Vivir más años y vivirlos mejor. Un anhelo tan antiguo como la propia humanidad que, en los últimos tiempos, se ha transformado casi en una obsesión. Alcanzar una longevidad saludable significa, en esencia, extender ese tramo de la vida en el que el cuerpo y la mente permanecen libres de las huellas de las enfermedades ligadas al envejecimiento, y es precisamente a partir de esta idea que se basa la verdadera clave del bienestar y la plenitud. Por eso, parece evidente que esta idea sea lo que motiva las investigaciones y el conocimiento científico sobre el tema.
“En los últimos años, existe un mayor interés por la longevidad; a nivel de conocimiento científico, el objetivo prioritario no es conseguir aumentar el número de años de vida sobre la esperanza de vida actual, sino conseguir lo que se llama un envejecimiento saludable”, sostiene Dolores Corella, investigadora del CIBEROBN y catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de Valencia.
Esto es algo que el dietista-nutricionista Julio Basulto destaca en numerosas ocasiones: se trata de vivir los años llenos de salud, sin enfermedades y con mayor calidad de vida. En una sociedad cada vez más envejecida, este propósito constituye todo un reto. Y es que, según Corella, la prevención de los problemas de salud habituales asociados a la edad puede tener un impacto decisivo: “Las personas mayores son cada vez más conscientes de que se puede mejorar la salud, y muchas de ellas piensan que intentarlo vale la pena”, afirma.
Frente a la creciente oferta de recursos, pautas y promesas que aseguran alcanzar esa longevidad saludable, surge una pregunta inevitable: ¿es posible conseguirlo cuando los recursos económicos son limitados?
Las personas mayores son cada vez más conscientes de que se puede mejorar la salud, y muchas de ellas piensan que intentarlo vale la pena
La brecha social de la longevidad
En el mundo de la longevidad, las últimas tendencias parecen haberse convertido en un lujo exclusivo para los más adinerados. Figuras como Jeff Bezos, que invierte millones en la empresa estadounidense de investigación en biotecnología Altos Labs para situarla a la vanguardia de la investigación, o el empresario tecnológico Bryan Johnson, que recurre a terapias experimentales como el uso del plasma joven, muestran cómo la posibilidad de vivir más y mejor parece estar en manos de la flor y nata.
Otros nombres, como el de la empresaria Liz Parrish o el del genetista David Sinclair, que ve el envejecimiento como “una enfermedad sobre la que debemos actuar”, o influencers estadounidenses como Peter Attia y Andrew Huberman, amplifican la idea de que la longevidad es un territorio reservado a quienes pueden costear tratamientos de vanguardia. Incluso el mercado del lujo más accesible se ha subido al carro: centros de terapias de bienestar, gimnasios de élite o spas con programas de longevidad, nos hacen pensar que vivir más años está asociado, siempre, a la opulencia.
El grupo de investigación NeuroImmunolAge de la Universidad Complutense estudia cómo envejecemos y cómo lograr que ese envejecimiento sea saludable. Para ello se centran en la exploración de la comunicación entre el sistema nervioso y el inmunitario, y en identificar marcadores que midan la “edad biológica” para guiar hábitos que ralenticen el envejecimiento.
Su coordinadora, Irene Martínez de Toda Cabeza, especialista en envejecimiento e inmunosenescencia, señala que cada vez hay más evidencia de que el entorno social y emocional tiene un peso muy relevante en la salud y la longevidad. “Las personas con redes sociales sólidas, vínculos afectivos y sensación de apoyo tienden a vivir más y con mejor calidad de vida”, explica.
Las personas con menos recursos suelen tener más dificultades para mantener hábitos saludables, ello repercute en la esperanza de vida y en los años vividos con buena salud
Según la experta, la soledad o el aislamiento social, en cambio, se asocian con un mayor riesgo de enfermedades crónicas, deterioro cognitivo y menor longevidad. ¿Y la clase social influye de forma importante en este equilibrio? Martínez de Toda Cabeza responde que sí. “Las personas con menos recursos suelen tener más dificultades para mantener hábitos saludables, mayor estrés y menor acceso a espacios o contextos que favorezcan la conexión social; todo ello repercute no solo en la esperanza de vida, sino en los años vividos con buena salud”, explica.
Recuerda Antonio Garrido Tarrío, profesor titular en neuroinmunología del departamento de Biociencias de la Universidad Europea de Madrid, que hace unos años este interés por alcanzar una longevidad saludable pertenecía a los grupos sociales más acomodados. Sin embargo, en los últimos años sí cree que el interés surge de cualquier estrato social, lo que ha llevado al “surgimiento de terapias antienvejecimiento, muchas de ellas consideradas pseudoterapias y algunas al alcance de todo el mundo”.
La resiliencia desempeña un papel fundamental en el envejecimiento saludable.
A medida que se avanza en el conocimiento científico, se dispone de más análisis de laboratorio para conocer la edad biológica de una persona. “La edad biológica es la que tienen nuestras células y órganos y puede ser distinta de la edad cronológica, que es la que tenemos por los años desde el nacimiento; cuando la edad biológica es mayor que la edad cronológica, se llama envejecimiento acelerado”, señala Dolores Corella. Actualmente, según la investigadora del CIBEROBN, hay distintas formas de medir la edad biológica, siendo la más utilizada la determinación de los relojes de metilación del ADN.
“Estas pruebas sirven para saber en un momento determinado la edad biológica de la persona y posteriormente monitorizar si mediante intervenciones adecuadas disminuye su edad biológica, mediante lo que se denominan estrategias de rejuvenemiento”. Eso sí, estos tests son caros y es más fácil que accedan a ellos personas de mayor poder adquisitivo. Sin embargo, sin necesidad de hacer los tests, personas con distintos recursos pueden comenzar a realizar cambios de estilos de vida para mejorar su salud.
Qué hacer si no se tienen recursos económicos elevados
Lo cierto es que es posible alcanzar una longevidad saludable sin disponer de grandes recursos económicos, siempre que se cubran las necesidades básicas. Insiste en ello Antonio Garrido Tarrío: “Más allá de estas circunstancias extremas, cualquier persona puede influir en su proceso de envejecimiento mediante estrategias de estilo de vida que han demostrado modificar su velocidad”.
Porque, aunque los genes influyen, solo explican alrededor del 25 % de cómo envejecemos. Así lo recuerda Integrating the environmental and genetic architectures of aging and mortality, un estudio publicado en Nature Medicine en 2025, en el que se destaca que los factores ambientales y de estilo de vida tienen un impacto significativamente mayor en la salud y la mortalidad que la genética. Y ahí entran factores tan importantes como la alimentación, la actividad física y mental, el buen descanso, la gestión del estrés, el mantenimiento de relaciones sociales de calidad y la actitud ante la vida.
Cualquier persona puede influir en su proceso de envejecimiento mediante estrategias de estilo de vida que han demostrado modificar su velocidad
Estas prácticas, para Garrido, no requieren grandes inversiones y tienen un impacto real en la salud y la longevidad. “Todos conocemos ejemplos de personas que alcanzaron una edad avanzada con buena salud aplicando precisamente estas estrategias”, explica. Por ello, invita a mantener enfoques tradicionales de estilo de vida, porque resultan más plausibles y efectivos para la longevidad que otros métodos futuristas o costosos.
La capacidad de adaptación del cuerpo a los cambios constantes también es clave en el envejecimiento. Esto es lo que la revista Frontiers in Aging concluyó en el artículo From frailty to resilience: exploring adaptive capacity and reserve in older adults–a narrative review, publicado en julio de este año. Y es que, según los investigadores, la resiliencia desempeña un papel fundamental: si las personas mayores pueden adaptarse y recuperarse mejor frente a factores de estrés físicos, cognitivos o sociales, mantienen más tiempo su funcionalidad, independencia y calidad de vida, que son indicadores centrales de un envejecimiento saludable. Además, al entender mejor los procesos que sustentan la resiliencia y aplicar intervenciones personalizadas, se pueden prevenir o mitigar deterioros, lo que contribuye directamente a un envejecimiento más lento y saludable. Es decir: fortalecer la resiliencia podría promover un envejecimiento más sano.
El objetivo no es conseguir aumentar el número de años sobre la esperanza de vida actual, sino conseguir un envejecimiento saludable
Y, pese a saber todo lo anterior, lo cierto es que cuesta evitar algunos de los errores que nos separan de esa longevidad saludable. Lo lamenta Dolores Corella, quien insiste en que se está abandonando la dieta mediterránea y sustituyéndola por alimentos ultraprocesados, que se sabe que contribuyen a una mayor edad biológica. También, dice, se suele realizar un picoteo más habitual de lo deseado entre comidas y no se presta atención a mantener un tiempo prolongado de ayuno nocturno. Los hábitos de sueño tampoco son saludables y se realiza poco ejercicio. Y lo más importante: la mayor parte de la población está sometida a gran estrés y preocupación.
Estos factores no tienen un abordaje sencillo. Se trata de educación, pero también de políticas centradas en la prevención y en la salud a largo plazo. Según Irene Martínez de Toda Cabeza, envejecer de forma saludable no depende solo de decisiones individuales, sino del entorno en el que vivimos. “Es fundamental que las políticas promuevan la equidad en salud: acceso a una alimentación de calidad, oportunidades de actividad física, vivienda adecuada, entornos urbanos saludables y programas que fomenten la participación social”, sostiene.
Además, cree que es clave incorporar la perspectiva del envejecimiento en todas las etapas de la vida. “No se trata solo de intervenir cuando las personas ya son mayores, sino de construir desde antes las condiciones que permitan llegar a esa etapa en buena salud física, mental y emocional”, concluye.







