“Los hombres tienden a reprimir el malestar emocional, lo que puede traducirse en mayor riesgo de depresión, ansiedad o abuso de sustancias”: ¿por qué las mujeres siguen viviendo más años?

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Aunque la brecha de género de la longevidad lleva décadas acortándose ligeramente, todavía hoy se mantiene. La herencia biológica, por un lado, y el autocuidado diario, por otro, explican la fortaleza de las mujeres

Hasta ahora, el fenómeno de la longevidad femenina se achacaba a los buenos hábitos, pero este factor está dejando de ser determinante.

Hasta ahora, el fenómeno de la longevidad femenina se achacaba a los buenos hábitos, pero este factor está dejando de ser determinante.

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En el mundo, y España no es una excepción, siempre ha habido más viudas que viudos. O, dicho de otro modo, las mujeres han ido por delante en cuanto a longevidad. Es cierto que esa brecha de género, en lo que a esperanza de vida se refiere, se ha ido reduciendo un poco en los últimos años, pero persiste.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) hasta mediados de los años noventa la diferencia entre los hombres y las mujeres en cuanto a la expectativa de vida, creció o se mantuvo estable, como consecuencia de una mortalidad masculina más elevada debida a factores biológicos, estilos de vida y conductas de riesgo. Sin embargo, en las dos últimas décadas, esta horquilla ha ido disminuyendo paulatinamente, pasando de 6,6 años a favor de la mujer en el año 2003, a 5,6 años en el año 2013 y 5,2 años en 2023.

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Por tanto, sí, las mujeres siguen siendo más longevas que los hombres. Ahora bien, esa longevidad parece estar sucediendo contra todo pronóstico. Y es que, hasta ahora, este fenómeno se achacaba a que “tradicionalmente, las mujeres han tenido conductas más preventivas, como un menor consumo de alcohol y tabaco, y un mayor contacto con el sistema sanitario”, señala la Dra. Patricia Puiggròs, fundadora y CEO de IKI Health y especialista en longevidad, medicina deportiva y estilo de vida.

Sin embargo, en los últimos años, las mujeres han ido abandonando estos hábitos replicando las conductas masculinas, lo que ha acortado algo la diferencia que todavía hoy persiste. Es precisamente esta realidad lo que ha hecho pensar a la doctora en “otros factores como la resiliencia emocional, la mayor conciencia corporal y el efecto protector de las hormonas sexuales durante la edad fértil”, como posibles razones para explicar la longevidad superior femenina.

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¿Responsables de nuestra propia longevidad? Solo en cierta medida

Entre los motivos para entender por qué una vida dura más que otra, podríamos diferenciar entre los que se pueden manejar y los que escapan a nuestro control. Entre estos últimos, el más evidente es la genética. Y es que, poco podemos hacer frente a lo que llevamos escrito en el ADN. En este sentido, “aunque la genética establece un marco de referencia, hoy sabemos que el estilo de vida puede modular hasta un 80 % de nuestra longevidad saludable”, subraya la doctora.

Y añade: “Hábitos como el ejercicio físico, la alimentación consciente, la gestión del estrés y la calidad del sueño tienen un impacto directo sobre los mecanismos de envejecimiento”. Por tanto, el estilo de vida que predomina en cada colectivo (mujeres, por un lado, y hombres, por otro), influye, en cierto grado, en el modo y la rapidez con que se deteriora el organismo, pero la diferencia en longevidad se resiste a desaparecer. 

Hoy sabemos que el estilo de vida puede modular hasta un 80 % de nuestra longevidad saludable

News CorrespondentEspecialista en longevidad, medicina deportiva y estilo de vida
Dra. Patricia Puiggròs.

Dra. Patricia Puiggròs.

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Diseñadas para vivir más

“Nuestra genética no solo es responsable de las diferencias que podemos ver entre unas personas y otras, sino que contiene el diseño biológico que marca nuestra esperanza de vida. Es lo que hace que las tortugas vivan más de 100 años, o que una mariposa unos pocos días. Además, este diseño es diferente entre hombres y mujeres,” explica Juan Carranza Almansa, catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba, y experto en envejecimiento, comportamiento animal, sistemas de apareamiento y selección sexual.

“Las diferencias entre sexos en longevidad tienen una fuerte raíz biológica –apunta Carranza– que se basa en las estrategias reproductivas de mujeres y hombres durante nuestra evolución”. La selección natural favoreció a los varones que tenían muchos descendientes durante unos pocos años, en los cuales conseguían aparearse con varias mujeres mientras su dominancia social estaba al máximo. 

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Las mujeres, por su parte, solo podían aumentar el número de hijos a base de más años de vida debido a las limitaciones que impone la gestación y la lactancia. Esto marcó que ambos tipos de organismos estuviesen diseñados para tener planes de longevidad diferentes”. Tras años de estudios se sabe que ambos sexos “han heredado sus propios programas de vida sin acortar esas diferencias estructurales, heredadas de nuestro modo de vida ancestral durante miles de años de evolución”.

Nuestra genética no solo es responsable de las diferencias que podemos ver entre unas personas y otras, sino que contiene el diseño biológico que marca nuestra esperanza de vida

News CorrespondentCatedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba

Superioridad de las hembras, no solo en nuestra especie

La superioridad de la longevidad no es algo exclusivo de las mujeres. Las hembras de muchas otras especies también la poseen. El grupo de investigación del profesor Carranza ha estudiado durante décadas las estrategias reproductivas de los ciervos, y ha observado que pueden servir para comprender lo que nos ocurre a los humanos. Así, un ciervo macho puede tener muchos hijos entre los 6 y 9 años de edad, cuando está en su plenitud, es dominante y es capaz de mantener un harén de hembras. Más adelante, al llegar a los 12 años, la mayoría de ellos, mueren. Por su parte, las ciervas viven unos 20 años y tienen solo una cría al año.

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“Si solo nos fijamos en nuestro modo de vida actual, nos resulta difícil aceptar que los sistemas reproductivos de los ciervos y de los humanos se puedan parecer. Sin embargo, hay que ver el problema en el contexto de la evolución de los mamíferos e incluso de las aves. Sabemos que hay especies monógamas, donde ambos miembros de la pareja contribuyen a sacar adelante a las crías, mientras que en otras especies el sistema de apareamiento es polígamo, donde uno de los miembros de la pareja (normalmente la hembra) se encarga de todos o de la mayoría de los cuidados de las crías, mientras el otro (normalmente el macho) puede aparearse con varias hembras”. 

“Estas diferencias en los sistemas de apareamiento hacen que en unas especies (las monógamas) machos y hembras sean muy similares en todo, mientras que, en otras, (las polígamas) machos y hembras sean diferentes en muchas cosas. Por ejemplo, en el tamaño corporal, en el comportamiento, en rasgos morfológicos, etc.”.

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“Los humanos hemos tenido una historia evolutiva con cierto grado de poligamia, no tanto como los ciervos, pero mucho más que, por ejemplo, las cigüeñas. En las cigüeñas difícilmente podemos distinguir a simple vista el macho de la hembra, mientras que en los ciervos es muy evidente. En humanos, hombres y mujeres se diferencian, en promedio, en altura, peso, forma del cuerpo, barba, comportamiento, etc. La longevidad es un rasgo más que forma parte del diseño biológico. En las especies monógamas, machos y hembras también tienen longevidades similares, pero esto no es así en las polígamas”, asegura Carranza.

Si entendemos estas diferencias estructurales, comprenderemos que es muy difícil que las divergencias en longevidad entre hombres y mujeres lleguen a eliminarse totalmente. “Para ello habría que cambiar cómo estamos hechos biológicamente”, concluye el zoólogo.

Los humanos hemos tenido una historia evolutiva con cierto grado de poligamia; no tanto como los ciervos, pero mucho más que las cigüeñas

News CorrespondentCatedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba
Juan Carranza Almansa

Juan Carranza Almansa

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No todos los machos mueren antes

Frente a la mayor esperanza de vida de las hembras, hay excepciones en algunas especies. Además del caso de las especies monógamas, donde ambos sexos suelen tener longevidades similares, hay un ejemplo especialmente llamativo entre las polígamas, el de unos pequeños pájaros tropicales de bonitos colores que viven en las selvas de América central y del sur, los manakines (o saltarines). Los machos de esta especie pueden aparearse con muchas hembras, no ayudan a sacar adelante a las crías, y se sabe que viven más que ellas. 

La razón de su longevidad está en las preferencias de las hembras a la hora de aparearse con un macho. En estas especies, los machos deben ejecutar una danza, aparentemente difícil de aprender, o al menos, lo bastante complicada como para cumplir con el nivel exigido por las hembras. Por ello, la selección los ha programado para vivir muchos años, incluso más que las hembras, hasta poder aprender bien esa danza y así llegar a reproducirse. 

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¿Envejecemos igual, hombres y mujeres?

Además del número de años que viven hombres y mujeres, existe otra diferencia con relación a cómo envejecen unos y otras. Así, en las primeras, “los trastornos musculoesqueléticos y metabólicos son los más afectados por el paso del tiempo, además de un claro deterioro en la salud emocional”, recalca Puiggròs quien afirma que “aunque las mujeres sufren una mayor carga de enfermedades crónicas no mortales, como dolor musculoesquelético, artrosis, osteoporosis o fatiga persistente, su mayor disposición al autocuidado puede mejorar su calidad de vida si se les ofrecen las herramientas adecuadas”.

Por su parte, la población masculina ve cómo su sistema cardiovascular se daña más que el de las mujeres. También, “muestra un alto nivel de estrés crónico mal gestionado, que, según el European Heart Journal, aumenta en un 27 % el riesgo de eventos cardiovasculares a partir de los 50 años. Además, a diferencia de las mujeres, los hombres tienden a pedir menos ayuda y a verbalizar menos el malestar emocional”. Ahora bien, la doctora se muestra optimista y asegura que “ambos deterioros pueden prevenirse o ralentizarse con intervenciones basadas en el estilo de vida”.

Las mujeres sufren una mayor carga de enfermedades crónicas no mortales, pero su disposición al autocuidado puede mejorar su calidad de vida

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Ellas viven más, pero, ¿viven mejor?

Tomar medidas para prolongar la propia vida parece una buena idea, además de un pensamiento generalizado. Y es que, la mayoría de la gente suele expresar su deseo de llegar a la vejez. De hecho, cuanto más viejo, mejor. Sin embargo, la doctora muestra un matiz importante: “En mi experiencia, la mayoría de los pacientes prefieren vivir mejor antes que simplemente vivir más. Valoran poder moverse, tener autonomía, relacionarse y disfrutar. Una paciente me dijo hace poco: 'Si no puedo salir a caminar o cuidar de mis nietos, ¿para qué quiero más años?'”

Por otro lado, tanto los hombres como las mujeres desean longevidad, pero con enfoques distintos. “Ellas priorizan la calidad de vida y el bienestar emocional, mientras que muchos hombres lo asocian más a la independencia funcional o la productividad. En cualquier caso, el deseo de envejecer bien es compartido, y la personalización de las intervenciones es clave para responder a sus motivaciones específicas”.

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La salud emocional como impulso vital

Según la doctora, las mujeres anhelan una vejez de calidad, entendiendo esta como unos años en los que el bienestar emocional sea óptimo. Por eso, a pesar de que es cierto, “las mujeres reportan más síntomas emocionales que los hombres, también lo es que buscan ayuda con más frecuencia, expresan sus emociones y participan en espacios de apoyo, lo cual les permite transitar mejor los desafíos del envejecimiento”, recalca la doctora.

“La conexión social, el sentido de propósito y el autocuidado diario son pilares fundamentales. Las mujeres que conservan vínculos afectivos, practican actividad física y tienen espacios de expresión emocional, tienden a mantener un mejor bienestar psicológico”, concluye. Los hombres, en cambio, “tienden a reprimir el malestar emocional, –continúa– lo que puede traducirse en mayor riesgo de depresión no diagnosticada, ansiedad o abuso de sustancias”.

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