Esta semana nos han quedado claras algunas cosas. Y todas ellas giran en torno al presidente de los Estados Unidos de Hollywood, Donald Trump. La primera es que nuestro presi de nuestro Gobierno de nuestro país, Pedro Sánchez, no va a dimitir ni va a presentarse a una moción de confianza ni va a convocar ya nuevas elecciones. "No voy a tirar la toalla y voy a continuar”, afirmó en su última comparecencia en el Congreso. Se pueden hacer (y se han hecho) muchas elucubraciones y análisis políticos sobre por qué continúa e incluso hay quien le confiere un brillo de épica a su decisión (¡Acosado por tierra, mar y aire... El capitán sigue al timón!), pero solo hay una razón por la cual sigue en la Moncloa. Y la vamos a revelar aquí y ahora en (burladera) primicia. Por ello, les pedimos que se imaginen que ahora mismo está sonando un repique de tambores en el justo momento en que lanzamos la exclusiva:
Pedro Sánchez debe seguir siendo presidente del Gobierno español para que se pueda reunir cara a cara con Trump, a ser posible en el Depacho Oval de la Casa Blanca.
Efectivamente, señoras y señores (y niñas y niños), el líder trumpista tiene una espinilla clavada con Sánchez desde la última cumbre de la OTAN, cuando ni siquiera se dijeron “hola” (ni “Hi”) y cuando nuestro presi se negó a hacerle la pelota fingiendo que España gastaría en armamento lo que el dueño de la Casa Blanca exigía. Por eso, quiere tener un face to face con él. Ahora se aburre, necesita más diversión. Por eso el otro día felicitó al presidente liberiano, Joseph Boakai, por su dominio del inglés, sin que tuviera idea de que es el idioma oficial en ese país africano. “¿Dónde aprendió a hablarlo tan bien?”, le soltó el presidente estadounidense. “En Liberia”, le respondió Boakai, atónito.
Así que a Trump le gustaría montarle una encerrona en toda regla a Pedro Sánchez para leerle la cartilla, como la emboscada que les hizo al presidente sudafricano Cyril Ramaphosa y al presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Lo quiere hacer también en vivo y en directo, con las cámaras apuntándole. Y eso solo es posible, obviamente, si Sánchez continúa siendo presidente. A Trump no le pone hacerle eso a alguien como el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, que le parece mucho más soso. Y tampoco se lo podría hacer, por ejemplo, a Santiago Abascal, porque resulta que es más trumpista que él.
Esta semana por ejemplo, los de Vox han propuesto deportar a unos 8 millones de inmigrantes, incluidos sus hijos, aunque estos hayan nacido en España. ¿También a Lamine Yamal, que es la estrella de la selección española de fútbol? Porque el jugador del Barça es hijo de Sheila Ebana, originaria de Guinea Ecuatorial, y Mounir Nasraoui, de Larache, Marruecos. Esta es una de las dudas que nos han quedado de esta propuesta que nada tiene que envidiar a la política migratoria de Trump.
Tampoco sabemos si los de Abascal están buscando ya emplazamiento para abrir su propio Alcatraz para confinar a todos aquellos que van a ser deportados. Quizás una buena opción podría ser el Alcázar de Segovia, una de las fortalezas medievales más famosas del mundo, pero lo descartamos por su vinculación con el castillo de Blancanieves. En cambio, otro Alcázar, el de Toledo, sería ideal, por su pasada simbología propagandística como punto de resistencia de las tropas franquistas en la Guerra Civil española.
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Así que sí, Pedro Sánchez continúa al frente del Gobierno. Y así será, caiga quien caiga, al menos hasta que Trump consiga regañarle en público, que es su principal objetivo, solo superado por su empeño en conseguir el Premio Nobel de la Paz. Resulta que el primer ministro de Israel, Beniamin Netanyahu, le ha nominado. No es un chiste, es real, por muy tragicómico que parezca. Quien ha propuesto a Trump para el Nobel es el mismo que la Corte Penal Internacional ha acusado de crímenes de guerra y lesa humanidad en la Franja de Gaza. Netanyahu cree que Trump se lo merece por ordenar bombardear las instalaciones nucleares de Irán. No deja de ser una paradoja que pudieran darle a alguien el Premio Nobel de la Paz por tirar bombas, pero tampoco es tan extraño. El expresidente estadounidense, Barack Obama, consiguió este galardón pese a pasar sus dos periodos completos de presidencia sin un solo día sin guerra.
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Todo esto hace un tufillo desagradable. Huele a chamusquina, vaya. Quizás por eso se ha presentado esta semana el perfume de Donald Trump, que se llama Victory 45-47, porque está inspirado en “la victoria, la fuerza y el éxito”, según explicó el propio líder trumpista en su red social Truth. Se supone que se pondrá su colonia el día que se reúna con Pedro Sánchez, pues seguro que se viste de gala para la ocasión, al estilo de la Scala de Milán. Lo decimos porque el teatro de la ópera milanés ha acabado con la manga ancha en el dress code y ya no permite la entrada a los espectadores con camisetas de tirantes, pantalones cortos ni zapatillas. Nada que ver con nuestro festival Canet Rock, que este año estaba de aniversario y donde la consigna es desmelenarse y pasárselo bien. Dos formas de disfrutar de la música, igual que Trump y Sánchez tienen dos maneras de entender el mundo. El día que se vean, ¿qué pasará?...