“Es una variedad que verdaderamente me encanta; con su delicadeza esquiva y su capacidad de trascender, me roba el corazón”. Así se refería Miles Raymond (Paul Giamatti) a la Pinot Noir en la famosa película Entre Copas de Alexander Payne. En Match Point, Woody Allen también quiso mencionar las virtudes de los vinos de Borgoña mediante la frase “Ah Puligny Montrachet, nunca antes había oído hablar hasta que Tom lo pidió, y ahora soy adicta”, en boca de Chloe Hewett Wilton (Emily Mortimer). Las menciones a la región y sus vinos en el panorama cinéfilo son tan variopintas que llegan hasta Los Simpson: en un capítulo dedicado a los vinos de lujo, Marge y Smithers se enfrascan en la difícil tarea de falsificar un preciado Gevrey Chambertin del Sr. Burns que Homer previamente había roto por accidente.
Un buen vino de Borgoña es sofisticado, en ocasiones sutil y en otras, arrollador, pero nunca deja indiferente, ni él, ni el paisaje de donde procede. Pasear por sus viñedos en los meses de verano es algo difícil de describir, casi poético, donde el horizonte se funde con un precioso manto verde que abarca el campo visual, al igual que sus pueblos, plagados de casitas de cuento.
De todo esto y sobre todo de sus gentes, se enamoraron Jose y Miguel Álvaro, hermanos y propietarios de la distribuidora de vinos Vins des Dieux. “A simple vista, la región puede parecer reservada, incluso un poco hermética, pero cuando logras acercarte y compartir tiempo con ellos descubres personas extraordinarias: humildes, apasionadas, profundamente conectadas con la tierra y con su historia”, asevera Miguel con seguridad.
Pero la aventura de los Álvaro con el vino comienza mucho antes de Vins des Dieux y bastante lejos de su Valladolid natal, concretamente en África. Fue alrededor de 2012 cuando ambos fundaron una mini importadora de vinos españoles en el continente africano. “Allí, produjimos 120.000 botellas de vino que importamos a Ruanda, donde complementamos la distribución con una empresa de infraestructura; allí ayudamos a que 40 empleados pudieran incrementar su nivel de vida, además de la creación de fondos económicos para los estudios superiores de los hijos de estas familias”, comentan los hermanos, orgullosos de su labor. La importadora de vinos fue tomando relevancia hasta que consiguieron la distribución de la emblemática bodega Vega Sicilia para el este del continente.
Su experiencia en África y gran relación con esta bodega permitió a Miguel y a José entrar en contacto con grandes bodegas nacionales e internacionales. Tanto fue así que, en 2020, decidieron abrir en España su distribuidora e importadora de vinos, la ya nombrada Vins des Dieux —‘Vinos de Dioses’, en alusión a la calidad de su catálogo—. Un repertorio amplio y muy centrado en vinos franceses, especialmente de la maravillosa Borgoña, aunque también tocan regiones de otros países como Piamonte o Véneto. Para ellos el vino es mucho más que una simple bebida, es un “conector de mundos”, y esto precisamente es lo que quieren transmitir.
¿Por qué decidís dar un cambio tan radical a vuestra vida profesional?
José Álvaro: No sentimos que haya sido un cambio radical en el sentido estricto, sino más bien una evolución natural de nuestras pasiones y curiosidad. Siempre hemos tenido un espíritu nómada. Desde jóvenes, nuestra vida ha girado en torno a la exploración, a las experiencias humanas auténticas y, por supuesto, al vino y la gastronomía. Durante nuestra etapa en África descubrimos algo fundamental: el vino no es solo una bebida, sino un hilo conductor de experiencias humanas.
Un conector con la gente...
J. A.: Nos dimos cuenta de que un vino bien escogido podía abrir puertas, generar conversaciones profundas y crear recuerdos imborrables. El vino tiene el poder de unir mundos y culturas muy distintas, trascendiendo lo meramente material. Ese aprendizaje nos hizo replantearnos nuestro camino: no se trataba de cambiarlo radicalmente, sino de profundizar en aquello que nos emocionaba, Empezamos a entender que la vida profesional podía ser también un acto poético: llevar belleza, emoción y cultura a quien quisiera recibirla.
El vino tiene el poder de unir mundos y culturas muy distintas, trascendiendo lo meramente material
¿Cuál es el proceso a seguir a la hora de seleccionar una bodega e incluirla en vuestro catálogo?
J. A.: Nuestro proceso es completamente humano y cercano. Comienza en las mesas compartidas con productores, distribuidores, importadores y otros actores del vino. No es solo probar botellas: es vivir la cultura que hay detrás de cada proyecto, entender la historia que cada persona transmite, compartir experiencias y aprender a mirar el vino desde su mirada. Luego viajamos a los proyectos. Queremos caminar entre las viñas, tocar la tierra, observar los ciclos naturales, hablar con los viticultores sobre sus desafíos, alegrías y sueños. Nos interesa conocer la filosofía de cada productor y cómo esta filosofía se refleja en el vino. El criterio que utilizamos es simple, pero profundo: buscamos afinidad humana y emocional, y vinos que reflejen nuestra propia visión y sensibilidad desarrolladas a lo largo de los años.
Tenéis bodegas de otras zonas, pero diría que estáis especializados en Borgoña. ¿Por qué?
Miguel Álvaro: Borgoña es el “corazón emocional del vino”, no elegimos Borgoña por su fama o prestigio, sino porque sus vinos nos hablan de algo más profundo: del tiempo, de la paciencia y de la sensibilidad humana. Cada viña, cada colina, cada orientación del sol tiene su propia voz. Los viticultores borgoñones han aprendido a escucharlas durante siglos. Allí no se impone nada, se acompaña. La tierra se respeta, las variedades se cuidan y cada botella refleja una relación íntima entre el hombre y su entorno. Los vinos de Borgoña son los más preciados del mundo por su capacidad de emocionar.
¿Qué es lo que os enamoró de esta región?
M. A.: Lo primero fue la gente, parece reservada, pero si profundizas, es maravillosa. Además, Borgoña tiene una larguísima historia; hace más de mil años, los monjes cistercienses y benedictinos comenzaron a observar cómo cada parcela producía vinos distintos, según el suelo, la pendiente y la exposición solar. Fueron ellos quienes comenzaron a mapear los llamados “climats”, pequeñas parcelas que hoy son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Allí todo tiene sentido, la historia, la tierra, la gente, la emoción… y cada botella es un acto de amor y memoria.
Para aquellos que nunca han probado un vino de la región, ¿cómo describiríais los blancos de Borgoña?
J. A.: Los blancos de Borgoña están dominados por la Chardonnay, la reina indiscutible. Es una uva que refleja con fidelidad la tierra: desde la mineralidad de Chablis hasta la textura cremosa y untuosa de Meursault. Cada zona tiene su carácter único: un Puligny-Montrachet es floral, preciso y elegante; un Chablis es puro, tenso, como beber la esencia de piedra caliza y lluvia; un Meursault es cálido, profundo, con aromas de avellana, mantequilla y frutas maduras. La Aligoté, antes considerada secundaria, ha cobrado relevancia en los últimos años, especialmente frente al cambio climático. Su frescura, acidez natural y ligereza la convierten en una aliada perfecta para equilibrar la intensidad de la Chardonnay, y permite explorar nuevas formas de expresión del territorio.
Los vinos de Borgoña son los más preciados del mundo por su capacidad de emocionar, la región siempre ha sido pionera, pero en las últimas décadas ha vuelto a lo esencial
¿Y los tintos?
M. A.: Los tintos son sutiles, sensuales y con una elegancia que permanece en la memoria mucho después de beberlos. Cada sorbo conecta con la historia de la región y con su papel central en la gastronomía mundial, recordando que la paciencia, la tradición y la sensibilidad producen belleza y emoción. La Pinot Noir es delicada, elegante y etérea. No busca imponerse; sus vinos susurran. Hablan de cereza madura, frambuesa, pétalos secos, tierra húmeda y bosque en otoño. Su ligereza es engañosa: bajo esa apariencia sutil hay profundidad, complejidad y emoción. La Côte de Nuits es su hogar. Gevrey-Chambertin, Vosne-Romanée, Chambolle-Musigny: cada viña ha sido cuidada durante siglos.
Sus precios suben cada vez más. ¿Es complicado beber vino de calidad por debajo de los 50 euros?
J. A.: No necesariamente. Todavía existen productores que mantienen la esencia borgoñona a precios razonables. Miguel y yo trabajamos para hacer accesible la emoción, conectar al público con productores auténticos y luchar contra la especulación. Creemos que disfrutar de un gran vino no debería depender del poder adquisitivo, sino del deseo de conectar, compartir y sentir.
¿Ha cambiado la filosofía de elaboración de estos vinos en los últimos 20 años?
M. A.: Borgoña siempre ha sido pionera, pero en las últimas décadas ha vuelto a lo esencial: autenticidad, respeto, emoción. La biodinámica se ha extendido como filosofía: la viña como ser vivo, trabajando en armonía con su ecosistema, con preparados naturales y ciclos lunares, buscando equilibrio y energía en cada racimo. Los vinos resultantes son puros, expresivos y llenos de humanidad.
El cambio climático tiene un claro impacto en las producciones. ¿Cómo lo combaten?
J. A.: El clima está cambiando y los viticultores de Borgoña lo saben muy bien. La vendimia se adelanta, los veranos son más cálidos y las lluvias más impredecibles. Pero la región no se resigna: se adapta con inteligencia y sensibilidad. Se buscan nuevas orientaciones, las viñas se plantan en laderas más altas donde el sol y la temperatura equilibran la maduración, se utilizan cubiertas vegetales que protegen la humedad del suelo y fomentan la biodiversidad. Todo se hace respetando la filosofía del territorio y la identidad de cada parcela. Y algunas voces hablan de introducir variedades híbridas (cruces entre vitis vinífera y cepas americanas), pero en Borgoña hay un compromiso absoluto con la Pinot Noir y la Chardonnay, las uvas que hacen que la región sea única. Cada vendimia se convierte en un ejercicio de escucha, observación y adaptación a la naturaleza, recordándonos que la paciencia y la sensibilidad siguen siendo las claves del vino.
Hoy la gente valora más la salud y quiere disfrutar sin excesos; por eso los vinos de mínima intervención, muchos naturales, encajan perfectamente
¿Cuál creéis que es el futuro de la región?
M. A.: El futuro de Borgoña está en manos de sus viticultores, muchos de ellos jóvenes, preparados, apasionados y conscientes del valor de su herencia. No veo nada alarmante: la región tiene talento, historia y respeto profundo por su terroir. El futuro será una evolución natural, más transparencia, más autenticidad, más conexión con quienes disfrutan el vino. Los viticultores seguirán transmitiendo emoción, elegancia y poesía en cada botella. Borgoña continuará siendo un faro de cultura, sabor y humanidad.
Sin embargo, los hábitos de consumo están cambiando. ¿Habéis notado descenso en el consumo de alcohol?
M. A.: Sí, pero no de manera negativa. Hoy la gente valora más la salud, busca bienestar y quiere disfrutar sin excesos. Por eso los vinos de mínima intervención, muchos naturales, con poco alcohol y sin sulfuroso añadido, encajan perfectamente: son ligeros, puros, y permiten compartir una botella entre amigos sin perder placer ni disfrute. Es un regreso a la esencia: beber vino no es consumir, sino conectar, conversar y celebrar la vida.
En ese sentido, ¿ha cambiado el perfil del consumidor respecto a hace diez años?
J. A.: Muchísimo. El consumidor actual busca experiencias, emociones y autenticidad. Ya no se conforma con la etiqueta o la denominación, quiere conocer la historia, el proyecto y la filosofía detrás de cada botella. La curiosidad y la conciencia se han vuelto protagonistas: la gente quiere aprender, explorar y conectar. No hace falta ser experto: basta con abrir la mente y dejarse llevar por lo que el vino ofrece.
¿Echáis algo de menos de la cultura del vino francesa en la española?
J. A.: España tiene una cultura del vino inmensa y milenaria, con diversidad de variedades, terruños y tradiciones. Lo que quizá falta es integrar esa cultura en lo cotidiano, como se hace en Francia: abrir una botella por placer, para compartir un momento, no solo en ocasiones especiales. La revolución joven que vive España hoy devuelve autenticidad, respeto por la tierra y pasión por la tradición, y eso es emocionante. Estamos viviendo un momento de resurgir vinícola, donde lo natural y lo local se valoran como nunca.
En España quizá falta integrar esa cultura en lo cotidiano, como se hace en Francia: abrir una botella por placer, no solo en ocasiones especiales
¿Cualquier vino puede ser disfrutado por cualquier persona, incluso sin conocimientos previos?
J. A.: Por supuesto. El vino no necesita ser comprendido, sino sentido. Beber un Borgoña o un vino natural es abrirse a la experiencia, escuchar la historia de la tierra y del productor, percibir aromas, sabores y texturas que hablan de paciencia, de pasión y de humanidad. La magia del vino está en la emoción que despierta, en la conexión que genera, y cualquiera puede experimentarla si se permite sentir sin prejuicios.
¿Qué le diríais a quien cree que no tiene sensibilidad para disfrutar un Borgoña?
Les diríamos que la sensibilidad no se aprende, se despierta. Todos la tenemos dentro. El vino invita, no excluye. Basta con abrir la mente y dejar que la botella hable por sí misma. Un Borgoña auténtico puede sorprender a cualquiera: aromas de bosque, frutas rojas maduras, tierra húmeda y flores secas, combinados con la elegancia y sutileza que solo la Pinot Noir o la Chardonnay de Borgoña saben transmitir. La clave es permitirse sentir, disfrutar y emocionarse, sin miedo a equivocarse.








