“Las frases como ‘¿qué se le va a hacer si siempre fue así?’ Justifican  las relaciones tóxicas en mayores, en vez de cuestionarlas”: huir de los celos y el control en pareja puede ser más difícil en la madurez y la vejez

Longevity 

La madurez y la vejez son etapas de cambios y pérdidas de salud y de vínculos, y esos vacíos pueden hacer aflorar conflictos emocionales no resueltos, inseguridades o incluso dependencias afectivas 

Las relaciones tóxicas en la madurez y vejez tienen algunas características o raíces particulares

Las relaciones tóxicas en la madurez y vejez tienen algunas características o raíces particulares. 

Srdjan Randjelovic - istock

Cuando vemos a una pareja de mayores, cogidos de la mano, nos invade una sensación de ternura y esperanza, porque parece la confirmación de que es posible, con el pasar de los años, llegar a un puerto tranquilo. Históricamente, se nos ha transmitido que los mayores y sus parejas, con las que “llevan toda la vida”, rebosan paz, sabiduría y estabilidad emocional. Esto puede ser cierto en algunos casos, pero, a veces, detrás de esa imagen tan entrañable, se esconde una realidad diferente y quizá esas personas siguen juntas por otras razones, que no tienen mucho que ver con el amor ni la tranquilidad. Hay casos en los que la manipulación, los celos, el control y la dependencia contaminan la relación.

A Juana F. (69 años) le ocurrió. Cada vez que salía de casa, su marido Emilio (80) le decía que por qué se iba, si era porque ya no lo quería. “Yo iba con mis amigas a pilates y natación, y nos tomábamos un café por las mañanas, o iba de compras, pero cada vez que volvía, él me acribillaba a preguntas, se ponía triste o se enfadaba”. Hoy Emilio ya no está, pero Juana aún tiene un sentimiento de la culpa, de la dependencia de su marido, de esos celos injustificados y del temor a ser abandonado.

Cada vez que volvía de estar con mis amigas, él me acribillaba a preguntas, se ponía triste o se enfadaba

Juana F.69 años

Estas dinámicas ocurren con más frecuencia de lo que creemos en los séniors. Están tan naturalizadas, que se hacen difíciles de detectar y se escudan en que es parte del carácter de uno o de ambos, del curso natural de la vida, son los gajes de la propia convivencia, o, simplemente, porque así ha tocado. 

“La vejez también es una etapa de pérdidas de salud, de roles, de vínculos, y esos vacíos pueden hacer aflorar conflictos emocionales no resueltos, inseguridades o incluso dependencias afectivas que ya estaban ahí y que se arrastran desde etapas anteriores, pero que, con los años, surgen con más fuerza”, sostiene la psicóloga Mia Hungría. “Seguimos pensando que es una etapa pasiva, donde ya no pasan cosas importantes, pero lo cierto es que ahí, también, se siguen construyendo vínculos, decisiones, sufrimientos y posibilidades”, dice la experta.

La vejez también es una etapa de pérdidas de salud, de roles, de vínculos, y esos vacíos pueden hacer aflorar conflictos emocionales no resueltos

Mia HungríaPsicóloga

Estas formas de relacionarse no surgen de la noche a la mañana. Son muchos y diversos los motivos por los que se generan, se desarrollan y se perpetúan. Para investigar cuál es el origen en cada caso, hay que revisar cómo ha ido funcionando ese vínculo a lo largo de los años.

La también psicoterapeuta asegura que hay personas que llevan décadas en relaciones desiguales y que nunca se lo han cuestionado. Quizá deciden que ahora es el momento de hacerlo, pero tal vez, no lo hagan nunca y mantengan el status quo. Muchas de estas parejas ni siquiera se llevan bien, pero tampoco han pensado en separarse. No obstante, el aburrimiento, el exceso de confianza y tantos años de convivencia pueden pasar factura: funcionan en el día a día, pero ni se miran, ni se hablan, solo discuten y se aguantan. Llegados a este punto, la relación se ha vuelto insana y vacía.

La persona puede volcarse emocionalmente en su pareja, hasta el punto de convertir el vínculo en su única fuente de sentido o de seguridad

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En otros casos, estas características de relación tóxica en los mayores pueden aparecer como una respuesta a los cambios vitales, como la jubilación, una viudez previa, la enfermedad o la disminución de autonomía, y conducir a comportamientos que no existían de forma clara antes. “La persona puede volcarse emocionalmente en su pareja, hasta el punto de convertir el vínculo en su única fuente de sentido o de seguridad”, explica la experta. Hungría hace hincapié en que, con la edad, pueden aparecer miedos a la soledad, a la pérdida o al abandono, además de inseguridad, especialmente cuando cambian la rutina o el entorno.

Un tercer factor clave que precipita estas situaciones es la falta de conciencia emocional o de herramientas para gestionar el miedo, la tristeza, los celos, la inseguridad y la baja autoestima. “Si durante toda una vida no se ha hablado de emociones, es difícil empezar a hacerlo a los 70 años”, dice la psicóloga, porque muchas personas mayores han crecido en un contexto donde no existía el lenguaje emocional que hoy tenemos. A la mayoría de los séniors se les enseñó a adaptarse, a sobrevivir y a no cuestionar las estructuras de poder dentro de la pareja. “Por eso, muchas veces se recurre al control, a la exigencia o a la manipulación afectiva como formas mal adaptadas de pedir cariño o asegurar la presencia del otro”, señala la experta, quien añade que estas actitudes nacen fundamentalmente del miedo a quedarse solos. Y como nunca han hablado de ello, es fácil caer en ideas como “a estas alturas, ya no vale la pena”; “siempre fue así, ya me acostumbré”; “no quiero molestar a los hijos con mis cosas.” Pero, que no se haga ni se le plante cara, no significa que no exista. Solo se silencia.

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Según Bernardo Stamateas, psicólogo que investiga desde hace tiempo la toxicidad en el amor, el lenguaje es una herramienta de comunicación maravillosa, pero al mismo tiempo, casi un arma mortal. En su libro Gente tóxica (B de Bolsillo, 2023) expresa que “la persona violenta siempre te hará sentir que eres parte de la guerra que él ha comenzado, y, por sobre todas las cosas, hará lo posible para llevarte a su campo de batalla. Sabe qué decirte, cómo y cuándo, conoce muy bien tu talón de Aquiles. De una u otra forma, su intención es salirse con la suya, inspirarte temor, desarticularte y obtener lo que él quiere por sobre todas las cosas”.

Pero en esta manipulación, no solo influye el contenido, sino que también las formas. “El tono de voz, la gesticulación y la postura corporal constituyen una demostración clara de lo que el otro está esperando de nosotros y de lo que desea que entendamos. Lo que no sabe es que ese permanente tono genera en los otros un constante rechazo y falta de interés hacia todo lo que venga de su parte”, escribe el autor. Esta violencia hace mella. 

La persona violenta siempre te hará sentir que eres parte de la guerra que él ha comenzado

Bernardo StamateasPsicólogo
A Senior Woman is Angry at her Husband. Senior Couple is Going Through Serious Debate Due to Relationship Problems.

Las relaciones de pareja pueden ser dañiinas a cualquier edad. 

BrankoPhoto - istock

Para Eva M. (60 años) los celos se convirtieron en un hábito diario. “Perdía bastante tiempo husmeando en su móvil, confirmando lo que me decía, tratando de descubrir sus mentiras y de algún modo violaba su intimidad”, dice. El de Eva es un ejemplo de quien acumula problemas no resueltos a lo largo de sus 30 años de casados. “Creíamos que nos queríamos, por lo que seguimos”. Tras descubrir una infidelidad de su marido, la primera de varias, los años venideros se convirtieron en una cadena de reproches y desconfianza, mal humor y celos.

Su marido, lo era aún más: “tenía la obsesión de que todos los hombres querían algo conmigo y me regañaba”. Además, a él le costaba asumir que ella tuviera un mejor sueldo y las finanzas domésticas eran su método de control. “Yo ganaba, pero él decidía qué hacíamos con el dinero. Yo ya no tomaba decisiones de inversiones ni gastos”. Están separados desde hace poco más de un mes. “Entre lágrimas y ruegos para que me dijese la verdad, decidí que aquello se había terminado”. Al principio de la relación, Eva se sentía muy mal y muy triste, angustiada y ansiosa. “Ahora solo estoy triste, aunque me pregunto por qué no supe retenerlo”. Está tranquila disfrutando de su familia y de sus amigas “y de elegir qué ver en televisión o en qué invertir mis ahorros”, nos cuenta.

Perdía bastante tiempo husmeando en su móvil, confirmando lo que me decía, tratando de descubrir sus mentiras y de algún modo violaba su intimidad

Eva M. 60 años

Esta tríada dependencia-celos-control también surge muchas veces cuando uno de los dos miembros de la pareja ha perdido capacidades físicas o cognitivas, y el otro asume un rol de cuidador, pero sin poner límites. Ahí es cuando la relación de dependencia se acrecienta a gran escala. “Pero también se da cuando se ha vivido siempre subordinado y, con los años, se ha vuelto “lo normal””, acota la especialista.

Los celos también pueden intensificarse cuando aparece el miedo a perder al otro, incluso de forma irracional. A veces, se piensa que los cambios del cuerpo y las circunstancias de cada cual dejan de ser sexies para el otro. Y la pregunta “¿qué haría yo sin él o ella?” Persiste, envuelta de ese temor. Crece el miedo, crece la dependencia emocional y, cómo no, los celos de dónde va y qué hace el otro.

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El deseo de controlarlo todo, pasa también por ahí. De saber exactamente dónde está el otro, para no tener la inseguridad de que no vuelva. Se quiere tener sujeta a la otra persona, ocupada y preocupada por él o ella, y se trata de seguir siendo el centro de interés. “A veces, el control puede ser una forma de no afrontar el propio vacío”, dice Hungría. Cuando la pareja se aferra a una relación por miedo a que nadie lo atienda, lo cuide o ya no lo quiera, puede dar pie a estos comportamientos dañinos.

Muchas veces, los miembros de la pareja no se identifican como personas que están sufriendo, por lo que este tipo de relaciones son difíciles de detectar, no solo por la pareja, sino que las señales suelen ser invisibles también para los seres queridos. Judith C. (62) fue testigo del divorcio de sus padres después de casi 40 años de casados. “Todos los hijos quieren que sus padres permanezcan juntos y felices toda su vida, no discutan, se diviertan y se cuiden. Lamentablemente, eso no les pasó a mis padres. Creo que había maltrato psicológico, muy disimulado porque mi madre maquillaba y redecoraba la realidad”, dice y añade que siente tanto no haberlo visto así antes. 

Hoy Judith recuerda las conversaciones con su madre antes de morir, donde salió todo el malestar a la luz. Opina que su madre, durante tantos años, no había sido consciente de esa toxicidad. En esas charlas, su madre llegó a confesar que le incomodaban las malas contestaciones y los gritos de su padre, pero mantenía intacta la imagen que había creado de él. Después de un divorcio violento, con una enfermedad a cuestas y viviendo sola, su madre admitió la paz que le daba la decisión y no sentir su presencia exigente, fantasma y permanente. “Nunca se sabía cómo iba a reaccionar él. Pero ella vivía tensa ante la posibilidad de que se enfadara”, cuenta Judith.

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Por otra parte, la psicóloga dice que es habitual que exista una mezcla de resignación, desconocimiento y compasión malentendida por parte del entorno. “La familia normaliza estas dinámicas porque siente que es mejor no remover nada”. Frases como “ya son mayores, ¿para qué los vamos a complicar?”; “a su edad no va a cambiar”; “esto es lo que toca’ o ‘es que no puede estar solo” hacen difícil salir del bucle. “No solo justifican al que tiene un comportamiento dañino, sino que también desautorizan a la persona que sufre. Y, eso, es otra forma de invisibilización”, dice Hungría. Otras expresiones frecuentes, como ‘no hay más remedio que aguantar’, ‘¿qué se le va a hacer, si siempre fue así?’, avivan también la desigualdad en la relación.

En otras ocasiones, se parte de una idea rígida de que una persona mayor ya no puede cambiar o que intervenir solo va a generar conflicto. La psicóloga considera peligrosa esta actitud porque “deja a muchas personas atrapadas en vínculos que les hacen daño. Además, esconde una dependencia mutua que nadie se atreve a romper”. Entonces, desde el entorno familiar, amistades, incluso profesionales, muchas veces también hay una actitud de no remover nada. “En vez de cuestionar la situación, se justifica. Se protege al sistema familiar por encima del bienestar individual”, señala la experta. Y es que validar estas actitudes es más cómodo que aceptar que una persona de 70 u 80 años puede estar pasándolo mal y que necesita ayuda.

Perfil de una relación insana

Esa resignación aprendida de la que hablábamos antes sigue muy presente, especialmente en las mujeres. “Muchas mayores de 70 años han sido socializadas en la idea de cuidar, ceder, poner al otro por delante. Y muchos hombres han sido educados en roles de autoridad, de control, de escasa expresión emocional”, dice la psicóloga. Ello puede perpetuar dinámicas muy asimétricas, “donde ella sigue aguantando y él sigue imponiendo, a veces, sin cuestionárselo”. Afortunadamente, hay excepciones, pero la variable género sigue siendo muy determinante.

La experta cuenta que, en su consulta, este tipo de relaciones desiguales se observa con más frecuencia en mujeres de entre 65 y 80 años, que llevan casadas toda la vida. “En muchas, hay un patrón biográfico marcado por haber asumido siempre el rol de cuidadoras, de sostén emocional del otro, a menudo anulando sus propias necesidades, y que ha normalizado el maltrato emocional, creyendo que “eso es lo que toca”, dice Hungría. Estas personas suelen tener dificultades para poner límites o expresar malestar y les cuesta reconocerse como merecedoras de un trato respetuoso y equilibrado.

Muchas mayores de 70 años han sido socializadas en la idea de cuidar, ceder, poner al otro por delante. Y muchos hombres han sido educados en roles de autoridad, de control

Mia HungríaPsicóloga

También se registran hombres que dependen completamente de su pareja para su bienestar emocional y que reaccionan con celos o amenazas ante cualquier intento de autonomía por parte de ella. “Ellos también pueden sentirse atrapados, aunque con frecuencia, les cuesta mucho más reconocerlo, debido a la presión social sobre la figura masculina”, acota la experta, quien afirma que tanto en unos como en otras, suele haber una falta de red de apoyo, baja autoestima, aislamiento progresivo y una sensación de no tener alternativa”. Es decir, una enorme dificultad para imaginar que la vida puede ser distinta.

Aunque desde fuera parezca una relación “normal”, estable o incluso tierna, hay varias señales que pueden darnos pistas de que algo no va bien. Algunas de ellas pueden pasar desapercibidas porque se disfrazan de cuidado, rutina o preocupación por el otro. Sin embargo, si observamos con calma, podemos detectar ciertos patrones que indican que la relación no es emocionalmente sana. Algunos de ellos: cuando uno de los dos apenas toma decisiones por sí mismo, hay un aislamiento progresivo (dejan de ver a amistades, familiares), el lenguaje que usan está lleno de desvalorización o miedo, hay hipervigilancia emocional, uno de los dos ocupa todo el espacio de la relación... 

“Estas señales se pueden pasar por alto si se interpretan como parte del envejecimiento o como la forma de ser de la pareja, pero vistas en conjunto, pueden alertarnos de que hay una dinámica desigual o incluso tóxica, aunque no exista violencia evidente”, advierte Hungría.

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La psicóloga deja claro que la violencia emocional no tiene edad, pero el cuidado tampoco. Además, a veces lo que duele no es solo la relación en sí, sino la sensación de que nadie va a verlo. Por eso, es fundamental hablarlo.

A pesar de estar atrapado en una relación desigual, nutrida de miedo, dependencia, celos o descalificación, la psicóloga asegura que en la vejez también puede haber conciencia, reparación y alivio. La idea de que ya no hay nada que hacer es una trampa que hemos repetido demasiadas veces. “Cuando alguien empieza a salir de ahí, aunque sea con pasos muy pequeños, es cuando aparece la verdadera posibilidad de bienestar”, dice la psicoterapeuta, quien reflexiona en que cada vez que una persona mayor se elige a sí misma, aunque sea a los 80, “está rompiendo un silencio, desafiando una idea cultural y ampliando lo posible para todas las demás, porque cambiar, cuidarse y poner límites también transforma lo colectivo no solo lo individual”.

Mia Hungría opina que habría que dejar bien claro que “seguir como se está también tiene un coste”. Hay pequeños gestos que pueden empezar a abrir camino: hablar con alguien de confianza, expresar un “no” aunque sea bajito, buscar espacios propios por pequeños que sean o pedir ayuda profesional, sin pensar que ya es tarde para hacerlo. “A veces no se trata de cambiar toda la vida, sino de empezar por una conversación diferente”, apostilla la experta.

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Mia Hungría Psicóloga

Es verdad que, en caso de violencias y maltrato, se denuncia poco. La psicóloga explica que esto ocurre porque muchas personas mayores no se reconocen como víctimas, o no saben que lo que viven puede tener el nombre de maltrato. “También hay miedo a las consecuencias, a quedarse solos, a desestabilizar el entorno familiar. Y en ocasiones hay dependencia económica o física, lo que hace que romper la relación parezca inviable”, dice.

El primer paso no tiene que ser grande, solo tiene que ser verdadero. Muchas veces lo que frena no es solo el miedo al cambio, sino que no el pensar que es lo que hay que vivir. Por eso, como dice la experta: “la dignidad emocional no caduca con los años. Sentirse cuidado, escuchado, respetado, sigue siendo un derecho, tengas 40, 70 o 90”.

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