Europa, la Europa central, la Europa germánica, siempre ha mirado al este. Es su zona de influencia natural. Para que mire al sur siempre ha habido que forzarle un poco la mano. El Proceso de Barcelona -embrión de la actual Unión por el Mediterráneo-, del que ayer se cumplieron 30 años, nació así, como contrapeso. En 1995 la prioridad de Alemania, que había culminado cinco años atrás su reunificación tras la caída del Muro de Berlín, era impulsar la integración en la Unión Europea de los países de la Europa Oriental postsoviética. ¿El Mediterráneo? Un lugar de veraneo (la inmigración irregular procedente del Norte de África no había adquirido aún el carácter masivo actual y el Sahel estaba lejos también de convertirse en el nido de terrorismo yihadista que es hoy)
Fue fundamental la presión de España, y particularmente del presidente Felipe González -que en el segundo semestre de ese año ostentaba la presidencia rotatoria de la UE-, para arrancar el compromiso político y económico del canciller Helmut Kohl con el Proceso de Barcelona, mientras Francia -así lo recuerda el exdiplomático español Javier Elorza en sus memorias europeas, Una pica en Flandes- lo observaba entre la aversión y la resignación. No en vano, España se estaba metiendo en sus antiguos dominios coloniales -Argelia, Marruecos, Túnez, con quienes París mantenía un trato preferente- y la iniciativa implicaba que la relación entre Europa y los países de la ribera sur y este del Mediterráneo pasaba a ser una cuestión principalmente comunitaria.
El Proceso de Barcelona nació, pues, como un instrumento de reequilibrio de la política exterior europea. Y en un momento particularmente propicio, espoleado por la esperanza -que pronto se arruinaría- de hallar una solución al conflicto de Oriente Medio. La participación en la Conferencia Euromediterránea de Barcelona del ya desaparecido líder palestino, Yasser Arafat, y del entonces ministro de Exteriores israelí –y futuro primer ministro–, Ehud Barak, fue una muestra del acercamiento entre los eternos enemigos en busca de un acuerdo de paz que se acabaría frustrando en la cumbre de Camp David del 2000.
El foro del Proceso de Barcelona, pese a mantener durante todo este tiempo entre sus miembros a palestinos e israelíes -estos últimos regresaron ayer a una conferencia ministerial tras dos años de ausencia-, nunca sirvió realmente como vehículo para resucitar el proceso de paz. Lo admitía días atrás en Guyana Guardian el secretario general de la Unión por el Mediterráneo (UpM), el egipcio Nasser Kamel, quien calificaba generosamente su aportación de “limitada”.
Pese a sus buenas intenciones, la Unión por el Mediterráneo no ha logrado reconducir el conflicto israelo-palestino
La creación de la UpM en 2008, fruto de un impulso personal del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, fue un intento de refundar y dar un nuevo empuje al Proceso de Barcelona con acento francés. Pero eso tampoco cambió esencialmente las cosas. Ni en Oriente Medio ni en la cuenca mediterránea en su conjunto, donde la vocación estabilizadora de la UpM no logró apaciguar tampoco las rivalidades históricas -como la de Argelia y Marruecos- ni prevenir conflictos como las guerras de Siria y Libia tras las fallidas primaveras árabes de los años 2010-2012.
El Proceso de Barcelona, primero, y la Unión por el Mediterráneo después, aspiraban a impulsar el diálogo y los intercambios políticos, económicos y culturales, y fomentar la paz, la estabilidad y la prosperidad en la cuenca mediterránea. Grandes ambiciones, pero con medios y logros más bien modestos. Desde su creación, la UpM ha patrocinado y contribuido a financiar decenas de proyectos concretos, que sin embargo no han alcanzado a tener un impacto decisivo.
Tampoco el objetivo de convertir el Mediterráneo en una amplia zona de libre comercio -con importantes limitaciones, todo hay que decirlo- ha conseguido cambiar las dinámicas de fondo. Según datos de 2024, la UE es con diferencia el primer socio de los países de la ribera sur en el comercio de bienes con el resto del mundo: con un 41%, está muy por delante de China (10,4 %) y Estados Unidos (8,6 %). En cifras absolutas, las exportaciones de la UE a sus socios mediterráneos ascendieron a 126.600 millones de euros, por 119.900 millones las importaciones.
Décimo Foro Regional de la Unión por el Mediterráneo ayer en el Palacio de Pedralbes de Barcelona
En el terreno comercial, la nueva política europea para el Mediterráneo, vehiculada a través de acuerdos bilaterales, ha tenido un efecto moderado. Así lo ponía de manifiesto una evaluación del año 2021 sobre el impacto de los Acuerdos de Asociación Euromediterráneos firmados con Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Líbano, Marruecos, Palestina y Túnez. Las exportaciones europeas han crecido en este tiempo, sí. Pero, a pesar de la implementación de estos acuerdos, las importaciones de estos países procedentes de otros socios comerciales externos a la región “han crecido más rápidamente que las de la UE en los últimos diez años”.
El 30º aniversario del Proceso de Barcelona coincide con un nuevo momento de focalización de Europa en su frontera este, consecuencia de la guerra desencadenada por Rusia contra Ucrania en 2022 y la amenaza que representan los renovados afanes imperialistas de Moscú ante la creciente inhibición de EE.UU. Los países mediterráneos han tenido que presionar fuertemente de nuevo -no solo España, también Italia y Grecia- para recodar que, desde el punto de vista de la seguridad tan importante como el flanco este es el flanco sur, marcado por el efecto desestabilizador de las migraciones masivas y la amenaza terrorista con la implantación del Estado Islámico (EI) en el Sahel.
En este contexto, el 10º Foro Regional celebrado ayer en el Palau de Pedralbes de Barcelona (sede del secretariado permanente de la UpM), copresidido por la alta representante de la UE para la política exterior y vicepresidenta de la Comisión Europea, Kaja Kallas, y el ministro jordano de Asuntos Exteriores y viceprimer ministro, Ayman Safadi, y con el ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, como anfitrión, fue el escenario de un nuevo intento refundador, con el lanzamiento de un nuevo Pacto por el Mediterráneo y los planes de reforma interna de la propia UpM para dotarla de mayor operatividad. Además de caja de resonancia -de nuevo- del eterno conflicto israelo-palestino, en un momento mucho más grave esta vez.
El Pacto por el Mediterráneo es un nuevo esfuerzo por incrementar la presencia e influencia de Europa en un espacio geopolíticamente fundamental, donde países como China, Rusia o EE.UU. Han incrementado sus intereses en los últimos años. La UE, que en el primer trimestre del año que viene tiene previsto aprobar un plan de acción al respecto, ha previsto destinar una inversión de 42.000 millones de euros a cuenta de los fondos del Instrumento de Vecindad, Cooperación al Desarrollo y Cooperación Internacional (IVDCI) para el periodo 2021-2027. Como novedad, el plan estará abierto asimismo para países de la región del Golfo o del África subsahariana.
Treinta años después, el Proceso de Barcelona aborda una nueva refundación. ¿A la tercera será la vencida?
· Y más abajo... El lunes, parte de la atención mundial se centró en la capital de Angola, Luanda, donde los líderes de la UE mantuvieron una reunión informal para abordar el desarrollo de las negociaciones sobre el plan de paz impulsado por el presidente de EE.UU., Donald Trump, para Ucrania. Los líderes europeos, sin embargo, no habían viajado casi 10.000 kilómetros para tratar sobre la guerra en Europa, sino para participar en la séptima cumbre entre la UE y África. Si ayer, viernes, el objetivo europeo era relanzar la cooperación euromediterránea, el lunes se trataba de hacer lo propio con el continente africano, donde China, EE.UU. Y Rusia se mueven activamente desde hace tiempo.
Lastrada por el pasado colonial, que se ha traducido recientemente en la expulsión de Francia de los principales países de África occidental -la antigua Françafrique-, Europa busca la manera de recuperar el terreno perdido con un enfoque más humilde y de igual a igual. Y con el fin de contrarrestar el despliegue chino a partir de la llamada Nueva Ruta de la Seda (Belt and Road), lanzó a finales del 2021 su propio programa de influencia mundial, Global Gateway, que prevé invertir en África 150.000 millones de euros. En Luanda, ambas partes acordaron reforzar su cooperación en diversos frentes, entre ellos el de las migraciones irregulares, con la voluntad no solo de combatir las tramas de tráfico de personas, sino de atacar las causas profundas del problema y mejorar las vías legales para una migración ordenada y regular.


