Carlos González, pediatra: “No puedes esperar que tu hijo no proteste; los niños también tienen derecho a quejarse”
CRIANZA
Educar sin silenciar el enfado: cómo permitir la queja infantil puede fortalecer la autoridad y el vínculo
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Carlos González, pediatra: “No puedes esperar que tu hijo no proteste; los niños también tienen derecho a quejarse”
Criar no es una carrera de obediencia ni una sucesión de órdenes cumplidas sin rechistar. Es un proceso largo y a menudo cansado, en el que el conflicto forma parte del camino. Muchas veces, el malestar adulto aparece cuando el niño protesta: cuando se queja, cuando discute una norma o cuando muestra enfado ante un castigo. En torno a esa reacción se ha instalado la idea de que algo falla, como si protestar fuera sinónimo de mala educación.
Sin embargo, quizá la pregunta no sea por qué protestan, sino por qué nos incomoda tanto que lo hagan. Los niños aún están aprendiendo a manejar la frustración. Y permitir que expresen su desacuerdo implica reconocer que el enfado también forma parte del crecimiento, sin que eso suponga renunciar a los límites. Silenciarlo puede resultar más cómodo a corto plazo, aunque a largo plazo no siempre sea la opción más saludable.
El mensaje que incomoda (y hace pensar)
Protestar no es desobedecer
Esta idea es una de las muchas que el pediatra Carlos González comparte desde hace años en conferencias y redes sociales. “No puedes esperar que tu hijo no proteste cuando le ordenas algo”, insiste. Un mensaje sencillo, pero que cuestiona una expectativa muy arraigada en la crianza tradicional: la obediencia total, inmediata y, si es posible, agradecida.
“Nadie puede conseguir la obediencia total y absoluta, pero hay que reconocer que la mayoría de los niños obedecen la mayoría de nuestras órdenes”, explica González. El problema, señala, surge cuando además de obedecer exigimos silencio emocional. Cuando esperamos que el niño acate una norma sin mostrar enfado, tristeza o frustración.

“No puedes reñirle porque ha protestado. Tiene derecho a protestar, como todo el mundo”, recuerda el pediatra. Los adultos lo hacemos constantemente: protestamos en el trabajo, en la calle, en casa. A veces se nos escucha y a veces no, pero rara vez se nos castiga por expresar desacuerdo. Con los niños, en cambio, la protesta suele interpretarse como un desafío.
Cuando cumplir no significa estar de acuerdo
La diferencia es importante. Un niño puede cumplir una norma y, al mismo tiempo, manifestar que no le gusta. Puede apagar la televisión enfadado, recoger sus juguetes refunfuñando o irse a la cama protestando. Eso no invalida la norma ni la autoridad adulta; simplemente muestra que hay una emoción que no encaja del todo.
Según González, esperar que los niños obedezcan sin quejarse es pedirles algo que ni los adultos somos capaces de cumplir. “No puedes esperar que encima obedezca con expresión de profundo agradecimiento”, ironiza. La crianza, recuerda, no consiste en fabricar robots educados; se trata de formar personas capaces de expresar lo que sienten.

El ejemplo de la multa
Para explicarlo, el pediatra suele recurrir a un ejemplo muy gráfico. Cuando un adulto recibe una multa de tráfico, en el propio documento se indica que puede presentar alegaciones en un plazo determinado. Es decir, la sanción incluye explícitamente el derecho a protestar.
A veces esas alegaciones prosperan y otras no. “Pero nadie va a la cárcel por haber protestado”, remarca. Nadie recibe un castigo añadido por expresar su desacuerdo con la norma. “A los adultos nos dan derecho a protestar”, recuerda González. “A los niños también deberíamos dárselo”.
En resumen, la clave, según el pediatra, está en reconocer que la protesta no debilita la autoridad. Que un niño se queje no implica desobediencia; simplemente refleja sus emociones y la necesidad de ser escuchado.
Crianza positiva: límites sin miedo
Esta visión es compartida por otros expertos en educación. Óscar González, profesor, asesor educativo y autor de libros como Educar y ser felices o 365 propuestas para educar, defiende que “la crianza positiva es la base fundamental para cambiar la educación e incluso la sociedad”.
En una entrevista en Guyana Guardian, González explica que “con el paso de los años y basándonos en estudios e investigaciones, nos hemos dado cuenta de que hay una serie de cosas que son perjudiciales y que muchas de las herramientas que usaban nuestros padres las hemos dejado a un lado”. Entre ellas, el grito y el castigo entendido como humillación. “El grito rompe el vínculo y el castigo genera resentimiento”, afirma.
Según el experto, cuando un adulto castiga esperando que el niño reflexione, suele ocurrir justo lo contrario: “En su cabeza ha habido de todo menos reflexión; más bien se cabrea”. Esa rabia, advierte, acaba volviéndose contra quien pone el castigo. Por eso apuesta por una disciplina que acerque, no que distancie.
En definitiva, educar significa acompañar a los niños mientras aprenden a expresar lo que sienten y a convivir con sus emociones. Permitir que protesten, que digan “no” o que muestren enfado fortalece la autoridad y la confianza mutua, al tiempo que enseña a respetar los límites desde el entendimiento.


