Bonaventura Clotet, médico, 72 años: “La mejor vacuna emocional es saber estar en el momento presente, encontrando serenidad; el pasado ya no se puede cambiar, el futuro es incierto”

Vips Séniors

Bonaventura Clotet (Barcelona, 1953) es médico e investigador referente internacional en la lucha contra el VIH. Dirige IrsiCaixa desde 1995, preside la Fundación Lucha contra el sida y ha sido reconocido con múltiples distinciones, entre ellas la Creu de Sant Jordi

Bonaventura Clotet

Bonaventura Clotet

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Era 1981 cuando un joven médico interno del Vall d'Hebron se encontró frente a unas extrañas manchas violáceas en la piel de un paciente. El mundo aún no sabía pronunciar la palabra “sida”, pero Bonaventura Clotet acababa de ver el primer caso diagnosticado en España. Aquel encuentro lo cambió todo, fue el momento en que el destino lo eligió a él. Desde entonces, ha librado una batalla silenciosa contra un virus que muta constantemente, defendiendo no solo la ciencia, sino la dignidad de quienes sufren.

Cuatro décadas después, a los 72 años, sigue corriendo cada mañana por el Tibidabo, es padre de familia, abuelo y reparte su tiempo entre la investigación, la literatura y los paseos por la naturaleza. “Caerse, levantarse y seguir adelante con honestidad y humildad. Nadie cumple todos sus sueños, pero lo esencial es conservar la ilusión”, reflexiona. Se emociona recordando un artículo de La Contra sobre Manuel Ortega, un artista sin piernas que le enseñó que ni el dolor ni la pérdida frenan la capacidad de crear y amar. Para Clotet, vivir bien es un acto de presencia constante, de atención a lo sencillo. Porque la ciencia, sin alma, no basta. 

Lo que más me inquieta es que aún no hayamos logrado una vacuna preventiva eficaz contra el sida y que la inversión en investigación no esté a la altura del desafío

Bonaventura ClotetMédico 

Doctor, ¿alguna vez se ha preguntado qué habría sido de su vida si no se hubiera cruzado con aquel primer caso de sida en 1981?

La vida rara vez cambia por un solo momento, si no por una cadena de circunstancias que te empujan hacia un destino imprevisto. Aquel primer caso lo encontré durante mi rotación en Dermatología en el Vall d'Hebron: un paciente joven con extrañas manchas violáceas que resultaron ser un sarcoma de Kaposi. Era 1981 y apenas llegaban ecos desde Nueva York sobre casos similares; parecía algo distante, como nos ocurrió después con la COVID-19. Cuando en 1983 se identificó el virus, la magnitud fue devastadora: muchos pacientes, demasiadas muertes, muy poca información. Esa experiencia nos llevó a crear la Fundación Lucha contra el Sida en 1992 y posteriormente IrsiCaixa en 1995. Nunca imaginé que aquel encuentro fortuito definiría mi vida, pero visto con perspectiva, fue el momento en que todo cambió.

Después de tanto tiempo estudiando el VIH, ¿todavía hay algo que le sorprenda o le inquiete del virus?

Lo que más me inquieta es que aún no hayamos logrado una vacuna preventiva eficaz y que la inversión en investigación no esté a la altura del desafío. El VIH es un virus que cambia constantemente, con una capacidad de mutación enorme, y sabemos por qué han fallado muchas vacunas anteriores. Tenemos el conocimiento para mejorar, pero falta el impulso político y el compromiso financiero necesarios. Los recortes en organismos como el NIH (National Institutes of Health), el principal organismo de investigación biomédica de EE.UU., no solo afectan al VIH, sino que contribuyen a la reaparición de enfermedades como el sarampión. La gran paradoja es que el virus no ha dejado de evolucionar, pero nosotros, como sociedad, sí parecemos haber bajado la guardia.

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¿Cómo ve el futuro de la vacuna del VIH?

A veces digo que la vacuna del sida se parece a la Sagrada Familia: sabemos perfectamente cómo queremos que sea, pero falta el presupuesto para terminarla. Con cinco millones de euros podríamos dar un salto significativo, pero sin esa inversión, el horizonte se difumina. No es una cuestión de ciencia, es una cuestión de compromiso.

Usted ha trabajado con virus, con vacunas… Pero, sobre todo, ha trabajado con el miedo. ¿Cómo se acompaña a un paciente cuando el protocolo ya no basta?

El médico no solo debe investigar, también debe saber escuchar y acompañar. Cuando llegaron los primeros pacientes con sida, el diagnóstico era prácticamente una sentencia de muerte. Lo primero fue ofrecer apoyo emocional, darles humanidad. Detectar complicaciones pronto, sí, pero también participar en ensayos clínicos, abrir nuevas vías. Por eso creamos la Fundación Lucha contra las Infecciones, y más adelante IrsiCaixa, necesitábamos generar conocimiento propio. Lo aprendido con el sida nos dio herramientas que hoy aplicamos a otras enfermedades como el alzheimer… O incluso al estudio de la longevidad.

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Luisa Martín, actriz

¿Qué les diría hoy a las personas mayores sobre la prevención de las enfermedades infecciosas?

Que miren también hacia los jóvenes. Las nuevas generaciones han crecido con la falsa sensación de que muchas infecciones están superadas, y no siempre es así. Es importante que los mayores, con su experiencia, les transmitan el valor de la prevención, de la vacunación, del cuidado. Que hablen con sus nietos, con sus hijos, que compartan lo que vivieron con el VIH o con la COVID. La memoria es también una herramienta de salud pública. Necesitamos que los jóvenes tomen conciencia sin miedo, pero con responsabilidad.

¿Qué le empuja a seguir creando, investigando e impulsando proyectos a los 72 años?

Poder dedicarte a lo que amas es un privilegio enorme. Pero, además, he tenido la suerte de construir un equipo brillante, cohesionado. Saber coordinar, unir talentos y generar sinergias… eso es lo que más me motiva. Ahora trabajamos intensamente en Alzheimer y envejecimiento, colaborando con grupos como los de Mara Dierssen o Marc Suárez. Porque todos envejeceremos y el verdadero desafío es hacerlo con calidad de vida.

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¿Qué sueño le queda por cumplir?

Muchos. La vida, al final, es un proceso constante de superación. Caerse, levantarse y seguir adelante con honestidad y humildad. Nadie cumple todos sus sueños, pero lo esencial es conservar la ilusión de seguir intentándolo. Esa chispa es la que te mantiene vivo. Y, sobre todo, vivir en el presente, mientras todo está sucediendo.

¿Hay alguna idea sobre el envejecimiento que la ciencia ya ha superado, pero que la sociedad aún arrastra?

Sí, la idea de que jubilarse implica retirarse por completo. Si una persona ama su trabajo y está en condiciones, puede seguir aportando muchísimo. En medicina, por ejemplo, la experiencia es insustituible: diagnosticar con perspectiva, acompañar con empatía, formar a las nuevas generaciones. En países como Estados Unidos esto está mucho más integrado. Aquí deberíamos impulsar sistemas que permitan evaluar, mentorear y seguir contribuyendo activamente, más allá de la edad.

La prevención y la medicina personalizada no empiezan a los 60; no podemos esperar a tener síntomas, hay que empezar a cuidarse desde jóvenes

Bonaventura ClotetMédico
Bonaventura Clotet, director del instituto IrsiCaixa

Bonaventura Clotet, director del instituto IrsiCaixa.

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¿Qué consejo le daría a alguien que se acerca a los 60 años sobre cómo cuidar su salud?

No hay medicina para los séniors si no se enseña desde que somos jóvenes. La prevención, el diagnóstico precoz y la medicina personalizada no empiezan a los 60, sino mucho antes. No podemos esperar a tener síntomas, hay que empezar a cuidarse desde jóvenes. Vigilar la tensión arterial, los niveles de colesterol… Pero también movernos, comer bien, mantener una microbiota saludable. Y no olvidar lo emocional: estimular la mente, cultivar relaciones, leer, vivir con propósito. Todo eso no solo alarga la vida… La hace más rica y con más sentido.

¿Tiene algún ritual diario innegociable?

Correr cada mañana a las seis de la mañana por la montaña, por el Tibidabo, entre 6 y 8 kilómetros. Es mi medicina. Antes lo hacía con mi perrita Uma, ahora salgo solo. Escucho los ruiseñores, veo cómo despierta el día, respiro bosque… Los japoneses lo llaman 'shinrin-yoku', los baños de bosque. Yo lo llamo vivir. Es mi dosis diaria de endorfinas. Es ahí, en plena naturaleza, donde ordeno la mente y arranco el día con energía y sentido.

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¿Tiene un propósito que le guíe cada día?

Sí, levantarme con ilusión. A veces es algo grande; otras, simplemente oler el bosque, escuchar a los pájaros, sentir que estás vivo. La vida no se repite. Y si uno sabe encontrar sentido incluso en lo simple, entonces cada día ya vale la pena.

Sabe mucho de inmunidad. Pero, ¿qué lo inmuniza a usted emocionalmente?

En realidad, nadie está del todo inmunizado. Todos recibimos golpes. La diferencia está en cómo los gestionamos. A mí me ayuda aceptarme tal como soy, cultivar una buena autoestima y vivir en el presente. El pasado ya no se puede cambiar. El futuro es incierto. Solo nos queda este instante. Y si sabes estar ahí —de verdad estar—, puedes encontrar serenidad incluso en medio del caos. Eso, para mí, es la mejor vacuna emocional.

¿Alguna historia de superación que le haya marcado especialmente?

Recuerdo con emoción a Manuel Ortega, un artista extraordinario que protagonizó el documental Superarte. Es un hombre sin piernas que va en moto, tiene novia y dice que la vida merece la pena. Músico, pintor y cineasta, demuestra que ni el dolor ni la pérdida frenan la capacidad de crear, de amar y de seguir adelante. Su historia me enseñó que la vida a veces es simplemente eso: seguir andando, tomar cafés, enamorarse, ver la lluvia.

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¿Qué le ha enseñado su familia que no haya aprendido en la medicina?

Que la vida no es solo calidad, también es cantidad. Durante años puse casi toda mi energía en la medicina, y eso tiene un coste. Tuve la suerte de que Ana, mi mujer, se volcó en el crecimiento de nuestros hijos: Marc y Aina. Son actores, y gracias a ellos he aprendido a mirar el mundo desde otras perspectivas, más creativas. Ellos —y ahora mis nietos— son un motor vital para mí. Me recuerdan cada día que el tiempo compartido es lo más valioso que tenemos.

¿Diría que también tiene algo de actor como sus hijos?

Aunque no lo parezca, soy muy tímido. De niño me costaba incluso saludar a los adultos y me refugiaba en el tenis, en la rutina, en lo que podía controlar. La televisión me daba auténtico pánico, pero con el tiempo entendí que comunicar también forma parte de curar. He tenido que vencer muchas barreras personales para hablar en público, para exponerme en eventos como nuestra Gala People in Red, donde cada año reunimos personalidades para dar visibilidad a la lucha contra las infecciones. A veces, los que más aparecemos somos los más tímidos.

Bonaventura Clotet con Joan Manuel Serrat

Bonaventura Clotet con Joan Manuel Serrat en la última edición de la Gala People in Red.

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¿Qué le inquieta más: que envejezca el cuerpo o que se apague la curiosidad?

Sin duda, que se apague la curiosidad. Mientras siga teniendo ganas de aprender, de proponer nuevas líneas, de hacer preguntas… Seguiré en marcha. El día que sienta que ya no aporto, me iré. El cuerpo envejece, claro, es ley de vida. Pero la curiosidad —si se cultiva— puede mantenerse viva hasta el final. Y eso es lo que nos mantiene conectados, despiertos, verdaderamente vivos.

¿Cómo le gustaría que lo recordaran?

Como alguien que intentó ayudar. No siempre acerté, claro, pero lo hice con honestidad, con entrega. Cuando un paciente me dice: “Sin ti, esto no habría sido posible”. Eso es lo que de verdad queda. Más allá de los títulos, los cargos o los libros, lo único que importa es el impacto real que puedes tener en una vida. Si he logrado aliviar el dolor de alguien, acompañarlo en un momento difícil o simplemente estar ahí… Entonces ha valido la pena.

¿Alguna recomendación para vivir más y mejor?

Tres pilares fundamentales: ejercicio físico regular, lectura y vida social activa. Son cosas sencillas, con impacto profundo y cuanto antes empecemos, mejor. No hace falta correr maratones, ni de tener un cuerpo perfecto –esa exigencia estética es una forma moderna de burka, sobre todo para la mujer–. Lo relevante es estar sano. También recomiendo ver Perfect Days, que nos recuerda que la felicidad está en lo cotidiano: la luz que entra por la ventana, una canción que te conecta, pasear por la naturaleza. Vivir bien es hacer bien lo pequeño. No se trata solo de vivir más, sino de vivir mejor: con calidad, autonomía y dignidad.

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