No solo los adolescentes o los ejecutivos hiperconectados viven pegados al móvil. Cada vez más séniors reconocen que no pueden pasar sin su teléfono. La imagen del jubilado ajeno al mundo digital ha quedado obsoleta. Hoy, millones de personas mayores tienen un smartphone y lo usan con asiduidad e intensidad. Según el V Barómetro del Consumidor Sénior, elaborado por el Centro de Investigación Ageingnomics de Fundación MAPFRE, la presencia en internet de los séniors se ha incrementado del 57% en 2020 al 75% en 2024.
En esta quinta edición, realizada en noviembre del pasado año, se han analizado los hábitos de más de 16 millones de españoles mayores de 55 años, de los cuales el 40% superaba los 70 años. Y los datos hablan: el 97% (casi 12 millones) utiliza Google, la mayoría en el móvil. Facebook se mantiene como su red social favorita (la emplea el 89%), seguida de Instagram (casi un 70%). Más allá de las redes sociales, alrededor de un 90% de los mayores de entre 60 y 69 años realizan habitualmente gestiones bancarias online y en torno a un 80% compra por internet. Pero esta creciente conectividad también les está llevando a una mayor dependencia de sus dispositivos digitales.
“Nunca pensé que un móvil pudiera ocupar tanto tiempo en mi vida”, admite Isabel G., de 64 años, separada y a punto de jubilarse. “Al principio lo usaba por si mis hijas o mis padres necesitaban algo. Me daba seguridad. Pero ahora, en cuanto suena el WhatsApp, no puedo evitar mirarlo en el momento. Además, lo chequeo compulsivamente”. Sin apenas darse cuenta, el móvil se ha convertido en su compañero inseparable y le ha cambiado algunas de sus rutinas. “Curioseo por Facebook mientras veo la tele o antes de dormir. También me entretengo con vídeos, desde trucos domésticos hasta todo tipo de ‘bobadas’. Los memes me sirven de evasión. En el autobús, ya no miro por la ventana, sino la pantalla, y más de una vez me he pasado de parada”.
Escenas así ya no sorprenden a los expertos. La dependencia del móvil ha llegado a los mayores. WhatsApp, Facebook y juegos como Candy Crush absorben parte de la vida cotidiana de muchos. Lo que comenzó como una herramienta para mantenerse en contacto con la familia, ha evolucionado hacia otra forma de pasar el tiempo, llenar vacíos emocionales o rutinas solitarias. No siempre es adicción, pero el apego digital crece.
En cuanto suena el WhatsApp, no puedo evitar mirarlo en el momento. Además, lo chequeo compulsivamente. En el autobús, ya no miro por la ventana, sino la pantalla, y más de una vez me he pasado de parada
¿Adicción o trastorno desadaptativo?
El fenómeno no es homogéneo. No todos los mayores usan el móvil igual. La psicóloga Leticia Pérez del Tío, especialista en psicogerontología y neuropsicología, y directora gerente del centro Iubilate, distingue tres perfiles, según la edad, que ilustran esta diversidad. Por un lado, están los pioneros digitales, entre los 60 y 69 años, “verdaderos exploradores tecnológicos que no solo usan WhatsApp, sino que descubren nuevas aplicaciones, comparten conocimientos y demuestran que el aprendizaje es continuo”.
Por otra parte, se encuentra el grupo entre los 70 y 79, que usa el móvil con intención y criterio: “eligen cuidadosamente qué tecnologías utilizar. Suelen centrarse en lo que les aporta valor: videollamadas con el entorno cercano, grupos de WhatsApp, o consultar noticias de su interés”. Y por último, se refiere a los valientes tardíos (mayores de 80 años); son pocos pero cada videollamada que hacen “es un testimonio de valor y adaptación. Demuestran cada día que el aprendizaje no tiene edad”. Dicho esto, aclara que “la verdadera adicción al móvil es relativamente poco frecuente entre los mayores. Suele darse más un uso desadaptativo, surgido como respuesta a necesidades no cubiertas”. Dos conceptos que a menudo se confunden y conviene distinguir.
La adicción, explica la psicóloga, implica pérdida de control sobre el uso, síndrome de abstinencia (ansiedad intensa cuando no está disponible), destinar cada vez más tiempo para obtener la misma satisfacción o el abandono de actividades por usar el dispositivo. A ello, añade Rosa Mª Molina, psiquiatra del Hospital Universitario Clínico San Carlos (Madrid), se suman síntomas como dificultades para dormir, irritabilidad si se les interrumpe el uso o desinterés por otras formas de entretenimiento.
No obstante, asegura Pérez del Tío, el uso desadaptativo es mucho más común. Se caracteriza por una utilización excesiva en determinados momentos (por ejemplo, noches de insomnio), y cumple una función de alivio porque ayuda a compensar vacíos emocionales o a combatir la inactividad. No responde tanto a una compulsión real, sino a la falta de otras alternativas o a la necesidad de adaptarse a circunstancias vitales como la soledad o la movilidad reducida. En estos casos, el móvil no llega a dominar la vida del usuario, pero sí ejerce de refugio cotidiano en momentos de aburrimiento o desconexión emocional.
La verdadera adicción al móvil es poco frecuente entre los mayores; suele darse un uso desadaptativo como respuesta a necesidades no cubiertas
“La diferencia clave es que la adicción implica una pérdida de libertad de elección, mientras que el uso desadaptativo mantiene la capacidad de modificar el comportamiento cuando se ofrecen alternativas atractivas o se comprenden las consecuencias”, explica la psicóloga. Y esta distinción es importante porque el abordaje es distinto. En el uso desadaptativo, el pronóstico es más optimista, menos patologizante y reconoce la capacidad de la persona para tomar decisiones y recuperar el equilibrio.
Según la doctora Marisol Roncero, psiquiatra del Centro de Adicciones Comportamentales (AdCom) del Hospital Gregorio Marañón, la adicción al contenido del móvil de los séniors es muy parecida a la de un adulto joven: muchas horas conectados y un aislamiento social importante. La diferencia reside en que en los jóvenes dicho aislamiento suele ser consecuencia de la adicción, y en los mayores muchas veces es la causa. Aunque no hay mucha investigación sobre la adicción al móvil en adultos mayores, la doctora Molina refiere un estudio surcoreano de 2021 que encontró que el 14 % de los mayores de 50 años estaba en riesgo potencial de dependencia, y un 3,5 % en riesgo alto. Estas cifras habían aumentado casi un 50 % desde 2016, sobre todo en personas de entre 50 y 60 años.
Cuando el móvil llena vacíos
Detrás del uso intensivo del móvil, hay realidades vitales. “Los adultos mayores buscan pertenencia, propósito, competencia, autonomía y conexión. Y la tecnología puede satisfacer muchas de estas necesidades”, comenta la directora de Iubilate. Según las expertas, factores como la jubilación, la viudedad, la falta de actividades significativas, la pérdida de movilidad o incluso una depresión latente, pueden propiciar esa dependencia. En estos casos, la pantalla se convierte en una ventana al mundo.
Independientemente de su valor práctico, el smartphone cumple con una función emocional que suele pasar desapercibida. “Actúa como válvula de escape que cubre carencias de la vida cotidiana: compañía y conexión, reconocimiento que muchas veces no se muestra en el cara a cara, distracción del aburrimiento, curiosidad por la vida ajena que se usa como referentes de 'lo que se espera de la vida que debería llevar', sentimiento de utilidad o pertenencia”, señala la doctora Rosa Mª Molina. “Se sienten partícipes de la vida social cuando comentan, comparten o dan un like”.
El móvil actúa como válvula de escape; los séniors se sienten partícipes de la vida social cuando comentan, comparten o dan un 'like'
De ahí el éxito de WhatsApp y Facebook entre este grupo. “Satisfacen necesidades reales: conexión, información, entretenimiento. Además, crean rutinas positivas, como el 'buenos días' en el grupo familiar”, corrobora Leticia Pérez del Tío. Facebook es la red con mayor aceptación entre los mayores de 60 años, probablemente porque fue su puerta de entrada al mundo de las redes sociales. “Es una herramienta intuitiva, accesible y fácil de manejar. Permite ver fotos, seguir eventos y sentirse conectados sin requerir muchas habilidades digitales”, explica Rosa Mª Molina. Para la doctora Roncero, más que crear dependencia, esta red social ha beneficiado mucho a los mayores, ya que les permite estar conectados con comunidades que les interesan, y mantener lazos de amistad y familiares.
Y si hablamos de gaming, los mayores tampoco son ajenos. Candy Crush es el juego de referencia entre los mayores de 65 años, según GfK DAM, medidor oficial del consumo digital en España. El informe, publicado por NIQ (firma global de investigación de mercados) en agosto de 2023, revelaba que más de 258.000 personas de este grupo de edad lo juegan a diario y son, además, las que más tiempo le dedican: una media de 16 horas y 38 minutos mensuales.
Ana M. 62 años, sería un caso típico. Lleva años jugando a diario a Candy Crush. Ya ha pasado el nivel 12.000 y superar cada obstáculo la tiene enganchada. No es anecdótico: el diseño del juego se actualiza constantemente, añadiendo más niveles para mantener el desafío y estímulos inmediatos que aportan sensación de dominio o la ilusión de estar a punto de ganar. Ese es el quid. Un estudio chino, publicado en ScienceDirect (2016) reveló que el 7,3% de los jugadores frecuentes de Candy Crush mostraban signos de adicción, sobre todo en casos de soledad, aburrimiento y bajo autocontrol. La accesibilidad y portabilidad del juego refuerzan ese apego.
No obstante, “bien usados, juegos como Candy Crush pueden facilitar tareas como concentración y atención”, señala la doctora Roncero. El problema, advierte esta psiquiatra, surge cuando hay vulnerabilidad emocional y se descuidan rutinas saludables. “Proporcionan una distracción inmediata y recompensas simples que refuerzan la conducta, lo que puede generar hábito o dependencia”, concluye Molina.
Bien usados, juegos como Candy Crush pueden facilitar tareas como concentración y atención
Lo que la adicción esconde
Estas tecnologías, por sí solas, no perjudican, pero cuando se da un uso excesivo puede haber detrás un trastorno de fondo que conviene abordar. En este sentido, Leticia Pérez del Tío, avisa sobre algunas señales que pueden alertar de un uso problemático del móvil: cambios en las rutinas, molestias físicas como dolor cervical o alteraciones del sueño, pérdida de interés por otras actividades o comentarios recurrentes del entorno del tipo “siempre estás con el teléfono”. Estas conductas pueden derivar en sedentarismo, problemas posturales, ansiedad por estar siempre disponible o incluso aislamiento. Además, añade Rosa Mª Molina, “el uso pasivo y prolongado puede incluso reducir la estimulación cognitiva y acelerar el deterioro en personas vulnerables”.
Sin embargo, en términos generales, las expertas coinciden en que la tecnología bien usada puede tener incluso un papel ‘protector’. Frente al mito de la “demencia digital”, Pérez del Tío cita un estudio publicado en Nature Human Behaviour que muestra lo contrario: un uso habitual se asocia a un 58% menos de riesgo de deterioro cognitivo. “Es lo que llaman reserva tecnológica: el cerebro no se atrofia con la tecnología, sino que se fortalece al realizar actividades mentales complejas”. Además, Marisol Roncero destaca que algunas apps con inteligencia artificial pueden servir de apoyo y mejorar la calidad de vida.
Eso sí, cuando se detecten señales de alerta, recomiendan actuar, y hacerlo con empatía. Por ejemplo: “validar lo positivo (‘me alegra que sepas usar tan bien el WhatsApp’), expresar necesidades (‘echo de menos nuestras charlas sin interrupciones’) y proponer, no imponer (‘¿qué te parece si establecemos momentos sin móvil?’)”, sugiere la psicóloga. En la misma línea, Molina aconseja evitar la crítica constante y expresiones del tipo ‘lo que tienes que hacer…’ y fomentar el uso de apps útiles, como las de memoria o ejercicio.
No se trata de eliminar el móvil, sino de hacer un uso consciente y saludable mediante la autobservación (llevar un registro de tiempo y tipo de uso), el establecimiento de rutinas (horarios para revisar mensajes) y la creación de momentos o zonas sin tecnologías. Pero si el problema persiste o se agrava, conviene buscar apoyo profesional. Muchos casos mejoran “con intervenciones sencillas basadas en comprensión, apoyo y alternativas atractivas”, asegura Leticia Pérez del Tío, quien defiende un enfoque terapéutico basado en estrategias prácticas y realistas y no patologizar.