Juan Antonio Corbalán (Madrid 1954) es uno de los grandes protagonistas de la historia del deporte español. Comenzó su carrera profesional en el Real Madrid de Baloncesto en el año 1971 (club en el que jugó hasta 1988) y tres décadas después la cerró en el Fórum Filatélico de Valladolid. En esos años disputó 177 partidos con la selección española y conquistó algunos de los mayores títulos nacionales e internacionales, aunque el más emblemático es la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de los Ángeles en 1984, un logro que marcó el inicio del básquet español como potencia mundial.
Está reconocido como uno de los 50 mejores jugadores de la historia de la FIBA (y el mejor base del baloncesto español), ha recibido la medalla de oro al mérito deportivo, es miembro del Salón de la Fama del Baloncesto español y diferentes centros deportivos del país llevan su nombre. Retirarse de la cancha profesional no significó olvidarse del deporte, sino un cambio de terreno de juego. Médico, especialista en Medicina Deportiva y Funcional y Fisiología del Ejercicio, compagina la actividad asistencial en el Hospital Universitario Moncloa y Vithas Internacional con su participación en citas científicas y conferencias.
A los 70 años mantiene la actitud vitalista que siempre le ha acompañado, es perseverante, curioso, muy sociable y con una gran capacidad de adaptación a los cambios. Ahora, con una prótesis de rodilla, hace la actividad que su condición física le permite y que le causa placer, porque “el deporte, o es placer o no merece la pena”. Está a gusto con su vida y especialmente con su “independencia ideológica y material”, pero no oculta su inquietud por el momento sociopolítico actual; “me preocupa en manos de quien estamos”, confiesa, y defiende que “tiene que existir un sentimiento altruista y social, incluso en el capitalismo más feroz”.
Quería una actividad científica que tuviera una parte humanística y por eso me decanté por la medicina, para estar en contacto con otras personas
¿Qué enseñanzas de su etapa de deportista le han valido para su carrera de médico?
Empecé a estudiar antes de ser deportista profesional. Era un niño activo que jugaba a todo lo que fueran carreras y saltos; luego comencé a estudiar y a sustituir las carreras y saltos infantiles por el baloncesto, y mi vida se fue llenando de determinadas cosas que me interesaban y, sobre todo, que me hacían disfrutar y compartir mi experiencia y mi vida con mis amigos. Por lo tanto, tengo la sensación de no haber hecho nada como deportista profesional o como médico que no hubiera hecho de cualquier manera. No percibo que una etapa de mi vida me derivó y me influyó en otra. Soy muy vitalista y cualquier cosa que hubiera hecho me habría gustado, pero quería una actividad científica que tuviera una parte humanística y por eso me decanté por la medicina, para estar en contacto con otras personas.
Uno de los pilares del buen envejecimiento es mantener las relaciones personales, que se dan en los deportes de equipo y en la medicina. ¿Esta es una de las claves de su evolución vital?
Sin ninguna duda eso me ha ayudado. Es evidente que todo lo que forma parte de nuestro entorno tiene una influencia enorme, más todavía aquella parte del entorno que siente, sufre y goza como tú. He tenido la gran suerte de que casi todas mis actividades han sido compartidas; me muevo muy bien en la soledad, pero siempre tiendo a compartir lo que me ocurre. Soy muy sociable.
Las penas compartidas son menos, y las alegrías son más…
Si no tuvieras con quien compartir una alegría dejaría de serlo –no así la pena, que la sufres en primera persona– porque la alegría tienes que contarla y disfrutarla con alguien (no puedes celebrar un aniversario solo, por ejemplo). Creo que es una bendición no caer en el terrible problema de la soledad no deseada, aunque también reconozco que a medida que pasa el tiempo nos hacemos más solitarios, porque parte de la vida te va abandonando poco a poco y te va recluyendo y quitando capacidad de relación.
Usted viene de una etapa ilusionante, la de la Transición. ¿Cómo marcó este acontecimiento a su generación y que diferencias encuentra con respecto a los jóvenes de hoy?
Pertenecemos a una generación que vio el final de la tragedia de la Guerra Civil, fuimos la primera generación que empezó a comer bien, que disfrutó de la generosidad enorme de nuestros padres, que se dejaron la vida por evitar que hubiera otra guerra y porque sus hijos vivieran mejor que ellos. En este sentido, nuestra generación es una afortunada. Además, tuvimos la gran suerte de formar parte de la Transición de 1978 –ahora denostada por pequeños burgueses que quieren ponerla en tela de juicio–, para mí el acontecimiento sociopolítico más importante desde el siglo XIX junto con nuestra apertura al mundo, homologarnos como otro país europeo y formar parte de la Comunidad Europea.
A medida que pasa el tiempo nos hacemos más solitarios, porque parte de la vida nos va abandonando y quitando capacidad de relación
¿Qué valores cree que guiaban a su generación durante ese proceso de transformación?
No me gusta ser abuelo cebolleta en el sentido de que lo nuestro fue mejor, no lo creo así; pero sí es verdad que las cosas son buenas cuando eres capaz de encontrar un equilibrio entre los sueños y los deseos que tienes y lo que obtienes, y nosotros pertenecemos a una generación donde las cosas que íbamos queriendo se iban cumpliendo, porque el país en aquella situación necesitaba todo y a todos, y eso también es un elemento de fortuna. Ahora, los jóvenes parece que tienen de todo, pero cuando todos tienen de todo, es como si no tuvieran nada. Este es el problema, que hemos colapsado no por defecto sino por exceso. Es un problema del mundo occidental; pensamos que una vez que cayó el muro de Berlín y el comunismo quedaba demostrado que el capitalismo era la solución final, y no lo es, y todos los graves problemas que tiene nuestra sociedad son un reflejo de esa forma tan nefasta de entender la vida.
Tal vez, los boomers, que hemos podido cumplir nuestros sueños, tenemos algo de responsabilidad en cómo se sienten.
Sin duda. En los años 80-90 parecía que podías aspirar a los elementos de bienestar más elementales: a estudiar en un colegio público o privado, a hacer una carrera universitaria, a formar una familia…, y nos hemos dado cuenta de que la sociedad que hemos hecho ha negado esas cosas a un porcentaje altísimo de nuestra población. Naturalmente que tenemos mucha responsabilidad en el mundo que hemos construido, pero va muy ligado a lo que hemos hablado [el capitalismo a ultranza]: pensábamos que por tener la posibilidad de generar riqueza y ser un país tecnológicamente avanzado, teníamos todo hecho. Y no es así, porque si la riqueza existe, pero si no se distribuye correctamente, deja de ser una virtud y acaba siendo un problema.
¿Cree que esa brecha generacional también afecta la forma en que se transmite el conocimiento y la experiencia?
También tengo que decir que a medida que nos hacemos mayores, perdemos capacidad de aprendizaje y si hasta los 30-40 años parece que podemos educar a nuestros hijos, a partir de una determinada edad son ellos los que nos van enseñando a nosotros. Todas las nuevas tecnologías, todos los nuevos elementos que definen la modernidad, están muy lejos de nuestra capacidad intelectual. Y ese es el equilibro: ahora son los jóvenes los que educan a los mayores, y yo me siento muy educado no solo por mis hijos, sino también por todos los jóvenes con los que he tenido y tengo la fortuna de trabajar.
De alguna manera esto se transforma en edadismo. ¿Usted lo ha sentido?
No, porque soy autónomo y donde no estoy bien me voy y se acaba el problema. No tengo esa sensación, pero entiendo que sí lo es. Si hay un colectivo joven que aspira a desarrollar un proyecto de vida y necesita un trabajo, pero está copado por personas mayores, lógicamente surge un conflicto (también se da en la naturaleza, cuando un macho joven lucha contra el macho viejo). La vida está llena de esos ejemplos y debemos ser lo suficientemente inteligentes para entender que este tipo de fenómenos tenemos que intelectualizarlos y hacerlos coherentes con lo que son posturas civilizadas.
La riqueza existe, pero si no se distribuye correctamente, deja de ser una virtud y acaba siendo un problema
¿Ha pensado en la jubilación?
Hay cosas en la vida que te llegan y no tienes que estar preocupándote por ello. Hay profesiones en las que, naturalmente, se debe desear jubilarse, como son los trabajos de mayor requerimiento físico; pero no es mi caso. Yo estoy muy a gusto y si no estuviese trabajando, estaría buscando algo que fuera similar en plan aficionado. No espero la jubilación; creo que la jubilación es empezar a morir y no es que tenga unas ganas locas de vivir más de lo que me toque, pero tampoco tengo ninguna gana de morirme antes de que me toque.
Uno de los mensajes más repetidos es que el ejercicio es la mejor pastilla, por eso, muchos nos equipamos para hacer un deporte como profesionales, pero, paradójicamente, cogemos el coche para todo, subimos un piso en ascensor y no soltamos el mando de la tele…
No hay que confundir deporte con una vida activa. Sobre el deporte, nos hemos hecho una sociedad tan activa porque nuestra forma de vida ha identificado un nicho de negocio (basta con ver las cifras de los grandes fabricantes de material deportivo). Por otra parte, antes no había grandes comodidades y todo se hacía con desplazamientos que suponían un coste; el deporte era denostado y era lo que hacían las personas que no podían pagarse medios de transporte o la comodidad mediante sirvientes. Ahora, el deporte ha demostrado su bondad para todos nuestros sistemas corporales, salvo que tengas artrosis, y entonces habrá que moderar la actividad física, que no significa quedarse quieto. La quietud es muerte, el movimiento es vida. Antes éramos muy de antibióticos y nadie pensaba que la mejor forma de combatir una enfermedad es que no ocurra y el fármaco preventivo más eficaz es la actividad física.
¿Usted cómo ha evolucionado en el tema del deporte?
Lógicamente, estoy mucho peor que antes, pero en la vida las partidas se juegan cada día y en las de cartas, las partidas se juegan en cada mano. Hay veces que te dan buenas cartas y es muy fácil jugar, y otras, te tocan malas cartas y cuesta más trabajo, pero hay que jugar. Y la vida es jugar.
No se marque un farol y responda: ¿cuánto deporte hace ahora?
El que puedo. A los 9 años empecé a dar saltos; cuando era profesional entrenaba 7 u 8 horas diarias; después he hecho etapas de 170 kilómetros en bicicleta; he hecho el Camino de Santiago, he subido los picos de más de 2000 metros que hay alrededor de Madrid… Ahora tengo una prótesis de rodilla y hay días que puedo sacar dos horas y otros nada, me siento a leer, porque no solo de deporte vive el hombre, y no tengo ningún interés en demostrar nada. Juego y hago el deporte que puedo y me produce placer porque, salvo cuando el deporte forma parte de un tratamiento prescrito por un médico, el deporte o es placer o no merece la pena. Camino, aunque la rodilla limita mis paseos a 8 o 10 km como mucho. A medida que pierdes la capacidad de hacer deportes de más calidad, haces otros de menos calidad y caminar es un deporte magnífico de muy baja calidad, pero es el que hago.
Antes éramos muy de antibióticos y nadie pensaba que la mejor forma de combatir una enfermedad es que no ocurra y el fármaco preventivo más eficaz es la actividad física
¿Guarda amigos de la etapa del baloncesto?
Si, muchos. Con los que estudiaron conmigo en el colegio me veo un par de veces al año y comemos. Nos conocimos con 10 años y ahora tenemos 70. De los posteriores, guardo muchos amigos
¿Eso le ayuda a envejecer mejor?
Si, porque yo reivindico en lo humano el valor de la nostalgia. Yo quiero vidas que eche de menos después, no vidas que desee olvidar. Para mí la nostalgia es un placer sin que me haga caer en la melancolía. En mi nostalgia recuerdo mi etapa del colegio con felicidad, mi etapa de baloncesto, de conocer tantos amigos y situaciones, y por fortuna, y eso también forma parte de haber tenido suerte en la vida, tengo que agradecer a mucha gente que haya contribuido a formar un capital emocional tan grande. Me gusta recordar los muy buenos momentos que tuve. Para mí es una nostalgia positiva, porque la nostalgia se alimenta de memoria y la memoria es lo único que nos ancla en la vida. Gracias a eso vivimos.
¿De que está especialmente orgulloso?
De lo que más contento estoy es de haber mantenido mi independencia. Me considero una persona muy dependiente de los demás en el sentido emocional, pero soy independiente. Puedo optar a muchas cosas que puedan mejorar mi vida, tanto en el plano intelectual como en el material. Mi independencia, tanto ideológica como material y emocional es de lo que más contento puedo estar. Además, he podido transmitir mucho de esa fortuna a mis hijos y hacerles entender que, en la vida, llega un momento en el que las cosas son buenas, no por la cantidad sino por la calidad de lo que tienes y eso me ha hecho sentirme muy a gusto.
¿Qué le preocupa de cara al futuro?
Me preocupa en manos de quién estamos. Vivimos en una sociedad en la que los malos se han hecho los protagonistas y parece que van a marcar la pauta en los próximos años. Esto también forma parte de esa vulnerabilidad en la que vivimos y que para nosotros actúa como una auténtica losa social; sin embargo, nuestros hijos, y sobre todo nuestros nietos, se acostumbrarán. Con todo, confío en que llegará un elemento corrector para entender que incluso el autoritarismo puede estar hecho por gente buena. No me importaría vivir en una dictadura de Vicente Ferrer, pero cuando tus dictadores son los que tenemos por delante en el ámbito internacional, es cuando te das cuenta de que es prioritario la redistribución de riqueza y promover una buena vida para el máximo número de personas. Soy suficientemente realista de que este romanticismo de que todos vamos a vivir muy bien es mentira, el comunismo como tal no puede existir, pero sí debe haber un sentimiento altruista y social, incluso en el capitalismo más feroz, o si no, acaba siendo lo que tenemos ahora con el ejemplo de Estados Unidos.