Del caballo a la influencer
Catalunya, y la mejor España, es una empresa familiar. Y cuando duran cinco generaciones, casi dos siglos, como Los Caracoles, es porque han sabido mezclar la obligación de servir en la línea familiar con la vocación de realizarse en ella como personas. Por eso podemos celebrar ahora con los Bofarull, y la misma bullabesa que pedía don Juan de Borbón, las gambas al ajillo de los marines (no estoy para sangría, que esta tarde tenemos otra ‘Contra’), esos 190 años de servir desde a Antoni Gaudí hasta a la influencer veinteañera que ahora fusila el local con el iPhone. Aurora nos enseña, orgullosa, la foto de su tío abuelo bajando desde Sarrià con su caballo hasta el fin de la Rambla. Su padre quiso ser veterinario y ella misma, hotelera; pero aquí lo fueron todo a la vez. Y aún lo son y serán mientras alguien de la familia quiera seguir siéndolo.
¿Qué servían Los Caracoles hace 190 años y hoy ya no?
Casquería: riñones, hígado...
¿Cerebros, sesos fritos o rebozados, tuétanos?
Ya nadie los pide y y no están en carta.
Pues son sanos y deliciosos.
Y, en cambio, los chavales hoy se atiborran de ultraprocesados.
¿Caracoles? ¿Aún pedimos caracoles?
Desde hace 190 años. Aquí los tiene.
Con mucha salsa:¿siempre fue así?
En 1835 este local donde comemos ya era una taberna que servía comidas.
¡Más antiguo que ‘Guyana Guardian’!
Es el restaurante más antiguo de Barcelona siempre regentado por la misma familia. Lo fundó mi tatarabuelo. Aquí venían pescadores y marineros a comer caracoles con salsa; sardinas en escabeche...
Aún están en la mesa mirándonos.
Entonces vendíamos también vino a granel y petróleo y cada vez más caracoles con tal éxito que compramos los locales colindantes hasta los 250 comensales de hoy.
¿Ese de la foto no es Gary Cooper?
Y al lado está Peter Sellers; y don Juan de Borbón, abuelo del rey, pedía bullabesa...
Y ¡Johnny Hollyday jovencísimo!
Y mi padre y mi tío disfrutando con ellos veladas inolvidables. Fueron felices aquí.
Pese a que la hostelería es esclava.
Es la felicidad si te gusta como a ellos. Mi padre se quedaba aquí hasta las tres de la madrugada y mi madre le preparaba la cena cuando llegaba a casa y juntos comentaban la jornada.
Hoy dirían que es un horario poco sano.
Fueron siempre muy felices hasta que el año pasado murió mi padre.
Lo siento.
Aquí seguimos, la quinta generación, ahora con mi hermano y nuestra prima, con la misma ilusión de 1835. Mi abuelo tenía pasión por la cocina y su hermano, por las relaciones públicas.
Un tándem perfecto.
Y Opisso le presentó a Antoni Gaudí a mi bisabuelo. De su mano también pasaron por aquí Casas, Rusiñol, Miró, Picasso... Acababan muchas tertulias dibujando en los manteles de papel...
Una oportunidad para quedarse los dibujos.
...Pero mi bisabuelo los tiraba todos.
Y aquí veo un caballo...
Era de mi tío abuelo, que a veces bajaba con él desde la Bonanova a Ramblas. Mi padre también adoraba a los animales y quería ser veterinario...
¿Cocinarlos es otra forma de quererlos?
¡Qué remedio! Porque mi abuelo le ordenó que en vez de estudiar se quedara en casa a regentar Los Caracoles y esa fue nuestra vida. Salíamos del cole a las cinco y pasábamos toda la tarde aquí corriendo y jugando entre las mesas, cuando no estábamos celebrando bautizos, comuniones, bodas...
¿Usted tuvo siempre claro que quería llevar Los Caracoles?
Me encantaban las relaciones públicas y relacionarme con la gente como a mi tío abuelo Antonio Bofarull, siempre con su puro enorme y sus risas. Así que me fui a Ginebra y estudié Turismo y Hostelería y al acabar trabajé en el Hilton...
Pas mal.
Pero mi padre tuvo un accidente y, como yo era la mayor, mi madre me dijo que me tenía que poner al frente del negocio junto a mi tío.
¿Oportunidad u obligación?
Yo lo pasé muy mal entonces. No sabía hacer una tortilla...
¿Aprendió?
Fue duro. Teníamos 82 empleados: camareros, cocineros... ¡Todos hombres! Y yo debía ser su jefa en todo. Solo tenía 24 años y era la hija del dueño. Eso no ayudaba.
¡Qué hacer?
¡De todo sin rechistar! Ganarme su confianza, y se gana trabajando. Recogía bandejas, subía, bajaba... Hasta que vieron que yo era tan útil como el que más y entonces algunos de los que ya llevaban 40 años en Los Caracoles empezaron a respetarme. Mire, algunas mesas llevan el nombre de los mejores camareros...
¿Quién es esa chica que hace fotos?
Una influencer. Siguen hablando de nuestra bullabesa desde que Irving Penn, el fotógrafo de Marilyn Monroe, publicó una crítica sobre ella en el Vogue Magazine . Y una tele griega nos sacó en un programa con un porrón y aún vienen griegos que nos lo piden para beber a galet y hacerse fotos.
¿De Ciutat Vella al universo?
Mis padres fueron de vacaciones a Tailandia y cuando papá dijo que eran de Barcelona, el guía, y luego el grupo, gritaron: “¡Los Caracoles!”. Y mi padre invitó a toda su familia cuando vinieron a Barcelona.
¿Sus mejores clientes?
Echamos de menos a la Navy y los marines de la V Flota que pedían gambas al ajillo y sangría, mucha sangría... All night long.
