La noche del 23 al 24 de junio es la de San Juan, la más corta del año, la del solsticio de verano, cuando las celebraciones se arremolinan en torno a las hogueras. El fuego, siempre temido, se convierte durante esta noche de influjos dionisiacos en fuente de renovación: arrasa con lo accesorio y conserva lo esencial. El ritual alcanza su grandeza en las playas mediterráneas, bajo el aura de Sant Joan, entre música, danzas y ditirambos, al pie de los paseos marítimos, las heladerías, los restaurantes y, ¿qué ese extraño letrero que se ilumina?, alguna sucursal del Sabadell o del BBVA --en Catalunya hay por cierto más sucursales del BBVA que del Sabadell--.
¿A qué viene todo esto? El Gobierno ha elegido la noche de Sant Joan para meditar su decisión acerca de la opa hostil del BBVA sobre el Sabadell. Fue al día siguiente, el 24 de junio, con las hogueras ya humeantes, cuando anunció el veredicto: impondrá estrictas condiciones a la operación, como adelantó Manel Pérez. Durante tres años ampliables a cinco el Sabadell deberá conservar su personalidad jurídica, su patrimonio y la autonomía en la gestión, escribe Blanca Gispert. Con atención especial a la financiación a pymes, recursos humanos, sucursales y obra social. Todo ello para cumplir con el interés general, esa inflamable expresión que motivó una sonada consulta pública y en la que el Ministerio de Economía ha indagado hasta encontrar cinco aspectos sensibles, que son los que elevó al Consejo de Ministros --¿los asuntos se elevan al Consejo sobre un palé, con un toro mecánico, o se elevan ascéticamente?--. Aquí Eduardo Magallón recoge el informe que justifica la decisión.
El Gobierno ha prendido una hoguera de interés general, que es lo que arde ahora ante los ojos del BBVA. Lo ha hecho con la madera que le concede la ley y con el oxígeno del rechazo a la operación entre sindicatos, mundo empresarial catalán, PSC y socios de gobierno --Sumar-- e investidura --Junts y ERC--. Con este telón de fuego político no contaba el banco opante hace un año, cuando anunció su oferta a pocos días de las elecciones catalanas, convencido de que el trámite duraría entre seis y ocho meses. Al final, la opa ha acabado crepitando en una magnífica fogata política.

Carlos Cuerpo, al anunciar las condiciones al BBVA
El fuego de la intervención en el ámbito empresarial, sea dicho, lleva ardiendo con energía desde la pandemia, cuando la liberación de ingentes cantidades de recursos públicos, el decaimiento del control europeo de las ayudas de Estado y la necesidad de proteger empresas estratégicas cambiaron la mentalidad de los gobiernos. La antorcha de la intervención empresarial se usa con naturalidad y cada vez con más intensidad a lo largo y ancho de Europa. La invasión de Ucrania, la búsqueda de autonomía estratégica, el desafío trumpista y el toque a rebato de la OTAN del que ha informado estos días Anna Buj no hacen sino intensificar el asunto.
Un rápido recordatorio. El escudo antiopas de la pandemia permitió al Gobierno vetar la opa húngara de Ganz-Mavag sobre Talgo, empresa para la que se busca ahora una solución española y se calibra lo que Pilar Blázquez llama aquí “la inevitable entrada del Estado”. También hubo ocasión de rescatar decenas de empresas, entre las que destacan Air Europa y Duro Felguera, la primera con una estabilidad financiera aún por definir y la segunda en preconcurso de acreedores, presta a forzar a la Sepi a entrar en el capital. Más tarde se emplearon más de 2.000 millones en comprar un 10% de Telefónica para contrarrestar el desembarco saudí y se convirtió a Indra, donde la Sepi tiene el 28%, en la gran empresa nacional de defensa. Todos estos ejemplos han quedado ya normalizados, pero hace apenas una década resultarían difíciles de concebir.
Sin embargo, la gran hoguera política es la que arde ahora, en la semana de Sant Joan. La intervención en el caso del BBVA es un ejercicio aún sin explorar en un sector bancario que ha venido concentrándose sin descanso hasta tocar hueso en el ámbito de la competencia nacional. Pese a ello, el movimiento del Gobierno no es nuevo. A comienzos de siglo, con gobiernos del PP y una ley que lo permitía, ya se interfirió en operaciones empresariales para, yendo incluso más allá que ahora, vetarlas aprovechando el análisis de Competencia. El caso más sonado fue el de la fusión entre Iberdrola y Endesa, sentenciada por Rodrigo Rato en aquellos años en los que el fútbol era considerado de interés general.
Como se ha repetido estos días con insistencia, la Ley de Defensa de la Competencia del 2007 no permite al Gobierno anular una concentración, punto determinante en el momento de encender la cerilla. Sí le habilita para imponer condiciones adicionales en virtud del interés general, sin llegar a vetarla de facto. El BBVA interpreta que todo lo que no sea suavizar o mantener las condiciones de Competencia puede resultar ilegal. Sin embargo, la propia CNMC reconoce la potestad del gobierno para imponer condiciones, informa Blanca Gispert.

Carlos Torres, presidente del BBVA
La gran pregunta es si el BBVA se atreverá a saltar esta hoguera levantada por el Gobierno y seguirá intentando llegar al otro lado, donde le aguardan los accionistas del Sabadell. ¿Se echará atrás el BBVA? ¿Son sus llamas tan altas que el dictamen puede considerarse ilegal y recurrirse ante el Supremo? ¿Es el fuego demasiado ancho, de modo que al caminar por él a lo largo de cinco años temerá el BBVA achicharrarse? ¿Cómo valorarán ahora los accionistas del Sabadell el canje de acciones? ¿Se lanzará el BBVA contra las llamas al tiempo que recurre ante el Supremo, en un doble esfuerzo que añade incertidumbre al salto? En esta conversación, Enric Sierra y Manel Pérez resuelven dudas sobre las opciones del banco opante.
Las condiciones del Gobierno comprometen por lo menos a corto plazo las sinergias de 850 millones previstas por el BBVA. Buena parte de ellas se lograrían con unos ahorros de costes en términos de oficinas, empleo y plataformas tecnológicas que ahora quedan en entredicho. El Sabadell no ha tardado en explotar este flanco y, a las pocas horas del anuncio, ya aprovechó para pedir al banco comprador que informase de sus nuevos cálculos.
El Sabadell, recordemos, anda inmerso en su segundo gran golpe de efecto defensivo. El primero consistió en retornar el domicilio social a Catalunya para hacerse fuerte en el territorio donde más firme ha sido el rechazo a la opa. El segundo es el plan de venta a la filial británica TSB, con el que elevar de manera considerable los dividendos. El 24 de julio prevé anunciar un nuevo plan estratégico. Si el BBVA sigue adelante, es previsible que la presentación coincida con el periodo de aceptación.
Entre los observadores que bailan alrededor del fuego, Foment está convencido de que el BBVA no se atreverá a cruzarlo. Instigador del bloqueo a la opa, piensa que la operación está ahora “amortizada”. La CEOE en cambio rechaza el intervencionismo del Gobierno. Desde el BCE, Luis de Guindos no muestra entusiasmo. Y Bruselas avisa del riesgo de que el fuego sea de una virulencia tal que se convierta en una barrera insalvable y vulnere los propios tratados europeos, informa aquí Fernando H. Valls. Cuerpo ha insistido en usar los adjetivos “proporcional” y “equilibrado”, conocedor de los límites de la ley a la actuación del Gobierno.

El presidente del Banco Sabadell, Josep Oliu
¿Estamos ante el fin de la opa?
Carlos Torres ha demostrado determinación durante estos meses. Determinación y mucha paciencia, como la que tuvo que reunir al escuchar a Pedro Sánchez en el Cercle el anuncio de la celebración de una inesperada consulta pública en clave de consulta popular.
Dos asuntos merecen comentario.
El primero: el BBVA ya contaba con retrasar la fusión. El nuevo impuesto a la banca en vigor desde enero es progresivo y penaliza el tamaño de las entidades. Arañaría unos 150 millones de las sinergias previstas, motivo por el cual el BBVA lleva ya tiempo planificando una compra sin fusión, al menos en los tres años de duración del gravamen. Se habla de la fórmula Banesto, que estuvo varios lustros operando de manera independiente respecto a su propietario, el Santander.
El segundo: es probable que en tres años se haya producido un cambio de gobierno y que al BBVA no se le impongan penitencias adicionales. Un cambio de aires políticos se llevaría el fuego a otro lado. Este escenario podría entrar en los cálculos del BBVA.
Por lo pronto, los únicos comentarios en claro son los del primer ejecutivo del BBVA en España, Peio Belausteguigoitia, recogidos por Blanca Gispert. El banco no descarta retirar la opa. Tampoco la batalla judicial. No hay más, pero la comunidad de analistas ya se encuentra dividida entre los que creen que el BBVA lo intentará y los que no.
Lo que ya comienza a resultar llamativo es el tiempo transcurrido desde que el BBVA anunciase la opa. El propio gobernador del Banco de España, José Luis Escrivá, contrario a pronunciarse sobre aspectos de su pasada vida ministerial como las pensiones, sí opina que habría que "revisitar" la ley de opas para que los procesos no se alarguen demasiado. La CNMV calcula que el folleto estará aprobado en tres semanas. El verano se ha echado encima.
En los próximos días sabremos si el BBVA se decide a saltar sobre las llamas. Para traspasar las brasas políticas y desenvolverse por fin en su medio, que es el mercado bancario, el BBVA debe tomar carrerilla y echar cuentas. Hay analistas que creen que la operación ya no tiene sentido sobre una hoja de Excel. Pero a estas alturas, con el fuego hipnótico de la política ya encendido, quizá no todo sea Excel. También hay costes hundidos para el BBVA en términos de esfuerzo y desgaste que invitan ir más allá. Y un componente de estrategia a largo plazo, pues las opciones de consolidación en España se agotan para los bancos más grandes y quedan pocas oportunidades como el Sabadell. Es probable que algunas voces aprovechen para pedir que se mejore la oferta, circunstancia ahora menos probable al desbaratar el Gobierno los racionales financieros de la operación.
En fin, el fuego es también fuente de verdad. Hasta el siglo XIII se usaba la prueba del fuego: si el acusado no se abrasaba al tocar un hierro al rojo vivo, es que decía la verdad. Inopinado método por suerte en desuso. Con el tiempo, se fue imponiendo la justicia civil y una concepción de la verdad algo más maleable. De ahí los discursos con los que el Sabadell y el BBVA defienden sus verdades. Superada la prueba del fuego, ¿habrá ocasión de experimentar en esta ocasión la prueba del accionista?
Nada más. Bajo control, son muchos los beneficios del fuego. En la mitología, Prometeo se lo robó a los dioses para entregárselo a los humanos, que pudieron calentarse, cocinar, conducir un Seat Panda y encender bengalas en los partidos de fútbol gracias a él. Fuera de control, el fuego resulta devastador. Algo parecido ocurre con el fuego político. A todo esto, sirvan para concluir dos conocidísimas recomendaciones literarias ahora que se acerca el verano y cruzamos los dedos por que los incendios respeten nuestros bosques: Crematorio, de Rafael Chirbes, sobre un mundo que arde entre corruptelas urbanísticas; Farenheit 451, de Rad Bradbury, el clásico distópico más incansablemente actual, en el que los valores se invierten y los bomberos se ejercitan en la quema de libros. Ideales para abrasarse bajo el sol a la orilla del mar, junto a los restos de una hoguera de Sant Joan.