¿Qué le pasa al PSOE?

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Sánchez sigue controlando el partido y se prepara para seguir haciéndolo en el futuro, pero la organización emite señales de descomposición

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, interviene durante el acto conmemorativo por el centenario de la muerte de Pablo Iglesias Posse, en la sede de UGT, a 9 de diciembre de 2025, en Madrid (España). Hoy, 9 de diciembre, se cumplen 100 años del fallecimiento de Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE y de UGT.

Pedro Sánchez interviene en el acto por el centenario de la muerte de Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE y de UGT, el pasado día 9 

Gustavo Valiente / Europa Press

A primera vista, parecería que todo se desmorona en torno a Pedro Sánchez. Tres individuos de su círculo más íntimo han tenido que dimitir de sus cargos debido a corrupción o a alegaciones de acoso sexual. Estas tres figuras desempeñaron un papel significativo en su triunfo en las primarias y le habían acompañado durante gran parte de su trayectoria. A otros, él mismo los fue relevando a lo largo de sus más de siete años en el gobierno. ¿Podría ser que el presidente esté perdiendo el dominio sobre su partido?

Ni siquiera algunas voces socialistas descontentas con la prominencia que el mandatario otorgó en su momento a José Luis Ábalos, Santos Cerdán o Francisco Salazar responden afirmativamente a esa cuestión. Sánchez no solo domina su partido, sino que está tomando todas las medidas precisas para mantener ese control en adelante. No existe indicio alguno de desacuerdo interno que pueda inquietar al presidente, pero sí se está manifestando una apariencia de desintegración que podría desmotivar considerablemente a los votantes socialistas, particularmente al electorado femenino. Las mujeres fueron decisivas en 2023 para que el Ejecutivo de coalición progresista continuara. A pesar de que su liderazgo no se cuestiona por ahora, el PSOE muestra claras señales de agotamiento.

Se dice que las revoluciones consumen a sus propios vástagos. Sin querer darle un tono tan dramático a la afirmación, algo similar ha sucedido con las figuras clave del profundo giro que representó para el PSOE el ascenso de Sánchez a la secretaría general. Después de que se negara a permitir un gobierno del PP (“no es no”) en 2016, la cúpula del partido se opuso a él y se vio obligado a renunciar. Al año siguiente, resurgió de sus cenizas liderando a las bases contra la dirigencia del partido. Él y su círculo cercano asumieron el control del PSOE. Desde que asumió la presidencia del Gobierno, no dudó en reincorporar o apartar a aquellos que consideraba convenientes o no en cada instante. Esta forma de actuar provocó que algunos quedaran rezagados. De aquel grupo que lo impulsó, quedan escasos miembros. Esta habilidad para renovarse, a veces por decisión propia y otras por la aparición de hechos desfavorables, como sucede en la actualidad, es uno de los rasgos distintivos del liderazgo de Sánchez.

Que dos secretarios de organización del partido estén involucrados en investigaciones por corrupción representa ya un golpe considerable, sin importar cuán rápido se erijan barreras de contención. Sin embargo, si a esto se suma la percepción de que el estandarte de la igualdad es meramente una manifestación de falsedad, la catástrofe se agrava. Todas las agrupaciones políticas lidian con situaciones de esta índole, pero el impacto no es uniforme. Por ello, el incidente que involucró a Íñigo Errejón generó una conmoción significativa en una formación que consideraba el feminismo uno de sus pilares fundamentales. El PP se acerca a la apatía de las mujeres que apoyan al socialismo. La intervención de Alberto Núñez Feijóo ayer en el Congreso ilustró claramente esa meta: combinó en un mismo discurso las imputaciones contra Salazar, los beneficios concedidos por Ábalos a sus parejas sentimentales y los “prostíbulos”, aludiendo a las operaciones de saunas en las que el suegro de Sánchez desempeñó funciones de dirección.

Sánchez consideró la posibilidad de nombrar a un miembro del PSC para el puesto de secretario de organización del PSOE.

El PP ha empezado a atacar a María Jesús Montero como vicesecretaria del partido por no investigar las denuncias contra Salazar. Sánchez se situó él mismo como cortafuegos esta semana al señalar que asumía “en primera persona”, es decir, como secretario general, que ese caso no se había gestionado bien. De esta forma, trata de proteger a Montero y también a la secretaria de organización, Rebeca Torró, que apenas lleva cinco meses en el cargo. Salazar iba a ser el número dos de Torró cuando saltaron a la luz las denuncias y se le apartó de la Moncloa y dejó de ser militante. Para los populares, salpicar a Montero sería un filón, puesto que es la candidata a la Junta de Andalucía.

La sustitución de Cerdán por Torró se efectuó apresuradamente en julio tras la divulgación del contundente informe de la UCO acerca de las operaciones del secretario de organización con Ábalos y Koldo García. Sánchez consideró seriamente la posibilidad de designar a un miembro del PSC para esa posición y discutió esta opción con Salvador Illa. Sin embargo, los socialistas catalanes optaron por no involucrarse en una función tan interna, la cual implica la supervisión y el enlace de todas las divisiones regionales. Para el PSC, esto habría significado un aumento de influencia, pero a costa de su autonomía. Illa comunicó esta decisión a Sánchez, si bien reafirmó su disposición a colaborar si la situación lo requería.

No obstante, las dificultades de Ferraz se remontan a un tiempo atrás. Posiblemente, la primera señal visible fue la salida de Adriana Lastra, quien la justificó por motivos personales, pero que en realidad se originó en las disputas internas. Mientras algunos le achacan a Lastra la ambición de destituir al líder, otros señalan que se ignoraba y obstaculizaba a la vicesecretaria general, mermando su poder en el partido. Ábalos o Cerdán sí ejercieron esa autoridad, pero la utilizaron de forma inapropiada. Tan solo ayer fue detenida Leire Díez, en comunicación con Cerdán, quien recorría las oficinas ofreciendo favores a quienes le apoyaran para desacreditar a altos cargos de la Guardia Civil o a fiscales. Si estas sospechas se ratifican, el PSOE quedó en muy malas manos.

A pesar de las circunstancias, las agrupaciones regionales siempre han ostentado la autoridad real dentro del partido. Sánchez, quien comprende bien estas dinámicas internas, ha considerado las próximas elecciones regionales como una ocasión para posicionar a sus aliados en cada territorio, destacando Andalucía, con Montero, su colaboradora más cercana en el Gobierno, liderando la candidatura. Asimismo, ha designado a Óscar López, un colaborador de confianza en la Moncloa, para la complicada federación madrileña. También se han nombrado a Pilar Alegría en Aragón y Diana Morant en la Comunidad Valenciana. Esta estrategia se ve comprometida en Extremadura, donde el candidato, Miguel Ángel Gallardo, no fue la elección preferida del presidente, sino que emergió inesperadamente tras unas elecciones primarias. No obstante, las perspectivas electorales de Gallardo y su situación judicial podrían motivar una reconsideración de su liderazgo tras los comicios.

El mandatario confía en dominar el PSOE mediante las federaciones regionales y varios miembros del gabinete albergan legítimas ambiciones de sucesión.

Sánchez ejerce una autoridad indiscutible sobre el partido. Ningún miembro se atreve a formular la menor objeción, a excepción de aquellos que históricamente han expresado puntos de vista divergentes, como Felipe González o Emiliano García Page. Sus intervenciones, más que reflejar las insatisfacciones latentes dentro de la formación, tienden a generar una mayor cohesión interna. Sin embargo, esto no descarta la existencia de maniobras encubiertas orientadas al liderazgo venidero. Ciertos ministros nutren legítimas ambiciones de sucesión. Si bien no se atreverían a desafiar directamente al presidente, son conscientes de que la búsqueda de un sucesor se acerca cada vez más.

La colocación de sus aliados en las baronías asegura a Sánchez el dominio sobre la organización, a lo que se sumará en el futuro la elaboración de las candidaturas para las elecciones generales, las cuales formarán un grupo parlamentario dócil, incluso si no logra gobernar. En el supuesto de que Sánchez obtenga más votos que Feijóo, pero el PP y Vox logren formar gobierno según sugieren diversas encuestas, se presentará una situación de presión para que el PSOE respalde la investidura del líder popular. Bajo esas circunstancias, es probable que Sánchez recupere su “no es no”, el punto de partida de todo, pero el partido se enfrentaría a un instante crucial para su cohesión interna. Si las revoluciones consumen a sus creadores, la que Sánchez inició en su momento ya ha devorado a una porción considerable de sus seguidores, pero el líder no está dispuesto a permitir que también sea eliminada su influencia.

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