“Soy como los viejos rockeros que mueren con las botas puestas, lo que prima son las ganas de hacer cosas”: crear un jardín botánico con voluntarios jubilados, a los 63 años

‘Después de los 60’

Tras poner fin a su etapa laboral como educador social, Marià Caimo puso en marcha el Jardí Botànic de Molins de Rei, un espacio vivo que combina naturaleza, educación y comunidad como reflejo de una pasión cultivada durante décadas

Marià Caimo, impulsor del Jardi Botànic de Molins de Rei.

Marià Caimo, impulsor del Jardi Botànic de Molins de Rei. 

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“Es como un regalo a mí mismo”, dice Marià Caimo con voz serena, mientras habla del jardín botánico que creó junto a otros jubilados en su municipio, Molins de Rei, cuando dejó atrás su vida laboral. Una frase que encierra una convicción sincera sobre lo que significa comenzar un proyecto vital cuando muchos dan por terminada una etapa. Porque Marià no se reinventó a los 60. Simplemente, dio el paso para hacer realidad un sueño que llevaba décadas latiendo en silencio. El de construir un espacio de naturaleza, conocimiento y comunidad.

Cabe destacar que el Jardí Botànic de Molins de Rei no brotó de la noche a la mañana. Fue el fruto de una idea antigua, cultivada con paciencia. “Desde antes de jubilarme ya tenía en la cabeza la idea de crear un jardín botánico”, explica Marià, que se retiró anticipadamente a los 63 años tras haber trabajado como educador social en un centro ocupacional de Sabadell. Con la jubilación, llegó también el momento de poder llevar a cabo ese proyecto que había estado esperando germinar. 

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Encontró tierra fértil. Se dirigió a Can Vilagut, una antigua masía local, para hablar con su propietario. La conversación fue clave: le ofrecieron una parcela de unos 200 metros cuadrados, entonces cubierta de maleza, hinojo, zarzas y retama. “No se podía ni pasar, estaba todo lleno de hierbas”, recuerda. Pero donde otros habrían visto un campo abandonado, él y sus compañeros vieron un lienzo en blanco.

No, no estaba solo. Desde el primer momento, impulsó el proyecto desde el Centre Excursionista de Molins de Rei, entidad a la que pertenece desde hace años. Fue con la junta directiva del centro que se formalizó la propuesta, y poco a poco se fue sumando un grupo de voluntarios jubilados. Hoy son diez socios que, como él, dedican su tiempo, energía y entusiasmo a mantener vivo un espacio que ya no solo es jardín, sino también aula abierta y punto de encuentro. 

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El jardín botánico no es una colección ornamental de plantas exóticas. Se ha diseñado con un objetivo claro: poner en valor la flora mediterránea autóctona, especialmente aquella que crece en los bosques de la zona litoral catalana. “Hemos plantado muchas especies que habitan en los bosques mediterráneos, sobre todo los de tierra baja”, detalla.

A través de caminos señalizados y paneles identificativos, los visitantes pueden reconocer los nombres y características de cada especie. Lo que distingue al jardín no es solo su valor botánico, sino el modo en que se ha integrado en la vida educativa y social de la comarca. “Prácticamente han pasado todos los centros escolares de Molins por allí”, afirma orgulloso, para después señalar que los alumnos “vienen a visitar el jardín, les hacemos una visita guiada y comentada”.

Desde antes de jubilarme ya tenía en la cabeza la idea de crear un jardín botánico

Staff Writer69 años
Marià, durante una visita escolar.

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Es él mismo quien suele dar la bienvenida a los grupos escolares. Con paciencia y entusiasmo, pregunta a los niños si conocen las plantas. Si las cuidan en casa, si les gustan. Luego, junto a otro voluntario, guía la caminata entre las especies, hablando no solo de flora, sino también de insectos, ecosistemas, y el valor de la biodiversidad: “Lo que procuramos es incentivar en los niños el respeto y el conocimiento, no solo de las plantas, sino también del entorno y la importancia de su conservación”.

A menudo, los testimonios de personas mayores que emprenden proyectos tras la jubilación giran en torno a la necesidad de llenar el tiempo o de sentirse útiles. Por contra, Marià lo expresa con otra naturalidad. No siente que su iniciativa nazca de una carencia, sino de un deseo genuino: “No tengo la sensación de llenar ningún hueco vital. No era un reto personal, simplemente era algo que me apetecía, independientemente de la edad”. 

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En su relato no hay discursos grandilocuentes ni autoafirmaciones. Solo la firme convicción de quien lleva adelante lo que ama. “Igualmente lo podía haber hecho a los 40 años. Quizás entonces tenía menos tiempo, pero ya me gustaba ir a estudiar plantas, con mis libretas y libros. La jubilación ha sido el momento para hacerlo”, dice.

Fue un punto de inflexión. Tras jubilarse en julio de 2019, en noviembre ya había iniciado contactos con el propietario de la masía, y en diciembre empezó el trabajo de campo. Junto a dos compañeros más comenzaron las tareas de desbroce, limpieza, diseño de caminos y plantación. Los dos primeros años fueron especialmente duros, recuerda: “Era un campo de almendros abandonado. Tuvimos que desbrozar todo, hacer los caminos, plantar las especies…”. Seis años después, el esfuerzo ha dado frutos, y hoy el jardín luce como un espacio cuidado y accesible para todos.

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Es reseñable que la implicación de Marià en la vida comunitaria de Molins de Rei va más allá del jardín. Como vocal de la sección de Medio Ambiente del centro excursionista, organiza salidas mensuales a la naturaleza, escribe artículos en una revista local sobre itinerarios por el Baix Llobregat, y durante tres años ha colaborado con un programa de radio semanal. “Todo relacionado con la naturaleza”, aclara.

No se identifica especialmente con el término ‘activismo sénior’. No concibe su labor como un gesto militante, sino como una forma de vida coherente con sus intereses. “No hago cosas específicamente con gente mayor, pero sí que es verdad que la mayoría de los que participan en estas actividades son personas de entre 55 y 75 años”, comenta. A su modo, esto también es una forma de activismo. No desde la consigna, sino desde el ejemplo. Lejos de tener una visión trágica del envejecimiento, Marià lo vive como una etapa más, con sus cambios, sí, pero también con sus oportunidades. “Una cosa es real: a medida que van pasando los años, te encuentras un poco más de achaques. No es lo mismo físicamente que cuando empezamos el jardín”, reconoce. 

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Para él, las ganas pesan más que los años: “Es un tema emocional o mental. Lo que prima más, al menos para mí, son las ganas de hacer cosas. Es como aquellos viejos rockeros que mueren con las botas puestas, un poco es eso”. No hay negación de la vejez, sino una afirmación tranquila de que seguir adelante también es una forma de estar vivo.“Yo no le quiero dar más peso a la edad del que tiene”, insiste, porque “si te gusta algo, lo haces y para adelante, no hay que darle más vueltas”.

¿Y qué diría Marià a quienes temen la jubilación o la ven como el principio del fin? Su respuesta es sencilla y sin pretensiones de gurú: “Todas las personas que se encuentran así en la jubilación harían bien en mirar de tener proyectos que impliquen un cierto esfuerzo –si no físico, pues emocional o mental–”. No se trata de forzarse a hacer cosas porque sí. Para él, lo más importante es reconectar con intereses auténticos, con pasiones postergadas, con la curiosidad dormida. “Incluso se puede probar por probar, como hacer un curso de dibujo o de fotografía. Pero si coges una ilusión que has tenido siempre, algo que durante tu vida te ha interesado y que ahora puedes aprovechar, entonces sí, vale la pena”.

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Tampoco es cuestión competir con el pasado, ni de negar la edad. “Ya no tienes 30 o 25 años, pero eso no significa que no puedas hacer cosas que tengan sentido”, dice. Lo esencial, para él, es la ilusión de compartir, de participar, de aprender y aportar. Así, cuando uno camina por el jardín botánico de Molins de Rei, puede ver plantas, caminos y etiquetas botánicas, pero lo que se respira allí no es solo naturaleza. Es el eco de un compromiso con la vida. De una pasión mantenida a lo largo del tiempo, y de una forma de entender la longevidad, no como un final, sino como un nuevo capítulo. Marià lo resume sin adornos: “Yo simplemente me siento bien. Estoy haciendo algo que me gusta, creo que vale la pena y tiene un sentido”.

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