Los casos de corrupción no se pueden meter en una burbuja y aislarlos. Se extienden y lo dejan todo perdido. No es lo mismo que el presidente supiera o no de las tropelías de sus hombres de confianza, pero en ambos casos la credibilidad queda maltrecha. Tampoco es igual si los malhechores montaron un andamio para su lucro personal o si se trata de una estructura construida para que todo un partido se dopara frente a sus rivales. Pero también en ambos casos el desánimo se apodera de los votantes. Por eso, el propósito que se ha impuesto Pedro Sánchez de recuperar el ánimo y la confianza de sus seguidores es un reto más propio de Sísifo que de un líder político terrenal.
La bola de nieve ha echado a rodar. Desciende al ritmo de la investigación judicial, que tiene sus hitos y sus ritmos. Un día, agentes de la Guardia Civil se personan en la emblemática sede de Ferraz y otro, desfilan los sospechosos por el Tribunal Supremo, mientras la prensa publica conversaciones de los miles de horas que los presuntos delincuentes tuvieron el cuidado de grabar para arrastrar a sus compinches si las cosas se torcían. La justicia es lenta, pero metódica e inexorable. Lo que quede de legislatura va a estar marcada por eso pormenores, sin que la agenda gubernamental pueda imponerse. ¿Qué puede hacer Sánchez para enderezar en parte su mandato?
El presidente está decidido a resistir. Ningún jefe de gobierno quiere saltar del cargo eyectado por la palanca de la corrupción. De momento, se guarda todos los posibles recursos para continuar, sean la cuestión de confianza (sus socios tampoco desean mojarse ahora entre Sánchez o elecciones), un cambio de gobierno, un adelanto electoral o incluso un relevo en la presidencia. Son los botones rojos de Sánchez en caso de más apuro. Aunque en realidad la verdadera cuestión de confianza sería la aprobación de unos presupuestos en otoño, empresa harto difícil teniendo en cuenta que los socios parlamentarios intentan marcar distancias con la vista puesta en la llegada de unas elecciones más pronto que tarde.
Atenazado por la corrupción, Sánchez marca distancias con la derecha en el gasto militar y ante la Iglesia
Mientras, acometerá cambios en el partido, donde aparece el foco más dañino de la infección. En principio, cuenta todavía con el favor de la mayoría de los cuadros y militantes. No se avista por el momento ninguna alternativa viable. Pero eso no significa que el malestar y el temor a una travesía del desierto no haya anidado ya en todos los rincones de la formación, justo cuando se acerca un ciclo electoral. Para tratar de levantar el ánimo en el partido, Sánchez parece apostar por subrayar las posiciones en las que su gobierno se aleja de las políticas que defiende el PP, sobre todo si va de la mano de Vox. En esa línea pueden leerse decisiones como plantar cara ante la OTAN para no incrementar el gasto militar más allá del 2% o la airada y contundente réplica del ministro Félix Bolaños a la petición de elecciones de los obispos.

Sánchez e Illa en la conferencia de presidentes celebrada en Barcelona
Es cierto que el Ejecutivo ya tenía claro antes del escándalo que no podía aumentar más el gasto militar sin poner en riesgo el compromiso de Sánchez de no afectar al estado del bienestar. Pero Sánchez no ha elegido la forma más discreta de manifestarlo, sino que ha enviado una carta crítica al secretario general de la OTAN, lo que ha provocado a su vez una regañina de Donald Trump. Existe el riesgo de represalias comerciales de EE.UU., pero en su situación actual de debilidad interna Sánchez ha preferido evidenciar una posición nítida que satisface a su electorado y a buena parte de sus aliados. En la misma línea, la posición de la Conferencia Episcopal también le ha venido de perlas al Gobierno, ya que le permite abonar el relato de una alianza que abarca desde el PP y Vox, a la cúpula judicial, a medios de comunicación y a la dirección de la Iglesia para desalojar al gobierno progresista.
El presidente se apoya en Illa en vísperas del previsible aval a la amnistía, el eje del mandato
Pero donde Sánchez pretende ser lo más resolutivo posible es en el flanco catalán. Si la moción de censura que le convirtió en presidente salió adelante no fue solo por la sentencia del caso Gürtel, sino porque una parte de los nacionalistas catalanes decidió darle su apoyo para tratar de reencauzar el procés hacia una negociación. Catalunya fue también la que le permitió ser investido de nuevo tras las últimas elecciones generales. Es en esta comunidad donde Sánchez dispone de un granero de votos y posibles aliados políticos. Si en otro tiempo fue Andalucía la despensa socialista, ahora lo es Catalunya. En las elecciones de 2023 los catalanes aportaron 19 escaños a los socialistas 1,2 millones de votos (el 34,4%), mientras que los andaluces le dieron 21 diputados con 1,4 millones de papeletas (el 33,4%). El sorpasso en escaños está al caer.
El Tribunal Constitucional avalará previsiblemente esta próxima semana la ley de amnistía, el hito que ha marcado la mitad de la legislatura. Es posible que Carles Puigdemont pueda regresar a finales de año si se cumplen las expectativas sobre las resoluciones pendientes de la justicia europea. También Oriol Junqueras podrá presentarse a las elecciones una vez eliminada la inhabilitación. Mientras, Salvador Illa se ha convertido en uno de los principales apoyos del presidente, con quien mantuvo un encuentro de tres horas en la Moncloa el pasado viernes. Sánchez se apoya en el PSC más que nunca, mientras que Illa necesita asentar su mayoría en el Parlament con la financiación singular, el traspaso de Rodalies y, por ejemplo, el freno a la OPA del BBVA sobre el Sabadell sobre la que el Consejo de Ministros decidirá el próximo martes. Illa no es hoy por hoy el relevo de Sánchez, sino su más firme valedor. Un alivio que de poco le servirá si la bola de la corrupción sigue engordando mientras rueda pendiente abajo.