¿Quién marca el límite de una relación?

Lectores Expertos

Quizás no es que no conectes con nadie, sino que te cuesta conectar contigo y que tengas miedo a sentir

Pareja en la playa
The setting appears to be an outdoor coastal or rocky beach area, with sunlight filtering through the woman's hair, creating a dreamy, backlit effect. The golden hour lighting enhances the romantic and carefree atmosphere, evoking themes of love, relaxation, and living in the moment. The candid nature of their body language suggests a spontaneous, joyful interaction, making this image ideal for themes related to romance, happiness, summer vacations, and meaningful connections.

Una pareja frente al mar.

Getty Images

* La autora forma parte de la comunidad de lectores de Guyana Guardian

Creemos que no encontramos a “la persona adecuada”, pero a veces el verdadero obstáculo no está fuera, sino dentro: en cuánto nos permitimos sentir y sostener lo que sentimos. La intimidad no se construye solo con confianza, sino con presencia. Y es imposible estar presente con el otro si una parte de ti sigue huyendo de sí mismo. Quizás no es que no conectes con nadie, sino que te cuesta conectar contigo.

Es una idea muy extendida: “No consigo conectar con nadie, será que no he encontrado a la persona”. Bajo esa frase, sin embargo, muchas veces hay otra realidad menos visible: hay un miedo profundo a dejarse ver de verdad.

Abrirse emocionalmente implica riesgo: del rechazo, del abandono, de que el otro no entienda, de que no pueda sostener lo que le mostramos. Si nuestra historia está llena de experiencias donde sentir fue sinónimo de sufrir, exponerse o ser ridiculizados, es lógico que el cuerpo aprenda una lección: “cuanto menos sienta, más a salvo estoy”.

Abrirse emocionalmente implica riesgo: del rechazo, del abandono, de que el otro no entienda

Ese aprendizaje se cuela en las relaciones adultas. No aparece en forma de discurso elaborado, sino de conductas sutiles:

  • Relaciones que no terminan de consolidarse.

  • Conversaciones que se quedan en la superficie.

  • Humor constante para evitar el silencio incómodo.

  • Cambios de tema justo cuando algo se vuelve profundo.

Desde fuera, la explicación suele ser: “no hay química”, “no estamos en el mismo punto”, “no me termina de llenar”. A veces es cierto. Pero otras, el límite no lo marca la falta de afinidad, sino el miedo a sentir demasiado.

La intimidad necesita presencia

La intimidad necesita algo más que confianza: necesita presencia. Hablamos mucho de confianza en pareja, pero mucho menos de presencia. Confiar es saber que el otro no te va a hacer daño a propósito, entre otras cosas. Pero estar presente es algo distinto, es poder quedarte emocionalmente ahí, sin huir, cuando algo se mueve por dentro.

Estar presente implica:

  • Notar que te incomoda lo que estás sintiendo… y aun así no desconectar.

  • No correr a revisar el móvil cuando una conversación te remueve.

  • No cambiar de tema cuando ves lágrimas en los ojos del otro.

  • No refugiarte siempre en la ironía o en el “no es para tanto”.

El problema es que nadie puede ofrecer presencia al otro si vive desconectado de sí mismo. Si huyes de tu tristeza, tu rabia o tu miedo, es muy difícil que puedas acompañar la tristeza, la rabia o el miedo de la persona que tienes delante.

La profundidad de un vínculo está limitada por la capacidad que cada uno tiene de habitar su mundo interno sin huir: “Si no sé estar con mis heridas, tampoco sabré estar con las tuyas”.

Las relaciones funcionan, en gran parte, como espejos. No solo nos muestran lo que nos gusta del otro, también iluminan nuestras zonas ciegas.

Las relaciones funcionan, en gran parte, como espejos. No solo nos muestran lo que nos gusta del otro, iluminan zonas ciegas

Pareja

Complicidad en pareja.

IStock /Getty Images

  • Si me cuesta mirar mis propias heridas, también me costará acompañarte en las tuyas.

  • Si me asusta mi tristeza, no sabré qué hacer con la tuya.

  • Si vivo peleado con mi vulnerabilidad, es probable que minimice o invalide la tuya.

No se trata de falta de amor, sino de falta de recursos internos. Muchas personas quieren cuidar y acompañar, pero no soportan lo que eso despierta en ellas mismas. Estar cerca del dolor ajeno activa su propio dolor pendiente, y ante eso el sistema nervioso hace lo que sabe: protege. ¿Cómo? A veces alejándose, a veces enfadándose, a veces restando importancia.

La reacción que vemos (frialdad, distancia, evitación) suele ser solo la punta del iceberg. Debajo, con frecuencia, hay alguien que no sabe qué hacer con lo que siente cuando el vínculo se vuelve profundo.

El termómetro de una relación

El termómetro de una relación: la persona con más miedo a sentir. En muchas parejas, el “techo” emocional lo marca la persona que más teme sentir, no la que más desea profundizar. Podemos imaginar dos polos:

  • Una persona que anhela intimidad, conversaciones profundas, hablar de miedos, deseos y heridas.

  • Otra que, ante esa profundidad, se bloquea, se irrita o se desconecta.

A partir de ahí, sucede algo muy humano. Para que la relación sobreviva, quien desea más intimidad empieza a ajustarse al nivel de profundidad que el otro puede tolerar. Deja de sacar ciertos temas, baja el tono de sus necesidades, intenta no “agobiar”. Se adapta al miedo del otro.

El resultado es una especie de pacto silencioso: “no llegaremos tan hondo, porque a ti te da miedo y yo temo perderte”. La relación continúa, pero el vínculo se queda en un punto medio que frustra a ambos:

  • A uno porque siente que “algo falta”, que no llega a sentirse del todo visto.

  • A otro porque percibe cualquier intento de profundizar como una amenaza a su “sensación de seguridad”.

No es una cuestión de culpa, sino de límites internos. La persona que más miedo tiene a sentir no es “la mala”, pero sí actúa, sin querer, como frontera emocional de la pareja.

Hasta ahora, el fenómeno de la longevidad femenina se achacaba a los buenos hábitos, pero este factor está dejando de ser determinante.

Pareja feliz después de muchos años de convivencia.

Getty Images

La verdadera intimidad

La verdadera intimidad: más que contar cosas, poder habitarte. Tendemos a medir la intimidad por la cantidad de información compartida: “si le cuento todo, tenemos mucha confianza”. Sin embargo, la verdadera intimidad no va de cuánto cuentas, sino de cuánto eres capaz de habitarte a ti mismo mientras lo cuentas.

Puedes relatar experiencias muy íntimas de forma casi automática, sin conectar realmente con la emoción que hay detrás. También puedes decir algo tan sencillo como “hoy me siento pequeño” y estar desnudo emocionalmente frente al otro.

La intimidad tiene más que ver con esto último:

  • Con sentir que puedes estar triste delante de alguien sin que eso sea un problema que haya que solucionar.

  • Con poder decir “tengo miedo” sin que la conversación se convierta en un juicio.

  • Con sostener un silencio compartido sin la necesidad de llenarlo.

Y para llegar ahí, hace falta un trabajo propio. Necesitas aprender a estar contigo mismo sin apagar lo que sientes en cuanto aparece.

¿Qué podemos hacer con todo esto? No hay una fórmula mágica, pero sí caminos posibles y decisiones que puedes ir tomando para llegar a ello:

  • 1. Reconocer el miedo a sentir

El primer paso no es forzarte a abrirte más, sino admitir que hay algo que asusta. Es un mecanismo de protección que un día tuvo sentido. Ponerle nombre ya es rebajar parte de su poder.

  • 2. Observar tus estrategias de huida

Cada persona tiene sus propias rutas de escape: hiperactividad, trabajo, redes sociales, ironía constante, enfado, indiferencia… Preguntarte “¿de qué estoy huyendo cuando hago esto?” Puede ser incómodo, pero también muy revelador.

  • 3. Hablar del miedo, no solo de los conflictos

En las relaciones solemos discutir por lo que se ve: horarios, mensajes, disponibilidad. Pocas veces hablamos del miedo subyacente: miedo a depender, a perder, a no ser suficiente, a ser invadido. Poner ese miedo sobre la mesa, con cuidado y sin reproches, abre un espacio diferente.

  • 4. Honrar los ritmos de cada uno

No todo el mundo puede o quiere profundizar al mismo ritmo. Es legítimo necesitar ir más despacio, pero también es legítimo reconocer que una relación se queda corta para lo que una de las partes necesita. No se trata de obligar, sino de ver si hay voluntad de crecer juntos.

  • 5. Pedir ayuda profesional cuando el bloqueo es muy grande

Cuando el miedo a sentir está ligado a traumas, abandonos o heridas antiguas, no basta con voluntad. A veces hace falta un espacio terapéutico seguro donde aprender, poco a poco, a mirar dentro sin derrumbarse y a trabajar y sanar esas heridas.

Amar también es aprender a sostenerse

Amar también es aprender a sostenerse. Decir que “el límite de una relación lo marca la persona con más miedo a sentir” no es una sentencia definitiva, sino una invitación. 

Invita a mirar las relaciones no solo como lugares donde encontrar refugio, sino también como escenarios donde nuestros miedos se hacen visibles.

Quizá no se trate solo de buscar a alguien que “por fin” nos entienda, sino de empezar a construir una relación diferente con nuestro propio mundo interno. Porque cuanto más capaces somos de estar con nosotros mismos sin huir, más capaces seremos de estar con el otro de verdad.

Lee también ■ ¿CÓMO PUEDO PARTICIPAR EN LA COMUNIDAD DE GUYANA GUARDIAN?

¡Participa!

¿Quieres compartir tus conocimientos?

Si tienen interés en participar en Lectores Expertos pueden escribir un email a la dirección de correo de nuestra sección de Participación ([email protected]) adjuntando sus datos biográficos y el texto que proponen para su publicación.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...