* El autor forma parte de la comunidad de lectores de Guyana Guardian
Moraíto (Manuel Moreno Junquera) nace en Jerez de la Frontera en 1956, en tierra de gracia y compás. Es gitano y lleva siglos de palmas y lunas en su sangre.
Muy joven lo podemos ver en el programa Rito y Geografía del Cante acompañando por seguriyas a Antonio de la Malena. Los grandes talentos a menudo son niños prodigio y Morao parece guardar ya el fuego para dejar ascuas que serán, sin duda, permanentes. Tenemos a un Morao ya establecido en los fundamentos de la guitarra que conoce y comunica sin el menor atisbo de duda. Se le ve risueño en su seriedad iridiscente como si el compás lo hubiese señalado como profeta a fin de que las agujas del tiempo lo lleven al aire y él nos lo entregue más venturoso de vuelta.
En el barrio de Santiago juega en sus años de infancia a todo lo alegremente jugable con quien será su hermano inseparable de escenario, José Merced.
Moraíto reconoce que Merced es una de las cosas más grandes que le han pasado en la vida, un artista que domina el cante clásico y acierta de lleno con la vanguardia, de voz portentosa, inteligente, un músico que tiene un instrumento en la garganta. Con él graba Aire, un disco que sale en el año 2000. Se trata de un trabajo con piezas necesarias y poderosas, con letras memorables y una armonía de conjunto en los temas que no suele ser usual en el flamenco donde se suele pasar de un lugar a otro sin demasiado nexo, sin demasiado esfuerzo de ilación.
Morao acompaña a numerosos cantaores que lo buscan y lo quieren a partes iguales. Manuel realza el cante porque afirma que su secreto es intuir, responder con los acordes unas milésimas de segundo después del cantaor para no molestar y engrandencer.
Morao acompaña a numerosos cantaores que lo buscan y lo quieren a partes iguales
Si uno se centra en la guitarra del jerezano se ve que tiene un acompañamiento distinto según al amparo de qué cantaor esté. Esto lo hace señorear el cante, captar la unicidad, la singularidad del artista en cuestión. Y el que acompaña de este modo finalmente se establece y brilla y se termina haciendo sol, un sol de primera necesidad.
Morao graba dos discos en solitario Morao y Oro en 1992 y Morao Morao en 1999. Tanto Moraíto como su hijo Diego adoptan la misma actitud hacia la guitarra. Son señores del instrumento y no siervos. A nuestro rey del compás le gusta ser instrumentista pero desea vivir, respirar, ser parte del paisaje y no vivir en la soledad eterna del guitarrista insatisfecho. Tal vez por esto los Morao conservan una alegría nueva no ensombrecida por la mano de la rigidez o la vacuidad del tedio. Son solo dos discos pero suficientes porque guardan el aroma, la esencialidad, lo indispensable. Sus falsetas se estudian y se tocan hoy en día y, a buen seguro, mañana y siempre.
Manuel dejó dicho que el flamenco sucedía en la noche, junto al pozo, cuando los gitanos habían terminado sus labores. Y esto es importante. El toque de la guitarra entra así en la noche, con ese aire herido de misterio bajo resonancias que ensanchan al silencio. Por eso la guitarra flamenca respira como lejana, busca el eco, ansía lo inefable. Si el cante flamenco o gitano se hubiese cantado principalmente durante el día las estructuras del flamenco serian otras y no tendrían estos caracteres.
Hablar de un gran artista significa hablar de las multitudes que lo habitaron porque todo se encadena y todo va pasando de un lugar a otro. Morao potencia a otros a artistas que buscan su guitarra y éstos también le dejan a él su poso. El pueblo gitano supo hacer del flamenco un arte intenso, pleno en la alegría y en el dolor, en la celebración y el duelo. El flamenco suele ser un todo o nada ya que rara vez admite medias tintas, líneas tenues o formas decididamente suaves.
El pueblo gitano supo hacer del flamenco un arte intenso, pleno en la alegría y en el dolor, en la celebración y el duelo
Morao dijo que leía pero que leía más de joven. Decía no tener tiempo. En verdad nadie lo tiene. El tiempo es esa ilusión inasible que corre para darle orden exacto a los días que nunca pudieron estarse quietos. Morao prefería estar con los amigos, respirar por Jerez, asomarse a la risa e incluso jugaba al golf aunque -comentaba jocoso- que no la metía ni en un pozo.
Manuel suena a bronce dorado, a fuerza profunda, a dolor que se templa en el umbral de su propia alegría. El de Santiago construye las frases con traje ancho porque su música tiene dimensión, apertura etérea y al mismo tiempo el sabor, la concreción imperiosa de la tierra. Manuel sabe también encontrar- cuando lo desea- el color inesperado, el rincón moderno o la brisa suficiente para ser poeta. Sus rasgueos son inimitables, fornidos, bien nutridos, inigualables. Solo hay que pregutarle a su hijo. Morao es profundo sin ser denso, es como aquel caballo sereno que sabe también pelearse con el viento.
El flamenco es una llamada hacia lo de afuera desde lo de adentro porque hay que romper algo y sacar la voz o mover la tierra y hacer temblar la cuerda. El guitarrista es un ser que para oír ensancharse el sonido tiene que estar acampanado, tener espaciosas y profundas habitaciones interiores.
El toque de Moraíto es reverberante, de gran volumen. Es una mezcla de peso y ligereza que nos evoca las acuciantes raíces o nos invita al vuelo necesario. La tradición es aquello que ha pasado los rigores del tiempo, que ha resistido al cambio y a las efímeras modas pasajeras. Morao también sabe buscar, cuando desea, el giro inesperado, la armonía más estelar en la noche certera.
Ser Moraíto es llevar la alegría en la camisa o en el pecho sin perderla de vista jamás porque siempre es alegre quien da espacio a todos y hace que todo le venga bien.
Escribió Manuel Bohórquez que el genio del compás fue humilde siendo grande; desprendido, sin ser rico; fiel a sus amigos y compañero de sus compañeros, que nadie se queda aquí después de muerto si no es es así como era Moraíto”.
Gracias eternas, Morao.
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