase suene bien, que tenga una estructura circular, y que se aguante por la claridad, que es una obsesión. Cuando empecé a escribir, de joven, tendía a ser oscuro, era profesor de instituto y siempre les decía a mis alumnos, cuando hacían redacciones semanales, que es más fácil escribir difícil que escribir fácil y me ha costado muchos años de picar piedra conseguir la claridad y la precisión estilística.
También dedica un espacio al escritor Vicenç Pagès Jordà...
Me afectó mucho a su muerte, y su ausencia es muy importante para mí. Además, estos tres años desde su muerte se ha consolidado como un escritor de primera fila y un referente para las nuevas generaciones, ahora que los personajes totémicos han desaparecido. Vicenç ha dejado una huella muy grande.
Salen bastante sus nietos, a quienes dedica el libro...
El amor por los nietos es completamente diferente a los demás, porque ya has plantado tu bandera. Cuando eres padre, por más que quieras a tus hijos, tienes otras inquietudes. Estás en la flor de la vida, tienes inquietudes profesionales en el campo que sea y estás muy pendiente de aquello y le dedicas mucho esfuerzo, aunque no olvides a los hijos. Normalmente, la gente lo que hace sobre todo es dar bienestar material a los hijos y, en cambio, poco tiempo, porque no lo tiene o porque tiene que destinarlo a la cosa profesional. Cuando eres abuelo, sin embargo, la bandera ya la has plantado. Ha ido bien o no, ya no puedes hacer nada al respecto, pero te sientes muy libre y el regalo de estos niños te da mucha vida, son una alegría constante. También aprendes a explicar muchas cosas, yo he repasado toda la mitología para contrarles historias. Su vitalidad se te contagia y yo lo comparo con el amor cortés, que es el amor desprendido. Es un amor que ya no espera nada a cambio.
Antoni Puigverd, fotografiado este lunes en su casa, en Girona
Le preocupa la educación que recibirán...
Cada día me siento más distante de los valores dominantes en la sociedad occidental, y en cambio hago una cierta defensa de unos valores sólidos. O sea, la fluidez no me gusta nada. Esta cosa inconsistente ya viene de la posmodernidad, pero hay valores sólidos que hay que defender, y uno que me parece evidente en la educación es el esfuerzo. Sin esfuerzo y una cierta disciplina, no hay un resultado, pero ahora exista esta idea de que no podemos obligar a nada, a que el niño, desde la más pura infancia, ya tiene que poder escoger lo que hace. Es una idea completamente ilusoria, porque no hay una neutralidad ambiental, y si tú no haces nada, quien educará al hijo es el ambiente. Tú no lo educarás como padre o madre, el ambiente lo condicionará tanto o más que tú. Yo soy partidario de una cierta disciplina, de un cierto orden de trabajo. A menudo explico que junto a mi colegio, en Montserrat, había un cerezo, y a mí me gustaba mucho comer, tenía mucha hambre. Yo lo veía madurar desde la ventana de la clase, y pensaba que cuando fueran maduras, me comería las cerezas, pero las cerezas maduraban justo en el momento de los exámenes, y así que me quedó la idea de que para obtener algo dulce primero hay que pasar por el esfuerzo y la dureza, y me parece bastante evidente en todo. Es decir, tú disfrutas mucho más de una obra literaria que sea difícil, que te exija, que de aquellas que van pasando sin más.
¿Para disfrutar hay que sufrir?
Todo lo que cuesta, después lo disfrutas mucho más. El bienestar que tienes cuando llegas a una cima, aparte del paisaje que ves, es inefable. Y en cambio, en la sociedad actual es lo contrario, se busca facilitarlo todo. Me dan terror las noticias de tanta gente desequilibrada, que toma pastillas, que está en tratamiento. Eso sí que es una peste, algo debemos estar haciendo mal. Si los hiperproteges y les das todas las facilidades, después están solos ante la hostilidad del entorno, porque no han sido entrenados en la dificultad. Es cierto que yo viví una infancia de una dureza extrema, pero me hizo bastante fuerte. No añoro la inclemencia de esa época, pero hemos pasado de la dureza extrema de aquella época a la tibieza de ahora, que todo es blando.



