Relojes que registran el sueño, análisis de laboratorio avanzados, estudios basados en el microbioma o en la saliva, técnicas de espectofotometría que permiten determinar la concentración de metales pesados en el organismo, dietas personalizadas en base al genoma, básculas de bioimpedancia capaces de registrar la grasa corporal, la densidad ósea o la retención de líquidos... Son solo algunas de las herramientas que utiliza el llamado biohacking, una disciplina que ha llegado a España y que cada vez más personas practican, en muchas ocasiones sin saber que lo que hacen tiene nombre.
En realidad, el movimiento no es nuevo. Desde hace años, en Estados Unidos se habla de hackear el propio cuerpo como si fuese un sistema operativo: la idea es medir, probar y ajustar hasta lograr un mejor rendimiento físico, mental e incluso emocional. Suena futurista e incluso apocalíptico, pero en realidad el biohacking no es más que una evolución de la medicina preventiva y de precisión para adaptarla a la realidad del siglo XXI, con nuevos desafíos medioambientales, una industria alimentaria muy desarrollada y una población cada vez más sedentaria. Todo ello, utilizando las herramientas científicas y tecnológicas de que disponemos en la actualidad.
'Hackear' el propio cuerpo
El biohacking no es más que una evolución de la medicina preventiva y de precisión para adaptarla a la realidad del siglo XXI
Así lo explica el inmunogerontólogo Pedro Rodríguez, doctor en Neuropsicobiología y director adjunto de Clínicas UME, con tres centros en Alicante. Rodíguez es el responsable del departamento de Longevidad y Biohacking, un ámbito en el que trabaja desde hace más de veinte años. Su objetivo es “adelantarnos a la aparición de la enfermedad crónica y optimizar la salud para poder llegar a ser longevos, pero no polimedicados y con múltiples patologías”.
Para lograrlo, Rodríguez y su equipo utilizan mayoritariamente “estrategias no farmacológicas, que permiten ir un paso más allá en lo que el Ministerio de Sanidad llama medicina de precisión”. Esto significa “que si tengo 25 pacientes con el mismo diagnóstico, cada uno de ellos es abordable de forma diferente, ya que parten de fenómenos moleculares distintos”. Para Rodríguez, el biohacking no es más que la aplicación de la medicina de precisión en personas sanas, “que quieren cuidar su organismo de forma personalizada, cambiando, si es necesario, algunas funciones celulares que en la actualidad podemos conocer gracias a numerosas herramientas que utilizamos de forma combinada en cada paciente”.
Si tengo 25 pacientes con el mismo diagnóstico, cada uno de ellos es abordable de forma diferente, ya que parten de fenómenos moleculares distintos”
Sin embargo, el término en sí ha sido históricamente confuso. El biohacking como movimiento general ya existía, pero era un cajón de sastre donde cabía de todo, desde la nutrición hasta la implantación de dispositivos electrónicos en el cuerpo. Incluso muchas terapias pseudocientíficas se han apuntado a la moda. “Dado que es un concepto nuevo, que todavía no está normalizado, muchas personas se apoderan de él desde ámbitos que nos son científicos. Eso nos hace muchísimo daño”, asegura Rodríguez.
Esa ambigüedad, reconocen los expertos, generaba miedo y alejaba a la gente de lo que realmente importa: aprender a optimizar su fisiología sin caer en prácticas invasivas o sin base científica. Para Álex Giménez, especialista en nutrigenómica y pionero del método Natural-Biohacking, “el principal reto ha sido defender un biohacking que huye de la implantación de tecnología y aplica un enfoque estrictamente científico para modificar los procesos fisiológicos y la estructura celular únicamente de forma natural”.

Los hábitos influyen en nuestra longevidad más allá de la carga genética
Giménez asegura que la ambigüedad del concepto “genera miedo y confusión, y aleja a la gente del verdadero poder de la optimización biológica”. Asegura que en sus inicios “no existía una diferenciación clara para la práctica que yo defendía: una que fuera 100% respetuosa con nuestra fisiología. Para resolver esto, decidí crear y definir el concepto de Natural-Biohacking. Lo hice para trazar una línea clara: por un lado, la tecnología invasiva; por el otro, la ciencia de vanguardia aplicada de forma natural”.
Un buen ejemplo de cómo nuestros hábitos pueden influir en nuestra longevidad es el clásico de los dos gemelos. Lo explica Giménez: “Dos gemelos idénticos pueden tener vidas muy distintas pese a compartir el mismo ADN. Uno lleva una vida sedentaria en la ciudad, consumiendo comida procesada, con estrés y exposición a toxinas. Su estilo de vida “enciende” genes asociados a inflamación y resistencia a la insulina, entre otros. El otro vive activo en una isla del Caribe, con una dieta natural y ejercicio diario, manteniendo su salud y “encendiendo” genes de longevidad. La epigenética muestra que nuestras decisiones diarias controlan qué genes se expresan”.
Las técnicas de biohacking parten, pues, de la epigenómica, la ciencia que estudia los cambios epigenéticos en una célula. Según la definición del National Cancer Institute, en Estados Unidos, “son los cambios que se producen en el modo en que los genes se activan o desactivan sin cambiar la secuencia misma del ADN. Estos cambios dependen de la edad y la exposición a factores ambientales como la dieta, el ejercicio, los medicamentos y los químicos. Los cambios epigenéticos pueden afectar el riesgo de enfermedades y pueden pasar de padres a hijos”. Esto significa que “si conseguimos influir en cómo se activan y desactivan esos genes mediante estudios genómicos completos e individualizados, podemos caminar hacia una mayor longevidad y, lo que es más importante, un mejor estado de salud”, asegura, por su parte, Rodríguez.
El clínicas UME se parte de estudios que determinan la edad metabólica, el estado de la microbiota, la disbiosis intestinal (la pérdida del equilibrio bacteriano en los intestinos debida a factores como el estrés, el sedentarismo o la mala alimentación), la biometría, el estrés oxidativo, la concentración de metales pesados y muchos otros parámetros. A partir de aquí, se utilizan diferentes herramientas para revertir la situación. “Desde técnicas de respiración y meditación que pueden provocar cambios en la estructura cerebral hasta suplementación, láser, tecnología de infrarrojos o ejercicio terapéutico, cambios en la dieta y deporte de fuerza y resistencia”, explica Rodríguez.
Es fundamental distinguir entre biohacking transhumanista y el natural. Como dice Giménez, “es absurdo implantar un microchip para mejorar la memoria sin haber optimizado antes el sueño y la nutrición que regulan nuestros neurotransmisores”. Por tanto, las técnicas de biohacking natural apuestan por “desbloquear el potencial del cuerpo humano tal como es, logrando beneficios holísticos: recomposición corporal, energía estable, equilibrio hormonal, mayor claridad mental y sueño reparador”. Gran parte de esto se consigue mediante la nutrición de precisión, que adapta los alimentos a nuestros genes para optimizar su expresión, como muestra el estudio de Zeisel (2008) publicado en The American Journal of Clinical Nutrition.
Cada célula, desde el hígado hasta los músculos y el páncreas, tiene su propio reloj interno. Cuando desincronizamos este sistema con cenas tardías o sueño irregular, se genera un caos biológico”
Otro aspecto a tener en cuenta es el de los ritmos circadianos. El Premio Nobel de Medicina 2017, concedido a Jeffrey C.Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young, reconocía sus descubrimientos sobre los mecanismos moleculares que controlan los ritmos circadianos. El trabajo de los tres investigadores ha sido clave para saber cómo se sincroniza nuestro reloj biológico interno con las diferentes fases del día e identificar los diferentes componentes moleculares que intervienen en este proceso. “Cada célula, desde el hígado hasta los músculos y el páncreas, tiene su propio reloj interno, u Oscilador Periférico, que sigue las órdenes del Maestro pero también responde a señales locales como la hora de las comidas. Cuando desincronizamos este sistema con cenas tardías, pantallas por la noche o sueño irregular, se genera un caos biológico. Mantener nuestros hábitos alineados con estos relojes es una herramienta poderosa para regular hormonas, optimizar energía y potenciar la salud”, explica Giménez.
En definitiva, el llamado biohacking, pese a lo imponente del término, no es más que una manera de llevar al máximo nivel la medicina preventiva y de precisión empleando las herramientas del siglo XXI. Aunque hay quien se aprovecha de ello para vender terapias sin respaldo científico o tecnología muy costosa y sin contrastar, no es necesario: se trata, simplemente, de usar de forma personalizada las herramientas que ya tenemos. Pese a que de momento se emplea de forma incipiente, esta disciplina plantea consideraciones éticas y filosóficas profundas: cómo vivimos nuestra longevidad, la accesibilidad de futuras tecnologías regenerativas (”¿las financiará la sanidad pública?”, se pregunta Rodríguez), la equidad sociodemográfica y el impacto de tratamientos avanzados –como generación de órganos o manipulación genética– sobre nuestra salud, sociedad y filosofía de vida.
Para finalizar, Giménez reflexiona sobre cómo entenderemos nuestra propia salud en un futuro no tan lejano: “Hemos aprendido a aceptar que la genética es un destino tallado en piedra, cuando en realidad es arcilla en nuestras manos. Cada comida, cada hora de sueño, cada entrenamiento, es un golpe de cincel con el que esculpimos la enfermedad o la vitalidad del mañana. La pregunta final no es qué genes has heredado, sino qué piensas hacer con ellos”, concluye.