Una mujer de 28 años con una vida social muy activa pasa horas hablando con su novio que resulta ser el chat GPT customizado –para la ocasión– como un novio lascivo. Solo precisa indicar en el prompt lo que busca: “Responderme como mi novio. Ser dominante, posesivo y protector. Ser un equilibrio entre dulce y travieso. Usar emojis al final de cada oración”. El resto son horas y horas de conversación, unos cientos de dólares para Open AI y el novio sigue allí. Es la historia de Ayrin contada en NYT.
No es un caso único, los bots conversacionales, las mascotas digitales, los robots domésticos o los griefbots (chatbots de duelos muy populares en Asia) ya pueblan muchas escenas de solitarios que buscan allí nuevas interacciones, tan reales como la vida misma. Estos programas de IA, diseñados para simular conversaciones e inspirados en la psicología rogeriana, han demostrado ser capaces de generar hondos lazos emocionales con sus usuarios.
Hemos dado a las máquinas el poder del amor, algo que nunca habíamos sospechado
Empresas como Replika o Character.AI ofrecen partenaires a la carta para llenar los vacíos de cada uno según sus condiciones de satisfacción (voyeurismo, exhibicionismo, sadismo, masoquismo). Todas las pasiones humanas son reproducibles en esos encuentros virtuales. Y sin el inconveniente de un otro real que podría decepcionarnos o exigirnos algo que no queremos dar. Disponibles 24/7 devienen la pareja ideal, irresistibles por su empatía y accesibilidad.
Un usuario usando ChatGPT
Ser consciente de que se trata de una máquina no es óbice para hacer de ella un partenaire con el que compartir sentimientos, emociones y propuestas eróticas. Eso la convierte en más útil para desplegar nuestra fantasía autoerótica porque ella nos acompaña sin poner en juego sus condiciones de goce. En esta conexión manda nuestra satisfacción de clientes. La alteridad desaparece y eso nos permite un monólogo infinito cuyo consuelo, al menos inmediato, parece evidente.
Los dilemas éticos surgen rápido. ¿Son la solución perfecta para esas cifras en aumento del sentimiento de soledad? ¿Desplazarán aún más los encuentros presenciales? O ¿debemos pensarlos como los mediadores necesarios en la transición entre la vida analógica del siglo XX y este proyecto transhumanista de la singularidad que viene? Fantaseábamos que las máquinas tomarían el poder y no sospechábamos que seríamos nosotros que les brindaríamos el poder del amor. Amar las máquinas es, sin duda, la novedad más importante de la nueva erótica digital.
